No es difícil ver que el “historiador” Trotsky es un historiador prejuiciado, sesgado, subjetivo. En oportunidades anteriores hemos presentado artículos de trotskistas y filotrotskistas que no tienen otra alternativa que reconocer esas “cualidades” de Trotsky en su condición de historiador, cualidades imposibles de ocultar y que se pueden observar en las principales obras históricas de Trotsky, como “Historia de la revolución rusa”. Presentamos a continuación un artículo escrito por Isaac Deutscher, biógrafo y apologista de Trotsky, en la que igualmente no puede menos que advertir que su ídolo se mueve en las miasmas de la falsedad, la distorsión y la calumnia. Es cierto que el objetivo del artículo de Deutscher es tratar que el lector sea “comprensivo” con los nefastos motivos del autor de la “biografía” de Stalin y presentarlos adecentados como un contraste de ideas y personalidades. Por supuesto, no tiene éxito en eso. Sin embargo, en esa fallida tarea, Deutscher da algunas pinceladas de algunos “errores” que Trotsky comete -esta vez- en su libro “Stalin”.
El “Stalin” de Trotsky
Isaac Deutscher
(1948)
La “evaluación” de Stalin realizada por Trotsky es
uno de los documentos trágicos de la literatura moderna. El lector
contemporáneo todavía no puede ver al héroe de este libro ni a su autor en la
perspectiva de la historia, y, en consecuencia, no es fácil definir su valor
como documento. El tren de los acontecimientos, al que pertenece la enemistad
de los dos hombres, aún no ha recorrido todo su camino. Incluso la publicación
del libro, independientemente de las intenciones de su autor, se ha convertido
en un incidente menor en la controversia contemporánea entre Oriente y
Occidente. El libro estuvo listo para su publicación en los Estados Unidos ya
en 1941. Los editores norteamericanos suspendieron su publicación en deferencia
al líder de una poderosa nación aliada. Por tal razón, recién vio la luz en los
Estados Unidos en 1946, después de que las relaciones entre los antiguos
aliados se enfriaran, y la opinión diera el notable viraje desde la admiración
por Rusia en tiempos de guerra hacia las agudas suspicacias de la postguerra. De
esta forma, el testimonio de Trotsky está siendo utilizado para desacreditar a
Stalin. Pro captu lectoris habent sua fata libelli[1].
***
Lo que los editores de Trotsky nos presentan ahora
no es una biografía de Stalin, sino una acusación contra él. Es un libro que
presenta todas las huellas de la tremenda presión nerviosa bajo la que vivió su
autor durante sus últimos trágicos años. Cuando Trotsky lo escribió tenía tras
de sí más de diez años de frustrante aislamiento, diez años en el curso de los
cuales erró sin sosiego, en constante peligro de muerte, de un refugio inseguro
a otro. Estaba angustiado por la pesadilla de los procesos de Moscú, en los que
había sido señalado como el centro de la más siniestra conspiración. Todos sus
hijos habían muerto en circunstancias misteriosas que le inducían a creer que
habían caído víctimas de la venganza de Stalin. Por último, mientras todavía estaba
trabajando en su libro, el 20 de agosto de 1940, fue abatido por un asesino,
que presumiblemente ejecutaba un veredicto de Moscú. Trotsky sólo acabó los primeros
siete capítulos; los demás se ensamblaron y editaron basándose en notas del
autor, aunque no siempre de estricto acuerdo con la tendencia de pensamiento de
Trotsky. Trotsky hubiera protestado contra la frase de Mr. Malamuth, “la
tendencia hacia la centralización, ese seguro precursor del totalitarismo”, o
contra su descripción del mariscal Pilsudski como “libertador de Polonia”. Por
lo tanto, no es nada sorprendente que este libro póstumo carezca de la envergadura
y el brillo que caracterizó su monumental “Historia
de la revolución rusa”. Como pieza literaria es decepcionantemente
rudimentaria y a veces incoherente. Aún así, hay que decir que muchas de sus
páginas están iluminadas por relámpagos de genio, epigramas y dichos que pueden
pasar a la historia.
“De los doce apóstoles de Cristo [dice Trotsky en
la página 416 refiriéndose a los procesos de la purga] sólo Judas salió
traidor. Pero si hubiera logrado el poder, habría presentado como traidores a
los otros once apóstoles, sin olvidar a los setenta discípulos menores que
menciona san Lucas”.
Y así es cómo el propio Trotsky resume su acusación
de Stalin:
“L’Etat c’est moi (el Estado soy yo) es casi una fórmula liberal comparada
con las realidades del régimen totalitario de Stalin. Luis XIV se identificaba a
sí mismo con el Estado. Los papas de Roma lo hacían con el Estado y la iglesia,
pero sólo durante la época del poder temporal. El Estado totalitario va más
lejos que el cesaropapismo, pues ha abarcado también toda la economía del país.
Stalin puede decir muy bien, a diferencia del Rey Sol: La société c’est moi”.
[...]
***
El encono de Trotsky hacia Stalin es ilimitado. No
obstante, la afirmación de que el rencor dirigía su pluma con demasiada
frecuencia, tiene que tomarse con reservas. Como historiador y biógrafo,
Trotsky trata los hechos, las fechas y las citas de un modo concienzudo casi
hasta la pedantería. Donde se equivoca es en las construcciones que hace sobre
los hechos. Yerra en sus inferencias, en sus conjeturas. No pocas veces sus
pruebas se basan en rumores dudosos. A esa categoría corresponde la oscura,
vaga y contradictoria sugerencia de que en su lucha por el poder, Stalin pudo haber
acelerado la muerte de Lenin. No obstante, por regla general su conciencia de historiador
le hace trazar una clara línea de distinción entre los hechos y sus propias
construcciones y conjeturas, de modo que el lector con sentido crítico puede
reconocer el riquísimo material biográfico, y formarse sus propias opiniones.
Es posible que los lectores ingleses del libro
encuentren su método de exposición excesivamente aburrido, reiterativo y
pedante. El autor profundiza con implacable suspicacia en todos los detalles de
la vida de su adversario. Armado de un formidable arsenal de citas y
documentos, polemiza extensamente. Frecuentemente expresa su acuerdo o su desacuerdo
con otros biógrafos de Stalin, muchos de los cuales apenas merecen ser tomados
en serio, y es patético que este gran luchador político y literario dirija
todos sus cañones de grueso calibre contra las liebres y los conejos que recorren
por el campo frente a él.
Sin embargo, Trotsky no escribió su libro con la
mirada puesta en ningún público angloparlante u occidental. Tampoco estaba
sumamente interesado en su éxito inmediato. En cambio, en sus pensamientos, él se
dirigía a un público ruso, al que esperaba que en última instancia llegasen sus
palabras, aunque tal vez no durante su vida. Había una nueva generación rusa
habituada desde la cuna al culto de Stalin y educada en historias de la
revolución de las que se había borrado cuidadosamente el nombre de Trotsky y
todo lo que éste representaba. Era en beneficio de esa generación que él se
proponía, paso a paso, destruir el culto stalinista, reafirmar su propio papel
en la revolución y reafirmar lo que él consideraba los principios prístinos del
bolchevismo. El futuro demostrará si su trabajo fue inútil o no. En diez o
veinte años su “Stalin” puede llegar a constituir una gran experiencia
espiritual para la intelectualidad rusa, un estímulo para alguna extensa e
impredecible “transmutación de valores”. Es posible que una nueva generación
rusa encuentre en el trotskismo (junto con un intento obviamente conservador y
quijotesco de llevar de nuevo el reloj de la historia rusa a 1917) un punto de
partida para una nueva tendencia de ideas, lo mismo que los progenitores del
socialismo francés encontraron un punto de partida en Babeuf.]
***
No obstante, no es difícil de ver la debilidad de
la acusación trotskista. Aparece claramente, por ejemplo, en los siguientes
pasajes de la página 336:
“Esta disparidad fundamental tiene su ejemplo... en
la singularidad de la carrera de Stalin comparada con las carreras de los otros
dos dictadores, Mussolini y Hitler, cada uno de ellos iniciador de un
movimiento, ambos agitadores excepcionales y tribunos populares. Su exaltación política,
por fantástica que parezca, se produjo por su propio impulso a la vista de
todos, en conexión inquebrantable con el desarrollo de los movimientos que
encabezaron desde su arranque. Completamente distinto es el carácter de la
subida de Stalin. No puede compararse con nada de tiempos pasados. Parece no
tener prehistoria. El proceso de su elevación transcurrió en alguna parte, tras
una cortina política impenetrable. En un determinado momento, su figura, en la
panoplia del poder, se desprendió súbitamente de la pared del Kremlin, y por
primera vez el mundo se dio cuenta de Stalin como dictador ya hecho así...
“Las acostumbradas comparaciones oficiales entre
Stalin y Lenin son sencillamente indecorosas. Si la base de comparación es la
expansión de la personalidad, es imposible parangonar a Stalin ni siquiera con
Mussolini o Hitler. Por pobres que sean las “ideas” del fascismo, los dos
victoriosos caudillos de la reacción, el italiano y el alemán, desde el comienzo
mismo de sus respectivos movimientos desplegaron iniciativa, impulsaron a las
masas a la acción, abrieron nuevas rutas a través de la jungla política. Nada
de esto puede decirse de Stalin”.
Esas palabras, escritas mientras Rusia estaba
entrando en su segunda década de economía planificada –es decir, varios años
después de la colectivización de veintitantos millones de granjas—, tenían un
sonido suficientemente irreal incluso hace ocho o nueve años; hoy suenan fantásticas.
El retrato que Trotsky hace de Stalin está coloreado por el desprecio,
comprensible pero irrazonable, de un hombre de letras y pensador original hacia
un hombre de acción muy poderoso, aunque gris y algo torpe. Trotsky subestimó a
su adversario hasta el punto de llegar a ver la figura de Stalin como un deus
ex machina “desprendiéndose súbitamente de la pared del Kremlin”. Pero
Stalin no pasó de ese modo al primer plano. Las propias revelaciones de Trotsky
dejan perfectamente claro que, desde la revolución de Octubre, Stalin fue
siempre uno de los muy pocos (tres o cinco) hombres que ejercieron el poder; y
que su influencia práctica, aunque no ideológica, en el grupo gobernante sólo
fue inferior a Lenin o Trotsky.
***
No fue sólo la personalidad de Stalin lo que Trotsky
subestimó. Subestimó también la profundidad y la fuerza de los cambios sociales
que condujeron a Stalin a un primer plano, pese a que él mismo había sido
el primero en interpretar esos cambios. Trotsky veía a Stalin como el líder de
una “reacción termidoriana” de la revolución, como el jefe de una nueva
jerarquía burocrática, el iniciador de una nueva tendencia nacionalista resumida
en la fórmula del “socialismo en un solo país”. Durante las décadas de 1920 y
1930, Trotsky culpó a Stalin por todas las derrotas que el comunismo sufrió en el
mundo. En esas críticas había parte de verdad, especialmente en las
devastadoras críticas de la política de la Komintern en Alemania, en vísperas
de la era nazi. Pero el conjunto de sus acusaciones delata un grado de “subjetivismo”
en Trotsky que es opuesto a su método marxista de análisis. En su concepción, Stalin
aparece casi como el demiurgo, el demiurgo malo, de la historia contemporánea,
el único hombre cuyos vicios han dominado los destinos de la revolución
internacional. En ese punto la polémica de Trotsky huele menos a Marx que a
Carlyle.
¿Era Stalin el líder del Termidor soviético? En
Francia la reacción termidoriana puso fin al Terror. No deshizo la obra
económica y social de la revolución, pero le impuso un alto. Después del Termidor
no tuvo lugar ningún cambio importante en la estructura social de Francia, en
la que tanto había operado la revolución. El poder político pasó de la plebe
al Directorio burgués. En Rusia, por el contrario, la revolución
social no se detuvo con el ascenso de Stalin al poder. Por el contrario, los
actos más completos y radicales de la revolución, la expropiación y
colectivización de todas las fincas individuales, la iniciación de la economía planificada,
no tuvieron lugar hasta la época de Stalin.
[...]
***
Hay mucha más verdad en la otra acusación de
Trotsky: la de que Stalin se erigió en jefe de una nueva burocracia que se
había elevado sobre el pueblo. Contra la concepción rígida y totalitaria de la
jerarquía de Stalin, Trotsky invocó el programa de la democracia soviética —es
decir, del gobierno por el pueblo revolucionario— que los bolcheviques habían
anunciado cuando tomaron el poder. Aquí, el precedente de su argumentación es
inconfundible para el historiador: bajo el Directorio, Babeuf abogó por el retorno
a la constitución jacobina de 1793. Sin embargo, el gobierno por el pueblo revolucionario
en la Rusia de 1925 o 1930 era tan imposible como lo había sido en la Francia
de 1797. Las masas revolucionarias habían agotado sus energías políticas en la guerra
civil y habían desempeñado su papel. La fase “heroica” de la revolución había cedido
su lugar al hastío y la apatía; el progreso de la nación ya no podía ser
impulsado desde abajo, sino mediante la dirección desde arriba. Hasta aquí, la analogía
entre el régimen de Stalin y la reacción termidoriana es correcta.
***
Lo que Trotsky subrayó fue la medida en que el paso
de la “democracia soviética” al “control burocrático” había tenido lugar en el
período leninista. Trotsky distingue entre las dos fases de la revolución, pero
se resiste a admitir plenamente la conexión entre ellas. Es verdad que el
leninismo era esencialmente no-totalitario; pero también es verdad que hacia el
final de la guerra civil (digamos, en 1920 y 1921), bajo la presión de los acontecimientos,
evolucionó gradualmente, a tientas, casi
de manera inconsciente hacia el totalitarismo. El nacimiento del totalitarismo
bolchevique puede encontrarse, con un alto grado de precisión, en el X Congreso
del partido en 1921. Fue sobre los cimientos puestos por el congreso de 1921
que Stalin edificó su régimen en años posteriores. Tanto Lenin como Trotsky
pensaron en volver a un orden más democrático; pero es dudoso que, aun si Lenin
hubiera vivido más, hubiesen podido hacerlo. Dejando a un lado las contrarrevoluciones
fascistas coetáneas, que han sido de carácter predominantemente político y
totalitarias a priori, ninguna revolución social histórica (ni la
cromwelliana, ni la jacobina, ni la bolchevique) ha eludido la fase de “degeneración
totalitaria”.
Lo principal en la acusación formulada por Trotsky
es que Stalin abandonó la revolución mundial para sustituirla por el “socialismo
en un solo país”. A los no-marxistas, la polémica sobre ese tema entre el
trotskismo y el stalinismo les parece una disputa escolástica, aunque en el
curso de la misma hayan rodado las cabezas de muchos líderes bolcheviques. Pero
era más que eso. Lo que en realidad separaba a los dos antagonistas no era que
uno de ellos “quisiera” la revolución y el otro no la “quisiera”, sino una diferencia
fundamental en su apreciación del potencial revolucionario de las clases obreras
de los países occidentales.
***
En el trotskismo subyacía la firme creencia de que
al menos Europa estaba “madura para el socialismo”. Ésta era la tesis que había
sido enunciada por Karl Kautsky, el “Papa” de la socialdemocracia
internacional, a comienzos del siglo. Desde ese punto de vista, la revolución
rusa era el preludio de una conmoción mucho más amplia. A ojos de Trotsky, los éxitos
de la construcción socialista en Rusia sola eran muy poco en comparación
con el gran crescendo en la prosperidad material, progreso cultural y
libertad espiritual que podían esperarse de una economía socialista basada y
planificada a escala europea. Trotsky estaba convencido de que el capitalismo europeo
había perdido su vitalidad y que la clase obrera europea deseaba, de corazón, renunciar
a los beneficios engañosos del reformismo en favor de la revolución.
Dondequiera que el orden capitalista tuviese éxito en lograr un cierto grado de
estabilización (fuese por medio de una cirugía fascista, o por medio de una
suave cura reformista), la culpa a ojos de Trotsky, caía sobre los hombros de
los dirigentes comunistas o social-demócratas. Trotsky decía frecuentemente que
aunque la victoria del socialismo en Europa fuese remota, estaba sin embargo
más próxima que el triunfo de una sociedad verdaderamente socialista, sin
clases, en la “atrasada e incivilizada” Rusia. Para él Rusia se encontraba en
la periferia de la civilización moderna. Esa periferia, indudablemente,
contenía una fuerza poderosa; era la avanzadilla del socialismo. Pero al fin y
al cabo las formas de la nueva sociedad no se lograrían en la periferia sino en
el centro de la civilización moderna.
Stalin no ha formulado nunca muy explícitamente su
propio pensamiento sobre este aspecto de la cuestión. En primer lugar, Stalin
carece del talento Trotsky para la exposición de las ideas; pero, lo que es más
importante, su actitud manifiesta un alejamiento de la tradición marxista. Su
verdadero, aunque cuasi-esotérico, punto de vista ha sido sólo insinuado en su
doctrina del “socialismo en un solo país”. Stalin no compartió nunca el optimismo
de Trotsky acerca de la “madurez” de Europa para el socialismo, pero estimaba aún
como muy formidable el poder de resistencia que le quedaba, en su conjunto, al
orden capitalista. En las muchas crisis de política internacional en el período
de entreguerras —por ejemplo, la crisis británica de 1926, el triunfo del
nazismo en Alemania, el frente popular en Francia, la guerra civil española—
Stalin fue mucho menos optimista que Trotsky en cuanto a la receptividad por
parte de la clase obrera de las ideas de la revolución proletaria. Para Stalin,
su particular forma de socialismo en Rusia era, y sigue siendo, mucho más
importante que la posibilidad del socialismo en Occidente. Él se negaba a ver a
Rusia condenada a la periferia de la civilización moderna, y confiaba en que
estaba destinada a convertirse en la ciudadela de la nueva civilización
socialista. El plan de Stalin era edificar y salvaguardar esa ciudadela, aunque
los medios empleados para tal fin chocasen (como, por ejemplo, el pacto
germano-soviético de 1939) o pareciesen chocar con los intereses de la clase
obrera de otros países. Mientras Trotsky pensaba en términos de un doble
impacto de Rusia sobre Occidente, y luego del Occidente socialista sobre Rusia.
Stalin ve en el impacto unilateral de Rusia sobre Occidente el factor primordial
y decisivo del destino del comunismo o del socialismo.
***
Las doctrinas de Trotsky y de Stalin ven, por
igual, la historia contemporánea como una rivalidad a escala mundial entre el
capitalismo y el socialismo, una rivalidad históricamente tan legítima como lo
fue la vieja lucha entre los sistemas sociales feudal y burgués. Stalin, a fin
de cuentas, se ha inclinado a confiar en una evolución pacífica de esa
rivalidad, que permita el desarrollo y la consolidación de la ciudadela rusa del
socialismo. Trotsky puso más énfasis en las formas “cataclísmicas” de dicha
rivalidad, y de manera especial en la “presión del mundo capitalista” que podría
quizá derribar el edificio del socialismo ruso mucho antes de que éste pudiera ser
terminado. Además, ese edificio, construido sobre cimientos ligeros y
vacilantes, en un país “atrasado, semiasiático”, estaba, en su opinión,
peligrosamente contrahecho en diversos aspectos, que no era sino una caricatura
de socialismo.
Desde que comenzó la controversia, hace aproximadamente
un cuarto de siglo, los acontecimientos han sometido a las dos doctrinas antagónicas
del comunismo a una continua prueba. La controversia sigue inacabada, aunque ya
no se dirime en las filas del comunismo, porque la Cuarta Internacional de
Trotsky nació muerta. Sin embargo, indirectamente, las doctrinas del stalinismo
y del trotskismo están siendo sometidas a nuevas pruebas en las mesas de
conferencias de la diplomacia internacional y en la inquietud social de Europa
y Asia.
***
A juzgar por dichas pruebas, el escepticismo de
Stalin a propósito del temple revolucionario de la clase obrera europea parece
hasta ahora mejor justificado que la confianza de Trotsky. Es verdad que a
menudo ese temple ha sido desalentado como estimulado por las políticas de Stalin.
Pero esto no resuelve el problema fundamental. Ninguna clase social dotada de
un auténtico y significativo ímpetu permitirá que una influencia del exterior
la aparte de sus objetivos esenciales. Si fuese correcto el punto de vista de Trotsky
de que la influencia de Moscú ha actuado como un freno decisivo de la
revolución europea, sólo demostraría la relativa debilidad del elemento
proletario revolucionario en Europa occidental. Por lo demás, hoy Rusia ya no
puede seguir siendo considerada como situada en la periferia de Europa. Al
contrario, gran parte de Europa ha pasado a ser periférica de Rusia. Este solo cambio
radical en el equilibrio internacional del poder puede ser argumentado por
cualquiera para reivindicar, en términos comunistas, la doctrina de Stalin.
Pero,
desde el punto de vista marxista, en modo alguno se puede desechar
definitivamente la argumentación trotskista...
Nota de CM-L: La presente es una edición ligeramente modificada
de la versión en español publicada en old.kaosenlared.net, cotejada con la
versión en inglés de marxists.org, que lleva por título “Trotsky on Stalin”. Las citas de Trotsky han sido actualizadas a partir
de la edición en español de “Mi vida”,
también publicada en marxists.org
Descargar el texto completo de “El 'Stalin' de Trotsky” de Isaac Deutscher(1948)
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