Stalin
Anna Louise Strong [*]
1941
Años atrás, cuando almorcé por primera vez con el
presidente Roosevelt, que acababa de tener una entrevista con H. G. Wells,
descubrí que el tema que más le interesaba sobre la Unión Soviética era la
personalidad de Stalin y, en particular, la técnica de “gobierno de Stalin”.
Era un interés natural, algo que interesa a la mayoría de los estadounidenses.
El creciente prestigio de Stalin, durante los últimos veinte años, tanto en la
Unión Soviética como más allá de sus fronteras, merece realmente la atención de
todos los que se preocupan por la política.
Sin embargo, la prensa norteamericana exhibe su total ignorancia
sobre Stalin, al referirse frecuentemente al “enigmático gobernante del
Kremlin”. Han recurrido a caricaturas e insinuaciones para crear la leyenda de
un astuto y sanguinario dictador que también quiere envolver al mundo en el
caos y en la guerra, de tal manera que algo llamado “bolchevismo” pueda
triunfar. Esta leyenda absurda tendrá corta vida. Se explica por el hecho de
que la mayoría de los escritores norteamericanos no están dispuestos a realizar
un esfuerzo para entender a la Unión Soviética; por otra parte, el propio
Stalin no es fácilmente accesible para la mayoría de los periodistas
extranjeros. Y éstos son personas acostumbradas a moverse en los altos círculos
del mundo y a charlar cómodamente con Winston Churchill, Adolf Hitler, Benito
Mussolini, Franklin D. Roosevelt e incluso Chiang Kai-shek, que se irritan porque
José Stalin no les ha dedicado tiempo. La verdad de las cosas es que Stalin
estuvo ocupado en una tarea, a la que no ayudaban ni los contactos con
extranjeros ni la publicidad. Su tarea, al igual que la del presidente del
Partido Demócrata, era organizar al partido dirigente y, a través de él, a todo
el país.
Desde que comenzó la guerra germano-soviética, Stalin se
convirtió en jefe del ejército y del gobierno. Ahora tendrá más contacto con
extranjeros. Comenzó muy bien con Harry Hopkins y W. Averell Harriman. ¡Ambos,
al parecer, quedaron muy impresionados! Y sé por qué fueron impresionados, porque
yo también me reuní con Stalin. A la luz de las impresiones que importantes
norteamericanos y británicos están teniendo ahora de él, se terminará la
leyenda del inescrutable dictador. Incluso llegaremos a oír hablar de Stalin
como “el más grande demócrata del mundo”, tal como lo describió en cierta
ocasión un escritor soviético.
Cuando me reuní con Stalin, no lo encontré enigmático. Me
parece que es la persona más fácil con quien conversar que he conocido. Es, de
lejos, el mejor presidente de gobierno con que me he reunido en toda mi vida.
Tiene la capacidad de conocer el punto de vista de cada uno y combinarlos en un
corto tiempo. Su método de dirigir un comité me recuerda a Jane Addams de Hull
House o a Lillian D. Wald de Henry Street Settlement. Ellas tienen la misma
técnica democrática y efectiva, pero emplean una presión mayor que Stalin.
Si bien Stalin ha sido inaccesible para los extranjeros,
con algunas excepciones, esto no quiere decir que viviera aislado, en una
especie de torre de marfil del Kremlin. Había cerca de doscientos millones de
personas que lo mantenían ocupado. Se entrevistaba con muchos de ellos. No
siempre eran dirigentes del Partido. Un granjero que había superado el récord
de ordeñar vacas, un hombre de ciencia que había desintegrado el átomo, un
aviador que había volado a Estados Unidos, un minero que había inventado un
nuevo proceso de trabajo, un trabajador con problemas de alojamiento, un
ingeniero con dificultades nacidas de una nueva situación: toda persona que
representa un triunfo importante o un problema típico puede ser invitado por
Stalin para intercambiar puntos de vista. Esa es la forma en la que él obtiene información
y se mantiene en contacto con el movimiento del país.
Esa –lo entendí después– fue la razón por la que Stalin
accedió a reunirse conmigo. Durante casi diez años me había gustado ese país y
me había esforzado por tener éxito ahí, durante cerca de dos años organicé y traté
de editar un pequeño periódico semanal dirigido a los norteamericanos que llegaron
para trabajar en el Primer Plan Quinquenal. La censura, las trabas burocráticas
y la posible publicación de otro semanario rival, me empujaron a querer
abandonarlo todo. Mi editor prácticamente me chantajeó: si yo renunciaba, él se
encargaría de arruinar mi reputación. Agotada y molesta, me sentía atrapada. Un
amigo ruso me sugirió que me quejara con Stalin. Y así lo hice. Tres días
después, su oficina me llamó y me sugirió que fuera y hablara con “algunos
camaradas encargados”. Esto fue hecho tan informalmente que casi me negué,
porque el editor en jefe finalmente había accedido a mi renuncia y yo “estaba
terminando con eso”. Sin embargo, pensé que, luego de haber enviado la carta,
debía ser cortés e ir.
Yo esperaba ver a algún alto funcionario en la sede del
Partido, pero me sorprendí cuando el coche se dirigió directamente al Kremlin y
especialmente cuando entré a una gran sala de conferencias y vi no sólo a
Stalin sino también a Kaganovich y Voroshílov. Esto me parecía abrumadoramente
desproporcionado. Más tarde, comprendí que no era mi pequeño problema lo que
les interesaba. Yo era una entre miles de norteamericanos que había empezado a
preocuparles. Habíamos ido a la Unión Soviética a trabajar en sus industrias. Éramos
razonablemente honestos y eficientes, pero no podíamos hacerlo bien. Stalin
quería saber qué pasaba con nuestra adaptación a la industria soviética. Al
investigar mis problemas, él quería saber lo que a los norteamericanos nos hacía
encajar o, más frecuentemente, no encajar, en la tierra de los Soviets. Pero si
él aprendió de mí sobre los norteamericanos, yo aprendí de él algo igualmente
importante: cómo se organiza la Unión Soviética y cómo trabaja Stalin.
Mi primera impresión de él fue ligeramente decepcionante.
Un hombre corpulento, en un traje sencillo de color caqui, directo, sin
pretensiones, cuya primera preocupación era saber si mi dominio del ruso era
suficiente para participar en una discusión. Pensé que no era un hombre
imponente. Luego nos sentamos de manera casual, tanto que Stalin no era quien
estaba a la cabecera de la mesa, era Voroshílov quien la ocupaba. Stalin se
sentó en un lugar desde donde podía vernos la cara a todos y empezó a hablar
preguntando directamente al hombre de quien yo me había quejado. Después,
Stalin pareció convertirse en una especie de fondo, a quien se dirigían los
comentarios de los demás. El ingenio brillante de Kaganovich, la risa alegre de
Voroshílov, las cualidades de los funcionarios menores que fueron llamados para
ser consultados, de repente, todo se manifestó. Empecé a entender mejor a todos
y a simpatizar con ellos, incluso empecé a entender al editor de quien me había
quejado. De repente, yo misma estaba hablando y exponiendo mis ideas con más
rapidez y claridad, como nunca lo hice en mi vida. Ellos parecían estar de
acuerdo conmigo. Todo iba al punto muy rápido y con fluidez, mientras Stalin
era el que menos hablaba.
Después de pensarlo, comprendí la forma en que el genio
de Stalin para escuchar nos ayudó a cada uno de nosotros a expresarnos mejor y
a entender a los demás. Recuerdo su astucia cuando repetía una palabra mía ya
sea con una entonación interrogativa o con un ligero énfasis, que me hacía
sentir que o yo no había entendido el problema o quizás lo había exagerado.
Esto me inducía a ser más clara. Recuerdo que hacía lo mismo con los demás.
Luego comprendí que su capacidad de escuchar era una fuerza dinámica.
Este hábito de escuchar se remonta a los primeros días de
su carrera revolucionaria. “Lo recuerdo
muy bien desde los primeros días de nuestro Partido”, me decía un veterano
bolchevique. “Un joven callado que se
sentaba a los bordes en el comité, que no decía casi nada, pero escuchaba
mucho. Al final, hacía unos cuantos comentarios, algunas veces simplemente
hacía preguntas. Y poco a poco, veíamos que él siempre hacía la mejor síntesis
de nuestro pensamiento.” Esta descripción será reconocida por cualquier que
haya conocido a Stalin. En cualquier grupo, él es el último en decir su
opinión. Él no quiere impedir la plena expresión de los demás, lo que podría
hacerlo hablando primero. Además de esto, él siempre está aprendiendo mientras
escucha.
“Él escucha incluso
cuando el césped crece”, me dijo un ciudadano soviético.
Con la información que obtiene de este modo, Stalin llega
a conclusiones, no “en la soledad de la noche” como lo hace Mussolini, según dice
Emil Ludwig, sino en conferencia y debate. Incluso en las entrevistas, rara vez
recibe al visitante solo, casi siempre está acompañado de Molotov, Kaganovich o
Voroshílov. Posiblemente, ni siquiera concede una entrevista sin consultarlo
antes con sus camaradas más cercanos. Es un viejo hábito. En los días del
movimiento revolucionario clandestino, se acostumbró a trabajar en equipo, en estrecha
colaboración con camaradas que tenían en sus manos las vidas de los demás. Para
sobrevivir, tuvieron que aprender a ponerse de acuerdo rápida y unánimemente, llegando
a percibir los instintos de cada uno, a adivinar los pensamientos de cada uno.
Fue dentro de este grupo que obtuvo su nombre de Partido –con el que no fue
bautizado–: “Stalin, el hombre de acero”.
Si yo tuviera que explicarlo a los políticos, debería
llamarlo superlativamente un buen miembro de comité. ¿Es un término demasiado
prosaico para el líder de 200 millones de personas? Puedo llamarlo en cambio un
hombre de Estado clarividente: esto también es verdad. Pero más importante que
el genio de Stalin es el hecho de que éste se expresa a través de un buen
trabajo de comité. Su talento para la acción colectiva es más importante que el
hecho de que sea grande.
El pueblo soviético tiene una forma de explicar el
carácter de Stalin, que puede sonar raro a los norteamericanos. Dicen que “Stalin no piensa en términos individuales”.
Esto es exactamente lo opuesto al ideal del “fuerte individualismo”. Sin
embargo, lo dicen con un sentido altamente halagador. Quieren decir que Stalin
piensa no sólo con su cerebro, sino que consulta también con los cerebros de la
Academia de Ciencias, de los jefes de la industria, del Congreso de Sindicatos,
con los líderes del Partido. Los científicos utilizan esta forma de pensar, lo
mismo hacen los buenos sindicalistas. Ellos no “piensan individualmente”, no se
basan en las conclusiones de un solo cerebro. Esta es una característica extraordinariamente
útil, porque ningún solo cerebro humano es, hoy en día, capaz de resolver los
complejos problemas del mundo. Sólo la conjunción de muchos cerebros, pensando
juntos, no en conflicto sino en cooperación, puede enfrentar con seguridad los
problemas de hoy.
Stalin ha dicho esto muchas veces a varias personas que
lo entrevistaron. Cuando Emil Ludwig y más tarde Howard Roy, quisieron saber “cómo
el gran dictador llegaba a sus conclusiones”, Stalin les dijo: “Los individuos
no pueden decidir por sí solos. Las decisiones individuales son siempre, o casi
siempre, decisiones unilaterales.”
El pueblo soviético nunca habla de “la voluntad de Stalin”,
o “las órdenes de Stalin”, ellos hablan de “las órdenes del gobierno” y de “la
línea del Partido”, que son decisiones tomadas colectivamente. Pero hablan
mucho del “método de Stalin” como algo que todo el mundo debería aprender. Es
el método para tomar decisiones rápidas con la ayuda de los cerebros de muchas
personas, el método del buen trabajo de comité. En la Unión Soviética, el
talento joven que se siente inclinado a la política, estudia cuidadosamente
este método.
Pocos días después de la primera conferencia pude
entender mejor este método. Mi impresión era que Stalin, Voroshílov, Kaganovich
y otros habían acordado una determinada línea de acción. Los días pasaron, pero
nada ocurrió. Hasta la conferencia me pareció casi un sueño. Le transmití mi
preocupación a un conocido mío, que era ruso. Se rió de mí.
“Esa es nuestra ‘terrible
democracia’”, dijo. “Por supuesto, tu
caso está realmente resuelto, pero técnicamente debe ser aprobado por todos los
miembros del Buró Político, algunos de los cuales están en el Cáucaso y otros en
Leningrado. Según la rutina, tu caso será decidido junto con otros temas. Ésta
es nuestra manera habitual de proceder, para que cualquier miembro del Buró
Político pueda, si así lo desea, agregar algo o modificar algunas de estas
resoluciones.”
Stalin contribuye en gran medida a estas decisiones
conjuntas. Las personas que lo conocen, al principio se admiran por su
sinceridad y sencillez, así como por su disposición a abordar los problemas. Después,
se dan cuenta de su visión de futuro y la objetividad en el análisis de los
temas. Él carece completamente de la histeria emocional de Hitler y del egoísmo
jactancioso de Mussolini. No hace ningún esfuerzo para que se sienta su presencia.
Poco a poco, uno se da cuenta de su capacidad de análisis, de su conocimiento
colosal, de su dominio sobre la política mundial, de su voluntad de enfrentar
los hechos, y especialmente de su visión de perspectiva, que pone el problema en
el marco de la historia, examinando no sólo sus factores inmediatos, sino
también los pasados y los futuros.
El ascenso de Stalin al poder tuvo lugar lentamente. Su
tipo de ascenso es lento pero seguro. Empezó hace muchos años con su estudio de
la historia de la humanidad, y en particular de la historia de las
revoluciones. El presidente Roosevelt me comentó sorprendido del conocimiento
profundo de Stalin sobre la revolución de Cromwell, tal como se puede ver en su
conversación con H. G. Wells. Sin embargo, Stalin, ha estudiado, con mucha
naturalidad, la historia de las revoluciones en Inglaterra y los Estados Unidos,
y lo ha hecho con mucha más profundidad que los políticos ingleses y norteamericanos.
La Rusia zarista estaba caminando hacia la revolución. Stalin tenía la
intención de participar en ella y ayudar a darle forma. Se convirtió en un
auténtico científico sobre el proceso histórico desde el punto de vista
marxista: cómo viven las masas del pueblo, cómo se desarrollan las formaciones
sociales y las técnicas industriales, cómo surgen y luchan las clases sociales,
cómo triunfan. Stalin analizó y comparó todas las revoluciones del pasado. Ha
escrito mucho acerca de eso. Pero no es sólo un hombre de ciencia, es también
un hombre de acción.
En los primeros días de la Revolución, el nombre de
Stalin era poco conocido fuera del Partido. En 1923, durante la última
enfermedad de Lenin, muchos hombres cuyas opiniones merecen mi confianza, me
dijeron que Stalin era “nuestro hombre
del futuro”. Ellos basaron su opinión en el agudo conocimiento que Stalin
tenía de las fuerzas políticas y su estrecha atención a la organización
política como secretario del Partido Comunista. También se basaron en su capacidad
de actuar con rapidez y de manera oportuna, y dijeron que, hasta entonces,
durante la revolución, nunca se había equivocado. Me dijeron que era el hombre al
que recurrían los “militantes responsables” para tener la más clara síntesis de
lo que todos pensaban. En aquellos días, Trotsky se burló de Stalin, llamándolo
el “mayor hombre promedio” del Partido. Y hasta cierto punto esto es cierto.
Stalin se mantiene cerca del “hombre promedio”, que es la materia prima de la
política. Pero Stalin lo hizo con un genio que está muy lejos del promedio.
“El
arte de ser líder”, dijo una vez Stalin, “es un problema
muy serio. Uno no puede ir a la zaga del movimiento, ya que podría aislarse de
las masas. Pero tampoco debe avanzar demasiado rápido, porque así perdería el
contacto con las masas.” Él estaba diciendo a sus camaradas cómo
convertirse en líderes, pero también estaba expresando su propio ideal, que él
había aplicado con bastante eficacia.
Veinte años antes, durante la guerra civil en Rusia, el
instinto de Stalin para captar los sentimientos de la gente común ayudó más de
una vez a los ejércitos soviéticos a obtener la victoria. El ejemplo más
conocido de esos momentos fue la disputa entre Stalin y Trotsky acerca de un
avance a través del Norte del Cáucaso. Trotsky quería seguir la ruta militar
más corta. Stalin señalaba que esa ruta pasaba por las tierras hostiles de los
cosacos, que finalmente sería la más larga y la más sangrienta. Él eligió seguir
una ruta indirecta a través de pueblos de clase trabajadora y regiones
agrícolas amigables, donde el pueblo ayudaría a los ejércitos rojos, en lugar
de oponerse a ellos. El contraste era típico y ha sido ilustrado, desde
entonces, por veinte años de historia. Stalin está totalmente en su elemento
conduciendo las fuerzas sociales, como lo demuestra su reciente llamamiento a una
“guerra popular” en la retaguardia de los ejércitos alemanes. Él sabe cómo
despertar la terrible fuerza de un pueblo enojado, cómo organizarla y cómo lanzarla
para hacer realidad los deseos del pueblo.
El mundo comenzó a hablar de Stalin durante los debates
que precedieron al Primer Plan Quinquenal. (Yo escribí un artículo cinco años
antes de eso, prediciendo su ascenso como el sucesor de Lenin, pero el artículo
pasó inadvertido; fue varios años prematuro). Los obreros rusos no
pertenecientes al Partido Comunista comenzaron a ver a Stalin como su líder durante
la primera expansión espectacular de la industria soviética. Y en marzo de
1930, se convirtió por primera vez en líder entre los campesinos, mediante su
famoso artículo “Los éxitos se nos suben a la cabeza”, en el que pasó revista y
puso fin a los abusos que se produjeron en la colectivización del campo.
El gran momento de Stalin, cuando por primera vez
apareció como el líder de todo el pueblo soviético, fue cuando, como presidente
de la Comisión de Constitución, presentó la nueva Constitución del Estado
socialista. Una comisión de treinta y uno de los más destacados historiadores,
economistas y políticos del país había sido encargada de elaborar “la
constitución más democrática del mundo”, con la maquinaria más eficiente
concebida hasta entonces para expresar la “voluntad del pueblo”. Dedicaron un
año y medio, estudiando detalladamente todas las constituciones del mundo, no
sólo de los gobiernos sino también de los sindicatos y de las sociedades
voluntarias. El proyecto fue discutido durante varios meses por el pueblo
soviético, en más de medio millón de reuniones, a las que asistieron 36.5
millones de personas. El número de enmiendas sugeridas en la discusión popular
fue de 154,000, que pasaron a la Comisión de Constitución. Se sabe que el
propio Stalin leyó decenas de miles de cartas de la gente.
Cuando Stalin presentó su informe ante el Congreso de los
Soviets, había dos mil personas en el Salón Blanco del Kremlin. Yo estaba en el
área de los periodistas, y debajo estaba el auditorio lleno de representantes al
Congreso, alrededor mío estaban los palcos para el cuerpo diplomático
extranjero; atrás, en una gran galería, estaban los ciudadanos visitantes.
Fuera de la sala, decenas de millones de personas escuchaban en la radio, desde
los campos de algodón del sur de Asia Central hasta las estaciones de
investigación en las costas árticas. Fue un punto alto en la historia
soviética. Pero las palabras de Stalin fueron simples y directas; tan
informales que parecía que estuviera sentado junto a la chimenea conversando
con unos cuantos amigos. Él explicó el significado de la Constitución, tomó las
enmiendas propuestas, remitiendo un gran número de ellas a los cuerpos
legislativos y discutiendo las más importantes. Dejó en claro que cada una de las
154,000 sugerencias había sido clasificada y que tendrían alguna influencia.
Entre la media docena o más de modificaciones que
personalmente discutió, Stalin aprobó aquellas que facilitaban la expresión
democrática y rechazó aquellas que limitaban la democracia. Algunos, por
ejemplo, pensaban que las diferentes repúblicas deberían tener el derecho de
separarse de la Unión. Stalin dijo que a pesar de que no era probable que quisieran
separarse, su derecho a hacerlo debe ser garantizado constitucionalmente, como
una afirmación de la democracia. Un número considerable de personas quería negar
los derechos políticos a los popes, temiendo influyesen indebidamente en la
política. “Es tiempo de introducir el sufragio universal sin ninguna restricción”,
respondió Stalin, argumentando que el pueblo soviético era ya lo
suficientemente maduro para saber lo que quería.
Más importante para nosotros hoy que las formas
constitucionales o incluso que la forma como ellas trabajan, fue una frase bastante
significativa del discurso de Stalin. Terminó con desafío directo a la
creciente amenaza nazi en Europa. Hablando el 25 de noviembre 1936, antes de
que algún gobierno europeo se opusiera seriamente al hitlerismo, Stalin dijo
que la nueva Constitución soviética era “un acta de acusación contra el fascismo, siendo
testimonio de que el socialismo y la democracia son invencibles”.
En los años siguientes al Congreso Constituyente, la
personalidad de Stalin comenzó a ser más ampliamente conocida. Su retrato y sus
frases se hicieron tan prominentes en la Unión Soviética que muchos extranjeros
consideraron esto una “idolatría” forzada y poco sincera. La mayoría de la
gente soviética que conozco siente realmente una gran devoción por Stalin, el
hombre que construyó su país y lo dirigió a alcanzar el éxito. Incluso he
conocido gente que ha cambiado temporalmente su residencia, en la víspera del
día de las elecciones, con el fin de tener la oportunidad de votar directamente
por Stalin en el distrito en el que es candidato, en lugar de hacerlo por un
candidato menos estimulante, en su propio distrito.
En los periódicos soviéticos no se puede encontrar ninguna
información acerca de la vida privada de Stalin. Según la tradición rusa,
todos, incluso un líder político, tienen derecho a la privacidad de su vida
personal. Una línea muy tenue divide la vida privada del trabajo público.
Cuando murió la esposa de Stalin, los obituarios en los periódicos la
mencionaban por su nombre propio, que no era el de Stalin, indicando su trabajo
y su relación con varias organizaciones públicas y el hecho de que era “amiga y
camarada de Stalin”. No mencionaban que ella era la esposa de Stalin. El hecho
de que ella trabajara con él y de que pudiera influir en sus decisiones como
camarada era un asunto público; el hecho de que ella estuviera casada con él
era un asunto privado. Tiempo después, se dijo que se había casado nuevamente
pero la prensa nunca lo mencionó.
Vislumbres de las relaciones personales de Stalin se
conocen principalmente a través de sus contactos con figuras destacadas que han
ayudado a hacer la historia soviética. Valery Chkalov, el brillante aviador que
hizo el primer vuelo desde Moscú a Estados Unidos, pasando por el Polo Norte, habló
de una tarde que pasó en la casa de verano de Stalin, desde las cuatro hasta
después de la medianoche. Stalin cantó muchas canciones del Volga, puso discos en
el gramófono para que los jóvenes bailaran, comportándose como un ser humano
normal, relajado en el seno de su familia.
Las tres mujeres aviadoras que rompieron todos los
récords mundiales femeninos con su espectacular vuelo desde Moscú hacia el
Lejano Oriente, fueron homenajeadas en una velada en el Kremlin. Una de ellas,
Raskova, contó después que Stalin había bromeado con ellas sobre los días
prehistóricos del matriarcado, cuando las mujeres gobernaban la sociedad
humana. Dijo que en los primeros días del desarrollo de la humanidad, las
mujeres habían creado la agricultura como la base de la sociedad y el progreso,
mientras que los hombres “sólo cazaban y hacían la guerra”. Después de
referirse a los siglos posteriores de esclavitud femenina, Stalin dijo: “Ahora,
estas tres mujeres están vengando los duros siglos de esclavitud de la mujer.”
Sin embargo, creo que la mejor historia es la de María
Demchenko, porque revela la idea de Stalin acerca de los líderes y de cómo se
forman. María era una campesina que vino a un congreso agrícola en Moscú e hizo
un juramento personal a Stalin, que estaba sentado en una plataforma: que su
brigada femenina produciría ese año veinte toneladas de remolacha por acre. Fue
una promesa impresionante porque el rendimiento promedio en Ucrania era de unas
cinco toneladas. El desafío de María inició una competencia entre los
productores de remolacha ucraniana, que fue cubierta por la prensa soviética. Todo
el país siguió con entusiasmo la lucha de María contra la plaga de polillas. La
nación vio a los bomberos locales llevando veinte mil cubos de agua para vencer
la sequía. Vieron a este grupo de mujeres quitando nueve veces las malezas de
los campos, y limpiándolos ocho veces de los insectos. Finalmente, María
recogió veintiuna toneladas por acre, mientras que el mejor de sus competidores
logró veintitrés.
Esta cosecha fue un evento nacional. María y su grupo fueron
a Moscú a visitar a Stalin durante la celebración de otoño. Los periódicos las
trataban como estrellas de cine y publicaban sus palabras en lugar destacado.
Stalin le preguntó a María qué quería como recompensa por su buen récord y por
haber despertado el entusiasmo de los otros productores de remolacha. María
dijo que lo que más había deseado era venir a Moscú y ver a los “líderes”.
“Pero ahora ustedes
mismas son líderes”, le dijo Stalin a María.
“Bueno, sí”,
dijo María, “pero de todos modos queríamos
verlo a usted”. Su último pedido, que fue concedido, fue estudiar en una
universidad agrícola.
Cuando Alemania inició la guerra contra la Unión
Soviética, muchos extranjeros se sorprendieron de que Stalin no hubiera
pronunciado un discurso para levantar al pueblo inmediatamente. Algunos de
nuestros periódicos más sensacionalistas publicaron que Stalin había huido. El
pueblo soviético sabía que Stalin confiaba en que ellos harían su trabajo y que
él haría un balance de la situación tan pronto como ésta se definiera. Lo hizo en
la madrugada del 3 de julio, en la radio. Las palabras con que empezó fueron
muy significativas:
“¡Camaradas!
¡Ciudadanos!”, dijo, como lo había hecho siempre. Luego añadió: “¡Hermanos y Hermanas!”.
Era la primera vez que Stalin usaba estas palabras familiares en público. Para todos
los que escuchaban, estas palabras significaban que la situación era muy grave,
que tenían que estar unidos para hacer frente la prueba final y que tenían que
estar todos más cerca y ser más queridos, unos a otros, más que nunca antes. Significaba
que Stalin pasaba un brazo sobre sus hombros, dándoles fuerzas para la tarea
que tenían por delante. Dicha tarea consistía en enfrentar con sus propias
fuerzas el golpe del más infernal ataque de la historia, resistirla, quebrarla,
y de esa forma salvar al mundo. Ellos sabían que tenían que hacerlo, y Stalin sabía
que lo harían.
Stalin explicó con toda claridad, que el peligro era
grave, que los ejércitos alemanes habían tomado la mayor parte de los países
bálticos, que la lucha sería muy costosa y, que la disyuntiva era entre “la
libertad y la esclavitud, la vida o la muerte del Estado soviético”. Les dijo: “El enemigo es
cruel e implacable. Quiere apoderarse de nuestras tierras, regarlas con nuestro
sudor… convertir a nuestros pueblos en esclavos de los príncipes y barones
alemanes.” Hizo un llamamiento a la “valiente iniciativa e inteligencia
que son propias de nuestro pueblo”, que durante más de veinte años él
mismo había contribuido a crear. Delineó con cierto detalle el difícil camino que
seguirían, cada uno en su propia región, y dijo que encontrarán aliados entre
todos los pueblos del mundo amantes de la libertad. Luego, los exhortó: “¡Adelante! ¡Hacia
la victoria!”.
Erskine Caldwell, informando esa madrugada desde Moscú,
dijo que grandes multitudes estuvieron en las plazas de las ciudades escuchando
los altavoces, “conteniendo el aliento,
en tan profundo silencio que se podía escuchar cada inflexión de la voz de
Stalin”. Incluso se pudo escuchar, en dos ocasiones, el agua que se echaba en
un vaso, cuando Stalin hizo pausas para beber. Después de que Stalin acabó su discurso,
el silencio absoluto continuó durante varios minutos. Entonces una mujer de
aspecto maternal dijo: “Él trabaja mucho,
me pregunto si encuentra tiempo para dormir. Me preocupa su salud.”
Así es como Stalin dirige al pueblo en la experiencia de
la guerra.
Fuente: Anna Louise Strong, “Stalin”, 1941, publicado en inglés por Marxists.org
Traducido para “Crítica
Marxista-Leninista” por Thiago R.
[*] Periodista y simpatizante de las revoluciones rusa y china. Viajó por primera vez a Rusia en 1922, viviendo ahí por muchos años. A fines de los cincuenta fue a residir en Beijing, donde murió en 1970. Como indica en el texto que
ofrecemos, escribió un primer artículo sobre Stalin en 1925, titulado “Stalin, la
voz del Partido, vence a Trotsky". También es conocida su entrevista con Mao Zedong en 1946 ("el imperialismo es un tigre de papel".
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