LA FILOSOFÍA DE
MARX Y EL
DESARROLLO
DE LA CIENCIA Y DE LA REVOLUCIÓN
TÉCNICO-CIENTÍFICA EN NUESTRA ÉPOCA
por Kristaq Angjeli
(1984)
Carlos Marx fue un gran científico. Realizó descubrimientos originales en
cada terreno de la ciencia que estudió. Pero el giro más grande y la revolución
más profunda que llevó a cabo con la creación de la nueva filosofía del
proletariado no admite comparación con ningún otro descubrimiento en toda la
historia del pensamiento humano y de la ciencia.
Marx valoraba altamente la ciencia como una fuerza revolucionaria porque ha
servido siempre a la humanidad para aumentar su poder sobre la naturaleza, como
aguda arma en la lucha contra la ideología de las clases reaccionarias de la
sociedad, en duro enfrentamiento con el misticismo y el idealismo defendidos
por ellas. La verdad descubierta por la ciencia ha servido de sólida base para
el surgimiento y la consolidación del materialismo. Es conocido el hecho de la
lucha que hubo de librar la ciencia contra el misticismo religioso de la Edad
Media, el violento choque entre las conclusiones materialistas que se
desprenden de los descubrimientos científicos actuales y el idealismo
filosófico como concepción del mundo de las clases reaccionarias, que medra
como un parásito en el cuerpo sano del saber humano. Los conocimientos
científicos siempre han servido a la emancipación de las energías de las masas
y de las fuerzas revolucionarias de la sociedad, les han abierto perspectivas,
han suscitado confianza en el futuro.
A mediados del siglo pasado [siglo XIX]
las condiciones históricas plantearon ante el pensamiento teórico científico la
tarea de concebir el mundo en su totalidad según su contenido real, y que la
imagen adecuada del mundo inspirara al proletariado, la clase más revolucionaria
de la historia, en la heroica lucha por la verdadera y completa emancipación de
la sociedad. Carlos Marx, al descubrir esta ley, llegó a la conclusión de que «El cerebro de
esta emancipación es la filosofía; el proletariado, su corazón».
1. CARLOS MARX SOBRE LA ACCIÓN
RECÍPROCA DIALÉCTICA
ENTRE LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA
Marx y Engels probaron que en el proceso
de desarrollo las ciencias concretas se apoyan en una concepción ideológica
determinada. «Que digan lo que quieran los científicos, escribe Engels, sobre ellos
impera la filosofía...»(1). Desde estas posiciones criticaron las
pretensiones absurdas de la filosofía positivista sobre la «independencia absoluta»
de las ciencias concretas respecto a la filosofía y de que «toda ciencia es de
suyo filosofía». Superaron el positivismo, tal como habían superado también el
otro extremo —la llamada «filosofía de la naturaleza», que consideraba a la
filosofía «la ciencia de las ciencias».
No era la curiosidad lo que movía a
Marx a seguir cuidadosamente y paso a paso los éxitos en el terreno de las
ciencias naturales. Este interés suyo enlazaba con una cuestión de gran
importancia — con la transformación de la filosofía en una verdadera ciencia.
Para ello era preciso superar asimismo las limitaciones de la filosofía hasta
entonces y en primer lugar criticar el idealismo que, según las palabras de
Marx, reduce el mundo a una categoría lógica abstracta, que busca la esencia de
la naturaleza fuera de la naturaleza, la esencia del hombre fuera del hombre,
que busca el objeto de la filosofía allí donde no está, fuera del mundo real.
Era preciso superar el método dialéctico idealista de Hegel y criticar la
metafísica y el mecanicismo del materialismo precedente. «Hasta hoy,
escribía Marx en los Anales Franco-Alemanes en 1843, los filósofos tenían en su
escritorio la solución a todos los enigmas, y al mundo necio y neófito no le
quedaba sino abrir la boca para coger al vuelo los pavos silvestres de la
ciencia absoluta». La verdadera filosofía, dice Marx, no puede ni debe
ser una ciencia absoluta que pretenda resolver todos los enigmas, sino que debe
ser una ciencia entre las demás ciencias.
Marx y Engels han considerado el desarrollo
de las ciencias, así como los grandes descubrimientos científicos, como una de
las fuerzas motrices que hacen avanzar el pensamiento filosófico materialista,
que impulsan este pensamiento a elevarse hacia una forma superior y más
consecuente, hacia el materialismo dialéctico.
Apoyándose en los nuevos
descubrimientos de las ciencias naturales, Marx y Engels abordaron la materia, el
movimiento, el espacio, el tiempo y muchos otros problemas, desde el punto de
vista materialista dialéctico y supieron elevarse por encima de las inevitables
limitaciones de los conocimientos científicos naturales de la época. Es un
hecho incontestable que, no sólo en la época en que vivieron los clásicos, sino
también más tarde y hasta en nuestros días, el desarrollo de las ciencias
naturales constituye otro testimonio vivo que confirma de manera brillante los
puntos de vista materialista-dialécticos de Marx y de Engels acerca del mundo.
Conclusiones de la filosofía marxista como las referidas a la infinitud, en
amplitud y profundidad, del átomo y de la materia en general, a la concepción
de la infinitud como un proceso que entraña saltos cualitativos, al movimiento
como forma de existencia de la materia, hallan hoy su confirmación en el
desarrollo de las ciencias naturales modernas. Las actuales ciencias naturales prueban una vez más el carácter
universal de la ley de los contrarios, de la ley de la transformación de los
cambios cuantitativos en cualitativos y viceversa, de la ley de la negación de
la negación, de las categorías de la dialéctica materialista, de los principios
fundamentales de la teoría del conocimiento, etc., elaborados por Marx y Engels.
El referido desarrollo de las ciencias ha demostrado que éstas siguen siempre
un camino dialéctico materialista. Por eso «con el desarrollo y el progreso de
las ciencias, ha dicho el camarada Enver Hoxha, esclarecemos el materialismo y la
dialéctica». (2)
El gran
mérito de los fundadores de nuestra filosofía es haber argumentado teóricamente
la unidad de esta filosofía con las
ciencias naturales y haber realizado esta unidad en su actividad científica.
Partiendo de los principios generales del materialismo dialéctico, ofrecieron
una síntesis filosófica de los logros de las ciencias naturales con el fin de
que se elaborara un cuadro dialéctico materialista del mundo y se descubriera la
dialéctica de la naturaleza. Engels consagró en sus obras una particular
atención a la síntesis filosófica de los logros de la física, la química, la
biología y otras ciencias naturales. Marx demostró en particular un gran
interés por los problemas filosóficos de las matemáticas, sin mencionar aquí
aquel interés que mostraba por generalizar, sintetizar y extraer conclusiones
científicas del desarrollo de la vida política, económica y social. Por esta
razón, resalta el camarada Enver Hoxha «... la obra de Marx es el súmmum de la ciencia, es
la quintaesencia de la ciencia, constituye la profunda elaboración del
pensamiento y la actividad humanos a lo largo de los siglos...». (3)
Marx y Engels, a la luz de la
dialéctica materialista, analizaron el desarrollo alcanzado hasta entonces por las
ciencias naturales y generalizaron e interpretaron correctamente los resultados
que éstas aportaban. En esta dirección, es conocida, la clasificación que se
dio a las principales formas del movimiento y, de acuerdo con ella, la
clasificación de las ciencias naturales, la definición en líneas generales,
sobre la base de la metodología marxista, del camino correcto de desarrollo de
estas ciencias. No menos importante eran el tratamiento y la solución por parte
da Marx y Engels de una serie de problemas concretos en el campo de estas
ciencias, que las limitaciones de la concepción del mundo de la época habían introducido
en un atolladero, como por ejemplo el problema de las dos masas del movimiento
mecánico, la esencia de la electricidad, la esencia de la vida, la concepción
del trabajo, etc.
Los grandes clásicos aportaron su contribución
al desarrollo de las ciencias naturales incluso rompiendo las «cadenas» de las
interpretaciones idealistas de los descubrimientos en el terreno de estas
mismas ciencias. De este modo, desenmascararon con argumentos científicos
conclusiones abiertamente fideístas, como por ejemplo la llamada «teoría de la
muerte térmica del Universo», o la de la supuesta existencia del «mundo de los
espíritus en la cuarta dimensión», el «idealismo fisiológico», el «darwinismo
social», que hacía extensivas a la sociedad humana las leyes que operan en el
mundo animal. Demostraron que el materialismo mecanicista dejaba abiertas grietas
de tales dimensiones, que podían penetrar fácilmente por ellas las ideas
idealistas reaccionarias.
En su obra, Marx y Engels dieron una
respuesta categórica a todos los que intentaban «apoyarse» en las ciencias naturales
con el fin de «echar por tierra el materialismo dialéctico». Al respecto
demostraron que las ciencias naturales no sólo no negaban el materialismo dialéctico,
sino por contrario lo confirmaban plenamente. Para mayor abundamiento,
demostraron que los resultados, de las ciencias naturales sólo podían ser correctamente
comprendidos y generalizados teóricamente sobre la base de la dialéctica materialista.
Argumentaron que todos los esfuerzos que se hacían por tender las ciencias
naturales en el lecho de Procusto del idealismo y de la metafísica, tenían un
determinado contenido de clase. Aplicando el principio del partidismo descubrieron la relación directa existente
entre la reacción filosófica en las filas de los naturalistas, y la política y
la lucha de clases, mostrando las fuerzas sociales a cuyos intereses sirve no
sólo la prédica franca del idealismo y del obscurantismo, sino también el menor
abandono del materialismo dialéctico. Al respecto Carlos Marx escribe: «Las clases
dominantes están absolutamente interesadas en perpetuar esta insensata
confusión. Sí, ¿y por qué si no por ello se paga a los charlatanes sicofantes
cuya última carta científica es afirmar que está prohibido razonar?». (4)
También en nuestros días es muy necesaria
y útil la unidad de la filosofía materialista con las ciencias naturales. La
teoría del materialismo dialéctico no puede desarrollarse de manera fructífera
sin basarse en los logros de la física, la química, la biología, del mismo modo
que los científicos naturalistas no pueden sintetizar correctamente, desde el
punto de vista teórico, el proceso y los resultados del impetuoso desarrollo de
la ciencia, sin orientarse por la filosofía del materialismo dialéctico. Sin
una sólida argumentación filosófica ni las ciencias naturales, ni el
materialismo, ha escrito Lenin, pueden afrontar la lucha contra la presión que
ejercen las ideas burguesas y la concepción burguesa del mundo. A esta presión se
le hace frente con éxito cuando se es partidario consciente de la filosofía creada
por Carlos Marx.
Mientras la filosofía marxista ha establecido
un estrecho nexo con el pensamiento científico, la filosofía burguesa actual ha
proclamado su abierta enemistad hacia él. Y no podía suceder de otro modo. La
actitud positiva o negativa hacia la ciencia está determinada por la posición
respecto a la verdad. La filosofía burguesa actual intenta tergiversar de
manera refinada la verdadera comprensión materialista dialéctica del material
científico contemporáneo. Muchos filósofos burgueses son incontenibles cuando
se trata de corroborar sus puntos de vista apoyándose en el bagaje de las ciencias,
no vacilan incluso en «modernizar estos puntos de vista con los nuevos avances
de los conocimientos científicos». Hacen grandes esfuerzos por interpretar los
nuevos descubrimientos en un espíritu idealista, independientemente de la forma
«realista», «naturalista», etc. en que éste se presente. Todas las corrientes
propagan intensamente el agnosticismo. Este fantasma arcaico y superado por el
tiempo es utilizado contra el saludable desarrollo de las ciencias modernas,
pero ello no es sino manifestación del temor y de la desconfianza de esas
fuerzas sociales que no divisan perspectiva alguna para sí mismas. El
agnosticismo de hoy va mucho más lejos que el de Kant, llega hasta la negación
de la existencia del mundo externo, hasta la transformación de las leyes de la ciencia
en un cúmulo de ideas voluntaristas. El irracionalismo y el intuicionismo se
han lanzado abiertamente al ataque contra las conclusiones materialistas que se
desprenden del desarrollo de las ciencias. Atemorizada por el contenido
revolucionario de las ciencias de nuestros días, la filosofía burguesa pretende
distribuirse las «esferas de influencia» con ellas mediante compromisos
neopositivistas, que preconizan la desvinculación entre las ciencias y la
filosofía y su abandono en el atolladero, a merced del idealismo. No son pocos
los filósofos burgueses que, con el fin de despojar a la ciencia y la filosofía
de sus auténticos valores, tratan de transformarlas en mitología y situar ésta
en la base de la ciencia y la filosofía. El coro de la filosofía idealista
actual chilla desde el abismo en completa discordancia: ¡Que no se tomen en
consideración los descubrimientos de las ciencias modernas para la
interpretación filosófica del mundo! ¡A la ciencia no le hace falta ningún tipo
de filosofía! Sus estrechos aliados, el misticismo y el espiritualismo
religioso, «festejan» su identificación con el pensamiento filosófico burgués y
arrastran cada vez más a éste al lodazal de la anti-ciencia. En esta situación destaca
aún más la revolución filosófica de Marx que, entre otras cosas, garantizó el
estrecho enlace de la filosofía materialista dialéctica con el desarrollo de
las ciencias naturales y sociales concretas.
Carlos Marx ha considerado la ciencia como un arma teórica de conocimiento que precede al desarrollo social. En
la obra Contribución
a la crítica de la economía política, escribe: «A diferencia de los demás
arquitectos, la ciencia... edifica un cierto número de pisos habitables del edificio
antes de haber colocado la primera piedra».(5) Del mismo modo que
cualquier otra ciencia, la filosofía marxista proporciona numerosos ejemplos de
tal precedencia incluso en el campo de las ciencias naturales. Así, se ha
transformado ya en realidad la previsión de Marx y Engels de que el futuro
desarrollo de las ciencias naturales se concentraría principalmente en la creación
y desarrollo de las disciplinas intermedias, como son hoy la cibernética, la
biónica, la informática, la biofísica, etc. Asimismo se hizo realidad, ya en
los inicios de nuestro siglo, la previsión de Engels acerca del hundimiento de
la física en la crisis, en caso de que se continuara pensando de manera
metafísica durante la solución de sus problemas. El desarrollo de la física
moderna ha probado la idea de los clásicos de que la infinitud de la
organización estructural de la materia, del espacio y del tiempo, debe ser
interpretada en el espíritu de un proceso cuantitativo gradual que comprende en
determinado punto nodal saltos cualitativos, etc.
Del mismo modo que el conocimiento y la
práctica, el desarrollo de las ciencias es también incontenible. El hombre
descubre diariamente los secretos de la naturaleza, sus leyes. Este desarrollo
ni ha afectado ni puede afectar y menos aún invalidar las tesis fundamentales
del materialismo dialéctico e histórico. Por el contrario, el contenido de
éstas se enriquece, se profundiza. Todas las pretensiones de las corrientes
filosóficas viejas o nuevas sobre estos problemas en sentido opuesto han caído
por tierra. Se trata de engaños con objetivos de clase determinados y la
pretensión de abrir las puertas al idealismo y al fideísmo y arrojar barro
sobre la filosofía de Marx, que a pesar de todo ello se mantiene siempre joven.
En nuestros días, la reacción ha
movilizado sus fuerzas más negras y se ha lanzado al ataque frontal contra la
ideología científica del proletariado creada por Carlos Marx. Se habla y se
escribe profusamente sobre él. En las universidades, colegios, academias y
seminarios de los países capitalistas, incluyendo los de la iglesia católica,
se estudia y se interpreta su obra. Todo ello tiene como objeto falsificar y
tergiversar la filosofía marxista para acomodarla a los intereses de la
burguesía. Corrientes en boga como el pragmatismo, el existencialismo, el
freudismo, el estructuralismo o el antropologismo intentan desvirtuar la
filosofía de Marx y encontrar los medios para fusionar y confundir sus puntos
de vista idealistas, irracionalistas, voluntaristas, con la filosofía marxista,
con el fin de que ésta «rompa los moldes» y se torne aceptable para ellas. La
corriente existencialista considera que la filosofía de Marx está aún en
pañales y apenas ha comenzado a desarrollarse. De modo que necesita nutrirse de
las ideas existencialistas. Pero previamente, prosiguen los existencialistas,
el materialismo histórico debe apartarse y disociarse del materialismo
dialéctico, ya que este último, con la aceptación de la realidad objetiva y del
determinismo, impide el conocimiento exacto de la realidad social. Para ellos
el materialismo histórico sólo adquiere su verdadero valor si se fusiona con la
antropología existencialista. Por su parte el neopositivismo considera la
filosofía de Carlos Marx como una doctrina «metafísica» que no ha aportado nada
nuevo a la ciencia, pues «opera» en realidad a priori, como han actuado los que le antecedieron. Los adeptos del
pragmatismo ven hoy en la filosofía de Marx una variante de su filosofía
idealista, deformando la concepción de la práctica como unidad del hombre
actuante y transformador con la naturaleza, y absolutizando su aspecto
subjetivo. Oponen al método dialéctico materialista los métodos de las ciencias
específicas y hacen todos los esfuerzos posibles por deshacerse de él como un
remanente de la filosofía hegeliana. Los neofreudianos consideran necesario
completar y fusionar las concepciones de Freud con las de Marx. Sobre estos
mismos pasos caminan los representantes del estructuralismo o del
antropologismo, etc. No son escasos tampoco los lacayos titulados de la
burguesía, como es el caso de los neotomistas, que tratan la filosofía de Marx
como un dogma, como una mitología. En este arsenal de la filosofía burguesa
encuentran su alimento ideológico los filósofos de las diversas corrientes
revisionistas para revisar el materialismo filosófico de Marx. Entre las
corrientes filosóficas revisionistas eurocomunistas o como las califica el
camarada Enver Hoxha, revisionistas «sin ambages», está muy en boga el oponer una parte del marxismo al resto, oponer
Lenin a Marx, etc. «Rebuscando» en las obras de Marx y utilizando la
especulación y la sofistería, pretenden demostrar que el Marx «verdadero», el
Marx «humanista» es el de las obras tempranas y no el de las obras donde
argumenta la lucha de clases, la misión histórica del proletariado, la
necesidad de derrocar el capitalismo e instaurar la dictadura del proletariado.
Tampoco son pequeños los esfuerzos por «argumentar» que Marx, toda su doctrina,
se apoya en la filosofía de Hegel, que no trascendió los marcos de esta
filosofía, sobre todo la idea hegeliana de la enajenación. Convierten a Marx en
epígono de Hegel o de Feuerbach con el fin de negar o echar por tierra el
viraje que él introdujo en el pensamiento filosófico.
En la segunda mitad del siglo XX, la
filosofía oficial revisionista soviética se lanzó también a la lucha contra la
doctrina de Marx. Los filósofos revisionistas soviéticos, fieles a sus
diabólicas tácticas, tratan de encubrir el carácter de este ataque, de
presentarlo como algo natural, acorde con el carácter creador de la filosofía
marxista-leninista.
El objetivo
principal del ataque de los revisionistas soviéticos contra el materialismo
dialéctico e histórico es negar el carácter universal de sus tesis fundamentales.
Inicialmente emprendieron dicho ataque con el objeto de golpear algunas de las
tesis generales. Según ellos el desarrollo de las ciencias particulares, sobre
todo de las ciencias naturales, plantea la necesidad de cambiar estas tesis, ya
«caducas». En realidad, el desarrollo de las ciencias naturales, sobre todo a
mediados de nuestro siglo, comenzó a plantear una serie de problemas acuciantes
relacionados con el significado de la velocidad, el espacio, el tiempo, la
realidad física, etc. Resultaba que los nuevos hechos acumulados no hallaban explicación
en el marco de las concepciones científico-naturales existentes sobre la
causalidad, el espacio, el tiempo, etc., lo que significaba que éstas últimas
habían caducado y debían ser superadas, sustituidas por nuevas concepciones.
Sin embargo, el proceso de envejecimiento y sustitución afecta únicamente a las
concepciones físicas, matemáticas, etc., es decir científico-naturales, sobre
estos problemas y de ningún modo a las correspondientes categorías materialistas
dialécticas. Los revisionistas soviéticos, trazando un signo de igualdad entre
la concepción filosófica y las concepciones científico-naturales concretas, intentan
llevar artificialmente este proceso de «caducidad» al terreno de las categorías
filosóficas, con el fin de «argumentar» el rechazo y la revisión de las mismas.
Lo que salta inmediatamente a la vista al leer la literatura filosófica
revisionista es la forma abierta en que se plantea la necesidad, supuestamente
impuesta por el desarrollo de las ciencias modernas y las exigencias de la
práctica social, de discutir y poner en tela de juicio algunas de las tesis
fundamentales del materialismo dialéctico. La filosofía revisionista soviética
tergiversa la recomendación de V. I. Lenin en el sentido de que, para el logro
de la alianza entre la filosofía materialista y las ciencias naturales, debe
desarrollarse de manera general la dialéctica materialista. Los revisionistas
soviéticos se han lanzado con celo incontenible al llamado desarrollo creador
de la filosofía. La poderosa arma de la dialéctica descubierta por Marx
mediante el estudio de la naturaleza, de la sociedad y en particular de la
economía política y del despertar del proletariado de los pueblos y de su participación en la revolución,
ha sido transformada por los revisionistas soviéticos en una teoría estéril,
abstracta, especulativa y subjetivista, apartada de la dialéctica objetiva de
la realidad natural y social. Entre los filósofos revisionistas soviéticos
existen voces que afirman la necesidad de crear, en la base de la «ciencia
contemporánea», la dialéctica que Marx y Lenin no pudieron crear plenamente.
Los clásicos, según los diferentes
filósofos revisionistas soviéticos, no han logrado elaborar una serie de
problemas fundamentales de la filosofía materialista dialéctica, que están
siendo estudiados por vez primera por la filosofía revisionista soviética
actual. Sitúan entre estos problemas las cuestiones relativas a la creación de
la teoría general del desarrollo como parte constitutiva más importante y
núcleo de la dialéctica, el problema de la elaboración de una completa teoría
general del conocimiento del materialismo dialéctico e incluso la cuestión de la
construcción de la dialéctica como sistema. Tales afirmaciones están en completa
contradicción con la verdad histórica. Es un hecho que la dialéctica de Hegel,
pese a su esencia idealista, constituye una síntesis de las categorías y leyes
dialécticas, y tanto más la dialéctica de Marx, que representa un viraje y culminación
en el pensamiento dialéctico materialista. Esta actitud, cada vez más hostil frente
a los problemas de la filosofía de Marx, sin mencionar los demás, deja al
descubierto la falsedad del montaje propagandístico que los revisionistas soviéticos
han hecho y hacen. Pueden hacer uso, como efectivamente están haciendo, de
montañas enteras de papel y de ríos de tinta para demostrar su fidelidad a la
doctrina de Marx, pero la diabólica in tención de tan desenfrenada propaganda es
convertir a Marx en un objeto de museo, presentar la colosal obra teórica y
práctica de este titán como un simple fenómeno histórico ya superado y sin
valor actual.
[...]
2. CARLOS MARX SOBRE EL
PAPEL DE LA REVOLUCIÓN
TÉCNICO-CIENTÍFICA EN LA
VIDA DE LA SOCIEDAD
Marx, siguiendo con atención el
desarrollo de las ciencias naturales y técnicas, subrayaba que este desarrollo no
puede tener lugar ahora sino en el marco de la revolución técnico-científica. Él
concibió este proceso como un fenómeno histórico imprescindible en un
determinado estadio de desarrollo de la sociedad. La ciencia siempre ha influido en el desarrollo de la producción y ha
estado estrechamente relacionada con él, pero, en el marco de la gran
industria, la aplicación de los descubrimientos científicos se transforma en
una necesidad. «El principio de la industria mecanizada», señalaba Marx,
consistente
en «resolver los problemas así planteados por la aplicación de la mecánica, la
química, etc., es decir de las ciencias naturales, da el tono en todas las
industrias».(6)
La gran industria ha introducido hoy en
la elaboración tecnológica intensiva un colosal material natural. Esto ha planteado
la necesidad de ampliar la esfera de la problemática de la ciencia, ha impuesto
el nacimiento de nuevas disciplinas científicas y su entrelazamiento recíproco,
el perfeccionamiento de los métodos científicos de conocimiento y el
descubrimiento de leyes naturales más profundas. Ello es dictado asimismo por
la necesidad de hallar nuevas fuentes energéticas, por la exigencia de
reemplazar la fuerza del hombre por la técnica y la automatización. En El Capital Marx expuso asimismo de manera genial
los rasgos fundamentales que caracterizan en esencia la revolución
técnico-científica. Para Marx, el progreso técnico-científico tiene las características de una revolución porque
no está relacionado con esferas concretas de la producción material, sino que
las ha apresado en su torbellino, ya sea a través de su realización, en los más
diversos terrenos de la producción, que han venido ampliándose continuamente,
ya sea a través de la influencia que se ejercen mutuamente. Las transformaciones
que se operan en el marco de este progreso son enteramente revolucionarias. Los
viejos métodos de producción, la vieja tecnología, son suprimidos y reemplazados
por métodos nuevos y más avanzados. En este marco surgen nuevos conocimientos
científicos que representan un desarrollo revolucionario, se opera un avance,
un salto cualitativo en la propia ciencia. Gracias al progreso de la industria,
ponía de relieve Marx, los instrumentos de trabajo sufren continuas
revoluciones, por eso no son sustituidos por su primera forma, sino por una forma
revolucionarizada. Este progreso tiene también para Marx el carácter de una
revolución en la ciencia y la técnica desde el punto de vista de los ritmos
extraordinariamente rápidos en las transformaciones cualitativas que comporta
en la producción. Asimismo la participación de las masas en ella confiere al
progreso técnico-científico las dimensiones de una verdadera revolución en la
ciencia y la técnica.
Para Marx y Engels la revolución técnico-científica
tiene siempre un profundo contenido filosófico. Es una forma concreta de la estrecha e indivisible relación dialéctica
entre la teoría y la práctica, una confirmación más de que la teoría está al
servicio de la práctica, la generaliza y la hace consciente, le abre la
perspectiva desarrollándose ella misma en amplitud y profundidad sobre la base
de las necesidades y las exigencias de la práctica. Engels, manifestando esta unidad
dialéctica, decía: «si es cierto que... la técnica depende en parte considerable
del estado de la ciencia, aún más depende ésta del estado y las necesidades de
la técnica. El hecho de que la sociedad sienta una necesidad técnica, estimula
más a la ciencia que diez universidades».(7) Hoy, la gran industria ha
revolucionarizado los nexos entre la ciencia y la práctica en el marco de la
revolución técnico-científica. Ha ampliado en proporciones inmensas la esfera
de aplicación práctica de los descubrimientos científicos y ha potenciado el
arsenal de medios técnicos al servicio del conocimiento científico, ha
entrelazado la aplicación de los nuevos descubrimientos científicos con el
proceso tecnológico de la producción industrial, así como ha reducido el plazo
de transformación de un descubrimiento teórico en una aplicación práctica, etc.
En estas condiciones, el desarrollo de la ciencia y de la práctica productiva,
se realiza sobre la base no sólo de una recíproca acción dialéctica, más amplia
y profunda, sino también con ritmos más acelerados. «Así, bajo la influencia de la ciencia
y del progreso técnico y científico, nos enseña el camarada Enver Hoxha,
crece
asimismo el potencial material e intelectual de la sociedad, que, por su parte,
imprime un nuevo impulso al desarrollo de la ciencia».(8)
Carlos Marx llevó a cabo el análisis científico
de la sociedad capitalista. En este marco, llegó a la conclusión de que «...el límite
específico de la producción capitalista... no es, ni mucho menos, la forma
absoluta del desarrollo de las fuerzas productivas... sino que, lejos de ello,
choca al llegar a cierto punto con este desarrollo».(9) Esta conclusión científica,
argumentada ampliamente en la genial obra El Capital, conserva de modo permanente valor actual,
echando por tierra las prédicas de los ideólogos burgueses y revisionistas que
propagan la idea de que el capitalismo y el progreso de la ciencia son
«sinónimos». En realidad, en la sociedad burguesa-revisionista la crisis
general del capitalismo frena y no puede sino frenar el desarrollo de la
ciencia y de la técnica. La existencia de los monopolios, las crisis
económicas, la militarización de la vida del país y otras decenas de factores sociales
que corroen hoy al mundo del capital,
influyen directamente frenando o desarrollando de manera unilateral y
contradictoria la ciencia, la técnica y la tecnología.
Marx subrayaba que en la sociedad capitalista la ciencia y la técnica son un producto
social enajenado. Enlazaba esto en primer lugar con la enajenación de su contenido y de su misión social. La ciencia y la
técnica son factores sociales que crean a la humanidad la posibilidad de
acrecentar su dominio sobre la naturaleza y mejorar continuamente su vida. Pero
en la sociedad burguesa-revisionista la ciencia y la técnica operan en el marco
de las leyes de la sociedad capitalista, por eso se transforman en lo opuesto a
su verdadera naturaleza. Sirven a la burguesía para intensificar el grado de
explotación capitalista y reprimir a las masas y a los pueblos del mundo. El
aumento de la pobreza absoluta y relativa de las masas, el acentuado atraso de
su nivel técnico y científico, la transformación del obrero en un esclavo de la
máquina, la fabricación de armas modernas de exterminio en masa, el aumento
acelerado de la desocupación, etc., son las consecuencias sociales que
acompañan a la evolución de la ciencia y de la técnica en el mundo del capital
y constituyen manifestaciones concretas de su enajenación.
Marx ponía de manifiesto que esta enajenación
se expresa asimismo en la separación de la ciencia del obrero productor, que de
esta manera, se convierte en «una potencia intelectual en sí». El capital
disocia el potencial intelectual de la sociedad de las amplias masas de
millones de seres, las cuales juegan el papel decisivo en el desarrollo de la
historia. Por eso, en la sociedad capitalista, paralelamente al desarrollo de
la ciencia, se polariza también el atraso científico de las masas trabajadoras.
La ciencia, ese maravilloso producto
humano, es separada y disociada de la mayor parte de las personas y se opone a
ellas como un «producto hostil».
Hoy resuenan con gran actualidad las
palabras de Marx sobre el papel de la ciencia y de la técnica en la sociedad
capitalista-revisionista. «Vemos, escribe, que las máquinas, dotadas de la
propiedad maravillosa de acortar y hacer más fructífero el trabajo humano,
provocan el hambre y el agotamiento del trabajador. Las fuentes de riqueza
recién descubiertas se convierten, por arte de un extraño maleficio, en fuentes
de privaciones. Los triunfos del arte parecen adquiridos al precio de
cualidades morales... Hasta la pura luz de la ciencia parece no poder brillar
más que sobre el fondo tenebroso de la ignorancia... Este antagonismo entre la
industria moderna y la ciencia, por un lado, y la miseria y la decadencia, por
otro, este antagonismo entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales
de nuestra época es un hecho palpable, abrumador e incontrovertible.»(10)
Marx acentuaba que este antagonismo es liquidado únicamente por la revolución proletaria
y el socialismo.
Carlos Marx argumentó científicamente la
necesidad de la revolución socialista. Subrayó que un nuevo y determinado nivel
histórico del desarrollo de las fuerzas productivas no conduce por sí mismo a
la creación de un nuevo sistema de relaciones de producción, no engendra
automáticamente una formación económico-social superior. En este marco, el desarrollo de la ciencia y la técnica
influye en el desarrollo de las nuevas fuerzas productivas, pero no puede
transformar por sí solo las relaciones capitalistas de producción, a las
que están ligados los intereses de las clases explotadoras, defendidos por el
Estado burgués-revisionista. Para ello es precisa la revolución proletaria violenta,
que destruye la vieja máquina estatal e instaura la dictadura del proletariado.
La revolución técnico-científica en la
sociedad capitalista ha influido en la elevación del carácter social de la
producción y del antagonismo de éste con la forma capitalista de apropiación,
ha recrudecido y profundizado la crisis general del imperialismo, ha
incrementado la desocupación, ha intensificado la explotación capitalista,
influyendo de esta manera en la preparación de los factores objetivos y
subjetivos de la revolución proletaria, pero de ningún modo puede sustituir a
esta última. Jamás ni en lugar alguno, ha conducido ni puede conducir el
desarrollo de la revolución técnico-científica al derrumbe de las relaciones
capitalistas de producción, ese desarrollo no ha suprimido la explotación capitalista
y los males de la sociedad burguesa, y tanto menos ha atentado contra la
dominación política de la burguesía. Considerados a través de este prisma, los inventos de los ideólogos burgueses y
revisionistas sobre la supuesta «sustitución» de la revolución proletaria por
el progreso técnico-científico, sobre la revolución técnico-científica que
habría «superado» los antagonismos de clase de la sociedad capitalista, habría
suprimido al proletariado de la escena de la historia y «situado» al frente de
ella a la intelectualidad, son enteramente infundadas. Estas teorizaciones,
predicadas por una serie de filósofos burgueses y propagadas también por los
revisionistas yugoslavos, soviéticos y eurocomunistas, quienes se esfuerzan por
presentarlas como «marxistas», no tienen nada en común con la teoría de la
revolución social descubierta por Marx. Para el marxismo-leninismo, tal como ha
acentuado el camarada Enver Hoxha: «...la revolución técnica y científica y, junto con
ella, el desarrollo del tecnocratismo, no salvan ni pueden salvar al
capitalismo ni al revisionismo contemporáneo de su desmoronamiento y
destrucción inevitables. Ellos (la burguesía y los revisionistas — K.
A.) no
pueden cambiar las leyes objetivas del desarrollo social y, en primer lugar, la
ley de la lucha de clases y de la revolución. La amplia introducción de la
ciencia y la técnica en la producción, que los monopolios capitalistas de
Occidente y la nueva burguesía de los países revisionistas se han visto obligados
a llevar a cabo a causa de la feroz competencia interna y entre Estados y para
asegurar el máximo de ganancias, no soluciona en absoluto las contradicciones económicas
y de clase... No lo salva de la crisis incurable y cada vez más aniquiladora.
Por el contrario, agudiza aún más las contradicciones y la crisis... y,
finalmente cuando el factor subjetivo ha llegado a su debido nivel, conduce a
la revolución socialista triunfante».(11)
El desarrollo de la revolución técnico-científica en la
sociedad capitalista no es de ningún modo un desarrollo imparcial y
supraclasista. Está dirigido por la burguesía y sirve a la opresión y la
explotación del proletariado y las masas trabajadoras. Naturalmente en las condiciones del
desarrollo de la revolución técnico-científica, la intelectualidad ha crecido
en número, pero en proporciones aún mayores aumenta la clase obrera y la
explotación de ésta por los capitalistas. Por eso, esa intelectualidad ni puede
sustituir al proletariado en su misión histórica, ni tampoco jugar un nuevo
papel histórico. Hay ideólogos burgueses que predican como principal fuerza
motriz de la sociedad a un grupo de científicos «humanitarios» que se
encargarían de «dirigir» la revolución técnico-científica «en bien de la humanidad».
Pero tales puntos de vista son completamente utópicos y reaccionarios porque
pasan por alto el hecho de que, en la sociedad burguesa y revisionista, los
medios de producción están en manos de los capitalistas, las universidades y el
resto de las instituciones científicas están financiadas por los trusts capitalistas
y no gozan de ninguna autonomía económica y política respecto a ellos. Aún más,
las altas capas de la intelectualidad están estrechamente ligadas a la
burguesía, tanto desde el punto de vista material como ideológico.
La experiencia de nuestro país muestra lo
contrario de las prédicas burgués-revisionistas. Demuestra en la práctica aquello
que Marx argumentó teóricamente, que es la revolución socialista la que abre el
camino al desarrollo y el progreso incontenible de la ciencia y de la técnica y
no al revés. En nuestro país la creación de una gran producción moderna y el
desarrollo de la revolución técnico-científica son obra del Partido y del
socialismo.
En las condiciones de la existencia de
nuestra sociedad socialista y de la burguesa-revisionista, la revolución técnico-científica se lleva a cabo al mismo tiempo en dos
formaciones económico-sociales diametralmente opuestas y de este modo
manifiesta un contenido social de clase enteramente opuesto en cada una de
ellas. En este marco el camarada Enver Hoxha, defendiendo y desarrollando
aún más las enseñanzas de Marx sobre la revolución técnico-científica, ha
señalado que también la revolución técnico-científica, como toda verdadera
revolución, «se orienta en primer lugar por la política».(12) El contenido
ideológico y político de clase de la revolución técnico-científica que se
desarrolla en nuestro país, ha determinado sus rápidos ritmos de desarrollo, el
rumbo y la amplitud que ha adquirido ésta. De este modo en nuestro país, la
revolución técnico-científica ha influido en el desarrollo de las fuerzas
productivas en el sentido de servir a la completa construcción de la sociedad
socialista, sobre la base de las propias fuerzas. Su esencia revolucionaria de
clase se manifiesta al mismo tiempo en las consecuencias sociales que ha entrañado
para nuestro país. Resultado de ello es la creación de una industria moderna,
de una agricultura socialista desarrollada, la continua elevación del bienestar
de las masas trabajadoras, el perfeccionamiento de las relaciones socialistas
de producción y la elevación de la productividad del trabajo, la reducción de
las diferencias sociales esenciales, así como la elevación del nivel científico
y técnico-profesional de las masas trabajadoras. La ciencia y la técnica son en
nuestro país patrimonio de las masas trabajadoras y están íntegramente a su servicio.
Notas
(1)
F. Engels. Dialéctica de la
naturaleza, ed.
en albanés, pág. 242, Tirana, 1973.
(2)
Enver Hoxha. Obras Escogidas, t. IV,
ed. en español, pág. 373, Tirana, 1983.
(3)
Enver Hoxha. Informes y
discursos 1967-1968, ed. en español, pág. 136, Tirana, 1969.
(4)
C. Marx - F. Engels. Obras Escogidas, ed. en albanés, t. II, pág.
497, Tirana, 1975.
(5)
C. Marx. Contribución a la
crítica de la economía política, ed. en albanés, pág. 58,
Tirana, 1977.
(6)
Carlos Marx. El Capital, ed.
en albanés, t. I, libro segundo, pág. 206, Tirana 1976.
(7)
C. Marx - F.
Engels. Obras Escogidas, ed.
en albanés, t. II, pág. 545, Tirana, 1975.
(8)
Enver Hoxha. Informes y
discursos 1980-1981, ed. en albanés, pág. 171.
(9)
Carlos Marx. El Capital, ed.
en albanés, t. III, libro primero, pág. 348, Tirana, 1978.
(10)
C. Marx - F. Engels. Obras Escogidas, ed. en albanés, t. I, págs. 371-372,
Tirana, 1975.
(11)
Enver Hoxha. Informes y discursos 1969-1970, ed.
en albanés, pág. 194, Tirana, 1970.
(12)
Enver Hoxha. Obras Escogidas, ed. en español, t. IV, pág.
347, Tirana, 1983.
KRISTAQ
ANGJELI — Prof. Agregado, responsable de la Cátedra de Filosofía en la
Universidad de Tirana.
Publicado
en “Albania Hoy”, nº 1 de 1984, págs. 34-41.
Digitalizado
para “Crítica Marxista-Leninista” por Gustavo Bilbao.
Descargar el texto completo de “La filosofía de Marx y el desarrollo de la ciencia y de la revolución técnico-científica en nuestra época” (1984) de Kristaq Angjeli.