Charles Bettelheim pretendió hacer una interpretación de la historia de la lucha de clases de la URSS utilizando categorías que son parte del arsenal del maoísmo, aunque en su cometido fue más allá que el propio PCCh. En esto y en su análisis de la economía del periodo de transición del capitalismo al comunismo, y específicamente en su estudio de la economía socialista soviética, incurrió en profundos errores, algunos de los cuales fueron señalados en el artículo que publicamos en la entrega anterior. En esta oportunidad reproducimos otro artículo contemporáneo al libro de Bettelheim, “Las luchas de clases en la URSS”, escrita por el “marxista” burgués Ralph Miliband. Es interesante advertir cómo este autor, declarado antistalinista, le señala a Bettelheim las debilidades y limitaciones teóricas, históricas y prácticas de su análisis “marxista”. Por otro lado, aunque Miliband también critica tesis correctas defendidas por Bettelheim, en particular sobre la restauración capitalismo en la URSS y el socialimperialismo, tiene razón cuando llama la atención sobre el insuficiente desarrollo de esas tesis y especialmente sobre la falta de mayores argumentos.
La obra de Bettelheim es una crítica dedicada al “marxismo congelado” que estaría representado por Stalin y no tiene ningún pudor en establecer que la nueva clase burguesa de la que habla se formó desde los primeros años de la revolución socialista; que el hecho de que los bolcheviques la consideraran como burocracia y no como burguesía, contribuyó a enmascarar a los revisionistas que luego tomarían el poder después de la muerte de Stalin, etc. Es bastante evidente que la posición desde la que habla Bettelheim, no es la del proletariado, de ahí sus críticas a la experiencia soviética de industrialización y colectivización, y a las tesis de Stalin sobre la construcción del socialismo, entre otras cosas. La evaluación de Bettelheim sobre la experiencia socialista soviética dirigida por Stalin (que no la diferencia de la era revisionista) se puede resumir en la última frase del artículo que reproducimos: “ciertas formas de combatir al
capitalismo eran ilusorias y no hacían más que reforzar a la burguesía en
el seno de los aparatos políticos y económicos”. Puestas las cosas así, se puede decir que la posición, el punto de vista y el método de Bettelheim son ajenos al marxismo-leninismo, y es el colmo que hasta un “marxista” burgués se lo señale. (Por cierto, Ralph Miliband es el difunto padre del actual líder del Partido Laborista inglés, Ed Miliban, que por su posición podría convertirse en Primer Ministro de Inglaterra)
Bettelheim y la experiencia soviética
Ralph Miliband
(Extractos)
1977
Bettelheim señala claramente que su opinión actual sobre la URSS y su
evolución histórica se debe en gran parte a la influencia de la experiencia
china, o a lo que él piensa que ha sido esta experiencia. Su obra es, en
efecto, el intento “occidental” más
ambicioso y totalizador por aplicar las categorías maoístas para dilucidar la
historia soviética, para dilucidar, en el presente volumen, los primeros
años de la experiencia soviética. Esto
constituye el interés principal del libro, ya que, por otra parte, no representa ninguna contribución original al
estado actual de los conocimientos históricos sobre esos años, y resulta de
hecho extremadamente superficial. La obra debe ser juzgada como un ensayo de un
cierto tipo de teoría e interpretación socialista; y debo decir ahora que, como
tal, me parece un trabajo de ínfima calidad. También esto tiene su interés:
Bettelheim es un reputado escritor socialista, y el hecho de que su libro tenga
tan enormes debilidades puede decirnos algo sobre las categorías que utiliza, y
que han llegado a disfrutar de un público bastante amplio. Además, los temas
que trata son, actualmente, de considerable importancia y, por tanto, la
discusión que de ella hace Bettelheim exige cuidadosa atención.
EL ECONOMICISMO
Bettelheim parte de la ya familiar proposición de que el error cardinal de
todo el movimiento obrero, desde la Segunda Internacional, pasando por la
historia de la Tercera y penetrando toda la experiencia soviética, ha sido el “economicismo”.
Este término ha llegado a ser utilizado de forma excesivamente vaga y
arbitraria, pero Bettelheim lo interpreta otorgándole tres significados:
primero, la idea de que la propiedad social de los medios de producción es
sinónimo de, o al menos produce necesariamente, la transformación socialista de
las relaciones de producción. Segundo, la creencia (relacionada con lo
anterior) en la “primacía” del desarrollo de las fuerzas productivas; en otras
palabras, la suposición de que las relaciones socialistas de producción
dependen, o deben ser precedidas, de la consecución de un cierto nivel de
desarrollo de las fuerzas productivas. El tercer error del economicismo, según
esta versión del término, es la convicción de que con la abolición de la
propiedad privada y la desaparición de los capitalistas, los aparatos de poder
y, especialmente, el Estado cambian conjuntamente su carácter, llegando a
reflejar o incluso a encarnar la dictadura del proletariado.
Bettelheim tiene razón, obviamente, al afirmar que éstas son deformaciones
graves del marxismo. De hecho, la cuestión puede enfocarse de manera más
general: literalmente, el economicismo es una forma de reduccionismo histórico
y sociológico que condena al fracaso cualquier explicación o proyecto basado en
él. Sin embargo, es preciso introducir dos puntualizaciones en relación con la
presentación que Bettelheim hace de la cuestión. Por una parte, resulta muy dudoso que la deformación
economicista del marxismo fuese alguna vez tan burda y radical como él señala,
incluso en los momentos de su mayor predominancia, es decir, la posición que
adoptó, en gran parte con intenciones manipulatorias, la Tercera Internacional
bajo la dirección o coacción de Stalin. El economicismo no debe convertirse en
una explicación omnicomprensiva de fenómenos que requieren una investigación
más profunda que la que una nueva denuncia permite. Con respecto al movimiento
obrero anterior al stalinismo, la deformación economicista, aunque real, puede
ser exagerada con facilidad. El segundo y más importante problema es que la
denuncia del economicismo, en la versión
de Bettelheim, puede transformase fácilmente en una seria subestimación de
la importancia de los factores económicos (que nunca son, obviamente, puramente
“económicos”, cualquiera que sea el significado de la expresión). Resultado
evidente de esta subestimación es el inverso del economicismo, que algunas
veces ha sido llamado voluntarismo.
En el contexto que nos ocupa, la subestimación proviene de una interpretación excesivamente optimista
de la experiencia china. Así, Bettelheim pretende que “El ejemplo de China
demuestra que no es necesario (y que en realidad, es peligroso) pretender
construir primero las bases materiales de la sociedad socialista remitiendo a
más tarde la transformación de las relaciones sociales, que serían así
puestas en armonía con fuerzas productivas más elevadas”.[1]
Sin embargo, no es cierto que la experiencia china “pruebe” nada tan
concluyente como sugiere Bettelheim. Lo que demuestra es que el margen de
innovación es mucho más amplio de lo que prescribía el dogma stalinista; y que,
en diferentes terrenos, y en condiciones económicas altamente desfavorables, es
posible todavía mucho más de lo que sugeriría una burda perspectiva
economicista.
Hay que decir en honor de los chinos que ellos han sido bastante menos
propensos que muchos de sus adoradores a subestimar o ignorar la importancia de
los factores “económicos”: ¿cómo podrían realmente hacerlo en un país dominado
todavía por un subdesarrollo omnipresente? El mismo Bettelheim es muy
consciente del significado del subdesarrollo; e intenta, por tanto, integrarlo
en su marco de análisis mediante la afirmación de que el desarrollo de las
fuerzas productivas y la transformación socialista de las relaciones de
producción deben ser entendidos como “tareas conjuntas”. Esto, afirma, es lo
que expresa la fórmula “hacer la revolución y promover la producción” del
Partido Comunista Chino.[2]
No obstante, fórmulas y consignas
similares no resuelven los problemas teóricos, por no hablar de los prácticos,
que plantea un escaso desarrollo de las fuerzas productivas para la creación de
una sociedad socialista, cuestiones éstas muy distintas de la proclamación
retórica de que esa sociedad ha sido creada, o va en camino de serlo, aquí,
allí o en cualquier parte. Bettelheim
advierte con pesar que Marx y Engels no siempre se vieron libres de lo que él
considera pensamiento economicista. Sin embargo, en el sentido que él le
da, no es economicismo percibir el
grado de desarrollo de las fuerzas productivas como un factor limitante de la
mayor importancia. Economicismo quiere decir que los límites que se fijan son
tan estrechos que excluyen la posibilidad de innovación socialista; y posee
todavía un significado más definido en la medida en que denota la creencia en
que un elevado grado de desarrollo de las fuerzas productivas bajo una forma
socializada de propiedad, produce necesaria y automáticamente relaciones
socialistas de producción. Más allá de estos significados, el “economicismo”,
aunque no se le llame así, es un buen antídoto contra los sortilegios y el
triunfalismo.
También podemos dudar de la corrección de la insistencia de Bettelheim, en
la misma vena, a propósito de que la transformación de las formas jurídicas de
propiedad resulta insuficiente para producir una transformación de las
relaciones de producción. Cierto. Pero el desprecio hoy tan en boga, incluso
entre los marxistas, hacia las “meras” medidas de nacionalización conlleva el
riesgo de subestimar la importancia de tales medidas como una condición
necesaria para el logro de cualquier objetivo ulterior. Nacionalizar no es
socializar. Pero si la socialización quiere tener alguna probabilidad de éxito,
requiere la transformación de las formas jurídicas de propiedad.
A pesar de todo, Bettelheim tiene razón al señalar la importancia de las
relaciones socialistas de producción. Pero, podemos preguntarnos con razón,
¿qué es lo que realmente quiere decir con esto? Una de las grandes debilidades de su libro es su notable
imprecisión a este respecto. En un determinado momento, define estas relaciones
como “la forma del proceso social de apropiación” (lo que presumiblemente
significa quién se apropia de qué y por qué) y “el lugar que la forma de
este proceso asigna a los agentes de la producción”, esto es, “las
relaciones que entre éstos se establecen en la producción social”
(presumiblemente quién hace qué y en qué condiciones)[3].
Pero esto, obviamente, no hace más que señalar las cuestiones que deben ser
abordadas. Más aún, Bettelheim sitúa
estas relaciones de producción dentro de una totalidad de relaciones sociales,
que son todas interdependientes y necesitan ser “revolucionarizadas” para crear
una sociedad socialista[4].
Lo que esto implica, apunta también, es la consecución de un orden social cuyas
características principales sean la abolición de la división social entre las “funciones
de dirección” y las “funciones de ejecución”, de la separación entre el trabajo
manual e intelectual, de la diferencia entre el campo y la ciudad y entre los
obreros y los campesinos.
Así sea. Pero, como Bettelheim insiste repetidamente y con razón, éste está
llamado a ser un largo, difícil y doloroso proceso (incluso suponiendo que sea
posible su realización total). Mientras tanto, permanece planteada la cuestión de las relaciones socialistas de
producción que deben ser consideradas parte integrante de ese largo,
difícil y doloroso proceso. El problema
fundamental consiste en poder determinar cuáles son los criterios que hacen
posible juzgar si se están o no logrando avances, y cuánto más específicos sean
los criterios, mejor.
Pero a este respecto, Bettelheim no da ninguna ayuda y de hecho no tiene
nada que decir sobre cuáles son esos criterios. Nos dice que
“al instaurar su poder de clase y al nacionalizar ciertas fábricas [sic],
el proletariado adquiere la posibilidad —pero solamente la posibilidad— de revolucionarizar el proceso
real de producción y, por tanto, de hacer surgir nuevas relaciones de
producción, una nueva división social del trabajo y nuevas fuerzas productivas.
En la medida en que esa tarea no se cumpla subsisten las antiguas relaciones
capitalistas de producción, así como las formas de representación y de
ideología bajo las que aparecen tales relaciones. En la medida en que esa tarea
se encuentra en curso de realización, las antiguas relaciones son parcialmente
transformadas, la transición socialista está en curso y puede
hablarse de una “sociedad socialista”.”[5]
La razón por la que sería posible hablar de este “proceso de transición”
como propio de una “sociedad socialista” no está clara. Pero aparte de esto, es
obvio que la cuestión planteada anteriormente, esto es, qué cuestiones en
términos institucionales o de otro tipo abarca de hecho el “proceso de
transición”, no ha sido contestada de ninguna forma. ¿Quién recibe qué? ¿Quién
manda? ¿En qué condiciones? Bettelheim no lo sabe o no lo dice. Lo que afirma
es que este proceso de transición conlleva una nueva “lucha de clases”, cuya
discusión a lo largo del texto no responde a ninguna de las cuestiones
planteadas por las “relaciones socialistas de producción”, pero que suscita una
nueva serie de preguntas.
LA “BURGUESÍA
DE ESTADO”
Al comienzo de su libro Bettelheim afirma que
“la existencia de la dictadura del proletariado y de las formas estatales o
colectivas de propiedad no basta para que queden “abolidas” las relaciones de
producción capitalistas y para que “desaparezcan” las clases antagonistas:
burguesía y proletariado. La burguesía puede revestir formas de existencia
transformadas y principalmente la de una burguesía de Estado.”[6]
A pesar de que este concepto de
burguesía de Estado es de una importancia clave para su análisis no lo discute
en detalle, y especifica que “no puede ser desarrollado aquí”, no se sabe
muy bien por qué[7].
Sin embargo, dice que el concepto designa a los agentes de reproducción social
distintos de los productores inmediatos que —en razón del sistema de relaciones
sociales existentes y de las prácticas sociales dominantes— tienen la disposición
efectiva de los medios de producción y de los productos que
pertenecen formalmente al Estado.[8]
En una nota a pie de página posterior explica también que, una vez
consolidada, la burguesía de Estado se distingue por su relación con los medios
de producción, su papel en la división social del trabajo, la parte que recibe
de la riqueza producida y sus “prácticas de clase”.[9]
En éstas, como en otras muchas afirmaciones, Bettelheim da por hecho algo que debe ser demostrado o al menos
argumentado —en este caso, la existencia real de una “burguesía de
Estado”, concepto que evoca una formación de clase muy definida, cuya
naturaleza exacta exige ser especificada—. Pero lo exige en vano.
Bettelheim parece haber retomado una versión bastante extrema de la tesis de la
“nueva clase” y también parece situar la
aparición de esta clase en los primeros días de la revolución bolchevique.
Lo que parece estar sugiriendo es que
allí donde existe una división del trabajo según la cual algunas personas
situadas en el aparato del Estado o del partido ejercen una “función directiva”,
se constituyen en “burguesía de Estado”, inmersa en una “lucha de clases” con
el “proletariado”. Como sociología del complejo proceso de estratificación
y dominación que forma parte de la consolidación de los regímenes
colectivistas, y especialmente de la Unión Soviética, esto difícilmente nos
será útil. Tampoco mejora demasiado el “modelo” con las puntualizaciones que
pueden extraerse de diversas partes del texto y que pueden detallarse como
sigue.
En primer lugar,
“resultaría totalmente erróneo —escribe Bettelheim— considerar que forman
parte de la burguesía de Estado todos los que ocupan puestos de dirección (en
los años posteriores a la revolución) en la industria o en los aparatos
económicos y administrativos. [Porque algunos de estos puestos fueron ocupados]
por comunistas que desarrollaron] lo más posible prácticas proletarias y ayuda
[ron] a fondo a los trabajadores a liberarse de las relaciones burguesas y dar
rienda suelta a sus iniciativas.”[10]
Estos cuadros, que generalmente rechazaban salarios más altos que los de
los obreros, no formaban parte de esta burguesía de Estado, sino del
proletariado “al cual están ideológica y materialmente integrados y del cual,
muy frecuentemente han salido”.[11]
Sigue sin especificarse el contenido de estas prácticas proletarias. Pero la imagen que se presenta aquí es la de que
uno u otro en el aparato de poder, son miembros de la burguesía de Estado,
otros, situados en los mismos aparatos de poder, no lo son.
Sin embargo, esto priva al concepto de burguesía de Estado de todo significado,
excepto del más arbitrario y subjetivo.
Salvo por las cuestiones salariales, fácilmente eludibles mediante pluses u
otros recursos, la pertenencia a la burguesía de Estado depende de criterios que no se especifican en absoluto. O puede ser que
estos criterios sean establecidos por una autoridad superior, en cuyo caso es
obviamente posible ser comunista hoy, miembro de la burguesía de Estado mañana,
o viceversa, en cualquier momento.
Esta impresión de designación
externa subjetiva se acentúa por la segunda puntualización que hace
Bettelheim, esto es, la referente al partido revolucionario o más bien a
algunos de sus elementos. Porque el “carácter proletario” del partido
“no puede mantenerse duraderamente más que si la unidad ideológica del
partido se funda en los principios del marxismo revolucionario y si el partido
funciona respetando estos principios, constituyendo así una vanguardia
revolucionaria sostenida por las masas trabajadoras.”[12]
Sin embargo, como Bettelheim no se molesta por explicar lo que esto
implica, no hemos avanzado mucho. No obstante, lo que sí nos dice es que
“la definición de la línea revolucionaria proletaria no puede depender, por
tanto, de un simple “voto mayoritario”, ni en una asamblea popular u obrera, ni
en un Congreso del partido o en una reunión de su Comité Central. La
experiencia muestra que frente a una situación profundamente nueva, por
lo general sólo una minoría encuentra la vía justa, incluso en un partido
proletario experimentado.”[13]
Partiendo de esto, no debe extrañarnos que Bettelheim posea una idea bastante elástica de la dictadura
del proletariado; y que no encuentre gran dificultad en identificarla, en
los años posteriores a la revolución rusa, con la dictadura del partido, a
pesar del aislamiento creciente de este último, de su “autonomización”, a la
que nos referiremos más tarde, y de la aparición de una burguesía de Estado.
Una vez que la “línea correcta” se encuentra representada en una minoría, todo
lo demás resulta fácil con tal, obviamente, que uno se identifique con ella o
la apruebe.
Pero no es realmente en una minoría en lo que Bettelheim confía como medio
para combatir la formación y consolidación de la burguesía de Estado. Es más
bien —y esto es la tercera puntualización a su “modelo”— en un gran dirigente. Aunque no se
explicite tan abiertamente, esto es lo que se deduce de la apoteosis que
Bettelheim hace de Lenin después de 1917, en la que se le describe como guía
omnisciente, provisto de un mecanismo autocorrector para aquellas raras
ocasiones en las que cometía lo que podríamos llamar errores. Huelga añadir que
la mayoría, si no es que la totalidad, de los errores reales fueron cometidos
por otras personas y debido a una aplicación equivocada de las acertadas
opiniones y política de Lenin.[14]
Desde esta perspectiva, Lenin es representado, bastante conscientemente,
como el prototipo exacto del presidente Mao, en términos calcados de las
descripciones que se suelen hacer del liderazgo de este último.
Desgraciadamente, las fuerzas contra las que luchaba Lenin fueron demasiado
poderosas para él, como igualmente lo fueron para el resto de las
contratendencias, con el resultado de que la burguesía de Estado se desarrolló
y consolidó su dominio. Antes de proseguir, merece la pena señalar que existe
otra “contrafuerza” que Bettelheim menciona, a saber, la resistencia de los
trabajadores que “constituye uno de los obstáculos que limitan las
posibilidades de consolidación de una burguesía de Estado”. Pero ésta es una
forma “elemental” de la lucha de clases que en realidad no puede afectar la
situación[15].
Resulta muy notable y revelador que, a pesar de sus constantes referencias a la
práctica proletaria y similares, Bettelheim se vuelve muy circunspecto y
receloso cuando tropieza con este tipo de “lucha de clases”. Tampoco tiene nada
que decir sobre el modo en que podrían institucionalizarse las prácticas
democráticas, lo que es absolutamente crucial. Todas las tendencias de su pensamiento lo conducen a confiar
preferentemente en los “comunistas” situados en los aparatos de poder, en una
minoría “conocedora de la línea correcta” y en un dirigente inspirado y capaz
de “nadar contra la corriente”.
[...]
...
Bettelheim señala que los “errores” cometidos por Stalin proporcionaron una
“lección ejemplar para el proletariado mundial”. Pero resulta instructivo
averiguar cuál cree que ha sido esta lección ejemplar: los errores en cuestión
han
“puesto de manifiesto finalmente, que ciertas formas de
combatir al capitalismo eran ilusorias y no hacían más que reforzar a la
burguesía en el seno de los aparatos políticos y económicos.”
[9] Ibíd., p. 149, n. 59. Más
adelante utiliza también el término “burguesía de Estado” para designar la
forma desarrollada de lo que ya existía en los primeros tiempos de la
revolución bajo la forma embrionaria de la “burocracia” del Estado y del
partido; y posteriormente la define como la “fracción dirigente” en la medida
de que “dispone del conjunto o de
lo esencial de los medios de producción, y en que éstos
funcionan sobre la base de relaciones de producción capitalistas (en
particular, de la división capitalista del trabajo)” (pp. 285-86. Subrayado en
el original).