martes, 29 de octubre de 2013

La momificación de Lenin. Etapa preliminar en la edificación del culto a la personalidad

Entre muchas cosas, a Stalin también se le ha atribuido la decisión del embalsamamiento de Lenin. Y nuevamente, en este punto, los historiadores burgueses y los oportunistas repiten las falsedades de Trotsky. Sin embargo, como se advierte en el post "Después de la muerte de Lenin: Los herederos", Stalin no era el "poderoso Secretario General" que podía hacer las cosas a su antojo, como generalmente se dice. Primero, porque era partidario de la dirección colectiva; y segundo, porque en el Buró Político no tenía ninguna mayoría absoluta que le permitiera aprobar sus propuestas a voluntad. Y en el tema específico del embalsamamiento de Lenin, no existe evidencia de que Stalin iniciara y promoviera la propuesta. A continuación presentamos un artículo que inscribe la momificación de Lenin en el proceso de edificación del culto a la personalidad como arma de los revisionistas ocultos en el Partido, con el objetivo de atacar al Estado socialista. En él se recogen algunas versiones sobre la toma de decisiones al respecto, que en nuestra opinión se pueden considerar preliminares, no suficientes ni respaldadas por documentos oficiales.
 
El artículo utiliza como fuente principal para respaldar su argumentación, dos trabajos: la biografía de Lenin escrita por Volkogonov y las memorias de uno de los embalsamadores. El autor más citado -Volkogonov- tuvo la oportunidad de tener pleno acceso a los Archivos del Partido y del Estado, mucho antes de que se hicieran públicos una parte de los documentos, que se han venido difundiendo como los "archivos secretos del Kremlin". Sin embargo, Volkogonov realmente ha aportado muy poco, y sin originalidad, al estudio de la historia soviética y a las biografías de los líderes principales de la revolución. Su reaccionarismo, su falta de entendimiento de la política, y su nula formación académica en historia explican el hecho capital de que desaprovechó la oportunidad que sólo él tuvo en virtud de ser un alto militar cercano a la camarilla gobernante en la URSS. En este tema concreto, sólo aporta la base documental a lo poco que se conocía y aún se conoce sobre la decisión del embalsamamiento de Lenin. La "aportación" de Zbarsky -uno de los embalsamadores- en relación a que la propuesta se puede rastrear hasta antes de la muerte de Lenin, a la reunión del Buró Político de octubre de 1923, es poco seria y se aleja del ámbito de su competencia técnica. Zbarsky "revive" la reunión del Buró Político donde supuestamente Stalin hace por primera vez la propuesta. Su fuente es de tercera mano y basada en una supuesta versión de Bujarin. Sin embargo, el artículo es útil en cuanto familiariza al lector con los argumentos del tema y porque plantea la tesis del culto a la personalidad como arma del revisionismo.

La momificación de Lenin
Etapa preliminar en la edificación del culto a la personalidad
(2003) 

Siempre hemos señalado que los cultos a la personalidad en el movimiento comunista sirven a los propósitos de los revisionistas (Véase, por ejemplo: “Stalin: Mito y Realidad”, por W.B. Bland).

Nosotros sostenemos que la decisión de momificar el cuerpo de Lenin fue el comienzo de las tentativas revisionistas para socavar el Estado socialista mediante el establecimiento del culto a la personalidad. El blanco fundamental era Stalin, que sería acusado de “adorar dioses”. Sin embargo, en la década de 1930, los revisionistas ampliaron sus ataques contra el Estado socialista mediante la edificación del culto a la personalidad de Stalin en vida, con el fin de disfrazar sus ataques contra el Estado.

La muerte de Lenin y la Comisión Funeraria 

El 21 de enero de 1924 murió Lenin. El Comité Ejecutivo Central formó una Comisión Funeraria encabezada por Felix Dzerzhinsky, con los siguientes miembros: Muralov, Lashevich, Bonch-Bruévich, Voroshilov, Molotov, Zelensky y Yenukidze. Stalin, que también pidió medidas para mantener la calma, informó a todos los comités regionales del Partido. La Comisión Funeraria propuso ampliar el período de exposición del cuerpo de Lenin en el Kremlin. Con ese propósito, A.I. Abrikosov realizó un embalsamamiento normal que sería suficiente para evitar la putrefacción durante 6-7 días.
 
El embalsamamiento es un proceso de preservación realizado con especias. (Diccionario Oxford de Inglés: “Impregnar un cadáver con especias para preservarla de la descomposición”, Oxford, 1973, p. 643). La práctica era común en el antiguo Egipto y en Perú, y en otras sociedades antiguas donde la reverencia a los líderes muertos era importante para mantener la continuidad, en un panteón que abarcaba desde seres humanos vivientes hasta seres humanos muertos y dioses (Sigerist H., “Primitive and Archaic Medicine”, Yale, 1951, p. 268). En los tiempos modernos se utilizan varios productos químicos para lograr el mismo objetivo de detener la putrefacción de los tejidos.

El 24 de enero, el Buró Político discutió si debía o no prolongarse el período de conservación. La viuda de Lenin –Krupskaya– y el hermano y las hermanas de Lenin se opusieron. Zinoviev y Bujarin fueron designados para:

“persuadir a Nadezhda Konstantinovna: si ella no está de acuerdo, no insistir en la aceptación de su propuesta, la cuestión puede ser discutida de nuevo dentro de un mes”.
(Volkogonov D.; Lenin – Una nueva biografía, New York, 1994, p. 440; p. 437, citando APFR, f. 3, op. 22, d. 309, il. 15, 16, 21). 

Al mismo tiempo, se instruyó que:

“1) El féretro conteniendo el cadáver de V.I. Lenin debe mantenerse en una bóveda accesible para los visitantes;

“2) La bóveda se formará en la muralla del Kremlin en la Plaza Roja, entre las fosas comunes de los combatientes de la Revolución de Octubre. Hoy se está creando una comisión para la construcción de un mausoleo (temporal, por ahora). Se encargó, al Académico A.B. Shchusev, la preparación de los diseños del mausoleo.”
(Ibíd., pp. 437-438)

El funeral de Estado de Lenin tuvo lugar el 26 de enero.
 

Mientras tanto continuaba el debate sobre el embalsamamiento del cuerpo de Lenin. Finalmente, se tomó la decisión de confiar la preservación permanente del cuerpo de Lenin al profesor Boris Ilich Zbarsky y al profesor Vladimir Vorobiov. 

No tenemos evidencia directa del punto de vista de Stalin sobre la cuestión. 

¿Para qué embalsamar el cuerpo de Lenin? Hay dos puntos de vista principales, pero contradictorios. 

El primero considera que se trataba de un intento de convertir a Lenin en un icono para los bolcheviques, un portal religioso donde las verdaderas tradiciones bolcheviques podían ser “descartadas” por el antileninista Stalin y sus camaradas.

“Al crear su reliquia, los bolcheviques habían dado el primer paso decisivo para convertir las ideas de Lenin en una religión secular; una religión, por otra parte, comparable en la obediencia incondicional de sus seguidores sólo con la fe de los fanáticos fundamentalistas… Los primeros decretos del Comité Central después de la muerte de Lenin afirmaban que la dirección del Partido en su lucha por construir la sociedad comunista haría de la momia de Lenin y de todo lo asociado con ella una de las herramientas más importantes para cumplir la tarea”.
(Ibíd., pp. 440, 441) 

Como era de esperar, estas líneas se inspiran en Trotsky. En opinión de Trotsky, dado que la primera educación de Stalin se realizó en un seminario de Georgia para el sacerdocio, Stalin era, en esencia, “religioso” y antibolchevique, poco culto. Esta línea fue ampliamente popularizada por los seguidores de Trotsky, como Isaac Deutscher. Deutscher retrata el Eulogio de Stalin a Lenin, pronunciado el 26 de enero de 1924, en el II Congreso de los Soviets de Toda la Unión, como una invocación religiosa:

“Quizás era natural que el triunviro que había pasado sus años de formación en un seminario ortodoxo griego se convirtiera en el principal agente de este cambio, del que él sería su máxima expresión. El juramento a Lenin, que leyó en el segundo congreso de los soviets, sigue siendo hasta el día de hoy la revelación más completa y la más orgánica de su pensamiento. En él, el estilo del Manifiesto Comunista se mezcla extrañamente con el del Libro de Oraciones Ortodoxo; y la terminología marxista está maridada con el antiguo vocabulario eslavo. Sus revolucionarias invocaciones suenan como una letanía compuesta para el coro de una iglesia.

Deutscher luego cita el discurso de Stalin:
 

“Camaradas: Nosotros, los comunistas, somos hombres de un temple especial. Estamos hechos de una trama especial… No hay nada más alto que el título de miembro del Partido cuyo fundador y jefe es el camarada Lenin…

Al dejarnos, el camarada Lenin nos legó que mantuviéramos en alto y conservásemos inmaculado el gran título de miembro del Partido. ¡Te juramos, camarada Lenin, que cumpliremos con honor este tu mandamiento!...

Al dejarnos, el camarada Lenin nos legó que cuidásemos de la unidad de nuestro Partido como de las niñas de los ojos. ¡Te juramos, camarada Lenin, que también cumpliremos con honor este tu mandamiento!...

Al dejarnos, el camarada Lenin nos legó que conserváramos y fortaleciésemos la dictadura del proletariado. ¡Te juramos, camarada Lenin, que no escatimaremos esfuerzos para cumplir también con honor este tu mandamiento!...

Al dejarnos, el camarada Lenin nos legó que fortaleciésemos con todas nuestras energías la alianza de los obreros y campesinos. ¡Te juramos, camarada Lenin, que también cumpliremos con honor este tu mandamiento!...

Al dejarnos, el camarada Lenin nos legó que fortaleciésemos y extendiésemos la Unión de Repúblicas. ¡Te juramos, camarada Lenin, que también cumpliremos con honor este tu mandamiento!...

Al dejarnos, el camarada Lenin nos legó que permaneciésemos fieles a los principios de la Internacional Comunista. ¡Te juramos, camarada Lenin, que no regatearemos nuestra vida para fortalecer y extender la unión de los trabajadores del mundo entero: la Internacional Comunista!”
(Stalin, Obras, VI, pp. 46-51) 

El segundo punto de vista: Por otro lado y en segundo lugar, la posición es presentada como un método sencillo de garantizar que las masas (de las entonces presentes, pero también de los tiempos futuros) que deseen rendirle algún reconocimiento tengan la posibilidad de hacerlo:

“A.E. Yenukidze, Secretario del TSK declaró ante la Comisión para Perpetuar la Memoria de V.I. Uliánov-Lenin: ‘No queríamos hacer de los restos de Vladimir Ilich una especie de ‘reliquia’, sino un medio para popularizar o preservar su memoria... Nosotros…concedimos y aún concedemos la mayor importancia a la preservación de la imagen de este extraordinario líder para la nueva generación y para las generaciones futuras, pero también para los cientos de miles de personas, tal vez incluso millones, que estarían muy contentas de ver la imagen de este hombre…”
(Volkogonov, p. 442)
 
El Funeral 

Una efusión de masivo pesar marcó, naturalmente, el funeral. Muy pronto, sin embargo, hubo un impulso por erigir estatuas y recuerdos de Lenin. Krupskaya tomó públicamente una posición en contra de esto: 

“Desde el día del funeral... Se inició el proceso aparentemente imparable de creación de museos, erección de estatuas y publicación de innumerables libros y recordatorios, cambios de nombre de ciudades, calles, fábricas, palacios, barcos y talleres… Sólo dos días después del funeral, Pravda publicó una breve carta de Krupskaya, en respuesta al anuncio de un Fondo de Lenin destinado a la construcción de monumentos dedicados a él: ‘Me gustaría hacer un gran pedido: no dejen que su dolor por Ilich se salga de los marcos de su personalidad. No le erijan monumentos, palacios en su nombre, grandes ceremonias en su memoria y demás cosas. Cuando él estaba vivo, no tenía tiempo para esas cosas, encontraba opresivo este tipo de cosas’. …Con un decreto tras otro, se erigieron monumentos a Lenin durante todo el período y en toda la Unión Soviética, para no hablar del esfuerzo realizado para extender la práctica fuera de la URSS.”
(Ibíd., pp. 440-441) 

A pesar de las súplicas de Krupskaya, fue inevitable que se construyeran algunas estatuas; simplemente, Lenin era muy querido y había hecho mucho por los pueblos de la URSS para que sea de otro modo. Pero la construcción de una edificación permanente para el cuerpo embalsamado de Lenin era otro asunto. Al principio sólo hubo una edificación temporal para albergar el cuerpo de Lenin: 

“El mausoleo temporal... Krupskaya fue la primera persona en visitar el lugar de descanso temporal, con Dmitri, el hermano de Lenin, el 26 de mayo de 1924. En general iba a visitarlo con poca frecuencia, ni siquiera una vez al año, prefería ahorrarse el malestar emocional que le causaba. El curador de la momia, B.I. Zbarsky, recordaba que la última vez que Krupskaya visitó la tumba fue en 1938, pocos meses antes de su muerte en febrero de 1939. Se dice que permaneció junto al catafalco por un momento, murmurando en voz baja: ‘Él sigue igual, pero yo cómo he envejecido…’”
(Ibíd., p. 441)

Hacia la momificación 

Pero poco después, comenzaron las discusiones en el Buró Político sobre la posibilidad de la preservación a largo plazo del cuerpo:

“Después del funeral..., el Buró Político propuso, con la ayuda de Dzerzhinsky, Krassin y los científicos, encontrar maneras de preservar al líder muerto, e incluso discutieron los aspectos técnicos del problema. El 13 de marzo 1924, después de haber escuchado los informes de Molotov y Krassin, se resolvió:

‘En vista de la ausencia de otros métodos para preservar el cuerpo de V.I. Lenin, se debe ordenar a la comisión que recurra a medidas de conservación usando bajas temperaturas’.” (Volkogonov, D.: Citando el APRF, f.3, op.22, d.309, I.38, Ibíd., p. 443)
 

En el espacio de meses, se tomó la decisión de proceder al embalsamamiento y se completó el proceso:

“El Buró Político aprobó el sistema ideado por V.P. Vorobiev, un químico de Jarkov, y el 24 de julio 1924, reconoció sus logros otorgándole el título de Profesor Honorario. El proceso de embalsamamiento tomó cuatro meses. Mientras tanto... para diseñar el Mausoleo… el Buró Político... decidió convocar a un concurso, con premios para los cuatro mejores trabajos: el primer premio iba a ser de 1,000 rublos, el segundo de 750, el tercero de 600 y el cuarto de 500…”
(Volkogonov,  p. 444) 

Sin embargo, hubo un retraso significativo hasta el acuerdo final para proceder con una estructura permanente – el “Mausoleo de Lenin”:

“No fue, sin embargo, hasta el 4 de julio de 1929 que el Buró Político, después de innumerables revisiones de la cuestión, decidió finalmente seguir adelante con la construcción de la estructura permanente.”
(Ibíd., p. 444) 

En ese tiempo intermedio, la abierta discrepancia con los planes de embalsamamiento se convirtió en motivo de represalias:

“Para todos los propósitos prácticos, la preservación de la momia había sido hasta ahora manejada por la seguridad política, la OGPU, y el menor asomo de crítica de la cuestión fue objeto de represión severa. Por ejemplo, en julio de 1929, cuando Lazar Shatskin, escribiendo en Komsomolskaya Pravda sobre el ‘filisteísmo en el Partido’, planteó la duda sobre la idea del mausoleo, el Buró Político inmediatamente denunció su posición como “grave error político” y sacó las correspondientes conclusiones administrativas, es decir, punitivas: poco después, Shatskin fue expulsado del Partido, por “actividad fraccionalista”, y cuando fue ejecutado en 1937, su ‘error’ de 1929 sin duda figuró en el acta de acusación.”
(Ibíd., p. 444) 

El tiempo de retraso implica que hubo serias diferencias de opinión en cuanto a la conveniencia de embalsamar el cuerpo y crear en efecto lo que podría ser considerado como un “santuario”. 

Fue en el período alrededor de 1930-1937 cuando los revisionistas ocultos estaban construyendo el culto a la personalidad en torno a Stalin. 

Stalin estaba muy enojado con estos intentos, y trató de impedirlos. Numerosas referencias dan testimonio de su aborrecimiento general de tal culto. Por ejemplo, en diciembre de 1931, insistió en la correcta comprensión del papel del individuo en la historia y el significado de la toma colectiva de decisiones en la vida del Partido: 

“En cuanto a mí, no soy más que un discípulo de Lenin, y el fin de mi vida es ser su digno discípulo…

El marxismo no niega, en modo alguno, el papel de las personalidades eminentes, como tampoco niega que los hombres hacen la historia… Y el valor que representan los grandes hombres depende de en qué medida saben comprender estas condiciones y quieren modificarlas. Si no comprenden estas condiciones y quieren modificarlas según les sugiere su fantasía, se encontrarán en la situación del Quijote…

No, no se puede decidir unipersonalmente. Las decisiones unipersonales siempre o casi siempre son unilaterales. En toda colectividad hay personas cuya opinión es necesario tener en cuenta… Por la experiencia de tres revoluciones sabemos que de cien decisiones unipersonales, que no se comprueben y enmienden colectivamente, alrededor de noventa son unilaterales... Jamás, en ninguna circunstancia tolerarían hoy nuestros obreros el Poder de una sola persona. En nuestro país, los prestigios de mayor magnitud quedan anulados, se reducen a la nada en cuanto las masas obreras les retiran su confianza, en cuanto pierden el contacto con las masas obreras.”
(J.V. Stalin: Ibíd., págs. 107-08, 109, 113) 

Fueron los revisionistas ocultos, como Jruschov y Rádek los que desarrollaron el culto a la personalidad en torno a Stalin. Jruschov introdujo el término “vozhd” (“líder”, que corresponde a la palabra alemana “Führer”). En la Conferencia de Moscú del Partido, en enero de 1932, Jruschov terminó su discurso diciendo:

“Los bolcheviques de Moscú, unidos como nunca antes en torno al Comité Central leninista y en torno al ‘vozhd’ de nuestro Partido, el camarada Stalin, marcha alegre y confiado hacia nuevas victorias en las batallas por el socialismo, por la revolución proletaria mundial.”
(Rabóchaia Moskva, 26 de enero 1932, citado en: L. Pistrak: El gran Táctico: El ascenso al poder de Jruschov, Londres, 1961, p. 159).  

Que Stalin estaba al tanto del hecho de que los revisionistas ocultos eran la fuerza principal detrás del “culto a la personalidad” fue informado en 1935 por el revisionista finlandés Tuominen, que describe cómo Stalin –cuando fue informado de que los bustos de él tenían ubicaciones prominentes en la galería de arte más importante de Moscú, el Tretiakov– exclamó: “¡Eso es un completo sabotaje!”. (A. Touminen: Op. cit., p. 164)  

El escritor alemán Lion Feuchtwanger, en 1936, confirma que Stalin sospechaba que el “culto a la personalidad” estaba siendo promovido por “saboteadores” con el objetivo de desacreditarlo:

“Es evidentemente molesto para Stalin ser adorado como es, y de vez en cuando se burla de eso. De todos los hombres que tienen poder que conozco, Stalin es el más modesto. Hablé francamente con él acerca del vulgar y excesivo culto hacia él, y él respondió con la misma franqueza. Cree que es posible incluso que detrás de eso estén “saboteadores” en un intento de desacreditarlo”. (L. Feuchtwanger: Moscow 1937, Londres, 1937, p. 93, 94).

¿Quién tomó la decisión para embalsamar a Lenin? 

Según I. Zbarsky y S. Hutchinson, “Lenin’s Embalmers” (Londres, 1998), hay dos posibles fuentes para la idea inicial y su aceptación:

(1) La Comisión Funeraria decidió embalsamar a Lenin
 

 Zbarsky y Hutchinson sugieren que la idea provino por primera vez de Félix Dzerzhinsky, presidente de la Comisión Funeraria, quien el 23 de enero, al parecer dijo:

“Los reyes son embalsamado porque son reyes. En mi opinión, la cuestión no es tanto si debemos preservar el cuerpo de Vladimir Ilich sino cómo lo hacemos.” (I. Zbarsky y S. Hutchinson, ibíd., p. 16; citando al Centro Ruso para la Conservación y Estudio de Documentos Históricos Contemporáneos (CRCEDHC); col. 16; inv. 2s, un. con. 49; f. 4) 

Ellos también sugieren que los demás miembros de la Comisión Funeraria formaron un “comité de tres” –Molotov, Yenukidze y Krassin– que en primer lugar:

“trató desesperadamente de encontrar una manera de salvar el cadáver de la descomposición... Krassin, un ex ingeniero sin calificación específica en biología, fue el primero en llegar a una solución de refrigeración.” (I. Zbarsky y S. Hutchinson, ibíd., p. 21; citando CRCEDHC; col. 16; inv. 2s, un. con. 51, f. 2)

(2) ¿Stalin decidió embalsamar a Lenin?
 

Pero, al mismo tiempo, estos autores sugieren que la idea es rastreable hasta antes de la muerte de Lenin, a Stalin:

“primero sugerido por Stalin en la reunión secreta del Buró Político, a finales de octubre de 1923.” (I. Zbarsky y S. Hutchinson, ibíd., p. 21, p. 15)
 

Sin embargo, no citan una fuente distinta a “según Bujarin”: 

“Valentin-Volsky nos dice que Stalin se encargó de convocar a una reunión del Buró Político, que se celebró a puerta cerrada, en el cual él fue el primero en proponer la idea de embalsamar el cuerpo de Lenin. Celebrada a finales de octubre de 1923, la conferencia secreta contó con la presencia de seis de los once miembros del Buró Político: Trotsky, Bujarin, Kámenev, Kalinin, Stalin y Rykov. No existe acta de la reunión; ninguna decisión ha sido registrada. Todo lo que es cierto –al menos, de acuerdo con Bujarin– es que estas discusiones se llevaron a cabo algún tiempo después de la última visita de Lenin al Kremlin del 19 de octubre de 1923.” (I. Zbarsky y S. Hutchinson, págs. 10-11; ibíd., citando: N.V. Valentin-Volsky: “The NEP and the Crisis in the Party after Lenin’s Death”; California Hoover Institution Press, Stanford University, 1971, págs. 90-93) 

Bujarin, por supuesto, era un enemigo de Stalin.

Se supone que Stalin dijo, el 19 de octubre:

“Camaradas, últimamente, la salud de Vladimir Ilich ha empeorado tanto que es de temer que pronto no estará más con nosotros. Por tanto, debemos considerar lo que hay que hacer cuando suceda ese momento de gran dolor. Entiendo que nuestros camaradas en las provincias están preocupados por este asunto. Ellos creen que es impensable que Lenin, como ruso, deba ser incinerado. Algunos de ellos sugieren que la ciencia moderna es capaz de preservar su cuerpo durante un tiempo considerable, lo suficiente al menos para acostumbrarnos a la idea de que ya no está más entre nosotros.”
(I. Zbarsky y S. Hutchinson, ibíd., págs. 10-11) 

Luego, según Zbarsky y Hutchinson, al parecer, se dio el siguiente intercambio de opiniones, con Trotsky y Bujarin censurando a Stalin por tratar de garantizar un “relicario” que seguiría a la muerte de Lenin:

“Trotsky respondió enojado:

“Si he entendido correctamente, el camarada Stalin propone sustituir las reliquias de San Sergei Radonezhsky y San Serafun Sarovsky con los restos de Vladimir Ilich. Esto es a lo que, a juzgar por sus largos y oscuras comentarios, parece se está dirigiendo con su referencia a lo que es y no es apropiado para ‘un ruso’. Me gustaría mucho saber quiénes son esos ‘camaradas de las provincias’ que se imaginan que la ciencia es capaz de preservar el cuerpo de Vladimir Ilich. Quisiera decirles a ellos que no han aprendido absolutamente nada acerca de la dialéctica marxista.”
 

“Trotsky está en lo correcto”, dijo Bujarin.

“Convertir los restos de Lenin en una reliquia sería un insulto a su memoria. Ni siquiera deberíamos pensar en una cosa así.” Kámenev estuvo de acuerdo con Trotsky y Bujarin: “Hay otras formas igualmente efectivas de honrar su nombre. Por ejemplo, para recordar a la gente el papel que desempeñó en la Revolución de Octubre, podríamos cambiar el nombre de Petrogrado a Leningrado. O podríamos imprimir millones de copias de sus obras. Pero la idea de embalsamarlo me parece una reminiscencia del clericalismo” que el propio Ilich denunció en sus escritos filosóficos.”
(I. Zbarsky y S. Hutchinson, ibíd., págs. 10-11) 

Parece que en este período de 1924-1930 se estaba erigiendo la fase “preparatoria” del culto de Lenin. 

Estamos a la espera de la prueba proveniente de los archivos de que Stalin fue el responsable de la decisión de embalsamar a Lenin. 

Hasta entonces, se debe asumir que los beneficiaros fueron los revisionistas. Sostenemos que en la actualidad no hay evidencia para demostrar de manera convincente que Stalin era partidario del embalsamamiento Lenin.

La aversión de Stalin por los cultos a la personalidad tampoco está en consonancia con las versiones de Trotsky y Bujarin. 

Durante la Segunda Guerra Mundial 

No obstante, una vez que se tomó la decisión de construir el mausoleo, pasó a manos del Estado. A partir de entonces, sin duda, Stalin y Beria se encargaron de garantizar su seguridad. La captura del cuerpo de Lenin por el ejército fascista alemán de Hitler, por ejemplo, hubiera sido una gran victoria propagandística que la URSS no podía permitir. Para protegerlo contra eso, se tomaron los correspondientes cuidados:

“Stalin recibía informes periódicos de la NKVD acerca de la condición de la momia y de las medidas tomadas para su conservación, tal como la evacuación durante la guerra a Tyumen, en Siberia occidental, desde 1941 hasta la primavera de 1945. El profesor Boris Ilich Zbarsky era responsable, ante los servicios de seguridad, de mantener el cuerpo de Lenin en condiciones aparentes; en 1934, él y Vorobiev fueron condecorados y cada uno recibió el uso de un automóvil, un privilegio excepcional de la época. En noviembre de 1939, Zbarsky fue transferido a un nuevo laboratorio, por iniciativa personal de Beria, y en 1944, fue admitido en la Academia – ni  su trabajo ni su posición le salvó de ser arrestado durante el terror de posguerra. A principios de 1970, ese laboratorio empleaba a veintisiete científicos y treintitrés técnicos, incluyendo tres académicos, un miembro numerario de la Academia de Ciencias, tres doctores en ciencias y doce Ph.Ds.”
(Volkoganov, Ibíd., págs.  444-45)

“Los especialistas en embalsamamiento observaban cuidadosamente cualquier marca en la piel de la momia, la ‘descamación en la nariz’, el ‘oscurecimiento’ o ‘deformación’ de la dermis. En febrero de 1940, por ejemplo, Beria informó al Buró Político que la inspección había revelado ‘cambios’ en la cara, ‘una abertura de la cicatriz [de la autopsia] en la cabeza, oscurecimiento de la nariz’.”…En marzo de 1940, el Buró Político aprobó el plan de Beria sobre un nuevo sarcófago. Se esperaba que, el 15 de abril, Zbarsky presentara planes y modelos ‘de tipo artístico’, para su finalización el 20 de octubre. Se delegaron tareas especiales al Comisario de Centrales Eléctricas e Industria Eléctrica, M.G. Pervukhin, y al Comisario de Armamento B.L. Varmikov.”
(Volkoganov, Ibíd., p. 445) 

El valor propagandístico del cuerpo embalsamado, sin duda, fue comprendido por los revisionistas después de la muerte de Stalin. El cuerpo de Lenin se convirtió en esencial para la mitología de que, efectivamente, el socialismo en la URSS seguía vivo. Después de todo, ¿qué podría ser más socialista que a venerar el cuerpo de Lenin? Los revisionistas prodigaron mucha atención al cuerpo: 

“En 1972, los salarios en el laboratorio se incrementaron en veinticinco por ciento. Se dedicó más cuidado y atención a él que al mísero servicio de salud pública del país… En la década de 1970, se utilizó un mejor sarcófago. Noventa y seis personas recibieron medallas y docenas más recibieron altos galardones por su creación. El mausoleo estuvo frecuentemente en reparación. En 1974, por ejemplo, la renovación costó 5.5 millones de rublos, y cuatrocientas personas recibieron medallas y premios.”
(Ibíd.) 

Después de la captura abiertamente capitalista
del Estado de la URSS por Gorbachov 

Ha habido varios intentos, por parte de los líderes abiertamente capitalistas del Estado, para remover el cuerpo de Lenin del mausoleo y desmantelar el edificio. Al parecer, el último deseo de Lenin era ser enterrado en una tumba junto a su madre, en Leningrado (ahora llamado nuevamente San Petersburgo). 

No obstante, la oposición de la clase obrera rusa –que ahora ve el mausoleo como una de las últimas reliquias sobrevivientes del antiguo Estado socialista– ha resistido. De hecho, los capitalistas ahora son los que van a “restaurar” el cuerpo.

“Después de 60 años usando el mismo traje…, Vladimir Lenin está recibiendo un cambio de imagen.
(con)... un nuevo traje que puede incluir una nueva corbata colorida… Originalmente, sus restos fueron vestidos con una chaqueta militar del Ejército Rojo, pero justo antes de la Segunda Guerra Mundial se le cambió a ropa de civil –el familiar traje oscuro y sombrío–. Entre el 10 de noviembre y el 29 de diciembre, una docena de científicos llevó a cabo el cambio de traje… Pero los partidarios han exigido que se quede en el mausoleo donde los turistas suelen hacer colas durante horas para presentarle sus respetos. ‘En la época soviética, era lo más cercano a un dios que teníamos’, dice Ilya Zbarsky, quien trabajó en el equipo de conservación. ‘Dos veces a la semana, humedecíamos la cara y las manos en una solución especial y mejorábamos defectos de menor importancia’.” (http://www.mirror.co.uk. “Lenin to Get a New Outfit” por Will Stewart) 

El mismo artículo continúa señalando que hoy en día las habilidades de los embalsamadores son más comúnmente usadas para embalsamar a jefes de la mafia rusa asesinados – a 7.500 libras por hora. 
 

Conclusiones

Honrar a los héroes (o heroínas) socialistas del pasado es natural. 

El establecimiento del culto a la personalidad es un arma peligrosa que es utilizada por los revisionistas ocultos para disfrazar sus ataques contra el socialismo.

Esto nos recuerda las palabras de Enver Hoxha, cuando en una entrevista describía el uso que los revisionistas hacen del culto a la personalidad:

“Pregunta: ¿Por qué, en su opinión, Stalin no preparó su sucesión?

Respuesta: Stalin pensó en eso. En el XIX Congreso amplió el Comité Central y el Buró Político con el fin de consolidar el liderazgo del Partido después de su muerte. Pero estaba rodeado –un poco como de Gaulle– de enemigos camuflados que constantemente le presentaban informes falsos. Él les dijo: “Después de mi muerte, ustedes van a entregar la Unión Soviética”; pero no tuvo éxito en la lucha contra ellos en ese tiempo.

Stalin fue un gran hombre. Yo lo conocí de cerca: tuve cinco reuniones con él. Era un hombre sabio y sensato. Luchó contra los enemigos de la Unión Soviética y del comunismo.

Antes y después de la Segunda Guerra Mundial, Stalin consolidó la posición de la Unión Soviética, política, económica y militarmente. Él había señalado que su país estaba siendo socavado –y socavado gravemente. Jruschov y Mikoyán me dijeron con su propia boca que habían organizado un complot contra Stalin, que habían tenido la intención de asesinarlo en un golpe de Estado, pero tuvieron miedo del pueblo. Esa es la clase de criminales y asesinos que eran. Incluso después de la muerte de Stalin, siguieron gritando: “¡Viva Stalin!” y diciendo: “Stalin era un gran hombre”. Pero, en cierto momento, después de haber consolidado sus posiciones, salieron en su contra con sus conocidos ataques. Acusaron a Stalin de todos los delitos y faltas que cometieron ellos mismos. Que nunca aceptamos, y lo declaramos abiertamente en la reunión de 81 partidos comunistas en Moscú en 1960. Es por eso que nos acusan de ser stalinistas. Pero somos marxista-leninistas stalinistas y ponemos en práctica todo lo que es bueno para el socialismo en Albania.”
(Entrevista concedida en Tirana en diciembre de 1984 por Enver Hoxha, Primer Secretario del Comité Central del Partido del Trabajo de Albania, al profesor Paul Milliez, Presidente de la Asociación de Amistad Franco-Albanesa. En “La vida de Albania”, Edición 32, nº 2, 1985, número conmemorativo por la muerte de Enver Hoxha)
 

Tomado de la revista Alliance!, de octubre de 2003, publicado en  ml-review.ca 

Traducido para “Crítica Marxista-Leninista” por Yk.Pk.
 
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viernes, 25 de octubre de 2013

Bettelheim y la experiencia soviética: Crítica de un “marxista” burgués a un “marxista” pequeñoburgués

Charles Bettelheim pretendió hacer una interpretación de la historia de la lucha de clases de la URSS utilizando categorías que son parte del arsenal del maoísmo, aunque en su cometido fue más allá que el propio PCCh. En esto y en su análisis de la economía del periodo de transición del capitalismo al comunismo, y específicamente en su estudio de la economía socialista soviética, incurrió en profundos errores, algunos de los cuales fueron señalados en el artículo que publicamos en la entrega anterior. En esta oportunidad reproducimos otro artículo contemporáneo al libro de Bettelheim, “Las luchas de clases en la URSS”, escrita por el “marxista” burgués Ralph Miliband. Es interesante advertir cómo este autor, declarado antistalinista, le señala a Bettelheim las debilidades y limitaciones teóricas, históricas y prácticas de su análisis “marxista”. Por otro lado, aunque Miliband también critica tesis correctas defendidas por Bettelheim, en particular sobre la restauración capitalismo en la URSS y el socialimperialismo, tiene razón cuando llama la atención sobre el insuficiente desarrollo de esas tesis y especialmente sobre la falta de mayores argumentos.
 
La obra de Bettelheim es una crítica dedicada al “marxismo congelado” que estaría representado por Stalin y no tiene ningún pudor en establecer que la nueva clase burguesa de la que habla se formó desde los primeros años de la revolución socialista; que el hecho de que los bolcheviques la consideraran como burocracia y no como burguesía, contribuyó a enmascarar a los revisionistas que luego tomarían el poder después de la muerte de Stalin, etc. Es bastante evidente que la posición desde la que habla Bettelheim, no es la del proletariado, de ahí sus críticas a la experiencia soviética de industrialización y colectivización, y a las tesis de Stalin sobre la construcción del socialismo, entre otras cosas. La evaluación de Bettelheim sobre la experiencia socialista soviética dirigida por Stalin (que no la diferencia de la era revisionista) se puede resumir en la última frase del artículo que reproducimos: ciertas formas de combatir al capitalismo eran ilusorias y no hacían más que reforzar a la burguesía en el seno de los aparatos políticos y económicos”. Puestas las cosas así, se puede decir que la posición, el punto de vista y el método de Bettelheim son ajenos al marxismo-leninismo, y es el colmo que hasta un “marxista” burgués se lo señale. (Por cierto, Ralph Miliband es el difunto padre del actual líder del Partido Laborista inglés, Ed Miliban, que por su posición podría convertirse en Primer Ministro de Inglaterra)
 
Bettelheim y la experiencia soviética
Ralph Miliband
(Extractos)
1977

Bettelheim señala claramente que su opinión actual sobre la URSS y su evolución histórica se debe en gran parte a la influencia de la experiencia china, o a lo que él piensa que ha sido esta experiencia. Su obra es, en efecto, el intento “occidental” más ambicioso y totalizador por aplicar las categorías maoístas para dilucidar la historia soviética, para dilucidar, en el presente volumen, los primeros años de la experiencia soviética. Esto constituye el interés principal del libro, ya que, por otra parte, no representa ninguna contribución original al estado actual de los conocimientos históricos sobre esos años, y resulta de hecho extremadamente superficial. La obra debe ser juzgada como un ensayo de un cierto tipo de teoría e interpretación socialista; y debo decir ahora que, como tal, me parece un trabajo de ínfima calidad. También esto tiene su interés: Bettelheim es un reputado escritor socialista, y el hecho de que su libro tenga tan enormes debilidades puede decirnos algo sobre las categorías que utiliza, y que han llegado a disfrutar de un público bastante amplio. Además, los temas que trata son, actualmente, de considerable importancia y, por tanto, la discusión que de ella hace Bettelheim exige cuidadosa atención. 

EL ECONOMICISMO  

Bettelheim parte de la ya familiar proposición de que el error cardinal de todo el movimiento obrero, desde la Segunda Internacional, pasando por la historia de la Tercera y penetrando toda la experiencia soviética, ha sido el “economicismo”. Este término ha llegado a ser utilizado de forma excesivamente vaga y arbitraria, pero Bettelheim lo interpreta otorgándole tres significados: primero, la idea de que la propiedad social de los medios de producción es sinónimo de, o al menos produce necesariamente, la transformación socialista de las relaciones de producción. Segundo, la creencia (relacionada con lo anterior) en la “primacía” del desarrollo de las fuerzas productivas; en otras palabras, la suposición de que las relaciones socialistas de producción dependen, o deben ser precedidas, de la consecución de un cierto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. El tercer error del economicismo, según esta versión del término, es la convicción de que con la abolición de la propiedad privada y la desaparición de los capitalistas, los aparatos de poder y, especialmente, el Estado cambian conjuntamente su carácter, llegando a reflejar o incluso a encarnar la dictadura del proletariado.  

Bettelheim tiene razón, obviamente, al afirmar que éstas son deformaciones graves del marxismo. De hecho, la cuestión puede enfocarse de manera más general: literalmente, el economicismo es una forma de reduccionismo histórico y sociológico que condena al fracaso cualquier explicación o proyecto basado en él. Sin embargo, es preciso introducir dos puntualizaciones en relación con la presentación que Bettelheim hace de la cuestión. Por una parte, resulta muy dudoso que la deformación economicista del marxismo fuese alguna vez tan burda y radical como él señala, incluso en los momentos de su mayor predominancia, es decir, la posición que adoptó, en gran parte con intenciones manipulatorias, la Tercera Internacional bajo la dirección o coacción de Stalin. El economicismo no debe convertirse en una explicación omnicomprensiva de fenómenos que requieren una investigación más profunda que la que una nueva denuncia permite. Con respecto al movimiento obrero anterior al stalinismo, la deformación economicista, aunque real, puede ser exagerada con facilidad. El segundo y más importante problema es que la denuncia del economicismo, en la versión de Bettelheim, puede transformase fácilmente en una seria subestimación de la importancia de los factores económicos (que nunca son, obviamente, puramente “económicos”, cualquiera que sea el significado de la expresión). Resultado evidente de esta subestimación es el inverso del economicismo, que algunas veces ha sido llamado voluntarismo.  

En el contexto que nos ocupa, la subestimación proviene de una interpretación excesivamente optimista de la experiencia china. Así, Bettelheim pretende que “El ejemplo de China demuestra que no es necesario (y que en realidad, es peligroso) pretender construir primero las bases materiales de la sociedad socialista remitiendo a más tarde la transformación de las relaciones sociales, que serían así puestas en armonía con fuerzas productivas más elevadas”.[1]  

Sin embargo, no es cierto que la experiencia china “pruebe” nada tan concluyente como sugiere Bettelheim. Lo que demuestra es que el margen de innovación es mucho más amplio de lo que prescribía el dogma stalinista; y que, en diferentes terrenos, y en condiciones económicas altamente desfavorables, es posible todavía mucho más de lo que sugeriría una burda perspectiva economicista. 

Hay que decir en honor de los chinos que ellos han sido bastante menos propensos que muchos de sus adoradores a subestimar o ignorar la importancia de los factores “económicos”: ¿cómo podrían realmente hacerlo en un país dominado todavía por un subdesarrollo omnipresente? El mismo Bettelheim es muy consciente del significado del subdesarrollo; e intenta, por tanto, integrarlo en su marco de análisis mediante la afirmación de que el desarrollo de las fuerzas productivas y la transformación socialista de las relaciones de producción deben ser entendidos como “tareas conjuntas”. Esto, afirma, es lo que expresa la fórmula “hacer la revolución y promover la producción” del Partido Comunista Chino.[2] No obstante, fórmulas y consignas similares no resuelven los problemas teóricos, por no hablar de los prácticos, que plantea un escaso desarrollo de las fuerzas productivas para la creación de una sociedad socialista, cuestiones éstas muy distintas de la proclamación retórica de que esa sociedad ha sido creada, o va en camino de serlo, aquí, allí o en cualquier parte. Bettelheim advierte con pesar que Marx y Engels no siempre se vieron libres de lo que él considera pensamiento economicista. Sin embargo, en el sentido que él le da, no es economicismo percibir el grado de desarrollo de las fuerzas productivas como un factor limitante de la mayor importancia. Economicismo quiere decir que los límites que se fijan son tan estrechos que excluyen la posibilidad de innovación socialista; y posee todavía un significado más definido en la medida en que denota la creencia en que un elevado grado de desarrollo de las fuerzas productivas bajo una forma socializada de propiedad, produce necesaria y automáticamente relaciones socialistas de producción. Más allá de estos significados, el “economicismo”, aunque no se le llame así, es un buen antídoto contra los sortilegios y el triunfalismo.  

También podemos dudar de la corrección de la insistencia de Bettelheim, en la misma vena, a propósito de que la transformación de las formas jurídicas de propiedad resulta insuficiente para producir una transformación de las relaciones de producción. Cierto. Pero el desprecio hoy tan en boga, incluso entre los marxistas, hacia las “meras” medidas de nacionalización conlleva el riesgo de subestimar la importancia de tales medidas como una condición necesaria para el logro de cualquier objetivo ulterior. Nacionalizar no es socializar. Pero si la socialización quiere tener alguna probabilidad de éxito, requiere la transformación de las formas jurídicas de propiedad. 

A pesar de todo, Bettelheim tiene razón al señalar la importancia de las relaciones socialistas de producción. Pero, podemos preguntarnos con razón, ¿qué es lo que realmente quiere decir con esto? Una de las grandes debilidades de su libro es su notable imprecisión a este respecto. En un determinado momento, define estas relaciones como “la forma del proceso social de apropiación” (lo que presumiblemente significa quién se apropia de qué y por qué) y “el lugar que la forma de este proceso asigna a los agentes de la producción”, esto es, “las relaciones que entre éstos se establecen en la producción social” (presumiblemente quién hace qué y en qué condiciones)[3]. Pero esto, obviamente, no hace más que señalar las cuestiones que deben ser abordadas. Más aún, Bettelheim sitúa estas relaciones de producción dentro de una totalidad de relaciones sociales, que son todas interdependientes y necesitan ser “revolucionarizadas” para crear una sociedad socialista[4]. Lo que esto implica, apunta también, es la consecución de un orden social cuyas características principales sean la abolición de la división social entre las “funciones de dirección” y las “funciones de ejecución”, de la separación entre el trabajo manual e intelectual, de la diferencia entre el campo y la ciudad y entre los obreros y los campesinos.  

Así sea. Pero, como Bettelheim insiste repetidamente y con razón, éste está llamado a ser un largo, difícil y doloroso proceso (incluso suponiendo que sea posible su realización total). Mientras tanto, permanece planteada la cuestión de las relaciones socialistas de producción que deben ser consideradas parte integrante de ese largo, difícil y doloroso proceso. El problema fundamental consiste en poder determinar cuáles son los criterios que hacen posible juzgar si se están o no logrando avances, y cuánto más específicos sean los criterios, mejor.  

Pero a este respecto, Bettelheim no da ninguna ayuda y de hecho no tiene nada que decir sobre cuáles son esos criterios. Nos dice que  

“al instaurar su poder de clase y al nacionalizar ciertas fábricas [sic], el proletariado adquiere la posibilidad —pero solamente la posibilidad— de revolucionarizar el proceso real de producción y, por tanto, de hacer surgir nuevas relaciones de producción, una nueva división social del trabajo y nuevas fuerzas productivas. En la medida en que esa tarea no se cumpla subsisten las antiguas relaciones capitalistas de producción, así como las formas de representación y de ideología bajo las que aparecen tales relaciones. En la medida en que esa tarea se encuentra en curso de realización, las antiguas relaciones son parcialmente transformadas, la transición socialista está en curso y puede hablarse de una “sociedad socialista”.”[5]  

La razón por la que sería posible hablar de este “proceso de transición” como propio de una “sociedad socialista” no está clara. Pero aparte de esto, es obvio que la cuestión planteada anteriormente, esto es, qué cuestiones en términos institucionales o de otro tipo abarca de hecho el “proceso de transición”, no ha sido contestada de ninguna forma. ¿Quién recibe qué? ¿Quién manda? ¿En qué condiciones? Bettelheim no lo sabe o no lo dice. Lo que afirma es que este proceso de transición conlleva una nueva “lucha de clases”, cuya discusión a lo largo del texto no responde a ninguna de las cuestiones planteadas por las “relaciones socialistas de producción”, pero que suscita una nueva serie de preguntas.  

LA “BURGUESÍA DE ESTADO”  

Al comienzo de su libro Bettelheim afirma que  

“la existencia de la dictadura del proletariado y de las formas estatales o colectivas de propiedad no basta para que queden “abolidas” las relaciones de producción capitalistas y para que “desaparezcan” las clases antagonistas: burguesía y proletariado. La burguesía puede revestir formas de existencia transformadas y principalmente la de una burguesía de Estado.”[6]  

A pesar de que este concepto de burguesía de Estado es de una importancia clave para su análisis no lo discute en detalle, y especifica que “no puede ser desarrollado aquí”, no se sabe muy bien por qué[7]. Sin embargo, dice que el concepto designa a los agentes de reproducción social distintos de los productores inmediatos que —en razón del sistema de relaciones sociales existentes y de las prácticas sociales dominantes— tienen la disposición efectiva de los medios de producción y de los productos que pertenecen formalmente al Estado.[8]  

En una nota a pie de página posterior explica también que, una vez consolidada, la burguesía de Estado se distingue por su relación con los medios de producción, su papel en la división social del trabajo, la parte que recibe de la riqueza producida y sus “prácticas de clase”.[9]  

En éstas, como en otras muchas afirmaciones, Bettelheim da por hecho algo que debe ser demostrado o al menos argumentado —en este caso, la existencia real de una “burguesía de Estado”, concepto que evoca una formación de clase muy definida, cuya naturaleza exacta exige ser especificada—. Pero lo exige en vano. Bettelheim parece haber retomado una versión bastante extrema de la tesis de la “nueva clase” y también parece situar la aparición de esta clase en los primeros días de la revolución bolchevique. Lo que parece estar sugiriendo es que allí donde existe una división del trabajo según la cual algunas personas situadas en el aparato del Estado o del partido ejercen una “función directiva”, se constituyen en “burguesía de Estado”, inmersa en una “lucha de clases” con el “proletariado”. Como sociología del complejo proceso de estratificación y dominación que forma parte de la consolidación de los regímenes colectivistas, y especialmente de la Unión Soviética, esto difícilmente nos será útil. Tampoco mejora demasiado el “modelo” con las puntualizaciones que pueden extraerse de diversas partes del texto y que pueden detallarse como sigue.  

En primer lugar,  

“resultaría totalmente erróneo —escribe Bettelheim— considerar que forman parte de la burguesía de Estado todos los que ocupan puestos de dirección (en los años posteriores a la revolución) en la industria o en los aparatos económicos y administrativos. [Porque algunos de estos puestos fueron ocupados] por comunistas que desarrollaron] lo más posible prácticas proletarias y ayuda [ron] a fondo a los trabajadores a liberarse de las relaciones burguesas y dar rienda suelta a sus iniciativas.”[10]  

Estos cuadros, que generalmente rechazaban salarios más altos que los de los obreros, no formaban parte de esta burguesía de Estado, sino del proletariado “al cual están ideológica y materialmente integrados y del cual, muy frecuentemente han salido”.[11] 

Sigue sin especificarse el contenido de estas prácticas proletarias. Pero la imagen que se presenta aquí es la de que uno u otro en el aparato de poder, son miembros de la burguesía de Estado, otros, situados en los mismos aparatos de poder, no lo son. Sin embargo, esto priva al concepto de burguesía de Estado de todo significado, excepto del más arbitrario y subjetivo. Salvo por las cuestiones salariales, fácilmente eludibles mediante pluses u otros recursos, la pertenencia a la burguesía de Estado depende de criterios que no se especifican en absoluto. O puede ser que estos criterios sean establecidos por una autoridad superior, en cuyo caso es obviamente posible ser comunista hoy, miembro de la burguesía de Estado mañana, o viceversa, en cualquier momento. 

Esta impresión de designación externa subjetiva se acentúa por la segunda puntualización que hace Bettelheim, esto es, la referente al partido revolucionario o más bien a algunos de sus elementos. Porque el “carácter proletario” del partido  

“no puede mantenerse duraderamente más que si la unidad ideológica del partido se funda en los principios del marxismo revolucionario y si el partido funciona respetando estos principios, constituyendo así una vanguardia revolucionaria sostenida por las masas trabajadoras.”[12] 

Sin embargo, como Bettelheim no se molesta por explicar lo que esto implica, no hemos avanzado mucho. No obstante, lo que sí nos dice es que  

“la definición de la línea revolucionaria proletaria no puede depender, por tanto, de un simple “voto mayoritario”, ni en una asamblea popular u obrera, ni en un Congreso del partido o en una reunión de su Comité Central. La experiencia muestra que frente a una situación profundamente nueva, por lo general sólo una minoría encuentra la vía justa, incluso en un partido proletario experimentado.”[13]  

Partiendo de esto, no debe extrañarnos que Bettelheim posea una idea bastante elástica de la dictadura del proletariado; y que no encuentre gran dificultad en identificarla, en los años posteriores a la revolución rusa, con la dictadura del partido, a pesar del aislamiento creciente de este último, de su “autonomización”, a la que nos referiremos más tarde, y de la aparición de una burguesía de Estado. Una vez que la “línea correcta” se encuentra representada en una minoría, todo lo demás resulta fácil con tal, obviamente, que uno se identifique con ella o la apruebe.  

Pero no es realmente en una minoría en lo que Bettelheim confía como medio para combatir la formación y consolidación de la burguesía de Estado. Es más bien —y esto es la tercera puntualización a su “modelo”— en un gran dirigente. Aunque no se explicite tan abiertamente, esto es lo que se deduce de la apoteosis que Bettelheim hace de Lenin después de 1917, en la que se le describe como guía omnisciente, provisto de un mecanismo autocorrector para aquellas raras ocasiones en las que cometía lo que podríamos llamar errores. Huelga añadir que la mayoría, si no es que la totalidad, de los errores reales fueron cometidos por otras personas y debido a una aplicación equivocada de las acertadas opiniones y política de Lenin.[14]  

Desde esta perspectiva, Lenin es representado, bastante conscientemente, como el prototipo exacto del presidente Mao, en términos calcados de las descripciones que se suelen hacer del liderazgo de este último. Desgraciadamente, las fuerzas contra las que luchaba Lenin fueron demasiado poderosas para él, como igualmente lo fueron para el resto de las contratendencias, con el resultado de que la burguesía de Estado se desarrolló y consolidó su dominio. Antes de proseguir, merece la pena señalar que existe otra “contrafuerza” que Bettelheim menciona, a saber, la resistencia de los trabajadores que “constituye uno de los obstáculos que limitan las posibilidades de consolidación de una burguesía de Estado”. Pero ésta es una forma “elemental” de la lucha de clases que en realidad no puede afectar la situación[15]. Resulta muy notable y revelador que, a pesar de sus constantes referencias a la práctica proletaria y similares, Bettelheim se vuelve muy circunspecto y receloso cuando tropieza con este tipo de “lucha de clases”. Tampoco tiene nada que decir sobre el modo en que podrían institucionalizarse las prácticas democráticas, lo que es absolutamente crucial. Todas las tendencias de su pensamiento lo conducen a confiar preferentemente en los “comunistas” situados en los aparatos de poder, en una minoría “conocedora de la línea correcta” y en un dirigente inspirado y capaz de “nadar contra la corriente”.
[...]
 
...
Bettelheim señala que los “errores” cometidos por Stalin proporcionaron una “lección ejemplar para el proletariado mundial”. Pero resulta instructivo averiguar cuál cree que ha sido esta lección ejemplar: los errores en cuestión han  
 
“puesto de manifiesto finalmente, que ciertas formas de combatir al capitalismo eran ilusorias y no hacían más que reforzar a la burguesía en el seno de los aparatos políticos y económicos.”
 

[1] Ibíd., p.35. Subrayado en el original.
[2] Ibíd., p. 405.
[3] Ibíd., p. 13. Subrayado en el original.
[4] Ibíd., p. 120.
[5] Ibíd., p 119. Subrayado en el original.  
[6] Ibíd., p. 14
[7] Ibíd., p. 36. n. 54
[8] Ibíd., p. 36, n.54. Subrayado en el original.
[9] Ibíd., p. 149, n. 59. Más adelante utiliza también el término “burguesía de Estado” para designar la forma desarrollada de lo que ya existía en los primeros tiempos de la revolución bajo la forma embrionaria de la “burocracia” del Estado y del partido; y posteriormente la define como la “fracción dirigente” en la medida de que dispone del conjunto o de lo esencial de los medios de producción, y en que éstos funcionan sobre la base de relaciones de producción capitalistas (en particular, de la división capitalista del trabajo)” (pp. 285-86. Subrayado en el original).
[10] Ibíd., p. 150.
[11] Ibíd., pp. 150-151.  
[12] Ibíd., p. 376. Subrayado en el original.
[13] Ibíd., p. 379. Subrayado en el original.
[14] Ibíd., p.p. 45-46, 4474-76 y passim