miércoles, 14 de agosto de 2013

El nuevo poder no cae del cielo, sino que nace, surge al lado del viejo poder, en contra de él y en lucha contra él


En octubre de 1920, Lenin escribió unas notas para la contribución a la historia de la dictadura del proletariado en el que recordaba las discusiones entre los marxistas revolucionarios y los oportunistas y la burguesía liberal sobre la cuestión de la dictadura en 1905 y 1906, es decir, en el inicio, desarrollo y conclusión de la primera revolución rusa en 1905. En ese artículo, titulado “Contribución a la historia del problema de la dictadura”, Lenin se cita a sí mismo, recogiendo dos obras suyas escritas y publicadas en 1905 y 1906. En esta oportunidad, nos hemos tomado la libertad de editar el artículo original, para presentar de manera resumida las ideas fundamentales de Lenin sobre el problema de la dictadura, contenidas en él. Al pie del artículo se puede descargar el artículo original completo, de cuya lectura se podrá concluir que nuestro resumen no descontextualiza las ideas leninistas sobre el tema. El artículo nos permite observar que la base de la teoría leninista del Estado y la dictadura del proletariado se encuentra en los escritos de 1905-1906.


Contribución a la historia del problema de la dictadura
Lenin
1920 

La dictadura del proletariado es el problema cardinal del movimiento obrero contemporáneo en todos los países capitalistas sin excepción. Para esclarecerlo por completo hay que conocer su historia. A escala internacional, la historia de la doctrina de la dictadura revolucionaria en general, y de la dictadura del proletariado en particular, coincide con la historia del socialismo revolucionario y, especialmente, con la del marxismo. Además –y esto, por supuesto, es lo fundamental–, la historia de todas las revoluciones de la clase oprimida y explotada contra los explotadores constituye el material y la fuente más importantes de nuestros conocimientos acerca de la dictadura. Quien no ha comprendido la necesidad de la dictadura de toda clase revolucionaria para asegurar su victoria, no ha comprendido nada de la historia de las revoluciones o no quiere saber nada de eso.

A escala de Rusia tiene una importancia singular, si hablamos de la teoría, el Programa del POSDR preparado en 1902 y 1903 por la Redacción de Zariá y de Iskra o, más exactamente, confeccionado por J. Plejánov y redactado, modificado y aprobado por esta Redacción. El problema de la dictadura del proletariado está planteado en dicho programa con claridad y precisión, está planteado justamente en conexión con la lucha contra Bernstein, contra el oportunismo. Pero lo que tiene mayor importancia es, por supuesto, la experiencia de la revolución, o sea, en Rusia, la experiencia de 1905. 

Los tres meses últimos de aquel año –octubre, noviembre y diciembre– fueron un período de admirable lucha revolucionaria, enérgica, amplia y masiva; un período de unión de los dos métodos más poderosos de esta lucha: la huelga política de masas y la insurrección armada. (Digamos entre paréntesis que ya en mayo de 1905, el congreso bolchevique, el “Tercer Congreso del POSDR”, reconoció que “la tarea de organizar al proletariado para la lucha directa contra la autocracia por medio de la insurrección armada es una de las tareas principales e inaplazables del partido” y encomendó a todas las organizaciones del mismo “explicar el papel de las huelgas políticas de masas, que pueden tener gran importancia al comienzo y en el curso mismo de la insurrección”.) 

Por vez primera en la historia universal, la lucha revolucionaria alcanzó tal desarrollo y tal fuerza que la insurrección armada estuvo unida a la huelga de masas, arma específicamente proletaria. Es claro que esta experiencia tiene significación universal para todas las revoluciones proletarias. Y los bolcheviques estudiamos con el mayor empeño y atención esta experiencia, tanto en su aspecto político como en el económico. Recordaré el análisis de los datos mensuales sobre las huelgas económicas y políticas de 1905, sobre las formas de ligazón de unas y otras y el nivel de desarrollo que alcanzó entonces, por vez primera en el mundo, la lucha huelguística. Este análisis lo hice en la revista Prosveschenie en 1910 ó 1911 y lo repetí, en breves resúmenes, en las publicaciones bolcheviques de aquella época en el extranjero. 

Las huelgas masivas y las insurrecciones armadas plantearon por sí solas a la orden del día el problema del poder revolucionario y de la dictadura, pues estos métodos de lucha engendraban ineluctablemente –al principio a escala local– la eliminación de las viejas autoridades, la toma del poder por el proletariado y las clases revolucionarias, la expulsión de los terratenientes, a veces la ocupación de las fábricas, etc., etc. La lucha revolucionaria de masas del período mencionado dio vida a organizaciones antes desconocidas en la historia universal, como los Soviets de diputados obreros y, tras ellos, los Soviets de diputados soldados, los comités campesinos, etc. Resultó que los problemas fundamentales (el Poder soviético y la dictadura del proletariado) que atraen hoy la atención de los obreros conscientes en el mundo entero fueron planteados de una manera práctica a fines de 1905. Figuras tan destacadas del proletariado revolucionario y del marxismo no falsificado como Rosa Luxemburgo apreciaron en el acto la importancia de esta experiencia práctica e hicieron un análisis crítico de ella en asambleas y en la prensa. En cambio, la inmensa mayoría de los representantes oficiales de los partidos socialdemócratas y socialistas oficiales, incluidos los reformistas y hombres del tipo de los futuros “kautskianos”, “longuetistas”, adeptos de Hillquit en Norteamérica, etc., revelaron una incapacidad completa para comprender la importancia de esta experiencia y cumplir con su deber de revolucionarios, es decir, iniciar el estudio y la propaganda de las enseñanzas de esta experiencia. 

En Rusia, tanto los bolcheviques como los mencheviques empezaron a hacer el balance de dicha experiencia nada más ser derrotada la insurrección armada de diciembre de 1905. Esta labor se vio acelerada, en particular, por la celebración en Estocolmo, en abril de 1906, del llamado Congreso de Unificación del POSDR, en el que estuvieron representados y unificados formalmente los mencheviques y los bolcheviques. Las dos fracciones prepararon el congreso con extraordinaria energía. Publicaron con antelación, a comienzos de 1906, sus respectivos proyectos de resoluciones respecto a todos los problemas más importantes. Estos proyectos, reproducidos en mi folleto Informe acerca del Congreso de Unificación del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (carta a los obreros de San Petersburgo), Moscú, 1906 (110 páginas, casi la mitad de las cuales las ocupan los textos de los proyectos de resoluciones de ambas fracciones y los de las resoluciones aprobadas definitivamente por el congreso), son los documentos más importantes que permiten conocer cómo se planteaba entonces la cuestión. 

Las discusiones en torno a la significación de los Soviets se vinculaban ya en aquellos tiempos al problema de la dictadura. Los bolcheviques plantearon este problema antes aún de la revolución de octubre de 1905 (véase mi folleto Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, Ginebra, julio de 1905, reproducido en la recopilación En doce años. Los mencheviques adoptaron una actitud negativa ante esta consigna de “dictadura”. Los bolcheviques subrayaban que los Soviets de diputados obreros “eran de hecho gérmenes del nuevo poder revolucionario”: así decía literalmente el proyecto de resolución bolchevique (pág. 92 del Informe). Los mencheviques reconocían la significación de los Soviets, eran partidarios de “contribuir a su formación”, etc., pero no los consideraban gérmenes del poder revolucionario, no hablaban en general del “nuevo poder revolucionario” de este tipo o de otro semejante y rechazaban categóricamente la consigna de dictadura. No es difícil ver que todas las discrepancias actuales con los mencheviques existen ya, en embrión, en este planteamiento del problema. Tampoco es difícil ver que los mencheviques (los rusos y los no rusos, como los kautskianos, los longuetistas, etc.) se manifestaron y se manifiestan en el planteamiento de este problema como reformistas u oportunistas, que reconocen de palabra la revolución proletaria y niegan de hecho lo más esencial y fundamental en el concepto de revolución. 

Antes ya de la revolución de 1905, en el folleto mencionado, Dos tácticas, analicé el argumento de los mencheviques, los cuales me acusaban de que “había trastrocado de una manera imperceptible los conceptos de revolución y dictadura” (En doce años, pág. 459). Yo demostré en detalle que precisamente con esta acusación los mencheviques revelaban su oportunismo, su verdadera naturaleza política como portavoces de la burguesía liberal y vehículos de su influencia en el seno del proletariado. Cuando la revolución se convierte en una fuerza indiscutible, sus enemigos empiezan a “reconocer la revolución”, decía yo, aduciendo (en el verano de 1905) el ejemplo de los liberales rusos, que seguían siendo monárquicos constitucionalistas. Ahora, en 1920, se podría agregar que, tanto en Alemania como en Italia, los burgueses liberales –o, por lo menos, los más instruidos y hábiles de entre ellos– están dispuestos a “reconocer la revolución”. Pero los liberales y mencheviques rusos de ayer y los liberales alemanes e italianos de hoy, los turatianos y kautskianos, revelan su reformismo, su inutilidad completa como revolucionarios, precisamente “reconociendo” la revolución y negándose, al mismo tiempo, a reconocer la dictadura de una clase determinada (o de determinadas clases). 

Porque cuando la revolución se ha convertido ya en una fuerza indiscutible y la “reconocen” hasta los liberales, cuando las clases gobernantes no sólo ven, sino que sienten el poderío invencible de las masas oprimidas, todo el problema se reduce –tanto para los teóricos como para los dirigentes prácticos de la política– a hacer una definición clasista exacta de la revolución. Y sin el concepto de “dictadura” es imposible hacer esa definición clasista exacta. Sin preparar la dictadura es imposible ser revolucionario de hecho. Esta verdad no la comprendían en 1905 los mencheviques ni la comprenden en 1920 los socialistas italianos, alemanes, franceses, etc., que temen las rigurosas “condiciones” de la Internacional Comunista; esta verdad la temen los hombres capaces de reconocer de palabra la dictadura, pero incapaces de prepararla de hecho. 

“…Desde el punto de vista burgués vulgar, el concepto de dictadura y el concepto de democracia se excluyen el uno al otro. No comprendiendo la teoría de la lucha de clases, acostumbrado a ver en la arena política únicamente los pequeños enredos de los diversos círculos y tertulias de la burguesía, el burgués entiende por dictadura la anulación de todas las libertades y garantías democráticas, entiende por dictadura toda arbitrariedad, todo abuso de poder en interés personal del dictador. En el fondo, precisamente este punto de vista burgués vulgar se trasluce también en nuestros mencheviques, que explican el apasionamiento de los bolcheviques por la consigna de “dictadura”  diciendo que Lenin “desea apasionadamente probar suerte” (Iskra, núm. 103, pág. 3, col. 2). 

“Los grandes problemas de la vida de los pueblos se resuelven solamente por la fuerza. Las propias clases reaccionarias son generalmente las primeras en recurrir a la violencia, a la guerra civil, “ponen la bayoneta a la orden del día”... Y una vez creada esta situación, una vez que la bayoneta encabeza realmente el orden político del día, una vez que la insurrección ha resultado imprescindible e inaplazable, las ilusiones constitucionales y los ejercicios escolares de parlamentarismo no sirven más que para encubrir la traición de la burguesía a la revolución, para encubrir el hecho de que la burguesía “vuelve la espalda” a la revolución. La clase verdaderamente revolucionaria debe lanzar en este preciso caso la consigna de dictadura.” 

Así razonaban los bolcheviques acerca de la dictadura antes de la revolución de octubre de 1905. Después de la experiencia de esta revolución hube de analizar circunstanciadamente el problema de la dictadura en el folleto La victoria de los democonstitucionalistas y las tareas del partido obrero, San Petersburgo, 1906 (el folleto está fechado el 28 de marzo de 1906). 

“En el mismo momento en que cesaban los disparos en Moscú [en 1905], en que la dictadura policíaco-militar celebraba sus frenéticas orgías y las ejecuciones y torturas en masa se extendían por toda Rusia, en la prensa de los democonstitucionalistas se publicaban discursos contra la violencia desde la izquierda, contra los comités de huelga de los partidos revolucionarios. Los profesores democonstitucionalistas, que traficaban con la ciencia a cuenta de los Dubásov, llegaban al extremo de traducir el término “dictadura” con las palabras “vigilancia reforzada”. “Los hombres de ciencia” incluso adulteraron su latín de liceo para rebajar la lucha revolucionaria. La dictadura significa –entérense de una vez para siempre, señores democonstitucionalistas– un poder ilimitado, que se apoya en la fuerza y no en la ley. Durante una guerra civil, todo poder triunfante sólo puede ser una dictadura. Mas el quid de la cuestión está en que hay dictadura de la minoría sobre la mayoría, de un puñado de policías sobre el pueblo, y dictadura de la gigantesca mayoría del pueblo sobre un puñado de opresores, saqueadores y usurpadores del poder popular. Con su adulteración vulgar del concepto científico de “dictadura”, con sus alaridos contra la violencia desde la izquierda en una época de desenfreno de la violencia más ilegal y más vil desde la derecha, los señores democonstitucionalistas mostraron claramente cuál es la posición de los “conciliadores” en la enconada lucha revolucionaria. El “conciliador” se esconde cobardemente cuando se intensifica la lucha. Cuando vence el pueblo revolucionario (el 17 de octubre), el “conciliador” sale de su madriguera, se acicala jactanciosamente, charlatanea por doquier y grita hasta el frenesí: ha sido una “simpática” huelga política. Cuando triunfa la contrarrevolución, el “conciliador” cubre de sermones y amonestaciones hipócritas a los vencidos. La huelga victoriosa fue “simpática”. Las huelgas derrotadas fueron criminales, salvajes, insensatas y anárquicas. La insurrección derrotada fue locura, desenfreno de la espontaneidad, barbarie y absurdo. En una palabra, la conciencia política y la inteligencia política del “conciliador” consisten en arrastrarse ante quien es ahora más fuerte, en enredarse entre las piernas de los contendientes, en estorbar ora a una, ora a otra parte, en debilitar la lucha y embotar la conciencia revolucionaria del pueblo, que pelea a vida o muerte por la libertad. 

“¿Cuál es “el puntal” primero y principal de la teoría marxista? El hecho de que, en la sociedad actual, el proletariado es la única clase revolucionaria hasta el fin y, por ello, de vanguardia en toda revolución… El proletariado, con su arma de lucha proletaria, conquistó para Rusia toda esa,  con permiso sea dicho, “Constitución” que desde entonces no han hecho más que estropear, recortar y amputar. El proletariado aplicó en octubre de 1905 el método táctico de lucha de que habló medio año antes la resolución del III Congreso bolchevique del POSDR, la cual prestó gran atención a la importancia de conjugar la huelga política de masas con la insurrección. Y todo el período de “torbellino revolucionario”, todo el último trimestre de 1905, se caracteriza justamente por esta conjugación. 

“¿En qué consistió la diferencia principal entre el período de “torbellino revolucionario” y el período actual, “democonstitucionalista”, desde el punto de vista de los distintos procedimientos de actividad política, desde el punto de vista de los distintos métodos de creatividad histórica del pueblo? Ante todo, y principalmente, en que durante el período de “torbellino” se utilizaron algunos métodos especiales de esta creatividad, ajenos a otros períodos de la vida política. He aquí los más esenciales de estos métodos: 1) toma” de la libertad política por el pueblo: su realización sin derechos ni leyes de ningún género y sin ninguna limitación (libertad de reunión, por lo menos en las universidades; libertad de prensa, de asociación, de celebración de congresos, etc.); 2) creación de nuevos órganos de poder revolucionario: los Soviets de diputados obreros, soldados, ferroviarios y campesinos, las nuevas autoridades rurales y urbanas, etc., etc. Estos órganos fueron creados exclusivamente por los sectores revolucionarios de la población; fueron creados, al margen de todas las leyes y normas, completamente por vía revolucionaria, como un producto de la original creatividad popular, como una manifestación de la iniciativa del pueblo, que se había desembarazado o estaba desembarazándose de las viejas trabas policíacas. Fueron, por último, precisamente órganos de poder, pese a todo su carácter embrionario, espontáneo, informe e impreciso en la composición y en el funcionamiento. Actuaron como poder al incautarse, pongamos por caso, de las imprentas (San Petersburgo), al detener a los jefes de la policía que impedían al pueblo revolucionario ejercer sus derechos (ejemplos de ello se dieron también en San Petersburgo, donde el órgano correspondiente del nuevo poder fue el más débil, en tanto que el viejo poder fue el más fuerte). Actuaron como poder llamando a todo el pueblo a no dar dinero al viejo gobierno. Confiscaron el dinero de este último (los comités de huelga de los ferroviarios en el Sur) y lo invirtieron en atender a las necesidades del gobierno nuevo, popular. Sí, fueron, indudablemente, gérmenes del gobierno nuevo, popular, o, si así lo quieren, revolucionario. Por su carácter socio político fue, en embrión, la dictadura de los elementos revolucionarios del pueblo… el tercer “método” de acción en la época de “torbellino revolucionario”: el empleo de la violencia por el pueblo contra los opresores del pueblo. 

“Los órganos de poder que hemos descrito fueron, en germen, una dictadura, pues este poder no reconocía ningún otro poder, ninguna ley y ninguna norma, partiera de quien partiera. El poder ilimitado, al margen de la ley y que se apoya en la fuerza, en el sentido más directo de la palabra, es precisamente una dictadura. Pero la fuerza en que se apoyaba y trataba de apoyarse este nuevo poder no era la fuerza de la bayoneta usurpada por un puñado de militares, no era la fuerza de “la comisaría de policía”, no era la fuerza del dinero, no era la fuerza de ninguna de las instituciones anteriores ya formadas. Nada de eso. Los nuevos órganos del nuevo poder no tenían ni armas, ni dinero ni viejas instituciones. 

¿En qué se asentaba esa fuerza? Se asentaba en las masas populares. He ahí la diferencia fundamental entre este nuevo poder y todos los órganos anteriores del viejo poder. Aquéllos eran órganos de poder de la minoría sobre el pueblo, sobre la masa de obreros y campesinos. Estos eran órganos de poder del pueblo, de los obreros y los campesinos, sobre la minoría, sobre un puñado de opresores policíacos, sobre un puñado de nobles y funcionarios privilegiados. ¡Tal es la diferencia que existe entre la dictadura sobre el pueblo y la dictadura del pueblo revolucionario, recuérdenlo bien…! El viejo poder, como dictadura de la minoría, podía mantenerse exclusivamente por medio de artimañas policíacas, exclusivamente alejando y apartando a las masas populares de la participación en el poder y del control sobre el poder. El viejo poder desconfiaba sistemáticamente de las masas, temía la luz y se mantenía gracias al engaño. El nuevo poder, como dictadura de la inmensa mayoría, podía sostenerse y se sostuvo exclusivamente con el concurso de la confianza de masas gigantescas, gracias exclusivamente a que incorporaba a toda la masa a la participación en el poder de la manera más libre, más amplia y más enérgica. 

“…El nuevo poder no cae del cielo, sino que nace, surge al lado del viejo poder, en contra de él y en lucha contra él. Sin la violencia contra los opresores, que tienen en sus manos instrumentos y órganos de poder, es imposible liberar al pueblo de los opresores.” 

“…El concepto científico de dictadura no significa otra cosa que un poder no limitado por nada, no restringido por ninguna ley, absolutamente por ninguna regla, y que se apoya de manera directa en la violencia. El concepto de “dictadura” no significa otra cosa que eso…” 

“La revolución, en el sentido estricto, directo, de esta palabra, es justamente un período de la vida popular en el que la cólera acumulada durante siglos por las hazañas de los Avrámov sale a la superficie en acciones, y no en palabras, en acciones de millones de seres de las masas populares, y no de individuos aislados. El pueblo despierta y se alza para liberarse de los Avrámov. 

¿Está bien que el pueblo emplee métodos de lucha tan ilegales, desordenados, irregulares y no sistemáticos como la toma de la libertad, la creación de un poder nuevo, revolucionario, no reconocido formalmente por nadie, y la violencia contra los opresores del pueblo? Sí, está muy bien. Eso es la manifestación suprema de la lucha popular por la libertad. Es la gran hora en que los sueños de los mejores hombres de Rusia acerca de la libertad se convierten en un hecho, en un hecho de las propias masas populares, y no de héroes solitarios. 

Tales fueron las discusiones en torno a la dictadura, en 1905 y 1906, en Rusia.  

Los señores Dittmann, Kautsky, Crispien e Hilferding en Alemania, los Longuet y Cía. en Francia, los Turati y sus amigos en Italia, los MacDonald y Snowden en Inglaterra y sus semejantes juzgan de la dictadura, en esencia, exactamente igual que lo hacían el señor R. Blank y los democonstitucionalistas en 1905 en Rusia. No comprenden la dictadura, no saben prepararla, son incapaces de entenderla y realizarla. 

20-X-1920. 

Publicado el 9 de noviembre de 1920 en el núm. 14
de la revista “La Internacional Comunista”.
T. 41, págs. 369-391


Obras Escogidas en 12 tomos
Progreso, Moscú, 1973, t. 11
 
 
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