miércoles, 17 de julio de 2013

Paul Lafargue sobre socialismo, patriotismo e internacionalismo


 
Socialismo y patriotismo
Paul Lafargue
Agosto de 1887 

El señor Renán, uno de los hombres espirituales e inteligentes de la burguesía decrépita, dijo una vez: “Cuando aparece el socialismo, desaparece el patriotismo”. 

Eso es verdad. Los socialistas sólo tienen una patria, la revolución social. Todos los socialistas, sin distinción de nacionalidad, raza y color, están unidos fraternalmente. El profundo sentimiento que les vincula y les une es el odio a la injusta sociedad capitalista y a sus defensores, se llamen Ferry, Bismarck, Salisbury o Katkoff. 

Pero, ¿quién da a los burgueses derouledistas y boulangeristas el derecho a censurar a los socialistas su internacionalismo? 

En el siglo pasado, los revolucionarios burgueses, que tenían que emancipar políticamente a su clase y defender la revolución burguesa contra la coalición internacional de reyes y nobles, proclamaban la fraternidad de los pueblos y se armaban para liberar a las naciones de Europa. Todos los pueblos aclamaron con entusiasmo a los primeros ejércitos republicanos. Era entonces una gran época, Francia se enorgullecía de llamarse libertadora de la humanidad. 

Pero las épocas heroicas pasaron y desde hace mucho llegaron los oportunistas. El sublime internacionalismo revolucionario de los burgueses se convirtió en un repugnante cosmopolitismo de ladrones. 

La Francia capitalista envía a los obreros y a los campesinos a Argelia, a Túnez, a Madagascar, a Tonkín, a robar y saquear naciones semicivilizadas. 

Las finanzas modernas, que gobiernan a los países civilizados, es la máxima expresión de la piratería internacional de la burguesía. Todos los administradores de dinero, sin distinción de nacionalidad, raza o color, estrechamente unidos por intereses similares, pertenecen a la Internacional amarilla que oprime a las naciones de ambos mundos. Los Bontoux y los Rothschild pueden ser de razas y religiones diferentes, pueden odiarse cordialmente, pueden maquinar la ruina de las operaciones financieras del otro, pero se entienden a las mil maravillas para apoderarse de los capitales de la nación francesa, para llevárselos a Austria, a Serbia, o a Egipto y luego usarlos como instrumentos de la explotación de los austriacos, de los serbios y de los egipcios. Poco les importa la nacionalidad de los proletarios que hacen fructificar el capital que robaron a sus compatriotas. 

Los capitalistas sólo tienen una patria: el amor por el oro. Firmaron con diligencia los préstamos a los gobiernos enemigos de su país, a pesar de que sabían que ese dinero, producido y ahorrado por sus compatriotas, serviría para fundir los cañones y hacer los proyectiles que perforarán los pechos franceses, y para preparar expediciones bélicas que devastarán Francia. Mañana Bismarck toma un préstamo de cinco mil millones en condiciones tan ventajosas para los capitalistas pero tan deplorables para el gobierno prusiano como el préstamo de cinco mil millones del señor Thiers, que miles de capitalistas vendieron al 3% francés para financiar el préstamo a Prusia al 6%, de tal forma que millones de francos de la fortuna de Francia irán a parar a las arcas de Prusia. El oro no tiene patria, va a donde haya una buena inversión.

El internacionalismo de los industriales reviste otra forma. Recorre el mundo en busca de poblaciones obreras que explotar y saquear. Los capitalistas franceses van a España, Italia, Alemania, Argelia, Asia, y América a construir fábricas, a excavar minas, a cultivar la tierra, a degradar a los proletarios de esos países con un trabajo prolongado y mal pagado. De Inglaterra, Bélgica y Alemania, vienen capitalistas que se instalan en Francia y acuartelan poblaciones de trabajadores en sus galeras industriales. 

En Francia, todos los capitalistas industriales, independientemente de su nacionalidad, encuentran en el gobierno francés la misma protección en contra de sus trabajadores. El ejército francés se dice nacional porque oprime a la nación, ya sea comandado por Mac Mahon, Boulanger o Ferron, está siempre al servicio de los vampiros patrones franceses, británicos y prusianos, cuando se trate de dar sablazos y fusilar trabajadores en huelga. Las minas de Anzin, ese campo de masacre de huelguistas, pertenecen a los capitalistas de todos los países. El gobierno burgués, republicano o monárquico, se convierte en internacional siempre que haya necesidad de proteger la prosperidad de los capitalistas. 

En todas las naciones de la civilización capitalista existen dos clases: la clase que posee los medios de producción (tierras, fábricas, minas, canales, maquinarias, capital monetario, etc.) y la clase desposeída de cualquier propiedad y que trabaja. La guerra está declarada entre estas dos clases, una guerra a muerte. La clase obrera debe suprimir a la clase capitalista para establecer el orden y la armonía social. 

Los socialistas son los representantes de los intereses del proletariado, contra los socialistas están unidos los gobiernos de todas las naciones. La policía francesa golpea, detiene y expulsa a los socialistas rusos y alemanes por cuenta de los gobiernos de San Petersburgo y Berlín. En 1871, Bismarck, en contra de lo dispuesto en las cláusulas de Frankfurt, devolvió a Thiers los soldados prisioneros para así permitirle aplastar la Comuna socialista, y las tropas prusianas acampadas cerca de París ganaron Versalles, masacrando a los federados que trataban de huir bajo los sables y las ametralladoras de Boulanger y Gallifet. 

La guerra contra los socialistas es más feroz y salvaje que la guerra de una nación contra otra. ¿Los Blucher, los Moltke hubieran podido llenar las calles de París con tantos cadáveres como lo hizo el ejército de Versalles, donde reinaba Thiers, el llamado padre de la patria? Los soldados prusianos derrotados en Sedan y Metz fueron transportados a Alemania, los federados vencidos fueron arrastrados a Versalles a sablazos y fusilados en el camino. Después de la guerra, los soldados franceses prisioneros de guerra en Alemania fueron repatriados por el gobierno prusiano; vencida la Comuna, el gobierno burgués de Versalles comenzó las ejecuciones y las deportaciones legales. 

Junio de ​​1848 y mayo de 1871 ahogaron, en sangre de proletarios, el amor de los socialistas por la Francia capitalista. 

Pero hay una Francia que los socialistas de todas las naciones aman ardientemente, es la Francia revolucionaria, la Francia, que junto con la Rusia revolucionaria y la Alemania revolucionaria, plantará en Europa la bandera roja de la República social. 

Fuente: Paul Lafargue, “Socialismo e patriotismo”, versión en portugués publicada en marxists.org. 

Traducido para “Crítica Marxista-Leninista” por Facundo Borges. 
 

 
Socialismo e internacionalismo
Paul Lafargue
1905
(Extractos) 

La bandera del país es un activo comercial, dijo el célebre patriota Cecil Rhodes, pero este activo comercial sólo representa los intereses económicos y políticos de las clases capitalistas. La burguesía sólo golpea el tambor en alabanza del amor a la patria y el honor de la bandera, con el fin de engañar al proletariado, para que se sacrifique en defensa de las riquezas que la burguesía ha robado. 

Las clases dirigentes de las repúblicas de Grecia y Roma no hicieron uso de la charlatanería patriótica de la burguesía, ya que mantuvieron celosamente para sí el privilegio de gobernar y de defender a su país. Ellos no permitieron a las clases trabajadoras o a los esclavos el derecho de llevar armas. Si era necesario armar a los esclavos para defender el país, primero se les hacía hombres libres y se les daba tierras. Nunca en la historia hubo tan ferviente patriotismo, que no dudaba en sacrificar al individuo por el bien de la comunidad. 

La burguesía moderna adoptó un método diferente. Primero formó ejércitos de mercenarios, como en Inglaterra, o mediante el servicio militar obligatorio, como en Francia. Y ahora todavía embauca con éxito el proletariado. 

El proletariado no tendrá realmente una patria hasta que haya desplazado política y económicamente a la burguesía. Esto sólo puede ser hecho en cada país, a su vez, y es por esta razón que el proletariado es nacional, como lo explica el “Manifiesto Comunista”. 

La burguesía es nacionalista, porque debe explotar al proletariado de su propia nación, pero en un determinado momento del desarrollo económico debe asumir un cierto carácter internacional, con el fin de que el excedente de mercancías que ha robado a los asalariados pueda ser vendido. Si el proletariado de una nación con el fin de liberarse del yugo de la clase gobernante debe organizarse a nivel nacional y elevarse a nivel nacional, todavía no será capaz de alcanzar su emancipación definitiva hasta que no haya efectuado un acuerdo internacional con los proletarios de los otros países capitalistas. Cualquier revolución social debe ser necesariamente internacional. La burguesía del siglo XVIII sólo fue capaz de derrocar a la aristocracia y tomar el poder proclamando la hermandad de las naciones y recurriendo a ellas para hacer causa común contra los tiranos. Ser patriota significaba para los revolucionarios de la burguesía no amar a Francia, Alemania o Italia, sino amar a la revolución. Cuando la revolución terminó, la burguesía se volvió nacionalista con el fin de organizar a nivel nacional su dictadura y su explotación de clase. El proletariado revolucionario no conservará las antiguas nacionalidades ni constituirá otras nuevas, porque al ser libre suprimirá las clases: el mundo será su patria. 

Fuente: Paul Lafargue, “Socialism and Internationalism”, Social Democrat, vol. 9, nº 10, 15 de octubre de 1905. Versión en inglés publicada por marxists.org

Traducido para “Crítica Marxista-Leninista” por S. Fiume.