Es muy común leer que Stalin, el "poderoso Secretario General" del Partido bolchevique, tenía el control casi absoluto del Partido, desde los meses previos a la muerte de Lenin, y que después de la muerte del líder bolchevique no hizo otra cosa que desplegar ese poder para desplazar a Trotsky de la sucesión en la dirección del Partido. Sin embargo, los hechos demuestran que Stalin tuvo que ganarse a pulso a la mayoría de las bases del Partido, en lucha ideológica y política por afirmar la línea leninista, contra el oportunismo. A continución ofrecemos extractos del capítulo 6 de la biografía de Stalin escrita por el historiador burgués Robert H McNeal, que permiten apreciar otra narración de los hechos que sucedieron después de la muerte de Lenin, particularmente en la lucha por la dirección del Partido. Los prejuicios burgueses son evidentes, no obstante presentan un punto de vista interesante.
Los herederos
Robert McNeal
(1988)
Poco después de la crisis médica de Lenin en marzo de
1923, el Buró Político comenzó a emitir boletines médicos, aparentemente
preparando al público soviético para su muerte. Sin embargo, a mediados de mayo,
cesaron y no fueron reiniciados cuando la condición de Lenin declinó nuevamente
en la primera mitad de junio. Evidentemente, Stalin pensaba que no era en su
propio interés o en el del Estado preparar al público para una sucesión en el
poder. Mucho mejor para él si no había presión de las masas o de los dirigentes
del Partido y del Estado que planteara directamente la necesidad de establecer
un nuevo arreglo de poder. Stalin tenía las cartas altas y no quería que se
barajen y repartan de nuevo.
Así fue que la muerte de Lenin, resultado de otra
hemorragia cerebral el 21 de enero de 1924, fue un golpe inesperado para el público
que pensaba que su líder no estaba en peligro inmediato durante su prolongada
convalecencia. Esto ha sido utilizado por varios escritores. Trotsky, el más
notable, sostuvo que Stalin había asesinado a Lenin. Lenin no estaba en tan
mala forma, sostienen, ¿no es extraño que muriera tan súbitamente? En la
naturaleza de las cosas, la inocencia de Stalin no puede ser demostrada, y en
la historia, a diferencia del sistema judicial, no puede ser presumida. Pero sería
forzar la imaginación considerar que la versión oficial de la esclerosis
arterial de Lenin fue fabricada. Por otra parte, la impresión general de las
tácticas de Stalin en ese periodo, 1922-28, es que el consideraba que el tiempo
estaba de su lado y fue notablemente paciente en esperar para ver si los
sucesos se desarrollaban a su favor. Es improbable que a principios de 1924 el
temiera que Lenin pudiera recuperarse y causar problemas.
Cuando ocurrió la muerte de Lenin, fue recibido no como
pretexto para una reorganización política sino como un momento para la
consolidación, precisamente lo que Stalin había esperado. Él estuvo
notablemente involucrado en las exequias oficiales, pero no en el papel de
doliente principal ni aparente heredero. Las otras figuras principales
probablemente estaban listas para bloquear tal movimiento, y por su parte
Stalin parece haber estado inclinado a ejercer paciencia y modestia. Estuvo
entre los dignatarios que llevaron el féretro desde la residencia campestre
donde Lenin murió hacia la estación de ferrocarril más cercana, y luego desde
la estación Pavletsk en Moscú hacia la Casa de los Sindicatos para el velorio.
Ahí Stalin hizo sus turnos en la guardia de honor, y el 27 de enero, el día del
funeral, compartió con Zinoviev y seis obreros ordinarios el privilegio de
cargar el féretro en camino hacia la Plaza Roja. Siguiendo la ceremonia, en la
que el principal orador fue un militante de segundo rango elegido por su
poderosa voz, Stalin fue uno de los ocho políticos que bajó el féretro hacia la
bóveda.
Todo esto demostraba estatus. Pero no estuvo en la
comisión funeraria y no tuvo un artículo recordatorio en Pravda del 24 de enero junto a los de Trotsky, Zinoviev, Kámenev,
Bujarin y varias figuras menores. Es difícil creer que simplemente no se
molestó o no encontró tiempo para escribir algo: Pravda dio dos días a personas
y organizaciones para que prepararan una copia, al no mencionar la muerte de
Lenin en la edición del 22 de enero y no publicando edición alguna el día 23.
Por otra parte, Stalin elaboró un recordatorio de Lenin como líder, en un
discurso en la sesión conmemorativa de la Academia Militar del Kremlin del 28
de enero, un día después del funeral. Es bastante probable que estuviera
destinado para su publicación en la edición de Pravda del 24, pero fue omitido. Aparte de una afirmación no
verificable de que recibió una carta de Lenin tan temprano como 1903, el
aspecto más interesante de esta remembranza es la afirmación de que una las
virtudes de Lenin era su “odio a los intelectuales llorones, la fe en las propias
fuerzas, la confianza en la victoria”. ¿Este era un golpe maestro en la campaña
de Stalin por cultivar el creciente número de comunistas que no eran
intelectuales? ¿No era esa “fe en las propias fuerzas” un precursor del
“socialismo en un solo país”? ¿Y no había una deliberada reminiscencia de los
antiguos cargos de que Trotsky era un derrotista, cargos que entonces se hacían
en círculos confidenciales, y luego ante un gran público? Esta pieza finalmente
apareció en Pravda el 12 de febrero.
Pero uno se pregunta si el editor, Bujarin, fue parte del esfuerzo por
minimizar la eminencia de Stalin como un doliente de Lenin.
No hay evidencia persuasiva de que Stalin estuviera
ocupado complotando para mantener alejado a Trotsky del funeral. En su
autobiografía Trotsky dice que él cableó “al Kremlin” y que “los conspiradores”
falsamente le dijeron que el funeral sería el 26, lo que no permitiría a
Trotsky regresar a tiempo de su descanso por enfermedad en Georgia. En el
archivo de Trotsky no existe ningún documento que sustente esa afirmación, y uno
esperaría que él tomara algunas
precauciones para conservar tal comunicación. Y aún si fuera verdad, su informe
no menciona a Stalin por su nombre y tiende a inculpar a otros camaradas. En
esa época, la oficina de Stalin no estaba en el Kremlin, y si Trotsky hubiera
contactado la oficina de Lenin, la oficina del Sovnarkom, que estaba en el
Kremlin, no hubiera tenido que tratar con Stalin. En cualquier caso, fue un
notable error político de parte de Trotsky no hacer todo el esfuerzo por
conseguir que se cambiara la fecha del funeral o intentar regresar a Moscú.
Después de todo, el narkom [comisario
del pueblo] de las fuerzas armadas podía requisar trenes o incluso aviones.
La principal maniobra de Stalin para obtener capital político
de las ceremonias se realizó en la tarde del 26 de enero, la víspera del
funeral. La ocasión fue la sesión especial del Segundo Congreso de los Soviets
de Toda la Unión, que entre otros gestos renombro Petrogrado como “Leningrado”.
La reunión fue a puertas cerradas, lo que hizo la ceremonia más conveniente. Empezó
Kalinin, presidente del Congreso, seguido por la viuda de Lenin, y luego por
Zinoviev. Aunque frecuentemente considerado como una persona desagradable,
Zinoviev era un orador de nota y para la ocasión ofreció un largo eulogio que
evocó la imagen de un padre y una cuasi folklórica visión de las proezas del
héroe, parte importante de los cultos cívicos soviéticos del futuro. No siendo
un orador, Stalin estaba en desventaja hablando después de Zinoviev, sin
embargo, intentó compensar eso con un tema astutamente elegido, los mandamientos
de Lenin, presentados con efectiva brevedad. Mientras era lo suficientemente
eulógico para acomodarse a la ocasión, el discurso de Stalin era básicamente
una reafirmación de la misión y la gloria del Partido Comunista. Empezó: “Camaradas:
Nosotros los comunistas, somos hombres de un temple especial. Estamos hecho de
una trama especial”. El formato del discurso consistía de seis puntos breves,
cada uno finalizando con el supuesto último mandamiento de Lenin y con un
compromiso para cumplirlo: “Al dejarnos, el camarada Lenin nos legó que mantuviéramos
en alto y conservásemos inmaculado el gran titulo de miembro del partido. ¡Te
juramos, camarada Lenin, que cumpliremos con honor este tu mandamiento!”. Tal
era la conclusión de la sección sobre la membresía del partido, seguido por
similares afirmaciones concernientes a la unidad del partido, la dictadura del
proletariado, la alianza de obreros y campesinos, la unión de las republicas
nacionales y la Internacional Comunista. En la elaboración de esto hubo una
astuta y bien trabajada retórica. El uso de la repetición podía rememorar de
modo general la liturgia cristiana ortodoxa; y, naturalmente, toda la atmósfera
del funeral era reverente. Pero Stalin no lo extrajo específicamente de la
tradición funeral cristiana, que no enfatiza ningún mandato del fallecido ni de
la iglesia como organización. Lo que los ritos cristianos hacen por el muerto
es enfatizar la inmortalidad, y este tema pronto se convertiría en un lugar
común en el culto soviético de Lenin. La más famosa evocación de esta idea, por
el poeta Mayakovsky, dice, en parte:
Lenin –
vivió.
Lenin –
vive.
Lenin –
vivirá.
Stalin, de otra parte, reiteraba el hecho, todo muy mortal,
de que Lenin “se había alejado de nosotros”. Ahí parece haber habido alguna
maniobra política igualmente terrena
conectada con el discurso de Stalin. Por una cosa: él tenía que competir con la
viuda de Lenin por el privilegio de interpretar el “testamento” del finado.
Ella, también, elaboró un discurso basado en el mismo formato. Su contenido
político no difería sustancialmente de la versión de Stalin y no mencionó los
dictados secretos de Lenin. Pero no iba en interés de Stalin que cualquier otro
definiera las ideas de Lenin – “leninismo” en la palabra que fue ganando popularidad
aún antes de su muerte. El eulogio de Stalin fue hecho a nombre de “la comisión”
del Comité Central del Partido, algo que no se decía de algún otro eulogio. La
implicancia de este curioso detalle parece haber sido que Stalin no tenía un
derecho personal a interpretar los mandamientos de Lenin al Partido. La
impresión de que alguien estaba intentando oponerse al uso de Stalin de “los
mandamientos de Lenin” es reforzado por el hecho de que Pravda no imprimió el texto completo de su discurso pese a que se
publicaron en su integridad los otros que fueron pronunciados en ese Congreso.
Y la versión resumida disminuyó sustancialmente la fuerza de la retórica de
Stalin. Además, su eulogio no fue publicado junto a los otros discursos
inmediatamente después del funeral. Parece especialmente significativo que el
discurso de Stalin no apareciera en la antología que publicó la prensa del Partido
de Leningrado –feudo de Zinoviev. Este libro tuvo espacio para tres piezas de
Zinoviev, una de la esposa de Zinoviev y para las de Trotsky, Kámenev y Bujarin,
pero no para la de Stalin. Tales ardides, incidentalmente, ayudan a demostrar
que la troika estaba lejos de ser un cabildeo anti-Trotsky, estrechamente
unido.
El funeral de Lenin no fue el principio ni el fin del
desarrollo de las prácticas que vinieron a constituir un culto cívico
importante en la Unión Soviética y en el movimiento comunista mundial. Sus
logros fueron inmensos para cualquier estándar mortal, y fue inevitable que
mucha gente que creía en la revolución –pero tenía poca predisposición por la
árida teoría– mirara a Lenin con admiración. Las primeras grandes manifestaciones
de un culto a Lenin se dieron en el verano de 1918, cuando fue seriamente
herido por una asesina. Gente humilde le envió regalos y cartas. Los activistas
locales del Partido pudieron haber jugado un rol, pero en esta temprana etapa
en el crecimiento del aparato comunista no es creíble que el siguiente mensaje
fuera manejado desde el centro:
“Querido maestro, permite que la predominante mayoría de los
ciudadanos del primer distrito de Lopuskhovskaia le exprese a usted un profundo
sentimiento de pesar y un profundo sentimiento de odio e indignación hacia el
enemigo social… Tenemos el placer de enviarle a usted 360 libras de harina para
que mejore su salud que es tan querida para nosotros”.
La prueba más grande de la rústica inocencia de este tributo
es su implícita admisión de que el distrito incluía algunas personas que no
tenían nada generoso que decirle a Lenin, aún después de que una asesina lo hubiese
herido. Esto nunca habría pasado en la propaganda profesional que contrastaba con
la ingenuidad sobre este tema. Por ejemplo el panfleto de YemilianYarolavsky,
titulado “El gran líder de la revolución
obrera”:
“Él está vivo, está con nosotros… El herido líder de la
clase obrera, permanece en su puesto, incansable… La herida y lúcida cabeza, la
mente del genio en el que están acumuladas, ordenadas y, en estas horas, arden
febrilmente, las ideas de todos los luchadores por la liberación de la
humanidad”.
A juzgar por una gran antología soviética de cartas de la
gente a Lenin, publicada después de la muerte de Stalin, la corriente de tales
expresiones de respeto que empezó con el intento de asesinato, continuó después
creciendo firmemente. Una calidad formalista creciente se hizo aparente en
ellos, pero este arte aún no estaba centralmente dirigido y las cartas no
fueron publicadas como propaganda en su tiempo. Se hizo más o menos costumbre
que varias conferencias menores enviaran saludos a Ilich. Frecuentemente había
un compromiso para cumplir alguna clase de tarea económica. Cartas como ésas
sentaron un precedente para millones de similares letanías dirigidas a Stalin
en años posteriores.
Stalin no jugó un gran papel en el auge del culto de
Lenin durante la vida del líder. Ni jugó un rol principal en el establecimiento
del culto de Lenin cuando murió. Como hemos visto, el eulogio de Stalin estaba
más preocupado con la reciente autoridad del Partido que con algunas cualidades
sobrehumanas del desaparecido. Tampoco Stalin tuvo un rol central en las
primeras etapas de la construcción del mausoleo de Lenin; una tarea que fue
encomendada a la Comisión de Funeral, pronto renombrada Comisión de
Inmortalización, cuyos lideres fueron Bonch-Bruevich, Krasin y Lunacharsky –no
Stalin.
Pudo o no haber jugado un rol crucial en la decisión de
embalsamar a Lenin. Nikolai Valentinov, un memorista generalmente respetado,
declara que Bujarin le dijo que en el otoño de 1923, Stalin había ofendido a
Trotsky, Kámenev y Bujarin oponiéndose a la cremación de Lenin y afirmando que
el pueblo de las provincias quería “enterrarlo” según la costumbre rusa.
Trotsky supuestamente acusó a Stalin de querer preservar los restos de Lenin a
la manera de los santos ortodoxos. Mas este informe pierde credibilidad cuando
se sabe que en ese tiempo no había crematorio en Rusia. Además, la expectativa
oficial por algún tiempo después del funeral era que el cuerpo fuera enterrado
o ubicado en un féretro en una cripta, en lugar de embalsamado para una
exhibición indefinida. Pero mucha gente no había podido ver por última vez a
Lenin, por lo que la comisión decidió extender la vista por cuarenta días,
reembalsamando el cuerpo con ese periodo en mente. La decisión de intentar una
preservación de largo plazo surgió en marzo, y Stalin evidentemente quiso tomar
crédito de esto cuando aparecieron sus obras completas en los 1940s. De acuerdo
a esta fuente, el ordenó a la Comisión de Inmortalidad que consulte científicos
sobre la posibilidad de tal embalsamamiento. Si es verdad, esto sugiere que
estaba respondiendo a la demanda popular demostrada, en lugar de tomar una
iniciativa para satisfacer sus propios deseos. Y por cierto, no fue el único
abogado de la preservación corporal. La principal responsabilidad por la
decisión de embalsamar parece ser de Leónid Krasin, un viejo bolchevique
intelectual y amigo personal de Lenin.
Aunque fue modelo y soporte del posterior culto de
Stalin, el culto de Lenin no fue establecido en primer lugar por o para Stalin.
Nació de la añoranza popular por un líder-héroe individual que el materialismo
dialéctico no ofrece. Antes de que Stalin hubiera ejercido personalmente
cualquier influencia sustancial en este desarrollo, muchas de sus formas habían
sido bien establecidas: las estatuas y pinturas omnipresentes, los retratos
tipo iconos llevados en las procesiones, las canciones y poesías devocionales,
ficción narrativa, con subculturas especiales folklórica e infantil, películas
y teatro históricos, y accesorios tales, como botones de solapa y cerámicas
decoradas. En junio de 1925, la oficina de Stalin, el Secretariado, ejerciendo
la autoridad del Comité Central, intentó asegurar el control sobre “la
distribución de botones de solapa, banderitas, etc., llevando la imagen de
Lenin”.
Este tema probablemente no ocupó mucho de la atención del
Secretario General, pero hubo un aspecto vital del culto de Lenin que sí lo
hizo: la ideología. En una cultura política basada en una pretendida teoría
científica era natural que los escritos del eminente pensador de la era fueran
reverenciados y administrados por aquellos que deseaban hacer uso de esta
reverencia. La republicación de varias obras de Lenin ya era una gran empresa
en sus últimos años, y después de su colapso físico, la dirección del Partido
tuvo mucho interés en esta actividad. La colección y publicación de las obras
“completas” de Lenin fueron la base de esta actividad, y Stalin hizo al menos
una aparición formal en ésta como signatario del llamamiento del Comité Central
dirigido a la gente que poseía cualquier papel de Lenin, para que los entregaran.
Más importante, Stalin obtuvo un significativo grado de control sobre el recién
creado “Instituto Lenin”, el cuerpo especializado encargado de la producción de
las “obras completas”. Aunque Kámenev fundó este organismo y fue el editor
nominal de la primera versión de las obras de Lenin, en octubre de 1923, el
Instituto fue puesto bajo el Comité Central… Stalin se sumó al directorio del
Instituto, aunque probablemente ejerció más influencia directa a través de su
asistente Tovstuja que dedicaba bastante tiempo a este trabajo
Pero las obras completas de Lenin no podían definir el
“leninismo”. Eso requería una autoridad que pudiera interpretar esta gran
cantidad de material. Stalin desperdició poco tiempo en afirmar su derecho a
ser tal autoridad. El medio que usó fue, en su forma inicial, un discurso
ofrecido a principios de abril de 1924 en la “Universidad” del Partido
–realmente una escuela de funcionarios– nombrada en homenaje a Sverdlov. Titulada
“Los fundamentos del Leninismo”, se
publicó en serie en Pravda durante
abril y mayo, y apareció también en mayo como folleto, que incluía su eulogio
del 28 de enero sobre los supuestos mandamientos de Lenin. En 1926, se
convirtió en la base de una antología titulada “Cuestiones del Leninismo”. Por el resto de la vida de Stalin, este
libro, actualizado y aumentado, que alcanzo más de 17 millones de copias,
sirvió como la selección básica en un volumen de su pensamiento, y por muchos años
fue uno de los dos libros más estudiados en la Unión Soviética. El discurso en
la Universidad Sverdlov fue dedicado a la Promoción Lenin, esto es el
reclutamiento de cerca de 200,000 nuevos miembros en el Partido como tributo a
Lenin. Pocos de esos nuevos comunistas tenían mucha educación concerniente a
las doctrinas del movimiento, y así representaba una población que
probablemente era receptiva a cualquier autoridad que definiera por ellos las
ideas del venerado fundador.
“Los fundamentos
del Leninismo” fue el principal intento de Stalin de reconciliar el
marxismo y el bolchevismo. Antes de 1917, los marxistas en general creían que
la revolución proletaria empezaría en un país económicamente avanzado, algo que
Rusia no era. Lenin había desafiado esta creencia tomando el poder pero nunca
había ofrecido una clara o amplia explicación marxista de su revolución. Sin
admitir ningún defecto del maestro en este aspecto, Stalin se aprestó a llenar
el vacío. En pocas páginas, citando a Lenin sólo una vez, Stalin legitimó la
Revolución de Octubre sosteniendo que Rusia, aunque no era económicamente
avanzada, se había convertido en “el punto de convergencia de todas las
contradicciones del imperialismo”. Rusia era “un foco de todo género de
opresión –capitalista, colonial y militar– en su forma más inhumana y más bárbara”.
El zarismo era “la condensación de los aspectos más negativos del imperialismo”.
Esta interpretación ruso-centrista de la ortodoxia marxista sostenía que la
predominancia del campesinado no era una desventaja para la revolución, porque
el campesino ruso fue “educado en tres revoluciones”, era “la reserva del
proletariado”. Sobre esa base, la clase obrera no sólo podía hacer la
revolución sino también avanzar hacia la sociedad socialista. Consciente de la
fuerte asunción entre los bolcheviques de que tenía que haber una revolución en
Occidente para asistirlos en ese proceso, Stalin fue cauteloso en este punto.
La revolución rusa, decía, ha demostrado que el proletariado de un solo país
puede derrocar a la burguesía. Pero la “organización de la producción
socialista” era imposible para un solo país, campesino, como Rusia. Para
alcanzar esta meta –que él igualaba a la “victoria final del socialismo”– “eran
necesarios los esfuerzos del proletariado de varios países”.
Este elemento primitivo del marxismo tradicional no duró
mucho tiempo en la exposición del Leninismo de Stalin. En posteriores ediciones
de “Los fundamentos del Leninismo”
revisó el pasaje en cuestión, admitiendo que “la victoria completa y final del
socialismo “ en un solo país requería revoluciones en varios países, pero no en
relación a la construcción de una economía socialista, solo en relación a la
seguridad externa –una “garantía contra la intervención” y la subsecuente
restauración del capitalismo. Stalin puso particular énfasis en otro elemento
del contexto ruso que habilitaría al proletariado para “alcanzar la completa
victoria del socialismo”: el Partido. Este fue, por supuesto, la especialidad
de Stalin y una legitimación de su autoridad. Fue también un razonable
desarrollo del trabajo y las ideas de Lenin, aun cuando el fundador nunca
ofreció una explicación amplia del rol post revolucionario del Partido. Cuando
Stalin decía que el Partido era “el destacamento de avanzada de la clase
obrera”, el “destacamento organizado de la clase obrera”, la “más alta forma de
organización de la clase”, él estaba resumiendo las bien establecidas doctrinas
del propio Lenin. Pero cuando el identificaba al Partido como “un instrumento
de la dictadura del proletariado” que esas clase necesitaba para “mantener la
dictadura y desarrollarlo para alcanzar la completa victoria del socialismo”,
Stalin estaba extrapolando a Lenin que había ignorado al Partido en su
discusión principal de la dictadura del proletariado, “El estado y la revolución”. Lenin no había establecido simplemente
que el Partido fuera necesario para construir el socialismo. En 1924, Stalin
hizo solo una referencia de pasada a esta misión del Partido, pero iba a
convertirse en una característica central de su carrera y de la ortodoxia
bolchevique hasta el presente día.
De acuerdo a la definición de Stalin del leninismo, “el
Partido es la unidad de voluntad, que excluye todo fraccionalismo y toda división
del poder en el Partido”. Esto parece estar bastante cerca a la posición de
Lenin en el decreto de 1921 aboliendo las fracciones, pero Stalin elaboró este
tema de un modo que podía ser o no parte de la concepción de Lenin. El
argumento fue que
“los grupos pequeñoburgueses penetran de un modo o de
otro en el Partido, llevando a éste el espíritu de vacilación y de oportunismo…
Hacer la guerra al imperialismo teniendo en la retaguardia tales “aliados”, es
verse en la situación de gente que se halla entre dos fuegos, tiroteada por el
frente y la retaguardia. Por eso, la lucha implacable contra estos elementos,
su expulsión del Partido, es la condición previa para luchar con éxito contra
el imperialismo”.
La noción de que tales enemigos podían ser derrotados
simplemente con la lucha ideológica en el Partido, decía, “es una teoría
podrida y peligrosa”. Aquí Stalin anticipaba la base ideológica y moral de las
grandes purgas de los 1930s. ”Teoría podrida” es precisamente la frase
reiterada de su principal justificación de
la sangría tal como la explicó en 1937. Puede ser considerado como un
desarrollo lógico de la rigurosidad de Lenin contra las desviaciones o puede
parecer una peligrosa distorsión del leninismo en su asunción de que la lucha
de clases debe continuar en la vanguardia del proletariado por tiempo
indefinido después de la revolución.
Habiendo afirmado su autoridad para definir el leninismo,
Stalin no buscó ninguna confrontación con los otros bolcheviques principales
que podían desafiarle este derecho. Probablemente creía que ya había marcado
terreno y que su imagen ganaría si aparecía como el defensor de la ortodoxia ideológica
contra iniciativas heréticas. En el otoño de 1924, Trotsky tuvo tal iniciativa,
dándole a Stalin una esplendida oportunidad para contragolpear. En ese tiempo,
el héroe de la Revolución de Octubre parecía a la deriva, incapaz de montar
ninguna campaña seria para ganar la supremacía y sin la certeza de a quién
atacar. Un paso que dio, quizá pensando en realzar su posición como un gran
pensador marxista, fue arreglar la publicación en 1924 de sus propias obras completas.
Zinoviev y Kámenev hicieron lo mismo; Stalin, modestamente, no. La publicación
de Trotsky fue uno de sus muchos errores tácticos, no sólo reavivó las memorias
de sus diferencias con Lenin, sino también hizo más fácil para sus críticos
encontrar citas útiles en sus polémicas contra Trotsky. Uno de tales lectores
fue Stalin, pero cuando Trotsky empezó su propia polémica no fue contra él. Es posible
que Trotsky continuara desdeñando a Stalin como una mediocridad o quizá juzgó
que era menos vulnerable que Zinoviev y Kámenev. Después de todo, estos dos habían
pecado ostensiblemente contra el leninismo en 1917 al oponerse a la
insurrección armada. Éste era el principal punto del ensayo de Trotsky, “Lecciones de Octubre”, que concluía que
los dos pecadores de 1917 no habían mejorado en 1924. En relación con esto,
Trotsky hizo algunas referencias a la abortada revolución alemana de octubre de
1923, un fiasco apoyado primero por Zinoviev y luego cancelada.
En el alboroto que siguió, Stalin pudo atacar el
deficiente leninismo de Trotsky como parte de una respuesta defensiva de la dirección
del Partido a “Lecciones de Octubre”.
La primera carga de Stalin fue directa al punto en su titulo, “Trotskismo o Leninismo”, publicado en Pravda y también en una antología. Fue
seguido por “La revolución de Octubre y
la táctica de los comunistas rusos”. Ambos catalogaban las discrepancias de
Trotsky con Lenin, teniendo especial satisfacción en las polémicas contra Lenin
poco antes de la Primera Guerra Mundial. La más afilada daga de Stalin
consistía de una cita de una carta inédita de Trotsky a un importante
menchevique, en 1913: “Todo el edificio del leninismo en el momento actual esta
construido sobre mentiras y falsificaciones y lleva en sí mismo los elementos
venenosos de su propia destrucción”.
Entonces, había un “trotskismo” que era “una ideología
peculiar que no es compatible con el leninismo”. La noción de que ningún
marxista ruso, excepto Lenin, merecía el sufijo “ismo”, era una asunción básica
de la época. Esto había sido volcado contra Trotsky en las polémicas de fines
de 1923 y era revivido ahora con mayor entusiasmo por una variedad de enemigos
de Trotsky, de los cuales Stalin era sólo uno. Ellos tenian arrinconado a
Trotsky, quien quería que la gente supiera que él había hecho contribuciones
importantes al desarrollo de la teoria marxista. ¿Pero qué si esas eran en
alguna medida incompatibles con las contribuciones de Lenin? Ahí residía una
mortal vulnerabilidad, del que Stalin sagazmente se agarró en sus polémicas de
fines de 1924. En particular, se centró en la teoría de la “revolución
permanente” de Trotsky, que había aparecido en 1906 como una respuesta a la
revolución rusa de 1905. Como Lenin en ese tiempo y en 1917, Trotsky no había
permitido que las ideas marxistas tradicionales acerca del desarrollo económico
le obstaculizaran encontrar la razón para una esperanza de una exitosa
revolución de obreros en Rusia. Pero la explicación de Trotsky de este
desarrollo no era el mismo que el de Lenin, el primero enfatizaba más la
posibilidad de una revolución occidental viniendo en ayuda de la atrasada
Rusia; el segundo enfatizaba el potencial revolucionario del campesinado ruso
como un aliado del proletariado. Uno podía argumentar que las tácticas de Lenin
en 1917 recordaban el concepto de Trotsky. ¿No había abogado Lenin por la
revolución “proletaria” mientras reconocía que Rusia era económicamente
atrasada y esperaba por una temprana revolución occidental? Sin embargo, Lenin
nunca dijo que encontró merito en la teoría de la “revolución permanente”, ni
Trotsky la había resucitado durante 1917-18, aunque reapareció en 1924 en sus
obras completas.
Habiendo tocado ligeramente este supuesto no-leninismo en
la primera de las dos polémicas de fines de 1924, Stalin lo enfatizó en la
segunda. La teoría de Trotsky, sostenía, siempre ha minimizado el potencial
revolucionario de Rusia, especialmente del campesinado. No es sorprendente que
en el período post revolucionario, en ausencia de la revolución occidental,
Trotsky hubiera hablado acerca de la “‘degeneración’ de nuestro partido”,
hubiera “profetizado el ‘derrumbe’ de nuestro país”. “La teoría de Trotsky de
la “revolución permanente” es una variedad del menchevismo”, alegaba Stalin. En
este único golpe, implícitamente combinaba la referencia a la anterior posición
fraccionalista de Trotsky y la creencia menchevique que Rusia de 1917 no estaba
económicamente preparada para la revolución proletaria. A este derrotismo
ideológico, Stalin yuxtapuso “la tesis de Lenin sobre la posibilidad de la
victoria del socialismo ‘en un solo país tomado separadamente’”, reducido por
Stalin en otro lugar a “socialismo en un solo país”. Aunque esta famosa frase
es usualmente considerada quintaesencialmente de Stalin, él la presentó como
“leninismo”. La lectura de Stalin, de los famosos escritos del maestro sobre el
imperialismo, era que la revolución proletaria puede darse primero no en los
países capitalistas altamente desarrollados sino en el eslabón más débil del
sistema imperialista mundial. Esto había pasado en Rusia, el eslabón débil y un
escenario en el que la revolución tiene la ventaja del apoyo de la clase obrera
y los soldados, un “partido bolchevique probado y fogueado”, enemigos internos
débiles, vasto espacio de maniobra y vastos recursos en alimento, combustible y
materias primas. Esta interpretación del leninismo no daba la espalda a la
“revolución mundial”. Por el contrario, la revolución de Octubre fue una
“precondición” para la revolución mundial. Rusia socialista “es el primer
centro del socialismo en el océano de países imperialistas… constituye la
primera etapa de la revolución mundial y una base poderosa para su desarrollo”.
Sólo después de que la revolución mundial asegurara a la Unión Soviética contra
la intervención imperialista, la “victoria final” del socialismo podía ser
alcanzada.
En un sentido esto distorsionaba las ideas de Trotsky y
Lenin. Hubo, parece, una sola cita en todas las obras del maestro que quizá
decía que se podría construir el socialismo en un solo país. De otra parte,
Lenin había mostrado un entusiasmo incondicional en la toma del poder en nombre
del proletariado. En 1917, esto había sido ligado a la esperada aparición de la
revolución occidental, pero en 1923, después de que la perspectiva de una
pronta revolución en Occidente se había desvanecido, Lenin seguía despreciando
a los mencheviques que dudaban que él había estado en lo correcto en su
decisión de explotar la oportunidad que 1917 ofrecía a su Partido.
Cualquier relación que el “socialismo en un solo país”
tenía con las ideas de Lenin, armonizaba bien con las de Stalin. En verdad, Stalin
nunca ofendió la sensibilidad ortodoxa, porque no renunció a la victoria final
de la revolución a escala mundial, y probablemente creía en eso en un sentido
vago y de largo plazo. Tan tarde como en 1923, cuando la revolución occidental
mostraba escasos signos de vida, escribió al líder del Partido Comunista de
Alemania en apoyo de la deseada insurrección que Zinoviev estaba promoviendo en
ese país. Este fue un gesto barato que pudo haber sido simplemente un medio de
mantener relaciones tolerables con el entonces líder de la Internacional
Comunista, Zinoviev. Pero Stalin probablemente había estado expresando sus
creencias reales en 1920 cuando dijo en una conferencia de obreros del Partido
en el Norte del Cáucaso que los hechos habían refutado la asunción de muchos
bolcheviques de que “la revolución socialista en Rusia podía ser coronada con
el éxito y que este éxito podía ser duradero, sólo si la revolución en Rusia
era directamente seguida por el estallido de una más profunda y seria explosión
revolucionaria en Occidente”. Puede ser significativo que él haya hecho esta
observación en provincias, porque en Moscú los que pensaban igual que Lenin y
Trotsky podían haber considerado que ellos estaban entre los camaradas que
Stalin consideraba equivocados. Aparte de esta excepcionalmente clara
afirmación de la independencia revolucionaria de Rusia, había una larga lista
de expresiones de una visión ruso-centrista del mundo, incluyendo su evaluación
de la cuestión de las nacionalidades de 1913, su declaración en el congreso del
partido de 1917 de que Rusia podía ser el país “que prepare el camino al
socialismo” y una variedad de más o menos expresiones patrióticas durante la
guerra civil.
La perspectiva de Stalin era de lejos mejor adaptada que
la de Trotsky a las circunstancias de la Rusia soviética de mediados de los
1920, sobreviviendo aunque aislada políticamente. No sólo apelaba a la
confianza en sí mismos y en el orgullo nacional de los comunistas rusos, sino
también alentaba a Stalin a afirmar que la teoría de Trotsky de la revolución
permanente significaba que “la única ‘opción’ que le queda a la revolución en
Rusia es: o pudrirse o degenerar en Estado burgués”; que hay un “gran abismo
entre la teoría de la ‘revolucion permanente’ y el leninismo”; que “es el deber
del Partido enterrar el trotskismo como tendencia
ideológica”.
Trotsky, en verdad, no se desesperaba por la capacidad de
la Unión Soviética de progresar hacia el socialismo y en esta etapa abogaba por
un ritmo más rápido de avance económico que Stalin. Pero la polémica de Stalin
exponía a Trotsky como “derrotista” cada vez que criticaba a la dirección existente
y sus políticas. Y esto cebaba a este marxista altamente egocéntrico con un
dilema que él no podía evadir nunca: o retractarse de sus tempranas doctrinas
como no-leninista o defender el “trotskismo” como una ideología separada y
superior. Cuando en una carta del 15 de enero de 1925, Trotsky trató de
resolver este problema insistiendo que la “revolución permanente” era
simplemente un asunto de interés histórico, que no quería aplicar a la
situación posterior de Octubre de 1917. Stalin replicó que
“Trotsky no entendía, y dudo que alguna vez entienda, que
el Partido exige de sus líderes pasados y presentes no salidas diplomáticas
sino admisiones honestas de sus errores. Trotsky evidentemente carece de coraje
para admitir francamente sus errores. Él no entiende que el sentido del poder y
la dignidad del Partido han crecido, que el Partido siente que es el señor y
exige de nosotros inclinar nuestras cabezas ante él cuando las circunstancias
lo demanden”.
Sintiendo su ventaja, Stalin siguió con el tema de la
revolución permanente “trotskista” y el “socialismo en un solo país”
“leninista” en la primera mitad de 1925, mientras Trotsky, probablemente
sintiendo su desventaja, se retiró al sur con su fiebre y se mantuvo en
silencio durante el debate en esa época.
El 27 de enero de 1925, Trotsky admitió su derrota en un
asunto político de importancia práctica: permitió ser retirado del narkom de defensa. Es dudoso que hubiera
alguna probabilidad de que él pudiera haber usado esta autoridad para organizar
un golpe militar. La primacía del Partido y la popularidad mixta de Trotsky
entre los comandantes del Ejército Rojo discuten fuertemente contra tal
movimiento. Sin embargo, era un bastión estratégico importante, representando
la gloria pasada de Trotsky como el defensor de la revolución y su derecho a
presentarse a sí mismo como el hombre principalmente responsable de la
seguridad militar de la Unión Soviética. En su autobiografía, Trotsky reclamaba
que el “rindió el puesto militar sin pelea”, aliviado de que esto privaba a sus
oponentes de la oportunidad de acusarlo de bonapartismo. En realidad, parece
haber habido una campaña, instigada por Stalin, para remover a Trotsky de su
puesto, un año antes de su “renuncia”. Hubo alegaciones de que el estado de las
defensas del país era pobre y una comisión que incluía a Voroshilov,
Ordzhonikidze, Shvernik y Andreev (stalinistas establecidos y en ascenso)
investigó el asunto. La autoridad de Trotsky en el comisariado fue socavada en
marzo de 1924 por el nombramiento de
M.V. Frunze, un bolchevique que se había hecho oficial militar en la guerra
civil y quien iba a ser el reemplazante de Trotsky.
Stalin, apenas pudo haber previsto que su postura sobre “el socialismo en un solo país”
atraería a Zinoviev, y también a Kámenev, a la trampa que había atrapado a
Trotsky. Pero esto fue lo que pasó en el otoño de 1925, probablemente porque
esos dos antiguos miembros del bloque anti-Trotsky habían llegado a la
conclusión de que Stalin se estaba haciendo demasiado poderoso. Que Zinoviev se
tragara el anzuelo del “socialismo en un solo país” puede ser una señal de
reconocimiento de que si Stalin se permitió definir el leninismo, él estaría en
una posición ventajosa. En cierto sentido, importaba menos lo que el leninismo era que el hecho de quién era capaz de definirlo. Eso parece
haber estado implícito en la publicación de Zinoviev de un artículo, “La filosofía de la época”, y un libro, “Leninismo”, en el otoño de 1925. Ninguno
de ellos atacaba específicamente a Stalin pero pusieron en juego el derecho de
su autor a definir el leninismo. El ataque de Zinoviev al “socialismo en un
solo país” se dio en su discurso en el XIV Congreso del Partido en diciembre de
1925. Ahí negó únicamente la proposición de que la economía socialista podía
ser finalmente construida en un solo
país, “y no en un país como Estados Unidos sino en el nuestro, campesino como
es”. Esta posición, como la de Trotsky, enfatizaba los obstáculos de la
economía nacional para construir el socialismo en Rusia, y, también como
Trotsky, Zinoviev insistió en la “demora de la revolución mundial” como un
serio problema. Dado que Bujarin había escrito mucho más que Stalin sobre la
economía de transformar la Nueva Política Económica en socialismo, Zinoviev
dedicó la mayor parte de su prolija polémica a él en lugar del Secretario
General.
Stalin respondió con artillería pesada. En febrero de
1926, un largo ensayo titulado “En torno
a las cuestiones del leninismo” apareció como folleto, un artículo de
revista y en una antología que iba a ser el registro estandard de las
ensenanzas de Stalin, Cuestiones del
Leninismo, con un capitulo que tuvo amplia circulación en Pravda. Para conveniencia de los
agitadores del Partido, un juego de cincuenta slides ilustrando el informe de Stalin al Congreso también fue
puesto a la venta. Sintiendo que estaba en una posición fuerte, no alteró la
línea principal de su argumento, aparte de cambiar el nombre del enemigo de
Trotsky a Zinoviev, con algunas menciones a Kámenev también. Como Trotsky lo hizo
antes, “Zinoviev está desertando del leninismo y deslizándose al punto de vista
del menchevique Sujánov” (que pensaba que la revolución de Octubre no era
propiamente marxista). Esto quería decir que Zinoviev pensaba que los
bolcheviques nunca debieron haber tomado el poder (e implicaba una alusión a la
posición táctica de Zinoviev en Octubre de 1917), que ahora deberían “capitular
ante el capitalismo”. Como era usual el debate fue expresado no en términos de
Stalin versus su oponente sino de ese oposicionista contra el “leninismo” y “el
Partido”, que Stalin reclamaba (con alguna exageración) que había adoptado el
“socialismo en un solo país” en el XIV Congreso de diciembre de 1925. Todo esto
estaba respaldado por un crecido volumen de citas directas de Lenin,
contrapesando los esfuerzos de Zinoviev de establecer dominio en esa ocupación
de experto. Stalin extendió esta técnica a un tema que no había levantado
contra Trotsky, la idea de que “la dictadura del proletariado” en Rusia
significaba la “dictadura del Partido”. En realidad Zinoviev no había hecho tal
afirmación, aunque una figura menor, V.G. Sorin, sí lo había hecho. Stalin
evidentemente encontró este tema atractivo porque le daba la oportunidad de
demostrar, con muchas definiciones dogmáticas y finas distinciones, que él, y
no sus críticos, era opuesto a la autoridad arbitraria en el Partido y en las
relaciones del Partido y las organizaciones de masa tales como los Soviets y
los sindicatos.
La siguiente etapa en el debate sobre el leninismo fue en
el otoño de 1926, con la formación de la “oposición unida” dirigida por
Zinoviev, Kámenev y Trotsky. Lo que ellos ganaron con la coalición lo perdieron
con su obvio cambio de posiciones de unos repecto a los otros. Sólo poco antes,
en el calor de la polémica anti-Trotsky, Zinoviev había pedido la expulsión de Trotsky
del Partido. Stalin no era de los que iba a desperdiciar la oportunidad de
explotar tal debilidad, refiriéndose sarcásticamente a su “mutua amnistía”, a
Kámenev como “el conserje de Trotsky”, a Trotsky como el “maestro de Zinoviev”.
Esta vez el medio de ataque elegido por Stalin no eran artículos o libros sino
una resolución formal de la conferencia del Partido (la XV Conferencia, del 26
de octubre al 3 de noviembre de 1926), transformando el debate teórico en
acción política concreta. En esta reunión, presentó una propuesta de
resolución, apoyándola con un largo discurso y logrando que sea aprobada por
unanimidad. Ahora estaba autorizado verdaderamente a decir que el Partido había
abrazado la idea de que el leninismo significaba la edificación del socialismo
en la URSS y que aquellos que decían otra cosa estaban socavando “la voluntad
del proletariado de construir el socialismo” y habían creado “una desviación
socialdemócrata en nuestro Partido”.
El alcance de la victoria de Stalin en el asunto del
“socialismo en un solo país” está mejor ilustrado por el divagante,
inconsistente y apologético discurso de Trotsky, antes que por el de Stalin. De
un lado, Trotsky intentó demostrar que él realmente favorecía la construcción
del socialismo en Rusia no menos que su oponente, luego citaba a Lenin contra
las perspectivas de una victoria en esto sin la ayuda de las revoluciones
occidentales; luego trató de resolver esta contradicción pronosticando que
tomaría al menos entre treinta y cincuenta años construir el socialismo en
Rusia, tiempo en el que seguramente Occidente tendría sus revoluciones
proletarias. En este punto, Trotsky gratuitamente insistió en el punto que
Stalin quería atribuirle: si el capitalismo occidental podía mostrar que estaba
“aún en actualización, creando progreso económico y cultural… esto significaría
que hemos aparecido demasiado pronto en escena”. Esto implicaba que los
mencheviques estaban en lo correcto al llamar a la Revolución de Octubre
históricamente prematura. Un corolario de esto fue otra afirmación de Stalin
acerca de Trotsky – que él no quería basarse estrictamente en los propios
recursos de Rusia en la construcción del socialismo.
Stalin evidentemente estaba disfrutando. En el curso de
una larga repetición de su versión del leninismo, se burló de sus enemigos. Las
ideas de Trotsky acerca de la necesidad de la revolución occidental
significaba, decía, que si la revolución occidental no seguía inmediatamente a
la rusa, “¿entonces qué?”. “Entonces, abandonen el trabajo”. (Una voz de la
audiencia [quiza ¿plantada para este momento?], “y corran a cubrirse”). Sí, y
corran a cubrirse. Eso es perfectamente correcto (Risas)”. Trotsky puede
reclamar que él cree en la construcción del socialismo en Rusia pero “pecador,
como soy, sufro de cierto escepticismo en este punto”, porque Trotsky ha
fallado en afirmar que Rusia puede realmente “llegar al socialismo”. La conclusión de Stalin fue exigir que
Trotsky, Zinoviev, Kámenev y sus seguidores admitan su error y acepten la
“unidad” partidaria, que significaba no sólo las doctrinas de Stalin sino,
implícitamente, su autoridad para definir el leninismo. Si ustedes no aceptan
esas condiciones para la completa unidad de nuestro Partido, decía Stalin,
“entonces el Partido que los derrotó ayer, procederá a acabarlos mañana”.
La reunión del Comité Ejecutivo de la Internacional
Comunista en diciembre de 1926 fue testigo de una repetición de esas polémicas.
El resumen de Stalin del leninismo como socialismo en un solo país asumía ahora
su forma más acabada, que ligaba el alegado anti-leninismo de la oposición al
comportamiento de larga data de Trotsky y los otros y a sus supuestas raíces
sociales en la influencia burguesa. Más allá de este punto, Stalin no encontró
la necesidad de repetir o elaborar esta doctrina, aunque fue mantenido ante el
público en trabajos reimpresos y comentarios. En su año final, 1927, la
oposición Trotsky–Zinoviev, concediendo tácitamente que “el socialismo en un
solo país” era un mal punto para atacar a Stalin, intentó llevar el debate a
otros temas. Pero era difícil atacarlo en cualquier sentido marxista
fundamental sin sugerir alguna clase de degeneración de la revolución,
exactamente el crimen con el que Trotsky y Zinoviev habían sido culpados
durante el debate sobre el socialismo en un solo país. Esto surgió en 1927
cuando varios oposicionistas aludieron a la Revolucion Francesa que había
degenerado del radicalismo al consrvadurismo. La palabra clave era “Termidor”,
que significaba el cambio del Robespierre revolucionario a los moderados en
1794. De hecho, la oposición estaba indecisa acerca de la existencia de una
situación termidoriana en Rusia, pero Stalin era asiduo en asociarlos con esa
noción; y en el XV del Congreso del Partido, dijo:
“La oposición dice que estamos en estado de degeneración
termidoriana. ¿Qué significa esto? Significa que no hemos tenido la dictadura
del proletariado, que nuestra economía y nuestra política son un fracaso, que
no nos estamos moviendo hacia el socialismo sino hacia el capitalismo. Eso, por
supuesto, es extraño y tonto. Pero la oposición insiste en eso”.
El relacionó ese discurso de la degeneración a la mal
estimada declaración de Trotsky de julio de 1927 que si el imperialismo invadía
la URSS la oposición tendría que salvar al país, emulando a Clemenceau en
Francia durante la Primera Guerra Mundial. Unos pocos años antes, habría sido
difícil colmar con desdén a Trotsky como un posible líder de defensa nacional,
pero en 1927 Stalin creía, con razón, que ya había desacreditado lo suficiente
a su oponente que podía ridiculizarlo como
“un Clemenceau de ópera cómica… Trotsky quiere, con la
ayuda de un pequeño grupo que firmó la plataforma de la oposición, volver la
rueda de la historia de nuestro Partido a una época en que el enemigo estaba a
80 kilómetros del Kremlin; y se dice que algunos camaradas que firmaron la
plataforma de la oposición lo hicieron porque pensaron que si firmaban no
serían llamados al servicio militar (Risas)”.
Tomado del libro "Stalin. Man and Ruler" de Robert H. McNeal, New York University Press, 1988, capítulo 6.
Traducido para "Crítica Marxista-Leninista" por Inessa de la Torre.