sábado, 27 de abril de 2013

El "método" de Stalin


Stalin
Anna Louise Strong [*]
1941

Años atrás, cuando almorcé por primera vez con el presidente Roosevelt, que acababa de tener una entrevista con H. G. Wells, descubrí que el tema que más le interesaba sobre la Unión Soviética era la personalidad de Stalin y, en particular, la técnica de “gobierno de Stalin”. Era un interés natural, algo que interesa a la mayoría de los estadounidenses. El creciente prestigio de Stalin, durante los últimos veinte años, tanto en la Unión Soviética como más allá de sus fronteras, merece realmente la atención de todos los que se preocupan por la política.

Sin embargo, la prensa norteamericana exhibe su total ignorancia sobre Stalin, al referirse frecuentemente al “enigmático gobernante del Kremlin”. Han recurrido a caricaturas e insinuaciones para crear la leyenda de un astuto y sanguinario dictador que también quiere envolver al mundo en el caos y en la guerra, de tal manera que algo llamado “bolchevismo” pueda triunfar. Esta leyenda absurda tendrá corta vida. Se explica por el hecho de que la mayoría de los escritores norteamericanos no están dispuestos a realizar un esfuerzo para entender a la Unión Soviética; por otra parte, el propio Stalin no es fácilmente accesible para la mayoría de los periodistas extranjeros. Y éstos son personas acostumbradas a moverse en los altos círculos del mundo y a charlar cómodamente con Winston Churchill, Adolf Hitler, Benito Mussolini, Franklin D. Roosevelt e incluso Chiang Kai-shek, que se irritan porque José Stalin no les ha dedicado tiempo. La verdad de las cosas es que Stalin estuvo ocupado en una tarea, a la que no ayudaban ni los contactos con extranjeros ni la publicidad. Su tarea, al igual que la del presidente del Partido Demócrata, era organizar al partido dirigente y, a través de él, a todo el país. 

 
Desde que comenzó la guerra germano-soviética, Stalin se convirtió en jefe del ejército y del gobierno. Ahora tendrá más contacto con extranjeros. Comenzó muy bien con Harry Hopkins y W. Averell Harriman. ¡Ambos, al parecer, quedaron muy impresionados! Y sé por qué fueron impresionados, porque yo también me reuní con Stalin. A la luz de las impresiones que importantes norteamericanos y británicos están teniendo ahora de él, se terminará la leyenda del inescrutable dictador. Incluso llegaremos a oír hablar de Stalin como “el más grande demócrata del mundo”, tal como lo describió en cierta ocasión un escritor soviético. 

Cuando me reuní con Stalin, no lo encontré enigmático. Me parece que es la persona más fácil con quien conversar que he conocido. Es, de lejos, el mejor presidente de gobierno con que me he reunido en toda mi vida. Tiene la capacidad de conocer el punto de vista de cada uno y combinarlos en un corto tiempo. Su método de dirigir un comité me recuerda a Jane Addams de Hull House o a Lillian D. Wald de Henry Street Settlement. Ellas tienen la misma técnica democrática y efectiva, pero emplean una presión mayor que Stalin. 

Si bien Stalin ha sido inaccesible para los extranjeros, con algunas excepciones, esto no quiere decir que viviera aislado, en una especie de torre de marfil del Kremlin. Había cerca de doscientos millones de personas que lo mantenían ocupado. Se entrevistaba con muchos de ellos. No siempre eran dirigentes del Partido. Un granjero que había superado el récord de ordeñar vacas, un hombre de ciencia que había desintegrado el átomo, un aviador que había volado a Estados Unidos, un minero que había inventado un nuevo proceso de trabajo, un trabajador con problemas de alojamiento, un ingeniero con dificultades nacidas de una nueva situación: toda persona que representa un triunfo importante o un problema típico puede ser invitado por Stalin para intercambiar puntos de vista. Esa es la forma en la que él obtiene información y se mantiene en contacto con el movimiento del país. 

Esa –lo entendí después– fue la razón por la que Stalin accedió a reunirse conmigo. Durante casi diez años me había gustado ese país y me había esforzado por tener éxito ahí, durante cerca de dos años organicé y traté de editar un pequeño periódico semanal dirigido a los norteamericanos que llegaron para trabajar en el Primer Plan Quinquenal. La censura, las trabas burocráticas y la posible publicación de otro semanario rival, me empujaron a querer abandonarlo todo. Mi editor prácticamente me chantajeó: si yo renunciaba, él se encargaría de arruinar mi reputación. Agotada y molesta, me sentía atrapada. Un amigo ruso me sugirió que me quejara con Stalin. Y así lo hice. Tres días después, su oficina me llamó y me sugirió que fuera y hablara con “algunos camaradas encargados”. Esto fue hecho tan informalmente que casi me negué, porque el editor en jefe finalmente había accedido a mi renuncia y yo “estaba terminando con eso”. Sin embargo, pensé que, luego de haber enviado la carta, debía ser cortés e ir. 

Yo esperaba ver a algún alto funcionario en la sede del Partido, pero me sorprendí cuando el coche se dirigió directamente al Kremlin y especialmente cuando entré a una gran sala de conferencias y vi no sólo a Stalin sino también a Kaganovich y Voroshílov. Esto me parecía abrumadoramente desproporcionado. Más tarde, comprendí que no era mi pequeño problema lo que les interesaba. Yo era una entre miles de norteamericanos que había empezado a preocuparles. Habíamos ido a la Unión Soviética a trabajar en sus industrias. Éramos razonablemente honestos y eficientes, pero no podíamos hacerlo bien. Stalin quería saber qué pasaba con nuestra adaptación a la industria soviética. Al investigar mis problemas, él quería saber lo que a los norteamericanos nos hacía encajar o, más frecuentemente, no encajar, en la tierra de los Soviets. Pero si él aprendió de mí sobre los norteamericanos, yo aprendí de él algo igualmente importante: cómo se organiza la Unión Soviética y cómo trabaja Stalin. 

Mi primera impresión de él fue ligeramente decepcionante. Un hombre corpulento, en un traje sencillo de color caqui, directo, sin pretensiones, cuya primera preocupación era saber si mi dominio del ruso era suficiente para participar en una discusión. Pensé que no era un hombre imponente. Luego nos sentamos de manera casual, tanto que Stalin no era quien estaba a la cabecera de la mesa, era Voroshílov quien la ocupaba. Stalin se sentó en un lugar desde donde podía vernos la cara a todos y empezó a hablar preguntando directamente al hombre de quien yo me había quejado. Después, Stalin pareció convertirse en una especie de fondo, a quien se dirigían los comentarios de los demás. El ingenio brillante de Kaganovich, la risa alegre de Voroshílov, las cualidades de los funcionarios menores que fueron llamados para ser consultados, de repente, todo se manifestó. Empecé a entender mejor a todos y a simpatizar con ellos, incluso empecé a entender al editor de quien me había quejado. De repente, yo misma estaba hablando y exponiendo mis ideas con más rapidez y claridad, como nunca lo hice en mi vida. Ellos parecían estar de acuerdo conmigo. Todo iba al punto muy rápido y con fluidez, mientras Stalin era el que menos hablaba. 

Después de pensarlo, comprendí la forma en que el genio de Stalin para escuchar nos ayudó a cada uno de nosotros a expresarnos mejor y a entender a los demás. Recuerdo su astucia cuando repetía una palabra mía ya sea con una entonación interrogativa o con un ligero énfasis, que me hacía sentir que o yo no había entendido el problema o quizás lo había exagerado. Esto me inducía a ser más clara. Recuerdo que hacía lo mismo con los demás. Luego comprendí que su capacidad de escuchar era una fuerza dinámica. 

Este hábito de escuchar se remonta a los primeros días de su carrera revolucionaria. “Lo recuerdo muy bien desde los primeros días de nuestro Partido”, me decía un veterano bolchevique. “Un joven callado que se sentaba a los bordes en el comité, que no decía casi nada, pero escuchaba mucho. Al final, hacía unos cuantos comentarios, algunas veces simplemente hacía preguntas. Y poco a poco, veíamos que él siempre hacía la mejor síntesis de nuestro pensamiento.” Esta descripción será reconocida por cualquier que haya conocido a Stalin. En cualquier grupo, él es el último en decir su opinión. Él no quiere impedir la plena expresión de los demás, lo que podría hacerlo hablando primero. Además de esto, él siempre está aprendiendo mientras escucha. 

Él escucha incluso cuando el césped crece”, me dijo un ciudadano soviético. 

Con la información que obtiene de este modo, Stalin llega a conclusiones, no “en la soledad de la noche” como lo hace Mussolini, según dice Emil Ludwig, sino en conferencia y debate. Incluso en las entrevistas, rara vez recibe al visitante solo, casi siempre está acompañado de Molotov, Kaganovich o Voroshílov. Posiblemente, ni siquiera concede una entrevista sin consultarlo antes con sus camaradas más cercanos. Es un viejo hábito. En los días del movimiento revolucionario clandestino, se acostumbró a trabajar en equipo, en estrecha colaboración con camaradas que tenían en sus manos las vidas de los demás. Para sobrevivir, tuvieron que aprender a ponerse de acuerdo rápida y unánimemente, llegando a percibir los instintos de cada uno, a adivinar los pensamientos de cada uno. Fue dentro de este grupo que obtuvo su nombre de Partido –con el que no fue bautizado–: “Stalin, el hombre de acero”. 

Si yo tuviera que explicarlo a los políticos, debería llamarlo superlativamente un buen miembro de comité. ¿Es un término demasiado prosaico para el líder de 200 millones de personas? Puedo llamarlo en cambio un hombre de Estado clarividente: esto también es verdad. Pero más importante que el genio de Stalin es el hecho de que éste se expresa a través de un buen trabajo de comité. Su talento para la acción colectiva es más importante que el hecho de que sea grande. 

El pueblo soviético tiene una forma de explicar el carácter de Stalin, que puede sonar raro a los norteamericanos. Dicen que “Stalin no piensa en términos individuales”. Esto es exactamente lo opuesto al ideal del “fuerte individualismo”. Sin embargo, lo dicen con un sentido altamente halagador. Quieren decir que Stalin piensa no sólo con su cerebro, sino que consulta también con los cerebros de la Academia de Ciencias, de los jefes de la industria, del Congreso de Sindicatos, con los líderes del Partido. Los científicos utilizan esta forma de pensar, lo mismo hacen los buenos sindicalistas. Ellos no “piensan individualmente”, no se basan en las conclusiones de un solo cerebro. Esta es una característica extraordinariamente útil, porque ningún solo cerebro humano es, hoy en día, capaz de resolver los complejos problemas del mundo. Sólo la conjunción de muchos cerebros, pensando juntos, no en conflicto sino en cooperación, puede enfrentar con seguridad los problemas de hoy. 
 

Stalin ha dicho esto muchas veces a varias personas que lo entrevistaron. Cuando Emil Ludwig y más tarde Howard Roy, quisieron saber “cómo el gran dictador llegaba a sus conclusiones”, Stalin les dijo: “Los individuos no pueden decidir por sí solos. Las decisiones individuales son siempre, o casi siempre, decisiones unilaterales.” 

El pueblo soviético nunca habla de “la voluntad de Stalin”, o “las órdenes de Stalin”, ellos hablan de “las órdenes del gobierno” y de “la línea del Partido”, que son decisiones tomadas colectivamente. Pero hablan mucho del “método de Stalin” como algo que todo el mundo debería aprender. Es el método para tomar decisiones rápidas con la ayuda de los cerebros de muchas personas, el método del buen trabajo de comité. En la Unión Soviética, el talento joven que se siente inclinado a la política, estudia cuidadosamente este método. 

Pocos días después de la primera conferencia pude entender mejor este método. Mi impresión era que Stalin, Voroshílov, Kaganovich y otros habían acordado una determinada línea de acción. Los días pasaron, pero nada ocurrió. Hasta la conferencia me pareció casi un sueño. Le transmití mi preocupación a un conocido mío, que era ruso. Se rió de mí. 

Esa es nuestra ‘terrible democracia’”, dijo. “Por supuesto, tu caso está realmente resuelto, pero técnicamente debe ser aprobado por todos los miembros del Buró Político, algunos de los cuales están en el Cáucaso y otros en Leningrado. Según la rutina, tu caso será decidido junto con otros temas. Ésta es nuestra manera habitual de proceder, para que cualquier miembro del Buró Político pueda, si así lo desea, agregar algo o modificar algunas de estas resoluciones. 

Stalin contribuye en gran medida a estas decisiones conjuntas. Las personas que lo conocen, al principio se admiran por su sinceridad y sencillez, así como por su disposición a abordar los problemas. Después, se dan cuenta de su visión de futuro y la objetividad en el análisis de los temas. Él carece completamente de la histeria emocional de Hitler y del egoísmo jactancioso de Mussolini. No hace ningún esfuerzo para que se sienta su presencia. Poco a poco, uno se da cuenta de su capacidad de análisis, de su conocimiento colosal, de su dominio sobre la política mundial, de su voluntad de enfrentar los hechos, y especialmente de su visión de perspectiva, que pone el problema en el marco de la historia, examinando no sólo sus factores inmediatos, sino también los pasados y los futuros. 

El ascenso de Stalin al poder tuvo lugar lentamente. Su tipo de ascenso es lento pero seguro. Empezó hace muchos años con su estudio de la historia de la humanidad, y en particular de la historia de las revoluciones. El presidente Roosevelt me comentó sorprendido del conocimiento profundo de Stalin sobre la revolución de Cromwell, tal como se puede ver en su conversación con H. G. Wells. Sin embargo, Stalin, ha estudiado, con mucha naturalidad, la historia de las revoluciones en Inglaterra y los Estados Unidos, y lo ha hecho con mucha más profundidad que los políticos ingleses y norteamericanos. La Rusia zarista estaba caminando hacia la revolución. Stalin tenía la intención de participar en ella y ayudar a darle forma. Se convirtió en un auténtico científico sobre el proceso histórico desde el punto de vista marxista: cómo viven las masas del pueblo, cómo se desarrollan las formaciones sociales y las técnicas industriales, cómo surgen y luchan las clases sociales, cómo triunfan. Stalin analizó y comparó todas las revoluciones del pasado. Ha escrito mucho acerca de eso. Pero no es sólo un hombre de ciencia, es también un hombre de acción. 

En los primeros días de la Revolución, el nombre de Stalin era poco conocido fuera del Partido. En 1923, durante la última enfermedad de Lenin, muchos hombres cuyas opiniones merecen mi confianza, me dijeron que Stalin era “nuestro hombre del futuro”. Ellos basaron su opinión en el agudo conocimiento que Stalin tenía de las fuerzas políticas y su estrecha atención a la organización política como secretario del Partido Comunista. También se basaron en su capacidad de actuar con rapidez y de manera oportuna, y dijeron que, hasta entonces, durante la revolución, nunca se había equivocado. Me dijeron que era el hombre al que recurrían los “militantes responsables” para tener la más clara síntesis de lo que todos pensaban. En aquellos días, Trotsky se burló de Stalin, llamándolo el “mayor hombre promedio” del Partido. Y hasta cierto punto esto es cierto. Stalin se mantiene cerca del “hombre promedio”, que es la materia prima de la política. Pero Stalin lo hizo con un genio que está muy lejos del promedio. 

“El arte de ser líder”, dijo una vez Stalin, “es un problema muy serio. Uno no puede ir a la zaga del movimiento, ya que podría aislarse de las masas. Pero tampoco debe avanzar demasiado rápido, porque así perdería el contacto con las masas.” Él estaba diciendo a sus camaradas cómo convertirse en líderes, pero también estaba expresando su propio ideal, que él había aplicado con bastante eficacia. 

Veinte años antes, durante la guerra civil en Rusia, el instinto de Stalin para captar los sentimientos de la gente común ayudó más de una vez a los ejércitos soviéticos a obtener la victoria. El ejemplo más conocido de esos momentos fue la disputa entre Stalin y Trotsky acerca de un avance a través del Norte del Cáucaso. Trotsky quería seguir la ruta militar más corta. Stalin señalaba que esa ruta pasaba por las tierras hostiles de los cosacos, que finalmente sería la más larga y la más sangrienta. Él eligió seguir una ruta indirecta a través de pueblos de clase trabajadora y regiones agrícolas amigables, donde el pueblo ayudaría a los ejércitos rojos, en lugar de oponerse a ellos. El contraste era típico y ha sido ilustrado, desde entonces, por veinte años de historia. Stalin está totalmente en su elemento conduciendo las fuerzas sociales, como lo demuestra su reciente llamamiento a una “guerra popular” en la retaguardia de los ejércitos alemanes. Él sabe cómo despertar la terrible fuerza de un pueblo enojado, cómo organizarla y cómo lanzarla para hacer realidad los deseos del pueblo. 

El mundo comenzó a hablar de Stalin durante los debates que precedieron al Primer Plan Quinquenal. (Yo escribí un artículo cinco años antes de eso, prediciendo su ascenso como el sucesor de Lenin, pero el artículo pasó inadvertido; fue varios años prematuro). Los obreros rusos no pertenecientes al Partido Comunista comenzaron a ver a Stalin como su líder durante la primera expansión espectacular de la industria soviética. Y en marzo de 1930, se convirtió por primera vez en líder entre los campesinos, mediante su famoso artículo “Los éxitos se nos suben a la cabeza”, en el que pasó revista y puso fin a los abusos que se produjeron en la colectivización del campo. 

El gran momento de Stalin, cuando por primera vez apareció como el líder de todo el pueblo soviético, fue cuando, como presidente de la Comisión de Constitución, presentó la nueva Constitución del Estado socialista. Una comisión de treinta y uno de los más destacados historiadores, economistas y políticos del país había sido encargada de elaborar “la constitución más democrática del mundo”, con la maquinaria más eficiente concebida hasta entonces para expresar la “voluntad del pueblo”. Dedicaron un año y medio, estudiando detalladamente todas las constituciones del mundo, no sólo de los gobiernos sino también de los sindicatos y de las sociedades voluntarias. El proyecto fue discutido durante varios meses por el pueblo soviético, en más de medio millón de reuniones, a las que asistieron 36.5 millones de personas. El número de enmiendas sugeridas en la discusión popular fue de 154,000, que pasaron a la Comisión de Constitución. Se sabe que el propio Stalin leyó decenas de miles de cartas de la gente. 

Cuando Stalin presentó su informe ante el Congreso de los Soviets, había dos mil personas en el Salón Blanco del Kremlin. Yo estaba en el área de los periodistas, y debajo estaba el auditorio lleno de representantes al Congreso, alrededor mío estaban los palcos para el cuerpo diplomático extranjero; atrás, en una gran galería, estaban los ciudadanos visitantes. Fuera de la sala, decenas de millones de personas escuchaban en la radio, desde los campos de algodón del sur de Asia Central hasta las estaciones de investigación en las costas árticas. Fue un punto alto en la historia soviética. Pero las palabras de Stalin fueron simples y directas; tan informales que parecía que estuviera sentado junto a la chimenea conversando con unos cuantos amigos. Él explicó el significado de la Constitución, tomó las enmiendas propuestas, remitiendo un gran número de ellas a los cuerpos legislativos y discutiendo las más importantes. Dejó en claro que cada una de las 154,000 sugerencias había sido clasificada y que tendrían alguna influencia.

Entre la media docena o más de modificaciones que personalmente discutió, Stalin aprobó aquellas que facilitaban la expresión democrática y rechazó aquellas que limitaban la democracia. Algunos, por ejemplo, pensaban que las diferentes repúblicas deberían tener el derecho de separarse de la Unión. Stalin dijo que a pesar de que no era probable que quisieran separarse, su derecho a hacerlo debe ser garantizado constitucionalmente, como una afirmación de la democracia. Un número considerable de personas quería negar los derechos políticos a los popes, temiendo influyesen indebidamente en la política. “Es tiempo de introducir el sufragio universal sin ninguna restricción”, respondió Stalin, argumentando que el pueblo soviético era ya lo suficientemente maduro para saber lo que quería. 

Más importante para nosotros hoy que las formas constitucionales o incluso que la forma como ellas trabajan, fue una frase bastante significativa del discurso de Stalin. Terminó con desafío directo a la creciente amenaza nazi en Europa. Hablando el 25 de noviembre 1936, antes de que algún gobierno europeo se opusiera seriamente al hitlerismo, Stalin dijo que la nueva Constitución soviética era “un acta de acusación contra el fascismo, siendo testimonio de que el socialismo y la democracia son invencibles”. 

En los años siguientes al Congreso Constituyente, la personalidad de Stalin comenzó a ser más ampliamente conocida. Su retrato y sus frases se hicieron tan prominentes en la Unión Soviética que muchos extranjeros consideraron esto una “idolatría” forzada y poco sincera. La mayoría de la gente soviética que conozco siente realmente una gran devoción por Stalin, el hombre que construyó su país y lo dirigió a alcanzar el éxito. Incluso he conocido gente que ha cambiado temporalmente su residencia, en la víspera del día de las elecciones, con el fin de tener la oportunidad de votar directamente por Stalin en el distrito en el que es candidato, en lugar de hacerlo por un candidato menos estimulante, en su propio distrito.

En los periódicos soviéticos no se puede encontrar ninguna información acerca de la vida privada de Stalin. Según la tradición rusa, todos, incluso un líder político, tienen derecho a la privacidad de su vida personal. Una línea muy tenue divide la vida privada del trabajo público. Cuando murió la esposa de Stalin, los obituarios en los periódicos la mencionaban por su nombre propio, que no era el de Stalin, indicando su trabajo y su relación con varias organizaciones públicas y el hecho de que era “amiga y camarada de Stalin”. No mencionaban que ella era la esposa de Stalin. El hecho de que ella trabajara con él y de que pudiera influir en sus decisiones como camarada era un asunto público; el hecho de que ella estuviera casada con él era un asunto privado. Tiempo después, se dijo que se había casado nuevamente pero la prensa nunca lo mencionó. 

Vislumbres de las relaciones personales de Stalin se conocen principalmente a través de sus contactos con figuras destacadas que han ayudado a hacer la historia soviética. Valery Chkalov, el brillante aviador que hizo el primer vuelo desde Moscú a Estados Unidos, pasando por el Polo Norte, habló de una tarde que pasó en la casa de verano de Stalin, desde las cuatro hasta después de la medianoche. Stalin cantó muchas canciones del Volga, puso discos en el gramófono para que los jóvenes bailaran, comportándose como un ser humano normal, relajado en el seno de su familia. 

Las tres mujeres aviadoras que rompieron todos los récords mundiales femeninos con su espectacular vuelo desde Moscú hacia el Lejano Oriente, fueron homenajeadas en una velada en el Kremlin. Una de ellas, Raskova, contó después que Stalin había bromeado con ellas sobre los días prehistóricos del matriarcado, cuando las mujeres gobernaban la sociedad humana. Dijo que en los primeros días del desarrollo de la humanidad, las mujeres habían creado la agricultura como la base de la sociedad y el progreso, mientras que los hombres “sólo cazaban y hacían la guerra”. Después de referirse a los siglos posteriores de esclavitud femenina, Stalin dijo: “Ahora, estas tres mujeres están vengando los duros siglos de esclavitud de la mujer.” 

Sin embargo, creo que la mejor historia es la de María Demchenko, porque revela la idea de Stalin acerca de los líderes y de cómo se forman. María era una campesina que vino a un congreso agrícola en Moscú e hizo un juramento personal a Stalin, que estaba sentado en una plataforma: que su brigada femenina produciría ese año veinte toneladas de remolacha por acre. Fue una promesa impresionante porque el rendimiento promedio en Ucrania era de unas cinco toneladas. El desafío de María inició una competencia entre los productores de remolacha ucraniana, que fue cubierta por la prensa soviética. Todo el país siguió con entusiasmo la lucha de María contra la plaga de polillas. La nación vio a los bomberos locales llevando veinte mil cubos de agua para vencer la sequía. Vieron a este grupo de mujeres quitando nueve veces las malezas de los campos, y limpiándolos ocho veces de los insectos. Finalmente, María recogió veintiuna toneladas por acre, mientras que el mejor de sus competidores logró veintitrés. 

Esta cosecha fue un evento nacional. María y su grupo fueron a Moscú a visitar a Stalin durante la celebración de otoño. Los periódicos las trataban como estrellas de cine y publicaban sus palabras en lugar destacado. Stalin le preguntó a María qué quería como recompensa por su buen récord y por haber despertado el entusiasmo de los otros productores de remolacha. María dijo que lo que más había deseado era venir a Moscú y ver a los “líderes”.  

Pero ahora ustedes mismas son líderes”, le dijo Stalin a María.  

Bueno, sí”, dijo María, “pero de todos modos queríamos verlo a usted”. Su último pedido, que fue concedido, fue estudiar en una universidad agrícola.  

 
Cuando Alemania inició la guerra contra la Unión Soviética, muchos extranjeros se sorprendieron de que Stalin no hubiera pronunciado un discurso para levantar al pueblo inmediatamente. Algunos de nuestros periódicos más sensacionalistas publicaron que Stalin había huido. El pueblo soviético sabía que Stalin confiaba en que ellos harían su trabajo y que él haría un balance de la situación tan pronto como ésta se definiera. Lo hizo en la madrugada del 3 de julio, en la radio. Las palabras con que empezó fueron muy significativas:  

“¡Camaradas! ¡Ciudadanos!”, dijo, como lo había hecho siempre. Luego añadió: “¡Hermanos y Hermanas!”. Era la primera vez que Stalin usaba estas palabras familiares en público. Para todos los que escuchaban, estas palabras significaban que la situación era muy grave, que tenían que estar unidos para hacer frente la prueba final y que tenían que estar todos más cerca y ser más queridos, unos a otros, más que nunca antes. Significaba que Stalin pasaba un brazo sobre sus hombros, dándoles fuerzas para la tarea que tenían por delante. Dicha tarea consistía en enfrentar con sus propias fuerzas el golpe del más infernal ataque de la historia, resistirla, quebrarla, y de esa forma salvar al mundo. Ellos sabían que tenían que hacerlo, y Stalin sabía que lo harían. 

Stalin explicó con toda claridad, que el peligro era grave, que los ejércitos alemanes habían tomado la mayor parte de los países bálticos, que la lucha sería muy costosa y, que la disyuntiva era entre “la libertad y la esclavitud, la vida o la muerte del Estado soviético”. Les dijo: “El enemigo es cruel e implacable. Quiere apoderarse de nuestras tierras, regarlas con nuestro sudor… convertir a nuestros pueblos en esclavos de los príncipes y barones alemanes.” Hizo un llamamiento a la “valiente iniciativa e inteligencia que son propias de nuestro pueblo”, que durante más de veinte años él mismo había contribuido a crear. Delineó con cierto detalle el difícil camino que seguirían, cada uno en su propia región, y dijo que encontrarán aliados entre todos los pueblos del mundo amantes de la libertad. Luego, los exhortó: “¡Adelante! ¡Hacia la victoria!”. 

Erskine Caldwell, informando esa madrugada desde Moscú, dijo que grandes multitudes estuvieron en las plazas de las ciudades escuchando los altavoces, “conteniendo el aliento, en tan profundo silencio que se podía escuchar cada inflexión de la voz de Stalin”. Incluso se pudo escuchar, en dos ocasiones, el agua que se echaba en un vaso, cuando Stalin hizo pausas para beber. Después de que Stalin acabó su discurso, el silencio absoluto continuó durante varios minutos. Entonces una mujer de aspecto maternal dijo: “Él trabaja mucho, me pregunto si encuentra tiempo para dormir. Me preocupa su salud.” 

Así es como Stalin dirige al pueblo en la experiencia de la guerra.


Fuente: Anna Louise Strong, “Stalin”, 1941, publicado en inglés por Marxists.org
 

Traducido para “Crítica Marxista-Leninista” por Thiago R.


[*] Periodista y simpatizante de las revoluciones rusa y china. Viajó por primera vez a Rusia en 1922, viviendo ahí por muchos años. A fines de los cincuenta fue a residir en Beijing, donde murió en 1970. Como indica en el texto que ofrecemos, escribió un primer artículo sobre Stalin en 1925, titulado “Stalin, la voz del Partido, vence a Trotsky". También es conocida su entrevista con Mao Zedong en 1946 ("el imperialismo es un tigre de papel".