La disputa entre China y Japón sobre la pertenencia de unas pequeñas islas
al noreste de Taiwán, que resurgió hace algunas semanas, provocó una serie de inquietudes
en relación con las posibilidades de una guerra. Tanto China como Japón reclaman derechos soberanos obre los islotes (llamados Diaoyu por
los chinos y Senkaku por los japoneses) y exponen los antecedentes históricos
de esos derechos. Cuando estos antiguos enemigos de guerra restablecieron
relaciones diplomáticas en 1972 y suscribieron un tratado de amistad en 1978,
acordaron dejar para el futuro la solución de sus diferencias sobre este
problema territorial. Sin embargo, Japón, actuando unilateralmente, se embarcó en
el proceso de compra de algunos de los islotes en disputa, llegando a un
acuerdo con su propietario privado y anunciando su posterior nacionalización,
es decir, su incorporación como territorio japonés. China ha enviado botes patrulleros
para vigilar y “proteger” las actividades de pesca de sus ciudadanos en las
aguas de los islotes, encontrándose con las patrullas japonesas, aunque sin
llegar a situaciones de violencia.
Se argumenta que las razones para la iniciativa japonesa que provocó este
conflicto internacional tienen que ver con la presencia de petróleo y la
necesidad que Japón tiene de este recurso. Pero más allá de los motivos
económicos, este conflicto es importante porque va a exponer el comportamiento
de fuerzas con intereses contrapuestos en esa parte del Asia y va a permitir el
pulseo de las fuerzas imperialistas con la intención de dejar claras las líneas
de conducta para el futuro.
Es importante resaltar que China es el país con el que Japón tiene más
comercio: en el primer semestre de este año las exportaciones japonesas a China
alcanzaron los 73.5 mil millones de dólares, mientras que las importaciones
japonesas de China ascendieron a 91.3 mil millones de dólares. Además, Japón es
el principal inversor extranjero en China, con 84 mil millones de dólares. Sabiendo,
además, que China tiene una de las fuerzas armadas más poderosas del mundo,
¿con qué fuerza pretende Japón respaldar sus acciones?
Como es conocido, luego de ser derrotada en la Segunda Guerra Mundial,
Japón aceptó la constitución impuesta por Estados Unidos, cuyo Artículo 9º estipula:
1.
Japón renuncia para siempre
a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o el uso de la
fuerza como medio de resolver disputas internacionales.
2.
A fin de cumplir con lo
anterior, no se mantendrán fuerzas de tierra, mar y aire, así como otras de
potencial bélico.
Sin embargo, con la profundización de la guerra fría y el avance del
movimiento comunista en Asia, tan temprano como 1954, el General MacArthur
presionó a Japón a revisar su interpretación de ese Artículo 9º, argumentando que
éste no prohibía a Japón contar con “Fuerzas de Autodefensa”. De este modo se
dio inició a un largo y gradual proceso de ampliación de las facultades militares
que la constitución supuestamente dejó abiertas a Japón. La primera, por
supuesto, tenía que ver con la reinterpretación de la renuncia a la guerra y al
uso de la fuerza que proclama la constitución. Se ha impuesto desde entonces la
tesis que dice que dicha renuncia se refería exclusivamente a la guerra
ofensiva más no al derecho de Japón a defenderse ante un ataque. En adelante,
la creación de fuerzas terrestres, marítimas y navales de “autodefensa”, bajo
el control del Ministerio de Defensa creado en 2007, han creado las condiciones
para convertirlas en cualquier momento en fuerzas
ofensivas de gran poder, sobre todo si se tiene en cuenta que esas fuerzas
cuentan con la última tecnología en armamentos y equipos para un combate
“defensivo”. Y como reflejo de los nuevos vientos que soplan, desde 2005,
existe una propuesta de modificación de la constitución de 1947, que, si bien
mantiene el “espíritu pacifista”, incorpora todo lo avanzado en el proceso de
ampliación de las posibilidades bélicas de Japón, incluyendo el desplazamiento
de fuerzas al exterior, en abierta violación del supuesto carácter defensivo de
las fuerzas armadas japonesas.
La fuerza de presión de todas estas modificaciones ha sido Estados Unidos,
el primer interesado en contar con un fuerte aliado militar en Asia, para
servir de contrapeso y contención al creciente poderío de la China imperialista
y la amenaza de Corea del Norte. Ya había
hecho algo parecido, apenas concluida la Segunda Guerra Mundial, cuando
priorizó la recuperación de Alemania, por encima de los otros países,
incluyendo sus aliados Inglaterra y Francia. El imperialismo norteamericano
consideró que sólo una Alemania fuerte era capaz de hacer frente a la “amenaza”
comunista en Europa, cuya parte oriental había instaurado regímenes de
Democracia Popular aliados a la URSS socialista.
En la actualidad, el imperialismo norteamericano considera que la amenaza
principal a su supremacía viene del Lejano Oriente, y está desplegando una
estrategia que tiene como un elemento fundamental la participación de Japón con
todas sus características imperialistas en su plenitud: por supuesto, esto incluye
la formalización de unas fuerzas armadas ofensivas dispuestas a acompañar al
imperialismo norteamericano en todas sus aventuras en el mundo.
Hasta el presente, en virtud de tratados bilaterales, Estados Unidos tiene
el compromiso de proteger a Japón contra cualquier ataque de potencia
extranjera, como “compensación” por la renuncia nipona a la guerra. Con tal
fin, el imperialismo norteamericano tiene en Japón, una fuerza militar de
50,000 soldados, altamente equipada, asentada en bases militares, 32 de ellas ubicadas en las islas de Okinawa, al extremo sur de Japón, donde se concentra el 75% de ese personal militar, que se suman a las bases militares japonesas en esas mismas islas.
La constitución “pacifista” de Japón será modificada, tarde o temprano, para
que cuente con unas fuerzas armadas que corresponsa a sus pretensiones imperialistas. Esto responde absolutamente a los intereses de los capitalistas monopolistas japoneses, que siempre estuvieron detrás de la causa del rearme del imperialismo japonés y son los principales impulsores del restablecimiento del poderío militar japonés. Las propuestas de Keidanren, la asociación que reúne a los grandes capitales monopólicos de Japón, apuntan a ese objetivo. Mientras tanto, las líneas
maestras de la actuación de las actuales fuerzas armadas japonesas, establecen una estrecha cooperación con el ejército imperialista estadounidense, sirviéndole como complemento en tareas logísticas
en el exterior, como en Afganistán e Irak. Sin embargo, con lo que cuenta hoy
no es nada despreciable.
Las Fuerzas de Autodefensa de Japón cuentan con un presupuesto equivalente
al 1% del PIB. Parece poco. Pero si se considera que Japón es la tercera
economía más grande del mundo, es un monto significativo en términos absolutos,
que asciende a 59 mil millones de dólares. Si bien es la mitad de lo que China
destina a sus fuerzas armadas, es igual o superior al PIB de muchos países
dependientes y semicoloniales.
Con una población de cerca de 129 millones de habitantes, Japón cuenta con
una fuerza militar de 242,000 personas. Un décimo de las fuerzas armadas chinas
y un quinto de las de Corea del Norte, pero mayor al de Gran Bretaña. Teniendo
en cuenta que, Japón se ha conducido hasta ahora con reserva en relación con el
reclutamiento de personal militar, tiene un potencial de ampliación bastante
grande. La CIA estima que la población japonesa apta para el servicio militar
es cerca de 43 millones de personas, de las cuales considera militarmente
importantes a 1'2oo,ooo, que se podrían unir a un futuro ejército japonés imperialista.
Su fuerza aérea está equipada, entre otros, con aviones de combate F-15
Strike Eagle , con aviones de combate F-35 de Lockheed-Martin, de un costo de cercano a los 100 millones de dólares cada uno, y aspira, desde hace varios años, con adquirir
40 F-22 Raptors , cuya exportación está prohibida y es usada sólo por la fuerza aérea
norteamericana. Parece que hay tendencia a aligerar las restricciones para permitir
su venta a países aliados. La fuerza naval de Japón es una de las más
importantes del mundo. Cuenta con destroyers con el avanzado sistema de
defensa de misiles balísticos Aegis, que
fueron desplazados a principios de este año en respuesta al lanzamiento del cohete norcoreano. Es notable que, del
presupuesto militar, se destine aproximadamente el 60% a la marina y a la
fuerza aérea, dos fuerzas desplazables fuera de territorio japonés.
Japón cuenta con un moderno sistema de defensa contra misiles, desarrollado
especialmente después de que Corea del Norte pusiera a prueba sus misiles de
largo alcance en 1998. Tiene además tres satélites de inteligencia en órbita. El
artículo 9 no le prohíbe contar con armas nucleares, que se pueden considerar
como armas defensivas.
El año pasado Japón levantó la prohibición para vender equipo militar al
exterior, lo que fortalecerá la industria bélica japonesa que hasta hace poco
sólo producía en función de las necesidades internas.
Por otro lado, las guerras de agresión imperialista en Afganistán e Irak,
le ha permitido movilizar unidades de sus fuerzas de "autodefensa", fuera de
territorio japonés, aunque limitados a funciones de apoyo logístico a las
fuerzas norteamericanas.
La preparación y entrenamiento de las fuerzas militares japonesas es de
alta calidad y el equipamiento es de lo más avanzado. Cada dos años, las fuerzas japonesas tienen ejercicios militares conjuntos con las fuerzas armadas norteamericanas. Sólo necesita la oportunidad
de demostrar su capacidad en un campo de batalla.
Japón está estableciendo, activamente, contactos militares con países de la
región, como es el caso de Filipinas, a quien proporcionará ayuda militar, que
la necesita en su disputa con China. El periódico japonés Asahi Shimbun, según el
Diario del Pueblo de China, revela que la cooperación militar japonesa se está haciendo
extensiva a Indonesia, Vietnam, Timor Oriental, Camboya, Mongolia y Tonga,
países vecinos de China. También está negociando un acuerdo de cooperación
militar con Corea del Sur, un aliado con reservas nacionalistas con respecto a
Japón, pero consciente de las necesidades mutuas para hacer frente a Corea del Norte
En el caso concreto del Extremo Oriente, se puede apreciar la configuración
de dos bloques: China y Corea del Norte, por un lado, y
Japón y Corea del Sur, con el indudable respaldo de Estados Unidos,
por el otro. Los roces son previsibles y se irán haciendo más críticos. La disputa actual, podrá ser postergada, para tiempos más propicios. Si China ha sido capaz de hacer a un lado, temporalmente, el problema de Taiwán, podrá hacer a un lado éste conflicto menor, sin que vea mermado su prestigio. Sin embargo, los bloques se preparan cada vez más y
mejor para la eventualidad de una guerra, como resultado de la agudización de
las contradicciones imperialistas. Están madurando las condiciones para que un
nuevo reparto del mundo se dirima mediante la guerra. El imperialismo es la guerra,
pero también la antesala de la revolución socialista. El proletariado
internacional y los pueblos oprimidos del mundo están elevando el nivel de sus
luchas contra el sistema capitalista, contra la opresión imperialista, por la
democracia popular y el socialismo. La lucha en cada país contra su burguesía,
por el derrocamiento de las clases opresoras y la instauración de la dictadura
del proletariado, bajo la dirección de un auténtico partido marxista-leninista,
es la contribución de cada sección del proletariado y los pueblos oprimidos del mundo, a
la causa de la revolución proletaria internacional.