Socialismo y
patriotismo
Paul Lafargue
Agosto de 1887
El señor Renán, uno de los hombres espirituales e inteligentes de la
burguesía decrépita, dijo una vez: “Cuando aparece el socialismo, desaparece el
patriotismo”.
Eso es verdad. Los socialistas sólo
tienen una patria, la revolución social. Todos los socialistas, sin
distinción de nacionalidad, raza y color, están unidos fraternalmente. El
profundo sentimiento que les vincula y les une es el odio a la injusta sociedad
capitalista y a sus defensores, se llamen Ferry, Bismarck, Salisbury o Katkoff.
Pero, ¿quién da a los burgueses derouledistas y boulangeristas el derecho a
censurar a los socialistas su internacionalismo?
En el siglo pasado, los revolucionarios burgueses, que tenían que emancipar
políticamente a su clase y defender la revolución burguesa contra la coalición
internacional de reyes y nobles, proclamaban la fraternidad de los pueblos y se
armaban para liberar a las naciones de Europa. Todos los pueblos aclamaron con
entusiasmo a los primeros ejércitos republicanos. Era entonces una gran época,
Francia se enorgullecía de llamarse libertadora de la humanidad.
Pero las épocas heroicas pasaron y desde hace mucho llegaron los
oportunistas. El sublime internacionalismo revolucionario de los burgueses se
convirtió en un repugnante cosmopolitismo de ladrones.
La Francia capitalista envía a los obreros y a los campesinos a Argelia, a
Túnez, a Madagascar, a Tonkín, a robar y saquear naciones semicivilizadas.
Las finanzas modernas, que gobiernan a los países civilizados, es la máxima
expresión de la piratería internacional de la burguesía. Todos los
administradores de dinero, sin distinción de nacionalidad, raza o color,
estrechamente unidos por intereses similares, pertenecen a la Internacional
amarilla que oprime a las naciones de ambos mundos. Los Bontoux y los Rothschild
pueden ser de razas y religiones diferentes, pueden odiarse cordialmente, pueden
maquinar la ruina de las operaciones financieras del otro, pero se entienden a
las mil maravillas para apoderarse de los capitales de la nación francesa, para
llevárselos a Austria, a Serbia, o a Egipto y luego usarlos como instrumentos
de la explotación de los austriacos, de los serbios y de los egipcios. Poco les
importa la nacionalidad de los proletarios que hacen fructificar el capital que
robaron a sus compatriotas.
Los capitalistas sólo tienen una patria: el amor por el oro. Firmaron con diligencia
los préstamos a los gobiernos enemigos de su país, a pesar de que sabían que ese
dinero, producido y ahorrado por sus compatriotas, serviría para fundir los
cañones y hacer los proyectiles que perforarán los pechos franceses, y para
preparar expediciones bélicas que devastarán Francia. Mañana Bismarck toma un
préstamo de cinco mil millones en condiciones tan ventajosas para los
capitalistas pero tan deplorables para el gobierno prusiano como el préstamo de
cinco mil millones del señor Thiers, que miles de capitalistas vendieron al 3% francés
para financiar el préstamo a Prusia al 6%, de tal forma que millones de francos
de la fortuna de Francia irán a parar a las arcas de Prusia. El oro no tiene
patria, va a donde haya una buena inversión.
El internacionalismo de los industriales reviste otra forma. Recorre el mundo
en busca de poblaciones obreras que explotar y saquear. Los capitalistas
franceses van a España, Italia, Alemania, Argelia, Asia, y América a construir
fábricas, a excavar minas, a cultivar la tierra, a degradar a los proletarios
de esos países con un trabajo prolongado y mal pagado. De Inglaterra, Bélgica y
Alemania, vienen capitalistas que se instalan en Francia y acuartelan poblaciones
de trabajadores en sus galeras industriales.
En Francia, todos los capitalistas industriales, independientemente de su
nacionalidad, encuentran en el gobierno francés la misma protección en contra
de sus trabajadores. El ejército francés se dice nacional porque oprime a la
nación, ya sea comandado por Mac Mahon, Boulanger o Ferron, está siempre al
servicio de los vampiros patrones franceses, británicos y prusianos, cuando se
trate de dar sablazos y fusilar trabajadores en huelga. Las minas de Anzin, ese
campo de masacre de huelguistas, pertenecen a los capitalistas de todos los
países. El gobierno burgués, republicano o monárquico, se convierte en
internacional siempre que haya necesidad de proteger la prosperidad de los
capitalistas.
En todas las naciones de la civilización capitalista existen dos clases: la
clase que posee los medios de producción (tierras, fábricas, minas, canales,
maquinarias, capital monetario, etc.) y la clase desposeída de cualquier
propiedad y que trabaja. La guerra está declarada entre estas dos clases, una
guerra a muerte. La clase obrera debe suprimir a la clase capitalista para
establecer el orden y la armonía social.
Los socialistas son los representantes de los intereses del proletariado,
contra los socialistas están unidos los gobiernos de todas las naciones. La
policía francesa golpea, detiene y expulsa a los socialistas rusos y alemanes por
cuenta de los gobiernos de San Petersburgo y Berlín. En 1871, Bismarck, en
contra de lo dispuesto en las cláusulas de Frankfurt, devolvió a Thiers los
soldados prisioneros para así permitirle aplastar la Comuna socialista, y las
tropas prusianas acampadas cerca de París ganaron Versalles, masacrando a los federados
que trataban de huir bajo los sables y las ametralladoras de Boulanger y Gallifet.
La guerra contra los socialistas es más feroz y salvaje que la guerra de
una nación contra otra. ¿Los Blucher, los Moltke hubieran podido llenar las
calles de París con tantos cadáveres como lo hizo el ejército de Versalles,
donde reinaba Thiers, el llamado padre de la patria? Los soldados prusianos derrotados
en Sedan y Metz fueron transportados a Alemania, los federados vencidos fueron
arrastrados a Versalles a sablazos y fusilados en el camino. Después de la
guerra, los soldados franceses prisioneros de guerra en Alemania fueron
repatriados por el gobierno prusiano; vencida la Comuna, el gobierno burgués de
Versalles comenzó las ejecuciones y las deportaciones legales.
Junio de 1848 y mayo de 1871 ahogaron,
en sangre de proletarios, el amor de los socialistas por la Francia
capitalista.
Pero hay una Francia que los socialistas de todas las naciones aman
ardientemente, es la Francia revolucionaria, la Francia, que junto con la Rusia
revolucionaria y la Alemania revolucionaria, plantará en Europa la bandera roja de la República social.
Fuente:
Paul Lafargue, “Socialismo e patriotismo”,
versión en portugués publicada en marxists.org.
Traducido
para “Crítica Marxista-Leninista” por
Facundo Borges.
Socialismo e
internacionalismo
Paul Lafargue
1905
(Extractos)
La bandera del país es un activo
comercial, dijo el célebre patriota Cecil Rhodes, pero este activo
comercial sólo representa los intereses
económicos y políticos de las clases capitalistas. La burguesía sólo golpea
el tambor en alabanza del amor a la patria y el honor de la bandera, con el fin
de engañar al proletariado, para que se sacrifique en defensa de las riquezas
que la burguesía ha robado.
Las clases dirigentes de las repúblicas de Grecia y Roma no hicieron uso de
la charlatanería patriótica de la burguesía, ya que mantuvieron celosamente
para sí el privilegio de gobernar y de defender a su país. Ellos no permitieron
a las clases trabajadoras o a los esclavos el derecho de llevar armas. Si era
necesario armar a los esclavos para defender el país, primero se les hacía
hombres libres y se les daba tierras. Nunca en la historia hubo tan ferviente
patriotismo, que no dudaba en sacrificar al individuo por el bien de la
comunidad.
La burguesía moderna adoptó un método diferente. Primero formó ejércitos de
mercenarios, como en Inglaterra, o mediante el servicio militar obligatorio,
como en Francia. Y ahora todavía embauca con éxito el proletariado.
El proletariado no tendrá realmente
una patria hasta que haya desplazado política y económicamente a la burguesía. Esto sólo puede ser hecho en cada
país, a su vez, y es por esta razón
que el proletariado es nacional, como lo explica el “Manifiesto Comunista”.
La burguesía es nacionalista, porque debe explotar al proletariado de su
propia nación, pero en un determinado momento del desarrollo económico debe
asumir un cierto carácter internacional, con el fin de que el excedente de
mercancías que ha robado a los asalariados pueda ser vendido. Si el proletariado
de una nación con el fin de liberarse del yugo de la clase gobernante debe organizarse a nivel nacional y elevarse a
nivel nacional, todavía no será capaz de alcanzar su emancipación
definitiva hasta que no haya efectuado un acuerdo internacional con los
proletarios de los otros países capitalistas. Cualquier revolución social debe
ser necesariamente internacional. La burguesía del siglo XVIII sólo fue capaz
de derrocar a la aristocracia y tomar el poder proclamando la hermandad de las
naciones y recurriendo a ellas para hacer causa común contra los tiranos. Ser patriota
significaba para los revolucionarios de la burguesía no amar a Francia,
Alemania o Italia, sino amar a la revolución. Cuando la revolución terminó, la burguesía
se volvió nacionalista con el fin de organizar a nivel nacional su dictadura y
su explotación de clase. El proletariado revolucionario no conservará las
antiguas nacionalidades ni constituirá otras nuevas, porque al ser libre suprimirá
las clases: el mundo será su patria.
Fuente:
Paul Lafargue, “Socialism and
Internationalism”, Social Democrat, vol. 9, nº 10, 15 de octubre de 1905.
Versión en inglés publicada por marxists.org
Traducido
para “Crítica Marxista-Leninista” por
S. Fiume.