La tendencia al estancamiento es una realidad objetiva del capitalismo
monopolista. Las crisis de sobreproducción son básicamente crisis de
sobreproducción de plusvalía. La mayor parte de la plusvalía obtenida regresa
al proceso productivo, convirtiéndose en capital, configurando así el proceso
de acumulación de capital. Esto se repite una y otra vez, siempre que se
completa el ciclo productivo, concentrándose de manera creciente el capital. La
competencia por las oportunidades de inversión es tan inclemente como la
competencia por vender los productos y servicios, que a su vez es el medio de
realización del capital. La explotación de la clase obrera es tan feroz, sobre
todo en condiciones monopolistas, que ingentes cantidades de ganancias se
apilan en las arcas capitalistas, en búsqueda de volver a obtener más ganancias
con el trabajo del obrero. Pero llega un momento en que estas “oportunidades”
de inversión se van haciendo escasas, sobre todo en la fase imperialista del
capitalismo, donde no es suficiente cualquier ganancia, sino la ganancia
máxima. La crisis capitalista es “una crisis nacida de la superabundancia”, decía
Engels, en la que estalla “en explosiones violentas la contradicción entre la
producción social y la apropiación capitalista… El conflicto económico alcanza
su punto de apogeo: el modo de producción se rebela contra el modo de cambio”. En la que se produce una “rebelión de las fuerzas de producción
cada vez más imponentes, contra su calidad de capital, esta necesidad cada vez
más imperiosa de que se reconozca su carácter social”.
Ante esa inminente reducción de las “oportunidades” de inversión, el
capital ha encontrado formas de prolongar la agonía, de alejar el momento de la
“explosión”. La mayor participación del gasto público y la estimulación de la
demanda, que encontraron su expresión doctrinaria en el keynesianismo, entraron
a formar parte de las “herramientas” a mano del capital para salir o evitar la
crisis. La carrera armamentista, los presupuestos militares y las guerras
focalizadas constituyen una de las alternativas más recurridas por el capital
monopolista de Estado para postergar la crisis y estimular la actividad
empresarial (…y lo sigue siendo en la actualidad). Así por ejemplo, algunos
estudios económicos han demostrado que sin la Segunda Guerra Mundial, la Guerra
de Corea y la Guerra de Vietnam, la economía norteamericana, la principal
potencia mundial, no habría crecido como lo hizo. El sojuzgamiento, la
explotación, el saqueo y la depauperación de los países semicoloniales y
dependientes es, con la explotación de la clase obrera del propio país, la
principal fuente de ganancias del capital imperialista. Pero los movimientos
populares y de liberación nacional se las están poniendo difíciles al
imperialismo y a las grandes burguesías locales.
En su esfuerzo por encontrar alternativas que absorban los capitales
disponibles, se crearon “burbujas” especulativas en diversos sectores de la economía. Ni
las “burbujas” ni la especulación son características propias del capitalismo
moderno; la historia conoce muchas de ellas, en diversas épocas y lugares, y
todas han seguido el mismo patrón. Desde la década de 1970, han adquirido
especial importancia las que se han presentado en el sector financiero, que
cuando se “desinflaron”, se manifestaron como crisis de las bolsas de valores o crisis bancarias. La mayor
injerencia del capital financiero en las distintas actividades económicas y la
sofisticación de sus formas operativas han llevado a algunos a encontrar un
“nuevo” capitalismo, a considerar que se vive en una nueva fase, sino del
capitalismo, del imperialismo. Sin embargo, la teoría leninista del
imperialismo permanece incólume porque no hay nada nuevo donde algunos
estudiosos ven “nuevo” capitalismo o imperialismo. Asimismo, el papel de
los mercados financieros y bursátiles en la economía sigue siendo, en esencia, aquel estudiado
por Marx, Engels y Lenin, a pesar de que cuando escribieron al respecto, las
características y formas operativas de estos mercados no auguraban las
dimensiones, en amplitud y profundidad, que iban a alcanzar. La bolsa, con
todos sus instrumentos y derivados, sigue siendo –como decía Engels– el
lugar “donde los capitalistas se arrebatan
unos a otros sus capitales”, donde se arrebatan unos a otros la
plusvalía ya obtenida, donde no se genera plusvalía y donde las ganancias obtenidas siguen la fórmula D-D’.
Publicamos a continuación una sección del ensayo de John Bellamy Foster y
Fred Magdoff, “Implosión financiera y
estancamiento. El regreso a la economía real”, referente al tema del
estancamiento de la economía capitalista monopolista. Los autores son
connotados economistas, exponentes de la llamada “escuela Montlhy Review”, cuyo análisis combina marxismo con keynesianismo,
con especial énfasis en la variante moderna y de izquierda de éste último. Su
tesis más representativa consiste en la llamada “financiarización” de la
economía del capitalismo monopolista, a tal punto que es mejor llamar a esta
fase del imperialismo, “capitalismo monopolista-financiero”. (Una brevísima crítica
de las tesis de esta escuela se pueden leer en “Entendiendo la crisis”).
Los supuestos teóricos del que parten y las conclusiones políticas a las que se
llega con el análisis de Monthly Review los sitúan en la “izquierda” del sistema, no en la izquierda
contra el sistema. Es importante, sin embargo, el seguimiento que hacen de la economía
norteamericana y mundial, analizando temas concretos y específicos, con una base
de datos y estadísticas bastante útiles e ilustrativos.
Notas: Todas
las citas de Engels, proceden de su obra divulgativa “Del socialismo utópico al socialismo científico”.
De vuelta a
la economía real:
el problema
del estancamiento
John Bellamy Foster y Fred
Magdoff
Paul Baran, Paul Sweezy y Harry Magdoff
sostuvieron infatigablemente desde la década de 1960 a la de 1990 (muy
notoriamente en El capital monopolista) que el estancamiento era el estado normal de la economía monopólico-capitalista, a menos que
concurran factores históricos especiales. La prosperidad que caracterizó a la
economía en las décadas de 1950 y 1960, insistían, era atribuible a ese tipo de
factores históricos temporales, como por ejemplo: (1) la acumulación de ahorros
de los consumidores durante la guerra; (2) una segunda gran ola de
automovilización en los Estados Unidos (que incluyó la expansión de las
industrias del vidrio, el acero y el caucho, la construcción del sistema de
autopistas y el desarrollo de las zonas residenciales en el exterior de las
ciudades); (3) la reconstrucción de las economías europeas y japonesa,
devastadas por la guerra; (4) la carrera de armamentos de la Guerra Fría (y dos
guerras regionales en Asia); (5) el desarrollo de las campañas de ventas,
marcado por el surgimiento de Madison Avenue; (6) la expansión de las finanzas,
los seguros y el sector inmobiliario (FIRE en sus siglas inglesas); y (7) la preeminencia
del dólar como divisa hegemónica. En cuanto decayó el estímulo de todos esos
factores, la economía empezó a descender de nuevo hacia el estancamiento:
crecimiento lento y aumento del exceso de capacidad y del desempleo/subempleo.
Al final, fueron el gasto militar y la explosión del endeudamiento y la
especulación los que pasaron a constituir el principal estímulo que mantuvo a
la economía fuera del bache. Sin embargo, estos no bastaron para evitar la
reaparición en general de las tendencias al estancamiento, y con el tiempo el
problema no hizo más que empeorar.[31]
La realidad de ese estancamiento
cerniente se aprecia en la tabla 2, que muestra las tasas de crecimiento real
de la economía década a década en los últimos ochenta años. La baja tasa de
crecimiento de la década de 1930 refleja el fuerte estancamiento de la Gran
Depresión. A esta siguió el extraordinario avance de la economía estadounidense
en la década de 1940 bajo el impacto de la Segunda Guerra Mundial. En el
periodo 1950-1969, al que ahora solemos referirnos como una «edad dorada»
económica, la economía, impulsada por el conjunto de factores históricos
especiales al que antes hacíamos referencia, pudo lograr un fuerte crecimiento
económico aun siendo una economía de «tiempos de paz». Sin embargo, todo eso resultó
ser demasiado temporal. El acusado descenso de las tasas de crecimiento en la
década de 1970 y subsiguientes señala una tendencia persistente a una menor
expansión de la economía, ya que las fuerzas principales que impulsaron las
tasas de crecimiento en las décadas de 1950 y 1960 habían perdido fuerza, lo
que impedía que la economía regresara a su antigua prosperidad. En las décadas
posteriores, en lugar de recuperar la anterior tendencia de la tasa de
crecimiento, la economía decreció lentamente.
Fue la realidad del estancamiento
económico que se inició en 1970 lo que, como han resaltado recientemente los
economistas heterodoxos Riccardo Bellofiore y Joseph Halevi, provocó la
aparición del «nuevo régimen capitalista financializado», una especie de
«paradójico keynesianismo
financiero » en el que
fundamentalmente la demanda en la economía se estimuló «gracias a burbujas de
valores». Además, fue el papel principal jugado por los Estados Unidos en la
producción de dichas burbujas —a pesar (y también a causa) del debilitamiento
de la acumulación de genuino capital—, junto con la condición de divisa de
reserva del dólar, lo que convirtió al capital monopolista-financiero
estadounidense en el «catalizador de la demanda efectiva mundial» a partir de
la década de 1980.[32] Sin embargo, ese patrón de crecimiento financializado
fue incapaz de generar un rápido avance económico durante un periodo sostenido
y, además, resultaba insostenible, producía burbujas más grandes que estallaban
periódicamente y hacían el estancamiento cada vez más evidente.
Tabla 2: Crecimiento del PIB real de Estados Unidos, 1930-2007
Década Porcentaje anual medio
|
1930 1,3
1940 5,9
1950 4,1
1960 4,4
1970 3,3
1980 3,1
1990 3,1
2000-2007 2,6
|
Un elemento clave para la explicación de
toda esa dinámica hay que buscarlo en el descenso de la ratio de sueldos y
salarios como porcentaje de la renta nacional estadounidense. El estancamiento
de la década de 1970 llevó al capital a lanzar una acelerada guerra de clase
contra los trabajadores a fin de incrementar las ganancias mediante la
reducción de los costes laborales. El resultado consistió en varias décadas de
aumento de la desigualdad.[33] El gráfico 3 muestra el marcado descenso de la
proporción del PIB que representan sueldos y salarios entre finales de la
década de 1960 y el presente. Es un reflejo del hecho de que los salarios
reales de los trabajadores no-agrícolas del sector privado estadounidense (en
dólares de 1982) alcanzaron su máximo en 1972 con 8,99 dólares por hora, y para
el año 2006 habían caído hasta 8,24 dólares (el equivalente al salario por hora
de 1967), a pesar del enorme aumento de la productividad y de las ganancias en
las pocas últimas décadas.[34]
Gráfico 3: Gasto en sueldos y salarios como porcentaje del PIB
Fuentes: Economic
Report of the President, 2008, tabla
B-1 (PIB), tabla B-29 (Fuentes de renta personal, 1959-2007). Porcentaje del PIB
Todo ello fue parte de una masiva
redistribución de la renta y la riqueza hacia las capas superiores. Entre 1950
y 1970, por cada dólar adicional que percibían las personas de la franja del
90% inferior de los perceptores de rentas, las personas que pertenecían a la
franja del 0,01% superior percibían 162 dólares adicionales. En contraste,
desde 1990 a 2002, por cada nuevo dólar que sumaban las personas de la franja
del 90% inferior, las del 0,01% superior (unas 14.000 familias en la actualidad)
percibían 18.000 dólares adicionales. En los Estados Unidos de 2001, el 1%
superior de los dueños de la riqueza poseía conjuntamente más del doble de lo
que poseía el 80% inferior de la población. Si se tiene en cuenta únicamente la
riqueza financiera, es decir, si se excluye el patrimonio en forma de primera vivienda,
el 1% superior poseía más de cuatro veces lo que poseía el 80% inferior. Entre
1983 y 2001, el 1% superior acaparó el 28% del incremento de la renta nacional,
el 33% de las ganancias netas totales y el 52% del incremento total del valor
financiero.[35]
Lo realmente notable en tales
circunstancias era que el consumo de las familias continuara creciendo desde
poco más del 60% del PIB a principios de la década de 1960 hasta en torno al
70% en 2007. Eso solo fue posible debido al aumento del número de familias con
dos perceptores de renta (con la entrada de las mujeres en el mundo laboral en
mayor número), a que la gente trabajaba más horas y tenía múltiples empleos y a
un aumento constante del endeudamiento de los consumidores. El endeudamiento familiar
se vio alentado, sobre todo en las últimas fases de la burbuja inmobiliaria, por
el drástico aumento de los precios de la vivienda, lo que permitía a los
consumidores tomar más préstamos apoyados en su patrimonio (el llamado «efecto
riqueza» de la vivienda), un proceso que finalizó de repente cuando la burbuja
estalló y los precios de la vivienda empezaron a caer. Tal y como muestra el
gráfico 1, el endeudamiento familiar creció del 40% del PIB en 1960 al 100% del
PIB en 2007, con un aumento especialmente pronunciado a partir de finales de la
década de 1990.[36]
Ese aumento del consumo, basado en la
expansión del endeudamiento familiar, resultaría ser el tendón de Aquiles de la
economía. La burbuja inmobiliaria se apoyó en un fuerte incremento de la deuda
de base hipotecaria, mientras que los salarios reales estaban esencialmente
estancados desde hacía décadas. Los impagos que se produjeron entre los nuevos
propietarios marginales provocaron un descenso de los precios de la vivienda. Eso
provocó que un número de propietarios cada vez mayor debiera más por su
vivienda de lo que esta valía, lo que dio lugar a nuevos impagos y a un
descenso aún mayor de los precios de la vivienda. Los bancos, que querían reforzar
sus balances, empezaron a restringir la concesión de nuevas ampliaciones del
crédito de las tarjetas. El consumo descendió, se perdieron empleos, el gasto
de capital se aparcó y dio comienzo una espiral descendente de duración
desconocida.
A lo largo de los últimos treinta años
aproximadamente, el excedente económico controlado por las corporaciones y en
manos de inversores institucionales, como compañías de seguros y fondos de
pensiones, ha vertido un flujo cada vez mayor de capital en una exótica gama de
instrumentos financieros. Ha sido escasa la parte de ese enorme excedente
económico que se ha utilizado para expandir la inversión, que se ha mantenido
en una situación de reproducción simple, destinada a la mera sustitución (si bien
en cierto que con nuevas tecnologías mejoradas), en lugar de estar en una
situación de reproducción ampliada. Con empresas incapaces de encontrar demanda
para su producción —realidad que se refleja en el declive a largo plazo de la
utilización de la capacidad en la industria (véase el gráfico 4)— y, por lo
tanto, enfrentadas a una escasez de oportunidades de inversión provechosa, el
proceso de formación de capital neto se fue volviendo cada vez más
problemático.
Gráfico 4: Porcentaje de utilización de la capacidad industrial
Fuente: Economic
Report of the President, 2008, tabla B-54 (Tasas
de utilización de capacidad, 1959-2007).
Por ello, las ganancias se fueron
apartando cada vez más de la inversión en la expansión de la capacidad
productiva para destinarse a la especulación financiera, mientras que el sector
financiero, por su parte, parecía generar tipos ilimitados de productos
financieros diseñados para utilizar todo ese capital dinerario. (El mismo
fenómeno se dio globalmente, lo que llevó a Bernanke a hablar en 2005 de una
«superabundancia global de ahorro », con enormes cantidades de capital en busca
de inversiones que circulaba por el mundo y que cada vez se veía más atraído
hacia los Estados Unidos debido a su papel pionero en la financialización.)[37]
Las consecuencias de todo ello se pueden apreciar en el gráfico 5, que muestra
la drástica disociación entre los beneficios y la inversión neta en porcentaje del
PIB en años recientes, con una significativa disminución de la inversión fija privada
no-residencial neta en términos de porcentaje de la renta nacional, a pesar de
que los beneficios en porcentaje del PIB estaban próximos a niveles no vistos
desde finales de la década de 1960 y principios de la de 1970. Eso significaba,
en términos de Marx, el paso de la «fórmula general del capital»
D(inero)-M(ercancía)-D’ (dinero original más plusvalía), en la que las
mercancías eran centrales para la producción de beneficios, a un sistema cada
vez más orientado tan solo hacia el circuito de capital dinerario, D-D’, en el
que el dinero simplemente engendra más dinero sin relación alguna con la
producción.
Dado que la financialización puede
entenderse como la respuesta del capital a la tendencia al estancamiento de la
economía real, una crisis de la financialización significa inevitablemente el
afloramiento del estancamiento endémico subyacente en la economía capitalista
avanzada. El desapalancamiento del enorme endeudamiento acumulado en décadas
recientes está contribuyendo en la actualidad a una profunda crisis. Además,
con la financialización detenida, no existe otra salida a la vista para el
capital monopolista-financiero. Así pues, el pronóstico es que, aun después de
que se estabilice la crisis inmediata de devaluación, la economía se caracterizará,
en el mejor de los casos, por un tiempo de crecimiento mínimo con desempleo y
subempleo elevados y exceso de capacidad.
El hecho de que el consumo estadounidense
(facilitado por el enorme déficit de cuenta corriente del país) haya
proporcionado la demanda efectiva crucial para la producción de otros países
conlleva que la ralentización de los Estados Unidos esté teniendo ya efectos
desastrosos en el extranjero y la liquidación financiera esté globalmente en
auge. Las economías «emergentes» y subdesarrolladas están atrapadas en un
desconcertante conjunto de problemas. Entre estos figuran la caída de las
exportaciones, el descenso de los precios de las materias primas y las
repercusiones de los altos niveles de financialización sobre una base económica
inestable y altamente explotadora; todo ello mientras dichos países se ven
sometidos a renovadas presiones imperiales por los Estados del centro.
Gráfico 5: Beneficios e inversión neta en la economía norteamericana en
porcentaje del PIB desde 1960 hasta el presente
Fuentes: Bureau of Economic Analysis,
National Income and Product Accounts, tabla 5.2.5. Inversión interior bruta y neta por principales tipos (en
miles de millones de dólares); tabla B-1 (PIB), y tabla B-91 (Ganancias
industriales nacionales), Economic
Report of the President, 2008. Bureau of Economic Analysis, National
Income and Product Accounts, tabla 5.2.5. Inversión interior bruta y neta por principales tipos,
datos anuales 1929-2006.
Los propios Estados del centro también
tienen problemas. Islandia, a la que se ha comparado con el canario de la mina
de carbón, ha sufrido un colapso financiero completo que ha requerido rescate
desde el exterior y que posiblemente requiera un asalto masivo a los fondos de
pensiones de la población. Durante más de 17 años, Islandia ha tenido un
Gobierno de derechas, liderado por el ultraconservador Partido de la
Independencia, en coalición con los partidos socialdemócratas de centro. Bajo
dicha dirección, Islandia adoptó incondicionalmente la financialización y la
especulación neoliberales y experimentó un crecimiento excesivo de los sectores
bancario y financiero en el que los activos totales de sus bancos pasaron del 96%
del PIB a finales del año 2000 a nueves veces el PIB en 2006. Ahora a los
contribuyentes islandeses, que no son responsables de tales acciones, se les
pide que carguen con el endeudamiento especulativo de sus bancos, lo que
producirá un drástico descenso del nivel de vida.[38]
Notas:
31. Véase
Paul A. Baran y Paul M. Sweezy, Monopoly
Capital, Monthly Review Press, Nueva York, 1966 (El capital monopolista,
Siglo XXI, Madrid); Harry Magdoff y Paul M. Sweezy, The Dynamics of U.S. Capitalism, Monthly Review Press, Nueva York, 1972, The Deepening Crisis of U.S. Capitalism, Monthly Review Press, Nueva York, 1981, y Stagnation and the Financial Explosion, Monthly Review Press, Nueva York, 1987.
32. Bellofiore y Halevi, «A Minsky
Moment?».
33. Véase
Michael Yates, Longer Hours, Fewer Jobs, Monthly Review Press, Nueva York, 1994; Michael Perelman, The Confiscation of American Prosperity, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2007.
34. Economic Report of the President, 2008, tabla B-47, p. 282.
35.
Corresponsales del New York Times, Class
Matters, Times Books, Nueva York, 2005, p. 186;
Edward N. Wolff (ed.), International
Perspectives on Household Wealth, Edward
Elgar, Cheltenham, 2006, pp. 112-115.
36. Para un
desglose del endeudamiento familiar por clases, véase John Bellamy Foster, «The
Household Debt Bubble», capítulo 1 de John Bellamy Foster y Fred Magdoff, The Great Financial Crisis: Causes and Consequences, Monthly Review Press, Nueva York, 2009.
37. Ben S.
Bernanke, «The Global Savings Glut and the U.S. Current Account Deficit»,
Conferencia Sandridge, Virginia Association of Economics, Richmond (Virginia),
10 de marzo de 2005, http://www.federalreserve.gov.
Fragmento
tomado de John Bellamy Foster y Fred Magdoff, “Implosión financiera y estancamiento. El regreso a la economía real”,
en Monthly Review Selecciones en Castellano nº 10.
Descargar "De vuelta a la economía real. El problema del estancamiento" de John Bellamy Foster y Fred Magdoff (2008)
Descargar "De vuelta a la economía real. El problema del estancamiento" de John Bellamy Foster y Fred Magdoff (2008)