jueves, 26 de diciembre de 2013

La táctica de Lenin en la revolución rusa

El estudio de todas las obras de Lenin entre febrero y octubre de 1917, es uno de los desafíos y una de las aventuras más fascinantes, desde todo punto de vista. “Jamás, en la historia, se ha demostrado con tal intensidad una capacidad semejante de acompañar, comprender y orientar un proceso revolucionario, reflexionando teóricamente sobre la práctica cotidiana, día por día”, dice la autora del artículo que presentamos a continuación. Vania Bambirra es una de las economistas renombradas que en la década de 1970 desarrolló la "teoría de la dependencia" que tomando herramientas del marxismo fracasó en su pretensión de ser una teoría marxista. Este artículo sobre la táctica de Lenin en la revolución rusa es una invitación al estudio y análisis de la aplicación viva del marxismo que Lenin realiza en el mismo desarrollo de la revolución.


La táctica de Lenin en la revolución rusa
Vania Bambirra
(1977) 

Pero, para consolidar para los pueblos de Rusia las conquistas de la revolución democrático-burguesa, debíamos ir más allá, y así lo hicimos. Resolvimos los problemas de la revolución democrático-burguesa al pasar, como un “subproducto” de nuestras actividades fundamentales y genuinamente proletarias, revolucionarias, socialistas. Hemos dicho siempre que las reformas son un subproducto de la lucha de clases revolucionaria. Las reformas democrático-burguesas —lo hemos dicho y demostrado con los hechos— son un subproducto de la revolución proletaria, es decir, socialista. Digamos de paso que todos los Kautsky, Hilferding, Mártov, Chernov, Hillquit, Longuet, Mac Donald, Turati y demás héroes de ese marxismo del “II ½” no fueron capaces de comprender esta relación entre la revolución democrático-burguesa y la revolución proletaria, socialista. La primera se transforma en la segunda. La segunda resuelve al pasar los problemas de la primera, la segunda consolida la obra de la primera. La lucha, y sólo la lucha, determina hasta qué punto la segunda logra rebasar a la primera.  

El régimen soviético es precisamente una de las confirmaciones o manifestaciones evidentes de esta transformación de una revolución en otra. El régimen soviético es la máxima democracia para los obreros y campesinos, y al mismo tiempo señala una ruptura con la democracia burguesa y la aparición de un nueva tipo de democracia de proyección histórica, es decir, la democracia proletaria o dictadura del proletariado.  

V.I. Lenin, “Ante el IV Aniversario de la Revolución de Octubre”. Obras completas, t. XXXV, p. 488. 
 

El objeto de este artículo que es parte de un estudio más amplio, es exponer de manera muy sucinta los aspectos principales de la táctica leninista de febrero a octubre de 1917. Durante este periodo, la capacidad táctica de Lenin se revela en toda su plenitud. Jamás, en la historia, se ha demostrado con tal intensidad una capacidad semejante de acompañar, comprender y orientar un proceso revolucionario, reflexionando teóricamente sobre la práctica cotidiana, día por día. Quienquiera que desee entender el fenómeno de la política y su expresión máxima, que es la revolución social que se engendra en el momento más agudo de la lucha de clases, y aprender ciencia política, encontrará, sin duda, en la revolución rusa y en su conducción por el leninismo una magnífica ocasión para hacerlo.  

Debido a la riqueza de enseñanzas tácticas que emerge de los textos de Lenin durante los ocho meses que preceden a la conquista del poder, vamos a centrar nuestra atención en su análisis tal cual se desarrolla durante esta etapa, sin considerar sus reflexiones posteriores sobre el triunfo de octubre (como las contenidas, por ejemplo, en sus panfletos “La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo”; “Las elecciones a la Asamblea Constituyente y la dictadura del proletariado”; y en varios de sus informes a los congresos de la Comintern, discursos y conferencias. Nuestro propósito es exponer la percepción específica que tuvo Lenin de la revolución y de sus momentos cruciales en el acto mismo de su realización.  

El leninismo es, antes que nada, un método de acción revolucionaria, de aplicación creadora del marxismo, y contiene como tal enseñanzas de carácter universal. Sin embargo, siempre es necesario recordar que ese método se expresa a través de un análisis concreto de una situación concreta. Y vale la pena recordar también una observación que Lenin hacía insistentemente: “No copien nuestras tácticas, sino analicen independientemente las causas de sus rasgos peculiares, las condiciones que la originaron, y sus resultados, aplicando no la letra, sino el espíritu, la esencia y las lecciones de la experiencia de 1917-21.” [1]  

Hemos dividido nuestra exposición en tres partes. En la primera, tratamos de mostrar cómo la preocupación de Lenin se centra hasta el mes de julio, profundizando la etapa democrática, en crear las condiciones para el paso a la revolución socialista. En este periodo la idea de la insurrección aún no se plantea. La preocupación fundamental es lograr consolidar la dirección de la vanguardia proletaria sobre el proceso revolucionario, en los soviets sobre todo, y fortalecer al partido, para poder empujar la revolución hacia su etapa superior. Durante esos meses, Lenin contempla la posibilidad de la revolución por la vía pacífica. 

En la segunda parte, mostramos cómo, a partir de julio, en función de la profundización de la crisis general de la sociedad rusa, de la maduración de las condiciones subjetivas, Lenin cambia de táctica: admite, entonces, que el camino pacífico se había cerrado definitivamente, y que era necesario preparar y realizar lo más pronto posible la insurrección. Por un momento aún, Lenin piensa que era posible intentar un compromiso con la pequeña burguesía —¡no con la burguesía!— para tratar de retomar la senda pacífica de la revolución. Pero inmediatamente se percata de que tal compromiso era ya irrealizable, que tal posibilidad más bien había existido sólo en su cabeza, y ni siquiera llegan a publicarse sus proposiciones en este sentido.  

Finalmente, en la última parte, intentamos hacer una síntesis global de las principales tesis leninistas sobre las dos grandes etapas del proceso revolucionario de 1917, con el objeto de entregar al lector una visión de conjunto de las mismas y de los factores de triunfo. Vale la pena señalar que Lenin, en reflexiones posteriores, agrega una serie de elementos que son esenciales para la comprensión del por qué triunfó la revolución de octubre. Pero esto es materia de otro artículo.  

Hemos preferido utilizar como referencias bibliográficas las Obras escogidas en tres tomos de la Editorial Progreso a las que el lector tiene más acceso.  

1. ¿Una revolución pacífica?

La revolución democrático-burguesa estalla en Rusia en febrero de 1917, como resultado de una serie de motines espontáneos realizados por el proletariado y el campesinado, hartos de guerra y de hambre. Los exiliados rusos fueron sorprendidos por los acontecimientos. Su estado de ánimo, hasta este momento, lo refleja bien la siguiente observación de Lenin, en enero de 1917, en una conferencia que dictó en Suiza, en conmemoración de la revolución de 1905: “Nosotros, los viejos, quizá no lleguemos a ver las batallas decisivas de esa revolución futura.” [2] 

Sin embargo, la desesperación de las masas, hambrientas y agotadas por más de dos años de guerra, las condujo a un cuestionamiento radical del gobierno zarista, que fue impotente para reprimir el deseo unánime de las clases sociales mayoritarias por cambiar el curso de sus vidas. Esto ocurrió “debido a una situación histórica original en extremo; se fundieron, con unanimidad notable, corrientes absolutamente diferentes, intereses de clase absolutamente heterogéneos, aspiraciones políticas y sociales absolutamente opuestas.[3]

De esta revolución resultó un gobierno burgués, bajo la hegemonía del partido demócrata-constitucionalista, en alianza con los terratenientes, que preconizaba proseguir la guerra, en unión con Inglaterra y Francia. Lenin caracterizó de esta manera a tal gobierno:

atado de pies y manos al capital imperialista, por la política imperialista belicista, de rapiña; ya ha iniciado las transacciones (¡sin consultar al pueblo!) con la dinastía; ya se afana por restaurar la monarquía zarista; ya invita a un candidato a reyezuelo, a Michail Romanov; ya se preocupa de afianzar su trono, de sustituir la monarquía legitimista (legal, basada en viejas leyes) por una monarquía bonapartista, plebiscitaria (basada en un sufragio popular falsificado).  

La burguesía no tenía posibilidades de instrumentar las transformaciones democráticas reivindicadas por el pueblo; no podía satisfacer las consignas de “pan, paz y libertad”. Por esta razón, Lenin comprendía que “la única garantía de la libertad y de la destrucción completa del zarismo es armar al proletariado, consolidar, extender, desarrollar el papel, la importancia del soviet de diputados obreros”, que surgió inmediatamente después del triunfo de la revolución, como una demostración del aprendizaje de la experiencia de 1905, y creía indispensable preparar a la clase obrera para su “triunfo en la segunda etapa de la revolución”, que debería culminar con la toma del poder por el proletariado.[4] 

Las “Tesis de Abril”, documento de importancia crucial para comprender la posición leninista en el periodo, contienen todo un programa de lucha y una sistematización de las principales tareas del proletariado en la primera etapa de la revolución. Lenin destaca la “no implantación del socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar únicamente a la instauración inmediata del control de la producción social y de la distribución de los productos por los soviets de diputados obreros”.[5] 

La existencia de los soviets de obreros y campesinos “con uniforme de soldado” al lado del Gobierno Provisional burgués expresaba una situación de dualidad de poderes, hecho notable producido por la revolución. Así caracteriza Lenin al poder de los soviets: “una dictadura revolucionaria, es decir, un poder que se apoya directamente en la conquista revolucionaria, en una iniciativa directa de las masas populares desde abajo, y no en la ley promulgada por el poder centralizado del Estado”. Éste era un poder “del mismo tipo que la Comuna de Paris de 1871”. Estas características, por cierto, estaban aún en “estado embrionario” y necesitaban ser desarrolladas hasta sus últimas consecuencias. Por esta razón, Lenin insistía en la imprescindible lucha por el poder en los soviets y escribía: “Para convertirse en poder, los obreros conscientes tienen que ganarse la mayoría: mientras no exista violencia contra las masas, no habrá otro camino para llegar al poder. No somos blanquistas, no somos partidarios de la toma del poder por una minoría.” [6]

Lenin creía que era factible la toma del poder por el proletariado y sus aliados por medio del camino pacífico. Esta convicción la mantuvo hasta el mes de julio. A su entender, la revolución había confirmado, en un cierto sentido, sus tesis de 1905:  

El origen y la significación de clase de esta dualidad de poderes residen en que la revolución rusa de marzo de 1917, además de barrer toda la monarquía zarista y entregar todo el poder a la burguesía, se acercó de lleno a la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos. Precisamente esa dictadura (es decir, un poder que no se basa en la ley, sino en la fuerza directa de las masas armadas de la población, y precisamente de las clases mencionadas) son el Soviet de Petrogrado y los soviets locales de diputados obreros y soldados.  

Sin embargo, destaca que  

no cabe la menor duda de que ese “entrelazamiento” [de dos dictaduras, la burguesa y la del Soviet] no está en condiciones de sostenerse mucho tiempo. En un Estado no pueden existir dos poderes [...] La dualidad de poderes no expresa más que un momento transitorio en el curso de la revolución, el momento en que ésta ha rebasado ya los cauces de la revolución democrático-burguesa corriente, pero no ha llegado todavía al tipo “puro” de dictadura del proletariado y de los campesinos.[7]

¿En qué sentido debería ser superada la primera etapa democrática de la revolución? Realizando el análisis de las tareas de la clase obrera, Lenin decía que “el defecto principal y el error principal de todos los razonamientos de los socialistas consisten en que el problema se plantea en términos demasiado generales —transición al socialismo—, cuando lo que corresponde es hablar de los pasos y medidas concretas. Unos han madurado ya, otros no. Vivimos un momento de transición”. Este texto es de gran importancia para comprender su concepción de las etapas intermedias, que se sitúan entre el agotamiento de una etapa revolucionaria y la gestación de otra nueva.[8]

Veamos cómo prosigue su razonamiento:  

La revolución rusa ha creado los soviets. En ningún país burgués existen ni puede existir instituciones estatales semejantes, y ninguna revolución socialista puede operar con otro poder que no sea éste. Los soviets de diputados obreros y soldados deben tomar el poder, pero no para implantar una república burguesa corriente ni para pasar directamente al socialismo. Eso es imposible. ¿Para qué, entonces? Deben tomar el poder para dar los primeros pasos concretos, que pueden y deben darse hacia esta transición.[9]

Pero, en el mes de abril, cuando Lenin redacta estas tesis, consideraba que aún era prematura la consigna “¡Abajo el gobierno provisional!”. Creía que “hay que derribar al gobierno provisional, mas no ahora”. Sin embargo, subraya que “no hay que deslizarse al reformismo. No luchamos para ser vencidos, sino para salir vencedores. Y, en el peor de los casos, contamos con obtener un triunfo parcial. De salir derrotados, conseguiremos a pesar de todo, un triunfo parcial. Conseguiremos reformas, y las reformas son un instrumento auxiliar de la lucha de clases”.[10] “El proletariado de Rusia, que actúa en uno de los países más atrasados de Europa, con una inmensa población de pequeños campesinos, no puede proponerse como meta inmediata la realización de transformaciones socialistas.” Pero sería un grave error si el proletariado renunciara a implementar su tarea de “explicar al pueblo la urgencia inaplazable de una serie de pasos prácticamente maduros hacia el socialismo”.[11]  

En mayo-abril, ocurre el primer gran cuestionamiento de la actuación del Gobierno Provisional por parte del pueblo, lo que conduce a la caída del ministerio burgués y a la formación de un gobierno de coalición de la izquierda reformista (los mencheviques y SRs). El poder de los soviets se va configurando cada vez más como una realidad indiscutible. Lenin observaba que 

no existe una sola clase que pueda oponerse al poder de los soviets. En Rusia, por condiciones excepcionales, puede desarrollarse pacíficamente esa revolución. [...] Sólo hay en todo el mundo un país —y ese país es Rusia— que puede hoy, en el terreno de clase, contra los capitalistas, dar los pasos necesarios para poner fin a la guerra imperialista, sin necesidad de una revolución sangrienta, y, mientras subsista el soviet de diputados obreros y soldados, Rusia seguirá siendo el único país que puede hacer eso.[12] [Esta posibilidad provenía del hecho de que] las armas [estaban] en manos del pueblo y libre de todo constreñimiento exterior: tal era el fondo de la cuestión. Esto era lo que abría y garantizaba a toda la revolución una senda pacífica para su desarrollo.[13] 

Después de haberse opuesto a que los bolcheviques realizaran una manifestación en pro del poder soviético, la mayoría reformista que aún controlaba los soviets convoca, el 18 de junio a una gran manifestación. En ésta, los obreros y soldados levantan las consignas planteadas por los bolcheviques (¡Todo el poder a los soviets! y ¡Abajo los diez ministros capitalistas!). Lenin consideró esta fecha como “un día de viraje”.[14] Viraje porque los bolcheviques comenzaban a afirmarse como la vanguardia de las masas y porque empezaba a quedar en claro que “la burguesía es, precisamente, la contrarrevolución”. 

El 3 de julio ocurre otra gran manifestación de masas. 

Esta fue el producto espontáneo de la revuelta del pueblo frente a la incapacidad del Gobierno Provisional de cumplir sus promesas, lo que configuraba su traición a los anhelos de las masas. Inicialmente, los bolcheviques estuvieron en contra de la realización de esta manifestación, pues podría ser interpretada como una provocación y servir de pretexto a la represión burguesa. Sin embargo, no pudiendo evitarla, trataron de asumir su control: una característica típica de la táctica leninista.[15]

A partir de esta fecha, la burguesía, en pánico por el ascenso del movimiento popular, culpa a los bolcheviques de haber promovido un intento insurreccional frustrado y empieza una feroz represión en contra de ellos, buscando, de esta manera, crear las condiciones para generalizarla en seguida sobre toda la izquierda y liquidar, finalmente, el poder de los soviets. Lenin y otros dirigentes, son acusados de ser agentes alemanes; él pasa a la clandestinidad y comienza a preparar al partido para enfrentar la dura vida clandestina y luchar, desde ahí, en contra de la contrarrevolución. Lenin escribe, entonces: 

Las tres crisis [del 20 al 21 de abril; del 10 y 18 de junio, y del 3 y 4 de julio] vienen a revelarnos una forma nueva en la historia de nuestra revolución, de manifestaciones de un tipo más complejo, de movimientos por oleadas que suben velozmente y descienden de un modo súbito, que exacerban la revolución y la contrarrevolución y “barren”, por un periodo más o menos largo, a los elementos moderados. 

Por su forma, el movimiento tiene en las tres crisis el carácter de una manifestación. Una manifestación dirigida contra el gobierno: tal es, atendiéndose a la forma, la descripción más exacta de los acontecimientos. 

Y, refutando la acusación de que los bolcheviques habían provocado la última crisis: 

Ningún bolchevique del mundo sería capaz de provocar un movimiento popular, cuanto menos tres, si no concurrieran causas económicas y políticas muy profundas, que se encargan de poner en acción al proletariado.[16]

En julio, pues, se configura una nueva situación coyuntural. A raíz de la nueva crisis, Kerensky asume facultades dictatoriales en el gobierno. Por su parte, los soviets, controlados por los reformistas, se muestran incapaces de llevar a la práctica una política proletaria. Lenin, cuyos análisis y consignas revelan una comprensión de la revolución en cada momento de la práctica política, cambia la orientación de la lucha:

De hecho, el poder estatal fundamental en Rusia es hoy una dictadura militar. [...] Las esperanzas de un desarrollo pacífico de la revolución rusa se han desvanecido para siempre [...] La consigna ¡Todo el poder a los soviets! era la consigna adecuada a un desarrollo pacífico de la revolución, posible en abril, en mayo, en junio y aún hasta el 5-9 de julio, es decir, antes de que el poder pasara efectivamente a manos de la dictadura militar. Ahora, esa consigna ya no es justa, pues no toma en cuenta el cambio operado ni el hecho de que los eseristas y mencheviques han traicionado totalmente y de hecho a la revolución.

Plantea, entonces: 

Nada de ilusiones acerca de un camino pacífico [...] hay que reunir fuerzas, reorganizarlas y prepararlas tenazmente para una insurrección armada, siempre que la evolución de la crisis permita hacerlo en una verdadera escala de masas; de todo el pueblo.[17]

2. El viraje hacia la insurrección armada

Lenin lamentó el cierre del camino pacífico, pues este era “el camino menos doloroso de todos”. Él había creído, hasta entonces, que “la pugna de las clases y los partidos dentro de los soviets, una vez que éstos se hubiesen hecho cargo a tiempo de todos los poderes del Estado, se habría desarrollado del modo más pacífico y menos doloroso. Con todo, ahora, consideraba sin vacilaciones que “la senda del desarrollo pacífico de la revolución se nos ha cerrado. Ante nosotros se abre otra senda, no pacífica, la más dolorosa de todas”. Esto era así porque “el poder ha pasado, en el punto decisivo, a manos de la contrarrevolución”, lo que lo llevaba a la constatación de que “las masas revolucionarias del pueblo [...] vuelven la espalda a los partidos eserista y menchevique, que han traicionado la causa de la revolución”. En consecuencia, Lenin llamaba “a dar un giro a todas las campañas de agitación”, con el objeto de desenmascarar a la reacción burguesa y a los reformistas, seguro de que “bajo las circunstancias ‘normales’ del desarrollo capitalista, este proceso sería muy largo y muy difícil, pero la guerra y la ruina económica lo acelerarán extraordinariamente. Con estos aceleradores, un mes y hasta una semana pueden igualarse a un año entero”.[18]

Lenin se refugia en Finlandia, perseguido por Kerensky, y escribe, en esta ocasión, su panfleto El Estado y la revolución, que contiene una exposición detallada y enriquecida de los fundamentos de la teoría marxista del Estado en el capitalismo y en un periodo de transición al comunismo. ¿Por qué Lenin se preocupa, en este momento, por precisar la concepción marxista sobre el Estado? Es que él entendía que sólo desde una perspectiva estratégico-táctica superior era posible precisar con todo rigor la orientación de las etapas inferiores de la lucha, vale decir, la lucha por la destrucción del Estado burgués y por la implantación de la dictadura del proletariado. De esta manera, Lenin se preocupaba por preparar plenamente a la vanguardia para las tareas inmediatas y para la construcción de la nueva sociedad que se avecinaba.

A finales de agosto, mientras Lenin se encontraba aún clandestino en Finlandia, ocurre el intento de golpe por parte de Kornílov. Es la oportunidad que tiene Lenin de demostrar el alto nivel de su capacidad táctica. Kornílov representaba los intereses más exacerbados de la derecha, era la amenaza más concreta de la contrarrevolución. Lenin propone entonces la consigna: “con el canalla Kerensky contra el canalla Kornílov.” El “apoyo” a Kerensky fue dado “sin debilitar un ápice nuestra hostilidad contra él, sin retirar una sola palabra dicha en su contra, sin, renunciar al objetivo de derribar a Kerensky”. Lenin se basaba en el hecho de que “hay que tomar en cuenta el momento: no vamos a derrocar a Kerensky en seguida, ahora encararemos de otra manera la tarea de luchar contra él, o más precisamente, haciendo ver al pueblo (que lucha contra Kornílov) la debilidad y las vacilaciones de Kerensky. También antes se hacía esto, pero ahora pasa a ser lo fundamental; en esto consiste el cambio”[19] de la forma de lucha contra Kerensky. Esta fue una cabal demostración de la flexibilidad de la táctica leninista, de su capacidad de adaptarse a cada nueva situación y de proponer la forma de su superación. Esta ha sido, sin duda, una de las revelaciones más cabales de la esencia táctica del leninismo. 

Luego, una vez derrotado el intento golpista de Kornílov —por la agitación bolchevique, que convenció a las tropas de no plegarse al golpe—, Lenin aún pensó que existía la remota posibilidad de retomar el camino pacífico. Pensó, por un momento, en la viabilidad de un compromiso con los reformistas, para que ellos asumiesen el gobierno, lo que podría garantizar la libre actuación de los bolcheviques. Esto “podría garantizar muy probablemente un movimiento pacífico de avance de toda la revolución rusa y ofrecería extraordinarias probabilidades de que el movimiento mundial se adelante a grandes pasos hacia la paz y hacia el triunfo del socialismo”. Este último aspecto siempre fue contemplado por Lenin como un elemento esencial de la victoria del socialismo en Rusia. “Sólo en nombre de este desarrollo pacífico de la revolución, posibilidad extraordinariamente rara en, la historia y extraordinariamente valiosa, exclusivamente rara, sólo en nombre de ella, pueden y deben, a mi parecer, los bolcheviques, partidarios de la revolución mundial y de los métodos revolucionarios, aceptar tales compromisos”

Estos planteamientos de Lenin son de suma relevancia para comprender la posición marxista sobre la forma pacífica o insurreccional de una revolución. No existe una posición de principio en cuanto a la vía a seguir. Esta es determinada en función de las condiciones objetivas que se generan en un proceso histórico dado. Ahora bien, Lenin insiste en que, si hay una posibilidad de conducir a la victoria de la revolución ahorrándose la insurrección, “aunque no sea más que una probabilidad sobre cien, valdría la pena intentarlo”. Lenin no manejaba dogmas, sino posibilidades que emergían de situaciones concretas y específicas. Y, en función de esta posibilidad “extraordinariamente valiosa”, propone un compromiso con la pequeña burguesía reformista. En este aspecto, también Lenin entrega una gran lección de táctica política, cuando explica que no tiene sentido renunciar a cualquier compromiso con otras clases, sino saber contraerlos sin violar los principios de su clase.[20] 

Sin embargo, no existía viabilidad en la sociedad rusa para que se cumplieran estos proyectos de Lenin. Los reformistas seguían aliándose a la burguesía; la fuerza de los bolcheviques, a partir de la derrota de Kornílov, crecía de manera incuestionable y ellos se transformaron en la mayoría de los soviets; y, por último, “una catástrofe de proporciones sin precedentes y el hambre” amenazaban con hundir el país en el caos. Esa catástrofe sólo podría ser conjurada mediante una serie de medidas de carácter económico y social, que suponían que el poder político estuviera hegemónicamente en manos de la clase obrera. (Cf. “La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla”). Lenin, después de analizar rigurosamente la necesidad de que la vanguardia tomara y mantuviera el poder (Cf. “¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?”), pasa entonces a proponer a su partido, con todas sus fuerzas y con el máximo de insistencia, la realización de la insurrección. A partir del momento en que los bolcheviques ganaron la mayoría en los soviets, “la consigna de ‘Todo el poder a los soviets’ es la consigna de la insurrección”.[21]

Lenin analiza minuciosamente todas las medidas que deberían ser implementadas por el nuevo Estado, que aún eran tareas típicas del capitalismo de Estado. Pero éste “es la preparación material más completa para el socialismo, su antesala, un peldaño de la escalera histórica entre el cual y el peldaño llamado socialismo no hay ningún peldaño intermedio [...] El curso objetivo del desarrollo es tal que no hay posibilidad de dar un paso de avance partiendo: de los monopolios (cuyo número, papel e importancia ha venido a duplicar la guerra), sin caminar hacia el socialismo”. De ésta manera Lenin refuta a los reformistas, como Plejánov, Dan y Chernov, que alegan “que nuestra revolución es una revolución burguesa, que no se puede ‘implantar’ el socialismo, etcétera, etcétera”. Lenin demuestra que, si bien las tareas esenciales que tenía que cumplir de inmediato la revolución no eran aún socialistas, el carácter de la revolución sí era socialista, pues “es imposible avanzar sin caminar hacia el socialismo, sin dar pasos hacia él [...] El socialismo no es más que el monopolio capitalista de Estado puesto al servicio de todo el pueblo y, por ello, ha dejado de ser monopolio capitalista”[22]. Lenin demuestra, teóricamente, y con anticipación (pues, a partir de octubre, la realidad confirmaría sus tesis), cómo dialécticamente es superada la etapa democrática por la socialista, cómo las tareas democráticas inconclusas deben ser cumplidas en el contexto de la revolución proletaria, cómo debe transcurrir el agotamiento de las medidas democráticas en el contexto de una revolución socialista, que se define como tal por la existencia de la hegemonía del poder en manos del proletariado. 

El socialismo surge en la revolución rusa como una necesidad histórica para superar la crisis política, económica y social. Pero, si Lenin podía demostrar científicamente la necesidad y la posibilidad del socialismo, su gestación, por medio de la insurrección, era más bien un arte, “que hay que tratarla como tal arte”. Por esto Lenin define, entonces, los requisitos indispensables para el triunfo de una insurrección: “no debe apoyarse en una conjuración, en un partido, sino en la clase avanzada. Esto en primer lugar. En segundo lugar, debe apoyarse en el auge revolucionario del pueblo. En tercer lugar, la insurrección debe apoyarse en aquel momento de viraje en la historia de la revolución ascensional en que la actividad de la vanguardia del pueblo sea mayor, en que mayores sean las vacilaciones en las filas de los enemigos y en las filas de los aliados débiles, a medias, indecisos, de la revolución. Estas tres condiciones, previas al planteamiento del problema de la insurrección son las que precisamente diferencian el marxismo del blanquismo”.[23] En septiembre-octubre de 1917, en Rusia, todas estas condiciones existían y, por eso, Lenin afirmaba: “nuestro triunfo es seguro”

Esta convicción irreductible de Lenin fue uno de los factores fundamentales del éxito de la revolución bolchevique, pues su actitud fue definitiva en el sentido de aplastar las vacilaciones que existían en el interior del partido. Bolcheviques como Zinoviev, Kámenev, Rykov, Noguin y Miliutin se oponían a la insurrección, bajo el argumento de que era demasiado arriesgada, que se iban a aislar, etcétera. Recordando posteriormente esos días, Lenin comenta: 

El conflicto llegó a tal punto que los camaradas nombrados se retiraron ostentosamente de todos los puestos de responsabilidad del trabajo del partido y de los soviets, para gran alegría de los enemigos de la revolución soviética. Las cosas llegaron hasta una polémica sumamente enconada en la prensa del CC de nuestro partido, con quienes habían renunciado. [...] No es difícil comprender —prosigue Lenin— por qué ocurrió eso. En vísperas de una revolución y en momentos de la más encarnizada lucha por la victoria, las menores vacilaciones dentro del partido pueden malograrlo todo, hacer fracasar la revolución, arrancar el poder de manos del proletariado, pues este poder no es sólido todavía, pues los ataques contra él son aún demasiado fuertes. Si en tales momentos los líderes vacilantes se alejan, eso no debilita sino que refuerza, tanto al partido, como al movimiento obrero y a la revolución.[24]  

La fuerza de la convicción de Lenin, aunada a su extraordinaria autoridad política en el partido, hizo que sus tesis prevalecieran. La importancia definitiva de su actuación para la realización de la revolución ha llevado a muchos (Trotsky, por ejemplo) a tender hacia una sobrevaloración de este factor, dejando en un segundo plano la importancia también crucial de factores como la organización partidaria y el apoyo de las masas. Lenin, por su parte, quien supo siempre valorar debidamente la importancia de los jefes, supo sin embargo comprender que el triunfo de una revolución sólo es posible cuando se funden un conjunto de elementos sin los cuales las vanguardias no pueden por sí solas conducir el viraje de la historia. Sólo cuando se dispone del apoyo de masas y de la organización capaz de conducirlas están dadas las condiciones fundamentales para el ejercicio de la dirección revolucionaria. Lenin tenía conciencia de que estas condiciones existían ya en septiembre de 1917 y que, combinadas con la catastrófica crisis económica y social, hacían posible el triunfo. Es con esta confianza en la victoria que Lenin elabora el plan militar-insurreccional que será en lo fundamental, ejecutado bajo la dirección del Consejo Militar Revolucionario, creado por el soviet e impulsado por Trotsky, en la noche del 24 al 25 de octubre.  

La toma del poder por la vía insurreccional fue preconizada por Lenin, desde que comprendió que estaba desechada la posibilidad del triunfo pacífico. En los días previos a este viraje, él decía: “Es preciso que movilicemos a los obreros armados, haciéndoles un llamamiento para que se lancen a una lucha desesperada, a la lucha final [. . .]”.[25] Aun así, Lenin creía que “la victoria está asegurada, existiendo el noventa por ciento de posibilidad de conseguirla sin derramamiento de sangre”.[26] Desde ese punto de vista cuanto más decidida estuviera la clase obrera a triunfar y cuanto más preparada se mostrara, menores posibilidades tendría la contrarrevolución de intentar reaccionar. Lenin sabía muy bien que “en la historia no ha habido ni una sola gran revolución que se haya desarrollado sin guerra civil”.[27] No alimentaba, pues, ilusiones en cuanto a la posibilidad de evitar una dura guerra de clases, sino solamente consideraba que la toma del poder podría ser lograda rápidamente y con un pequeño saldo de pérdidas de vidas. Y de hecho fue así. La insurrección final se consumó en una noche —técnicamente fue un golpe de Estado—; en seguida, la contrarrevolución provocó una penosa y sangrienta guerra civil, que se extendió por más de dos años.  

3. Tesis leninistas sobre la revolución de 1917 

Primera tesis: la revolución rusa en el año de 1917 tuvo dos etapas: la etapa democrático-burguesa en febrero-marzo y la etapa socialista en octubre. En la primera etapa se verificó el paso del poder a la burguesía, en la medida en que la nobleza feudal y los terratenientes habían perdido control. Esto es lo que define a la revolución de febrero-marzo, tanto en el sentido estrictamente científico como práctico.  

Segunda tesis: al lado del Gobierno Provisional, se constituye inmediatamente otro poder: el poder de los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos, conformando así una dualidad de poderes. 

Según Lenin, los soviets realizaban, en la primera etapa revolucionaria de 1917, la “dictadura revolucionaria democrática del proletariado y del campesinado”, que él había preconizado en 1905, pero la realizaban en forma especial y hasta cierto punto. “Nuestras tesis fueron confirmadas, pero no esquemáticamente [. . .]”. Hay que tener en cuenta que “la realidad viva es bicolor”. Estas consideraciones de Lenin, doce años después de los acontecimientos de 1905, indican que él seguía conforme con las tesis expuestas en Dos tácticas de la socialdemocracia en Rusia, y muestran la coherencia de sus análisis unida a la flexibilidad de su razonamiento para enfrentarse a los cambios de matices que presentaban las nuevas circunstancias.  

Tercera tesis: los soviets representaban un gobierno tipo Comuna, por cuanto tenían un predominio proletario. 

La tarea más importante, en la primera etapa de la revolución de 1917, era separar los elementos proletarios, comunistas, de los pequeñoburgueses, porque éstos se vuelven chauvinistas (lo que se expresa en su posición frente a la guerra) y tienden a ir a la cola de la burguesía. Lenin reconocía que en los soviets había un predominio ideológico de la pequeña burguesía y que éste tenía que ser liquidado. Planteaba, entonces, la necesidad de luchar a la vez contra el reformismo y el oportunismo, y por el socialismo, como condición previa para la victoria. 

El poder proletario, expresado a través de los soviets, coexistía en lucha con el poder burgués representado por el Gobierno Provisional. Había pues que liquidar la dualidad de poderes a favor del proletariado, en función del socialismo. 

Cuarta tesis: ¿cuál debía ser la actitud del proletariado? Esta pregunta la hacía Lenin en marzo de 1917. El proletariado no podía proponerse realizar de inmediato las transformaciones socialistas; pero no podía tampoco apoyar a la burguesía ni limitarse al marco que planteaba la pequeña burguesía. Su actitud debía ser asumir su papel dirigente y explicar al pueblo una serie de pasos que había que darse hacia el socialismo y para los cuales las condiciones ya estaban prácticamente maduras. (1917 correspondía a una etapa especialmente por algunos factores como la profundización de la revolución burguesa en febrero-marzo, el papel que el proletariado había desempeñado en ésta, y, en especial, la maduración de su organización y conciencia revolucionaria, lo que creaba las condiciones para acortar la distancia entre la etapa burguesa y capitalista.)  

¿Cuáles eran estas tareas para cuya revolución ya existían condiciones “prácticamente maduras” en la sociedad rusa de 1917? Estas tareas eran aun de carácter democrático-burgués, eran “medidas económicas maduras” tales como la nacionalización de la tierra sin indemnización y a través de confiscaciones; la nacionalización de la banca, instituciones de seguros y consorcios más importantes (azúcar, carbón, metalúrgico); y un sistema más justo de impuestos sobre la renta y la riqueza. Tales medidas golpearían la propiedad privada y aumentarían la influencia del proletariado sobre la sociedad. Estas trasformaciones no podrían hacerse por vía burocrática, sino por la participación voluntaria de las masas proletarias y campesinas y armadas, para lograr la regulación de su propia economía.  

Quinta tesis: lo antes propuesto podía cumplirse debido a la situación excepcional creada por la guerra; ésta había generado una situación de crisis catastrófica, frente a la cual el proletariado tenía que presenta una alternativa práctica a la ruina económica. Y a través de estas medidas, Rusia podría meter un pie en el socialismo.  

¿Qué es lo que significa este planteamiento, de acuerdo a la concepción leninista? Significa que es necesario llevar hasta las últimas consecuencias las tareas burguesas. Queda definitivamente claro que Lenin tenía razón cuando decía que lo que él había planteado en 1905 se concretó en 1917, y que, como lo previó, se iban generando nuevas formas de lucha en un nivel más avanzado. Y ahora sí, en las nuevas condiciones, el proletariado tenía que plantearse no sólo completar la revolución burguesa, sino además instaurar el socialismo.  

Sexta tesis: “Todo el poder a los soviets”. Esta consigna adquiere todo su sentido revolucionario a partir del momento en que la vanguardia proletaria alcanza la hegemonía dentro de éstos, por el crecimiento, hasta llegar a ser mayoría, del partido bolchevique en el interior de los soviets, y por la liquidación del control ideológico que sobre ellos ejercía la pequeña burguesía. “Todo el poder a los soviets” pasa entonces a significar la instauración de la dictadura del proletariado.  

Séptima tesis: ¿cuáles serían, a partir de entonces, las tareas del proletariado?  

a] Llevar hasta el fin las tareas democrático-burguesas y, a la vez dirigir la producción y empezar las medidas socialistas. 

Las tareas democrático-burguesas son cumplidas ya en el contexto de una revolución socialista, porque ha sido destruido el poder estatal burgués y el nuevo poder es ejercido por los soviets bajo la dictadura del proletariado. La revolución de octubre “no dejó piedra sobre piedra del viejo poder estatal”. En este sentido es que se define rigurosamente la revolución de octubre como socialista, aunque tenga que cumplir tareas burguesas inconclusas. Las tareas ya directamente socialistas se expresan fundamentalmente en el paso del control obrero en las empresas a la dirección obrera. [28] 

b] Aplastar la resistencia de la reacción burguesa.  

Lenin llamaba la atención sobre el hecho crucial de que “los explotadores están derrotados, pero o aniquilados”. Mientras perdurase esta situación existía riesgo de contrarrevolución. 

c] Dirigir a los elementos vacilantes.  

El proletariado toma el poder neutralizando a los sectores vacilantes (especialmente la pequeña burguesía) y sólo a partir de allí trata de ganarlos a través de medias prácticas que los beneficien y que pueden ser tomadas mediante la expropiación de los explotadores. Lenin critica la concepción pequeñoburguesa de que es necesario ganar primero a las mayorías, a través del sufragio universal y de elecciones: las mayorías se ganan con el poder en la mano, utilizándolo. Los casos contrarios son excepciones rarísimas.  

Octava tesis: ¿por qué pudo triunfar el proletariado ruso? Porque el proletariado era mayoría en los soviets, era la fuerza fundamental en las ciudades, cuyo control era decisivo para el triunfo de la revolución, especialmente Petrogrado y Moscú; por la dirección que ejerció sobre él el partido de vanguardia, el partido bolchevique, que llegó a representar a la mayoría de la clase; por la experiencia de lucha adquirida por el proletariado a partir de 1905, que fue un “ensayo general para 1917”; la “superioridad de fuerzas en momento y en lugares decisivos”, es decir, debido a la existencia de las “fuerzas de choque” proletarias armadas que podían garantizar la toma del poder y, fundamentalmente, debido a la escisión del ejército zarista, lo que garantizaba a los bolcheviques el control casi mayoritario del ejército (lo que se expresaba en las votaciones de los soviets de soldados) y posibilitaba el control de los frentes más importantes; finalmente, el proletariado ruso pudo triunfar porque fue capaz de utilizar la guerra imperialista contra la dominación burguesa. 

Estas fueron las tesis fundamentales de Lenin para explicar las dos etapas revolucionarias del año 1917.

A modo de conclusión, después de haber intentado destacar los aspectos principales de la táctica leninista en el curso del proceso que culmina con la conquista del poder, vale la pena subrayar –como lo hace Lukács— que el gran mérito de Lenin ha sido el de haber sabido extraer la esencia práctica del marxismo. Lenin partía del hecho de que la verdad es siempre concreta. Sus concepciones no pueden, pues, entenderse desvinculadas del contexto histórico en el cual fueron generadas y en función del cual fueron formuladas. Esto no invalidad el carácter universal del leninismo. Pero éste no puede ser entendido como fórmulas rígidas y acabadas, sino como un método de explicación y acción que debe ser recreado, vale decir, aplicado creadoramente en función de cada situación concreta. Es desde esta perspectiva que los revolucionarios de hoy y del mañana deben buscar en el leninismo, entendido como un pensamiento vivo, una guía para la acción. 

Fuente: Cuadernos Políticos, número 14, México, D.F., Editorial Era, octubre-diciembre de 1977, pp. 104-113. UNAM.

Descargas el texto completo de “La táctica de Lenin en la revolución rusa” (1977) de Vania Bambirra.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Ante el ataque alemán: “Sorprendente calma, resolución y confianza de Stalin”


Nuestro homenaje a Stalin, en el aniversario de su nacimiento, lo rendimos, en esta oportunidad, con la defensa de su figura histórica, rescatando la verdad que durante muchas décadas la burguesía, el revisionismo y el trotskismo han tratado de enterrar.
 
Como resultado del informe secreto de Jruschov en el nefasto XX Congreso del PCUS, se inició también una revisión falaz de la historia de la Gran Guerra Patria, denostando a Stalin, atribuyéndole acciones y comportamientos extraños a las características de su personalidad, y le echaron la culpa de todos los errores reales y ficticios. Jruschov calumnió a Stalin, al afirmar que el líder bolchevique fue presa de la desesperación después del ataque alemán del 22 de junio de 1941. Supuestamente no reaccionó durante muchos días, refugiándose en su soledad, abatido por la responsabilidad y la culpa. Sólo después de que los otros dirigentes del Partido, lo visitaran y reanimaran, renovándole su confianza, Stalin habría recuperado el control de sí mismo, poniendo manos a la obra en la labor de defensa de la patria soviética. Este cuento es citado en mayor o menor medida en varias biografías de Stalin, ninguna de ellas cuestiona la veracidad de este infundio de Jruschov, pese a la existencia de numerosas pruebas documentales y testimonios de lo contrario. Sin embargo, la verdad es testaruda y tarde o temprano se pronuncia.  

El cuentista Jruschov no estaba en Moscú el día del sorpresivo ataque alemán, sino en Ucrania. Uno de los testigos de los hechos, Georgi Dimitrov escribió en su diario la siguiente entrada: 

*  22 de junio de 1941  * 

– Domingo.
– A las 7:00 a.m. fui convocado, con urgencia, al Kremlin.
– Alemania ha atacado a la URSS. 

La guerra ha empezado. 

– En la oficina, encontré a Poskrebyshev, Timoshenko, Kuznetsov, Mejlis (de nuevo, en uniforme militar), Beria (dando órdenes por teléfono).
– En la oficina de Stalin están Molotov, Voroshilov, Kaganovich, Malenkov. 

Stalin me dice: “Nos atacaron sin hacer ninguna demanda, sin exigir negociaciones; nos atacaron perversamente, como gánsteres. Después del ataque, del bombardeo de Kiev, Sebastopol, Zhitomir y otras áreas, se presentó Schulenburg para anunciar que Alemania se consideró amenazada por la concentración de tropas sovi[éticas] en su frontera oriental y había adoptado contramedidas. Los finlandeses y los rumanos están junto a los alemanes. Bulgaria ha aceptado representar los intereses alemanes en la URSS. Sólo los comunistas pueden derrotar a los fascistas…”. 

Sorprendente calma, resolución y confianza de Stalin y todos los demás.
– Se está editando la declaración del gobierno que va a ser leída por Molotov en la radio.
Se están emitiendo órdenes para el ejército y la marina.
Medidas para la movilización y ley marcial.
– Se está preparando un área subterránea para el trabajo del CC y el Estado Mayor.
– Los representantes diplomáticos, dice Stalin, deben ser llevados fuera de Moscú, a Kazán, por ejemplo. Aquí pueden espiar.
[…] 

(Ivo Banac, ed., “The Diary of Georgi Dimitrov”, Yale University Press, 2003, págs. 166-167)

(La entrada del 16 de agosto de 1941, en la que Dimitrov registra un extracto de la conversación de Stalin con Jruschov, por alta frecuencia, grafica la verdadera disposición de estos últimos). 
 
A continuación ofrecemos una breve reflexión de dos renombrados historiadores militares norteamericanos sobre la situación del lado soviético en los momentos previos al ataque alemán del 22 de junio de 1941. En este extracto del libro “When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler” se hace un recuento objetivo de hechos previos al inicio de la guerra germano-soviética y se derivan conclusiones que contradicen, niegan desmienten y destrozan los cuentos que los soldados de la guerra fría, los revisionistas y los trotskistas siguen contando sin vergüenza alguna sobre este momento de la historia.
 
 
 
Cuando los titanes se enfrentaron:
De cómo el Ejército Rojo detuvo a Hitler
David M. Glantz y Jonathan M. House
(Extractos)
2003
 
Planeamiento soviético
 
A pesar de la debilidad del Ejército Rojo y de la Fuerza Aérea, los estrategas militares soviéticos esperaban detener cualquier ofensiva alemana en las cercanías de la línea del río Dnieper, para después pasar rápidamente a una contraofensiva estratégica.
 
En julio de 1940, el jefe de Estado Mayor B.M. Shaposhnikov aprobó el plan de guerra del general de división A.M. Vasilevsky. El plan de Vasilevsky asumía un ataque alemán, apoyado por Italia, Finlandia, Rumania y, posiblemente, Hungría y Japón. La fuerza total del enemigo comprendería 270 divisiones, de las cuales 233 estarían concentradas a lo largo de la nueva frontera occidental de la Unión Soviética. Vasilevsky asumía que la principal fuerza alemana –123 divisiones de infantería y 10 divisiones panzer– se ubicaría al norte de los pantanos de Pinsk, con objetivos en dirección de Minsk, Moscú y Leningrado. Por ese motivo, Vasilevsky planeaba poner el grueso de las fuerzas del Ejército Rojo en la misma región.
 
El Comisario de Defensa S.K. Timoshenko rechazó este plan, probablemente, anticipándose a las objeciones de Stalin. En agosto de 1940, cuando K.A. Meretskov fue nombrado jefe de Estado Mayor, pidió a Vasilevsky y a los demás miembros del Estado Mayor que elaboraran un nuevo plan. El segundo proyecto tenía dos variantes en función de dónde se concentraba la mayor parte de las fuerzas soviéticas: al norte o al sur de los pantanos de Pinsk, y esto dependía de la situación política. Stalin revisó el proyecto, el 5 de octubre. No rechazó abiertamente la variante del norte pero resaltó que los objetivos más probables de Hitler eran el grano de Ucrania y el carbón y otros minerales de la región de Donbas. El Estado Mayor presentó, entonces, un nuevo plan, aprobado el 14 de octubre de 1940, que cambiaba la orientación básica de las fuerzas hacia el Sudoeste. Con modificaciones menores, este plan se convirtió en la base del Plan de Movilización (PM) 41.
 
El PM-41 contemplaba la distribución de 171 divisiones en tres cordones sucesivos o escalones operativos, a lo largo de la frontera. El primer escalón sería una fuerza de cobertura ligera, con 57 divisiones de fusileros, con cada división defendiendo hasta 70 kilómetros de frontera. Los siguientes dos escalones tenían mucho más tropas concentradas: 52 y 62 divisiones de fusileros, respectivamente, y la mayoría de los 20 cuerpos mecanizados en la Rusia europea. En tiempos de paz, todas estas formaciones pertenecían a diversos distritos militares del occidente de la Unión Soviética; en caso de guerra, estos distritos se deberían convertir en cinco jefaturas de grupos de ejércitos llamados frentes. Dado que estos frentes estaban basados en límites de tiempos de paz, no eran directamente equivalentes a los tres grupos de ejércitos alemanes. Así, por ejemplo, el Distrito Militar de Leningrado se convirtió en el Frente Norte, con responsabilidades defensivas, por el norte, hacia Finlandia y, por el sur, hacia el Grupo de Ejércitos alemán del Norte.
 
Detrás de los cinco frentes de vanguardia soviéticos, un grupo completamente independiente de cinco ejércitos de campo estaba en proceso de formar un segundo escalón estratégico detrás de los tres cordones originales. Este Frente de Reserva se estaba constituyendo a lo largo de la línea de los ríos Dniéper y Dvina. Su concentración de fuerzas era típica del principio soviético de fuerzas escalonadas en grandes profundidades; fue virtualmente invisible para la inteligencia alemana, antes de las hostilidades. A fines de abril [de 1941], el Frente de Reserva e importantes elementos de unidades de avanzada recién habían empezado a desplazarse hacia la vanguardia. Como en varios otros aspectos, el ataque alemán del 22 de junio sorprendió a los soviéticos en transición.
 
Los defensores soviéticos habían estimado la situación de forma fundamentalmente equivocada, no sólo al concentrar las fuerzas demasiado lejos, sino también por esperar lo principal del ataque enemigo al sur de los pantanos de Pinsk. Durante la década de 1960, cuando estaba de moda culpar a Stalin de todos los errores del esfuerzo de guerra soviético, varios memoristas alegaron que Stalin había desautorizado a sus asesores militares en este aspecto. Sin embargo, en el largo plazo, Stalin estuvo en lo correcto al insistir en que Hitler estaba interesado en los recursos económicos. Sus comandantes al parecer estuvieron de acuerdo con sus decisiones, aunque sólo fuera porque esperaban utilizar sus fuerzas en el Sudoeste para contraatacar por el flanco cualquier invasión alemana que viniera del norte. Incluso Zhukov no cambió el concepto básico cuando se convirtió en jefe de Estado Mayor en febrero de 1941. De este modo, cuando las principales fuerzas mecanizadas alemanas avanzaban por el norte, el Ejército Rojo estaba desproporcionadamente concentrado en el Sudoeste.
 
Cuando la tensión aumentaba en 1941, Zhukov trató de persuadir a Stalin de la necesidad de un ataque preventivo. El nuevo jefe de Estado Mayor escribió un “Informe sobre el Plan Estratégico de Despliegue de las Fuerzas Armadas de la Unión Soviética, ante el Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, el 15 de mayo de 1941”, y convenció a Timoshenko para que también firmara el documento. En esta propuesta manuscrita, Zhukov abogaba por una ofensiva inmediata, utilizando 152 divisiones para destruir un estimado de 100 divisiones alemanas reunidas en Polonia. El Frente Sudoccidental atacaría a través del sur de Polonia para separar a Alemania de sus aliados, mientras que el Frente Occidental se encargaría de la principal fuerza alemana y capturaría Varsovia. Dados los muchos problemas que el Ejército Rojo estaba experimentando en ese momento, semejante ataque hubiera sido una jugada desesperada. Stalin estuvo probablemente justificado en ignorar la propuesta de Zhukov.
 
Indicios y advertencias
 
Queda la desconcertante cuestión de cómo es que el ataque alemán de 1941 logró ser una sorpresa política y militar aplastante. En retrospectiva, hubo abundantes indicios de inminentes hostilidades. Obreros ferroviarios comunistas en Suecia, combatientes de la resistencia en Polonia y muchos otros agentes informaron de la masiva concentración de fuerzas en el Este. Aviones alemanes de reconocimiento de gran altitud sobrevolaron territorio soviético en más de 300 ocasiones, provocando reiteradas protestas diplomáticas pero poca acción defensiva. Espías alemanes y guerrilleros ucranianos respaldados por alemanes infestaron el occidente de la Unión Soviética en la primavera de 1941. Empezando el 16 de junio, la embajada alemana en Moscú evacuó todo el personal no esencial, y para el 21 de junio ningún barco mercante alemán quedó en puertos bajo control soviético.
 
A primera vista, es fácil aceptar la interpretación tradicional según la cual la obcecación de Stalin fue la responsable del desastre. Con frecuencia se le cita como el ejemplo clásico de un líder que ignora la evidencia sobre la capacidad de ataque de un enemigo porque duda de la intención para atacar. Sin duda, Stalin es culpable de anteponer sus deseos a la realidad, de esperar retrasar la guerra al menos otro año a fin de completar la reorganización de sus fuerzas armadas. Trabajó febrilmente durante la primavera de 1941, tratando desesperadamente de mejorar la postura defensiva de la Unión Soviética a la vez que buscaba retrasar la inevitable confrontación.
 
Hubo numerosas razones adicionales para la renuencia de Stalin a creer en una ofensiva alemana inmediata. En primer lugar, los soviéticos temían que los otros enemigos de Alemania, especialmente Inglaterra y la resistencia polaca, suministraran información engañosa con el fin de involucrar a Moscú en la guerra. Asimismo, los dirigentes soviéticos estaban preocupados de que la excesiva concentración de sus tropas o los preparativos en el área de vanguardia pudieran provocar a Hitler, ya sea por accidente o como pretexto para una acción alemana limitada (ocupación de territorio fronterizo y exigencias de más ayuda económica). Stalin no era, después de todo, el primer líder europeo en interpretar erróneamente a Hitler, en considerarlo “demasiado racional” para provocar un nuevo conflicto en el Este antes de haber derrotado a los ingleses en el Oeste. Ciertamente, la propia lógica de Hitler para el ataque –tenía que poner fuera de la guerra a la Unión Soviética para eliminar la última esperanza de ayuda de los ingleses– era increíblemente retorcida. 
 
Este temor soviético de provocar o ser provocado por un adversario alemán racional llega a explicar las reiteradas órdenes emitidas prohibiendo a las tropas soviéticas abrir fuego, incluso ante evidentes violaciones de frontera y vuelos de reconocimiento. También ayuda a explicar el escrupuloso cumplimiento soviético de los acuerdos económicos existentes con Alemania. Stalin al parecer esperaba que, suministrando a Hitler con materiales escasos vitales para la economía alemana, eliminaría un móvil para hostilidades inmediatas. Así, en los dieciocho meses previos a la invasión alemana, la Unión Soviética envió a Alemania dos millones de toneladas de productos derivados del petróleo, 140,000 toneladas de manganeso, 26,000 toneladas de cromo, y una gran cantidad de otros suministros. Los últimos trenes de carga resonaban cruzando la frontera sólo horas antes del ataque alemán.
 
Hubo también razones institucionales para el fracaso de la inteligencia soviética en predecir el plan de Hitler. Las Grandes Purgas habían diezmado las operaciones de inteligencia soviéticas así como la estructura de mando militar. Sólo el servicio de inteligencia militar, la GRU, permaneció esencialmente intacto, pero su jefe, teniente general F.I. Golikov, había caído en los engaños alemanes. Golikov informaba puntualmente acerca de los indicios de preparativos alemanes, pero calificaba a todos estos informes de dudosos, a la vez que subrayaba los signos de continua moderación alemana. Otros oficiales de inteligencia tenían tanto temor de provocar a Stalin o a Hitler que sus informes estaban sesgados contra la probabilidad de la guerra.
 
Las operaciones de diversión alemanas también contribuyeron a la duda soviética. En primer lugar, los alemanes continuaron con la planeada invasión de Inglaterra, la Operación León Marino, como cubierta para la Operación Barbarroja. El Alto Mando alemán (Oberkommando des Wehrmacht, OKW) informó confidencialmente a su contraparte soviética que las tropas concentradas en el Este tenían como objetivo engañar a la inteligencia británica y que Alemania necesitaba practicar para la Operación León Marino en una región fuera del alcance de los bombarderos y aviones de reconocimiento británicos. En un artículo periodístico de junio de 1941, el Ministro de Propaganda Goebbels “filtró” desinformación indicando que era inminente una invasión británica. Después de esto, Goebbels ostentosamente retiró de circulación al periódico y se puso a sí mismo bajo un simulado castigo como consecuencia de su “error”.
 
Hitler ordenó que la concentración de tropas alemanas fuera presentada como una precaución defensiva contra un posible ataque soviético, empujando nuevamente a los soviéticos a evitar cualquier movimiento amenazante de tropas. Una serie de otras tretas alemanas sugería operaciones inminentes desde Suecia hasta Gibraltar. Luego, en mayo de 1941, el Ministerio de Relaciones Exteriores alemán y el OKW alentaron rumores acerca de que Berlín exigiría cambios en la política soviética o en la ayuda económica. Esto llevó a los comandantes soviéticos a creer que un ataque alemán estaría precedido por ultimátum o alguna otra advertencia diplomática.
 
La invasión alemana de Yugoslavia y Grecia durante abril y mayo de 1941 también contribuyó a encubrir la Operación Barbarroja. Esta invasión no sólo proporcionó una explicación plausible para mucha de la concentración de fuerzas alemanas en el Este, también provocó una serie de retrasos reales en el ataque a Rusia. De esta forma, los agentes de inteligencia que informaron correctamente de la fecha original del ataque (15 de mayo de 1941), quedaron desacreditados cuando ese día pasó sin ningún incidente. Para la segunda mitad de junio, demasiadas advertencias habían probado ser falsas que después ya no tuvieron un fuerte impacto sobre Stalin y sus asesores.
 
Visto en este contexto, la sorpresa estratégica que sufrieron los soviéticos es más comprensible. Entre innumerables señales contradictorias, identificar una amenaza inminente era algo difícil en el mejor de los casos. Después, en la noche del 21 de junio, Stalin aprobó un confuso mensaje de alerta a sus comandantes. Desafortunadamente, el arcaico sistema de comunicaciones falló en notificar a muchas jefaturas antes del primero de los ataques alemanes. Sólo las bases navales y el Distrito Militar de Odessa estuvieron lo suficientemente alejados para reaccionar a tiempo.
 
Algunos comandantes se arriesgaron a disgustar a Stalin, tomando sus propias precauciones. El coronel general M.P. Kirponos del Distrito Militar Especial de Kiev mantuvo estrecho contacto con las tropas fronterizas de la NKVD y alertó a sus unidades cuando los alemanes se concentraron en la frontera. Tal iniciativa fue la excepción, no la regla.
 
En retrospectiva, la falta más seria de los soviéticos no fue la sorpresa estratégica que sufrieron, tampoco la sorpresa táctica, sino la sorpresa institucional. En junio de 1941, el Ejército Rojo y la Fuerza Aérea estaban en transición, cambiando su organización, dirección, equipamiento, adiestramiento, disposición de tropas y planes defensivos. Si Hitler hubiera atacado cuatro años antes o incluso un año después, las fuerzas armadas soviéticas hubieran estado en posición más que de igualdad ante la Wehrmacht. Sin embargo, ya sea por azar o por instinto, el dictador alemán invadió en un momento en que sus fuerzas armadas estaban aún cerca de su punto más alto, mientras que su archienemigo era más vulnerable. Fue esta sorpresa institucional la que fue, en su mayor parte, responsable de las catastróficas derrotas soviéticas de 1941. 
 
Fuente: David M. Glantz y Jonathan M. House, “When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler”, University Press of Kansas, 1995, págs. 38-44. 
Traducido para “Crítica Marxista-Leninista” por Thiago R.
 
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