Lenin decía que la teoría de “quién empezó” es la
teoría más primitiva del socialchovinismo. Es la más burda porque abandona flagrantemente el análisis de
clase de los contendores, el análisis de qué
política de clase es continuación la violencia que emplean. Reconocer que
Ucrania pertenece a la esfera de influencia de Rusia no conduce a un marxista a
reconocer el derecho de Rusia a intervenir militarmente en Ucrania, o “darle” más
derecho que a EEUU y la Unión Europea para intervenir de la forma que sea en
Ucrania. En la pugna interimperialista cada bando trata de quitarle
al otro zonas de influencia, quitarle fuentes de materias primas, quitarle mercados, quitarle territorios de dominación. Que el
imperialismo norteamericano y europeo agudizó la crisis ucraniana promoviendo,
apoyando, financiando a conocidos grupos nacionalistas, fascistas y
reaccionarios, eso está fuera de toda duda y es completamente repudiable. El
movimiento obrero de Ucrania debe luchar contra el gobierno derechista, contra
el fascismo, de la misma forma que debe luchar contra cualquier otro gobierno
de la burguesía y contra el Estado ucranianos. Y para eso la clase obrera debe,
en primer, lugar constituirse en una fuerza política independiente,
independiente de las fracciones de su
burguesía en lucha y de todos los
imperialismos en pugna.
El hecho de que Estados Unidos y Europa iniciaran el conflicto actual y que
luego Rusia respondiera con el uso de la fuerza militar en Ucrania,
sólo demuestra la esencia reaccionaria y rapaz de ambos imperialismos. Ninguno
es mejor que el otro, y ambos deben ser combatidos por igual. A Lenin no le
importó quién propició la Primera Guerra Mundial, ni quién agredió primero,
tenía bastante claro que era “la continuación de la política por otros medios”
y llamó a la guerra civil revolucionaria contra la burguesía del propio país.
Lo que empezó
claramente como una intervención repudiable del imperialismo yanqui y europeo,
ahora ha dado lugar a una intervención militar igualmente repudiable del
imperialismo ruso. La contienda interimperialista actual es la consecuencia "natural" de la política que ambos imperialismos han seguido y siguen en diversas partes del mundo, en su afán de sacar el mejor provecho de una futura nueva repartición del mundo.
Ambos imperialismos han intervenido e intervienen en Ucrania, desde hace muchos años, en lo económico, político, militar, displomático, etc. La situación actual es una manifestación de que los intereses contrapuestos de ambos bandos imperialistas han alcanzado un nivel mayor de agudización, precisamente cuando las contradicciones internas de la sociedad ucraniana también se han exacerbado.
En la crisis de Ucrania convergen el conflicto
interno y las contradicciones interimperialistas. Las luchas de las fracciones
burguesas por el poder en un país tan desarticulado como Ucrania es algo que se
va a repetir mientras su Estado no logre constituirse en la arena principal donde
las fracciones de la burguesía compitan por el ejercicio del poder. Este hecho
va a ser aprovechado por uno y otro bando imperialista, como fue aprovechado en
esta ocasión por el imperialismo yanqui y europeo para promover la caída del
gobierno de Yanukovich, mediante el apoyo de fuerzas de extrema derecha,
nacionalistas y fascistas. La crisis de Ucrania la precipitó el imperialismo
norteamericano y europeo, cuando vio condiciones propicias para que su
presencia en esa región se viera reforzada tanto por la acción del nuevo
gobierno como por la subsecuente resolución “pacifica” de la crisis política en la que buscaría
imponer condiciones al dominio ruso sobre ese país. Al parecer, los imperialistas "occidentales" no calcularon que la respuesta rusa llegaría al uso de la fuerza militar. El descontento de la población ucraniana con la situación económica y política y los gobiernos que se han sucedido ha ido en aumento pero no ha encontrado una expresión política independiente, debido a la desorganización de la clase obrera, por lo que ha sido arrastrada por la acción política de las fuerzas de la burguesía en su pugna interburguesa.
La clase obrera y los comunistas deben combatir al actual gobierno y al Estado ucranianos, sin ponerse del lado de ninguno de los imperialismos en pugna. Ucrania no es Siria, no es un país oprimido semicolonial o
dependiente. Las contradicciones interimperialistas que convergen en la crisis
ucraniana tienen por objetivo incorporar a ese país a uno de los bloques en
contienda. Ambos –EEUU y Rusia–, tratan de ganar y someter a Ucrania para
tenerla como Estados Unidos tiene a España por ejemplo. Su dependencia es de
otra naturaleza.
La anexión de Crimea que se decidirá hoy, de forma "democrática" y con toda la "legalidad", mediante referéndum, abrirá otras vías para la continuación de esta contienda interimperialista. Es muy probable que los nacionalismos se exacerben, envenando a los pueblos de las partes en conflicto, y desgajando del movimiento obrero a los oportunistas, socialchovinistas y socialimperialistas. Vale la pena recordar que “la guerra es la continuación de la política de paz, y la paz, la continuación de la política de guerra”. La guerra que pueda derivarse de estas contradicciones interimperialistas en Ucrania sólo puede ser una guerra imperialista, por cualquiera de las partes en conflicto, sin importar quién disparó primero. La única guerra revolucionaria será la de la clase obrera y el pueblo de cada país contra su propia burguesía: tanto en Ucrania como en Rusia, EEUU y Europa.
Presentamos a continuación un texto de Lenin en el que expone desde el punto de vista del marxismo cómo de juzgarse la guerra (y la paz) y la actitud de los comunistas ante ella. En él nos recuerda que no hay que olvidar el análisis de clase.
Son tan socialchovinistas los que procuran justificar y ennoblecer a los
gobiernos y a la burguesía de uno de los grupos de potencias beligerantes como
los que, a semejanza de Kautsky, reconocen para los socialistas en todas las
potencias beligerantes el derecho a “defender la patria”. (Lenin, El socialismo y la guerra)
LA
GUERRA Y LA REVOLUCIÓN
(Extracto)
Conferencia
pronunciada el 14 (27) de mayo de 1917
Lenin
La cuestión de la guerra y la revolución se plantea con
tanta frecuencia en los últimos tiempos en la prensa y en cada reunión popular
que, probablemente, muchos de vosotros conoceréis bastante sus aspectos e
incluso estaréis hartos de ellos. Hasta hoy no había tenido la posibilidad de hablar,
ni de estar presente siquiera, en ninguna asamblea de partido ni en ninguna
reunión popular de este distrito. Por ello, corro, posiblemente, el riesgo de
incurrir en repeticiones o de no analizar con detalle suficiente aspectos de la
cuestión que os interesen mucho.
A mi juicio, hay algo principal que se olvida corrientemente
al tratar de la guerra, algo que no es objeto de la atención debida, algo
principal en torno a lo cual se sostienen tantas discusiones, que yo calificaría
de fútiles, sin perspectivas, vanas. Me refiero al olvido de la cuestión fundamental: cuál es el
carácter de clase de la guerra, por qué se ha desencadenado, qué clases la
sostiene, qué condiciones históricas e histórico-económicas la han originado.
En los mítines y en las asambleas del partido he observado cómo se plantea
entre nosotros el problema de la guerra y he llegado a la conclusión de que
gran número de las incomprensiones que surgen en torno a este problema se deben
precisamente a que, al analizarlo, hablamos a cada paso en lenguajes
completamente distintos.
Desde el punto de
vista del marxismo, es decir, del socialismo
científico contemporáneo, la cuestión fundamental que deben tener presente los
socialistas al discutir cómo debe
juzgarse una guerra y la actitud a adoptar frente a ella es por qué se hace
esa guerra, qué clases la han preparado y dirigido. Nosotros, los marxistas, no
figuramos entre los enemigos incondicionales de toda guerra. Decimos: nuestro objetivo
es el régimen socialista, el cual, al suprimir la división de la humanidad en
clases, al suprimir toda explotación del hombre por el hombre y de una nación
por otras naciones, suprimirá ineluctablemente toda posibilidad de guerra. Pero
en la lucha por este régimen socialista encontraremos ineludiblemente
condiciones en las que la lucha de clases en el seno de cada nación puede
chocar con una guerra entre naciones distintas, engendrada por esta lucha de
clases. Por eso no podemos negar la posibilidad de las guerras revolucionarias, es decir, de guerras derivadas de la lucha
de clases, de guerras sostenidas por las clases revolucionarias y que tienen una
significación revolucionaria directa e inmediata. No podemos negar esto, con
mayor motivo, porque en la historia de las revoluciones europeas del último siglo,
de los 125 ó 135 años últimos, además de una mayoría de guerras reaccionarias,
ha habido también guerras revolucionarias, como, por ejemplo, la guerra de las
masas revolucionarias del pueblo francés contra la Europa monárquica, atrasada,
feudal y semifeudal coaligada. Y en la actualidad, el medio más extendido de
engañar a las masas en Europa Occidental, y últimamente también en nuestro
país, en Rusia, es invocar el ejemplo de las guerras revolucionarias. Hay guerras y guerras. Se debe comprender
de qué condiciones históricas ha surgido
una guerra concreta, qué clases la sostienen y con qué fines. Sin
comprender esto, todas nuestras disquisiciones acerca de la guerra se verán condenadas
a ser una vacuidad completa, a ser discusiones puramente verbales y estériles.
Por eso me permito analizar con detalle este aspecto de la cuestión, por cuanto
habéis señalado como tenia la correlación entre la guerra y la revolución.
Es conocido el aforismo de uno de los más célebres
escritores de filosofía e historia de las guerras, Clausewitz: “La guerra es la continuación de la política
con otros medios”. Esta frase pertenece a un escritor que ha estudiado la
historia de las guerras y sacado las enseñanzas filosóficas de esta historia inmediatamente
después de la época de las guerras napoleónicas. Este escritor, cuyos
pensamientos fundamentales son en la actualidad patrimonio imprescindible de
todo hombre que piense, luchaba, hace ya cerca de ochenta años, contra el
prejuicio filisteo, hijo de la ignorancia, de que es posible separar la guerra
de la política de los gobiernos correspondientes, de las clases
correspondientes; de que la guerra puede ser considerada, a veces, como una
simple agresión que altera la paz y que termina con el restablecimiento de esa
paz violada. ¡Se han peleado y han hecho las paces! Este tosco e ignorante punto
de vista fue refutado decenas de años atrás, y es refutado por todo análisis
más o menos atento de cualquier época histórica de guerras.
La guerra es la continuación de la política con otros
medios. Toda guerra está
inseparablemente unida al régimen político del que surge. La misma política que
ha seguido una determinada potencia, una determinada clase dentro de esa
potencia durante un largo período antes de la guerra, es continuada por esa
misma clase, de modo fatal e inevitable, durante la guerra, variando únicamente
la forma de acción.
La guerra es la continuación de la política con otros
medios. Cuando los vecinos revolucionarios franceses de la ciudad y del campo
de fines del siglo XVIII derribaron por vía revolucionaria la monarquía e
instauraron la república democrática –ajustando las cuentas a su monarca y
ajustándoselas también, de modo revolucionario, a sus terratenientes–, esta política
de la clase revolucionaria no podía dejar de sacudir hasta los cimientos al
resto de la Europa autocrática, zarista, realista y semifeudal. Y la continuación
inevitable de esa política de la clase revolucionaria triunfante en Francia
fueron las guerras sostenidas contra la Francia revolucionaria por todos los
pueblos monárquicos de Europa, que, habiendo formado su famosa coalición, se
lanzaron sobre ella con una guerra contrarrevolucionaria. De la misma manera
que el pueblo revolucionario francés reveló entonces, por vez primera en el transcurso
de siglos, una energía revolucionaria sin precedente en la lucha dentro del
país, en la guerra de fines del siglo XVIII mostró igual genio revolucionario
al reestructurar todo el sistema de la estrategia, rompiendo con todos los
viejos cánones y usos bélicos y creando, en lugar del ejército antiguo, un
ejército nuevo, revolucionario, popular y nuevos métodos de guerra. A mi juicio,
este ejemplo merece una atención especial, porque nos muestra palmariamente lo
que olvidan ahora a cada paso los publicistas de la prensa burguesa. Ellos
especulan con los prejuicios y la ignorancia pequeñoburguesa de las masas
populares completamente incultas, las cuales no comprenden el inseparable nexo económico
e histórico de toda guerra con la precedente política de cada país, de cada
clase, que dominaba antes de la guerra y aseguraba la consecución de sus
objetivos por los llamados medios “pacíficos”. Decimos llamados, pues las represiones
necesarias, por ejemplo, para la dominación “pacífica” en las colonias es
dudoso que puedan calificarse de pacíficas.
En Europa reinaba la paz, pero ésta se mantenía debido a
que el dominio de los pueblos europeos sobre los centenares de millones de
habitantes de las colonias se efectuaba únicamente por medio de guerras
incesantes, continuas, ininterrumpidas, que nosotros, los europeos, no
consideramos guerras porque, con demasiada frecuencia, más que guerras parecían
matanzas feroces y exterminadoras de pueblos inermes. Las cosas están
planteadas precisamente de tal forma, que para comprender la guerra
contemporánea necesitamos, ante todo, echar una ojeada general sobre la
política de las potencias europeas en conjunto. Es necesario tomar no ejemplos
aislados, casos aislados, que siempre es fácil desgajar de los fenómenos
sociales, pero que carecen de todo valor, pues del mismo modo puede citarse un
ejemplo opuesto. Es necesario considerar toda la política de todo el sistema de
Estados europeos en sus mutuas relaciones económicas y políticas, para
comprender cómo ha surgido de este sistema,
fatal e ineludiblemente, esta guerra.
Observamos constantemente que se hacen intentos, sobre
todo por los periódicos capitalistas –lo mismo monárquicos que republicanos–,
de dar a la guerra actual un contenido histórico que le es ajeno. Por ejemplo,
en la República Francesa no hay procedimiento más corriente que los intentos de
presentar esta guerra por parte de Francia como algo que sigue y se asemeja a
las guerras de la Gran Revolución Francesa de 1792. No hay método más difundido
para engañar a las masas populares francesas, a los obreros de Francia y de
todos los países, que trasladar a nuestra época el “argot” de aquella época,
algunas de sus consignas, e intentar presentar las cosas como si la Francia
republicana defendiera también ahora su libertad contra la monarquía. Olvidan
una “pequeña” circunstancia: que entonces, en 1792, la guerra de Francia la
hacía la clase revolucionaria, que había llevado a cabo una revolución sin
precedente, que había destruido hasta los cimientos, con el heroísmo inaudito
de las masas, la monarquía francesa y se había alzado contra la Europa monárquica
coaligada, sin perseguir otra finalidad que la de continuar su lucha
revolucionaria.
La guerra en Francia fue la continuación de la política
de la clase revolucionaria que hizo la revolución, conquistó la república,
ajustó las cuentas a los capitalistas y terratenientes franceses con una energía
jamás vista, y que en nombre de esa política, de su continuación, sostuvo la
guerra revolucionaria contra la Europa monárquica coaligada.
Pero ahora nos
encontramos, sobre todo, ante dos grupos de potencias capitalistas. Nos
encontramos ante las más grandes potencias capitalistas del mundo –Inglaterra,
Francia, Norteamérica y Alemania–, cuya política
en el curso de una serie de decenios ha consistido en una rivalidad económica ininterrumpida
por dominar en el mundo entero, estrangular a las naciones pequeñas, asegurar beneficios
triplicados y decuplicados al capital bancario, que ha encadenado a todo el
mundo con su influencia. En esto consiste la
verdadera política de Inglaterra y Alemania. Lo subrayo. Jamás hay que cansarse
de subrayarlo, porque si lo echamos en olvido, no podremos comprender nada de
la guerra contemporánea y nos hallaremos indefensos, a merced de cualquier
periodista burgués que nos quiera embaucar con frases embusteras.
La política auténtica de ambos grupos de los mayores
gigantes capitalistas –Inglaterra y Alemania, que, con sus aliados,
arremetieron la una contra la otra–, practicada durante una serie de décadas anteriores
al conflicto, debe ser estudiada y comprendida en su conjunto. Si no lo
hiciéramos así, olvidaríamos la exigencia principal del socialismo científico y
de toda la ciencia social en general y, además, nos privaríamos de la
posibilidad de comprender nada de la guerra actual. Caeríamos en poder de
Miliukov, embaucador que atiza el chovinismo y el odio de un pueblo contra otro
con métodos que se emplean en todas partes, sin excepción alguna, con métodos
de los que escribía hace ya ochenta años Clausewitz, mencionado por mí al
comienzo, el cual ridiculizaba ya entonces el punto de vista de los que
piensan: ¡vivían los pueblos en paz y luego se han peleado! ¡Como si eso fuese verdad!
¿Es que se puede explicar la guerra sin relacionarla
con la política precedente de este o aquel Estado, de este o aquel sistema de
Estados, de estas o aquellas clases? Repito una vez más: ésta es la cuestión cardinal, que
siempre se olvida, y cuya incomprensión hace que de diez discusiones sobre la guerra,
nueve resulten una disputa vana y mera palabrería. Nosotros decimos: si no
habéis estudiado la política practicada por ambos grupos de potencias beligerantes
durante decenios –para evitar casualidades, para no escoger ejemplos aislados–,
¡si no habéis demostrado la ligazón de esta guerra con la política precedente,
no habéis entendido nada de esta guerra!
Y esa política nos
muestra a cada paso una sola cosa: la incesante rivalidad económica de los dos mayores
gigantes del mundo, de dos economías capitalistas. De un lado, Inglaterra,
Estado que es dueño de la mayor parte del globo, Estado que ocupa el primer
lugar por sus riquezas, amasadas no tanto por el esfuerzo de sus obreros, como,
principalmente, por la explotación de un infinito número de colonias, por la
inmensa fuerza de los bancos ingleses. Estos bancos han formado, a la cabeza de
todos los demás, un grupo de bancos-gigantes, insignificante por su número –tres,
cuatro o cinco–, que manejan centenares de miles de millones de rublos de tal suerte,
que puede decirse sin ninguna exageración: no hay un trozo de tierra en todo el
globo en el que este capital no haya clavado su pesada garra, no hay un trozo
de tierra que no esté envuelto por miles de hilos del capital inglés. Este
capital alcanzó tales proporciones a finales del siglo XIX y principios del XX,
que trasladó su actividad mucho más allá de los límites de cada país, formando
un grupo de bancos gigantes con una riqueza inaudita. Valiéndose de ese número
insignificante de bancos, este capital envolvió al mundo entero con una red de
centenares de miles de millones de rublos. He ahí lo fundamental en la política
económica de Inglaterra y en la política económica de Francia, de la que los propios
escritores franceses, colaboradores, por ejemplo, de L’Humanité183, periódico dirigido en la actualidad por ex socialistas
(por ejemplo, Lysis, conocido publicista, especializado en asuntos financieros),
escribían ya varios años antes de la guerra: “La República Francesa es una
monarquía financiera... es una oligarquía financiera... es el usurero del
universo”.
De otro lado, frente a este grupo, principalmente anglo-francés,
se ha destacado otro grupo de capitalistas
más rapaz aún, más bandidesco aún: un grupo que ha llegado a la mesa del festín
capitalista cuando todos los sitios estaban ya ocupados, pero que ha
introducido en la lucha nuevos métodos de desarrollo de la producción
capitalista, una técnica mejor, una organización incomparable, que transforma
al viejo capitalismo, al capitalismo de la época de la libre competencia, en
capitalismo de los gigantescos trusts, consorcios y cárteles. Este grupo ha
introducido el principio de la estatificación de la producción capitalista, de
la fusión en un solo mecanismo de la fuerza gigantesca del capitalismo con la
fuerza gigantesca del Estado, mecanismo que enrola a decenas de millones de personas
en una sola organización del capitalismo de Estado. Esa es la historia
económica, la historia diplomática de varias decenas de años, que nadie puede
eludir. Es la única que os brinda el camino hacia la solución acertada del
problema de la guerra y os lleva a la conclusión de que esta guerra es también
producto de la política de las clases que se han enzarzado en ella, de los dos mayores
gigantes, que mucho antes del conflicto habían envuelto a todo el mundo, a
todos los países, con las redes de su explotación financiera y se habían repartido
el mundo en el terreno económico. Tenían que chocar porque el nuevo reparto de
ese dominio se había hecho inevitable desde el punto de vista del capitalismo.
El antiguo reparto basábase en que Inglaterra, por espacio
de varios siglos, llevó a la ruina a sus anteriores rivales. Su rival anterior
fue Holanda, que extendía su dominio por todo el mundo; su anterior competidor
fue Francia, que durante casi un siglo hizo guerras por ese dominio. Mediante
guerras prolongadas, Inglaterra, basándose en su potencia económica, en la de
su capital mercantil, afianzó su dominio indisputado del mundo. Pero surgió una
nueva fiera: en 1871 se formó otra potencia capitalista, que se desarrolló
muchísimo más rápidamente que Inglaterra. Este es un hecho fundamental. No
encontraréis ningún libro de historia económica que no reconozca este hecho
indiscutible: el desarrollo más acelerado de Alemania. El rápido desarrollo del
capitalismo en Alemania fue el desarrollo de una fiera joven y fuerte, que
apareció en el concierto de las potencias europeas y dijo: “Vosotros habéis
arruinado a Holanda, habéis destrozado a Francia, os habéis apoderado de medio mundo;
tomaos la molestia de entregarnos la parte correspondiente”. Pero ¿qué
significa “la parte correspondiente”? ¿Cómo determinarla en el mundo capitalista,
en el mundo de los bancos? Allí, en el mundo capitalista, la fuerza se
determina por el número de bancos. Allí, la fuerza se determina, como lo ha
definido cierto órgano de los multimillonarios norteamericanos con la franqueza
y el cinismo genuinamente norteamericanos, del siguiente modo: “En Europa se
hace la guerra por la hegemonía mundial. Para dominar el mundo se necesitan dos
cosas: dólares y bancos. Dólares tenemos, los bancos los crearemos y seremos
dueños del mundo”. Esta declaración pertenece al periódico portavoz de los multimillonarios
norteamericanos. Debo manifestar que en esta cínica frase norteamericana del multimillonario
engreído e insolente hay mil veces más verdad que en miles de artículos de los embusteros
burgueses, los cuales presentan esta guerra como una guerra por ciertos
intereses nacionales, por ciertos problemas nacionales y otras mentiras por el
estilo, tan claras, que saltan a la vista, que echan por la borda toda la
historia en su conjunto y toman un ejemplo aislado, como es el que la fiera germana
se haya lanzado sobre Bélgica. Este caso es, indudablemente, verídico. En
efecto, esa bandada de buitres cayó sobre Bélgica184 con una ferocidad inusitada,
pero ha hecho lo mismo que hizo ayer el otro grupo, valiéndose de otros
métodos, y que hace hoy con otros pueblos.
Cuando discutimos sobre la cuestión de las anexiones –que
forma parte de lo que he tratado de exponeros brevemente a título de historia
de las relaciones económicas y diplomáticas que han originado la presente
guerra–, nos olvidamos siempre de que ellas son corrientemente la causa de la
guerra: el reparto de lo conquistado o, dicho en un lenguaje más popular, el
reparto del botín robado por dos grupos de bandidos. Y cuando discutimos sobre
las anexiones, nos encontramos siempre con métodos que desde el punto de vista
científico no resisten ninguna crítica, y desde el social y periodístico no pueden
ser calificados sino de burdo engaño. Preguntadle al chovinista o
socialchovinista ruso, y él os explicará magníficamente lo que son las
anexiones por parte de Alemania: esto lo comprende a la perfección. Pero jamás
os dará respuesta si le pedís que dé una definición general de las anexiones aplicable
tanto a Alemania como a Inglaterra y Rusia. ¡Jamás lo hará! El periódico Riech
(para pasar de la teoría a la práctica), burlándose de nuestro periódico Pravda,
dijo: “¡Estos pravdistas consideran lo de Curlandia como una anexión! ¿Qué
discusión puede haber con esta gente?” Y cuando respondimos: “Tened la bondad
de darnos una definición tal de las anexiones que pueda aplicarse a los
alemanes, ingleses y rusos, y añadimos que o bien trataréis de eludirla, o bien
os desenmascararemos inmediatamente”, Riech dio la callada por
respuesta. Afirmamos que ningún periódico, ni de los chovinistas en general –quienes
dicen simplemente que es necesario defender la patria–, ni de los socialchovinistas,
ha dado jamás una definición de las anexiones que pueda aplicarse tanto a
Alemania como a Rusia, que pueda aplicarse a cualquiera de los beligerantes. Y
no puede darla, porque toda esta guerra
es la continuación de la política de anexiones, es decir, de conquistas, de
saqueo capitalista por las dos partes, por los dos grupos que hacen la
guerra. Se comprende, por ello, que la
cuestión de cuál de estos dos bandidos desenvainó primero el cuchillo no tiene para
nosotros ninguna importancia. Tomemos la historia de los gastos navales y
militares de ambos grupos durante varios decenios, o la historia de las pequeñas
guerras que han sostenido con anterioridad a la grande. “Pequeñas” porque en
ellas perecían pocos europeos; pero, en cambio, morían centenares de miles de
los pueblos oprimidos, a los cuales ni siquiera consideran pueblos (asiáticos,
africanos, ¿son, acaso, pueblos?). Contra esos pueblos se hacían guerras del
siguiente tipo: estaban inermes y los barrían con fuego de ametralladoras. ¿Son
guerras, acaso? Propiamente hablando, ni siquiera son guerras y se las puede
olvidar. Así enfocan este engaño completo de las masas populares.
La presente guerra es la continuación de la política de conquistas, de exterminio de naciones
enteras, de inauditas atrocidades cometidas por alemanes e ingleses en
África, por ingleses y rusos en Persia –no sé cuál de ellos más–, por lo que
los capitalistas alemanes les consideraban como enemigos. ¡Ah! ¿Vosotros sois
fuertes por ser ricos? Pero nosotros somos más fuertes que vosotros, y por eso
tenemos el mismo derecho “sagrado” al saqueo. A esto se reduce la verdadera
historia del capital financiero inglés y alemán durante los varios decenios que
precedieron a la guerra. A esto se reduce la historia de las relaciones
ruso-alemanas, ruso-inglesas y germano-inglesas. Ahí está la clave para comprender el motivo de la guerra. He ahí por qué no
es más que charlatanería y engaño la leyenda corriente sobre la causa de esta
guerra. Olvidando la historia del capital financiero, la historia de cómo se venía
incubando esta guerra por un nuevo reparto del mundo, se presenta el asunto
así: dos pueblos vivían en paz, y luego unos agredieron y otros se defendieron.
Se olvida toda la ciencia, se olvidan los bancos; se invita a los pueblos a
tomar las armas, se invita a tomar las armas al campesino, el cual ignora qué
es la política. ¡Hay que defender y basta! De razonar así, sería lógico
suspender todos los periódicos, quemar todos los libros y prohibir que se mencionen
en la prensa las anexiones; por esa vía se puede llegar a la justificación de
semejante punto de vista sobre las anexiones. Ellos no pueden decir la verdad
sobre las anexiones, porque toda la historia de Rusia, de Inglaterra y de
Alemania, es una guerra continua, cruenta y despiadada, por las anexiones. En Persia,
en África, han hecho guerras sin cuartel los liberales, los mismos que han
apaleado a los delincuentes políticos en la India por atreverse a formular
reivindicaciones semejantes a aquellas por las que se luchaba en Rusia. También
las tropas coloniales francesas han oprimido a los pueblos. ¡Ahí tenéis la
historia precedente, la verdadera historia del despojo inaudito! ¡Ahí tenéis la
política de esas clases cuya continuación es la guerra actual! Ahí tenéis por
qué, en la cuestión de las anexiones, no pueden dar la respuesta que damos
nosotros cuando decimos: todo pueblo que está unido a otro no por voluntad
expresa de la mayoría, sino por decreto del zar o del gobierno, es un pueblo
anexado, un pueblo conquistado. Renunciar a las anexiones significa conceder a
cada pueblo el derecho a formar un Estado aparte, o a vivir en unión con
quienquiera. Semejante respuesta está completamente clara para todo obrero más
o menos consciente.
En cualquiera de las decenas de resoluciones que se
aprueban, y que se publican, aunque sea en el periódico Zemliá y Volia185,
encontraréis una respuesta mal expresada: no queremos la guerra para dominar a
otros pueblos, luchamos por nuestra libertad; así hablan todos los obreros y
campesinos, expresando de esta forma la opinión del obrero, la opinión del
trabajador acerca de cómo entienden ellos la guerra. Con esto quieren decir: si
la guerra se hiciera en interés de los trabajadores contra los explotadores,
estaríamos a favor de la guerra. También nosotros estaríamos entonces a favor
de la guerra, y ni un solo partido revolucionario podría estar en contra de
semejante guerra. Los autores de esas numerosas resoluciones no tienen razón,
porque se imaginan las cosas como si fueran ellos los que hacen la guerra.
Nosotros, los soldados; nosotros, los obreros; nosotros, los campesinos,
luchamos por nuestra libertad. Jamás olvidaré la pregunta que me hizo uno de
ellos después de un mitin: “¿Por qué está arremetiendo constantemente contra
los capitalistas? ¿Es que yo soy capitalista? Nosotros somos obreros, defendemos
nuestra libertad”. No es verdad, vosotros peleáis porque obedecéis a vuestro
gobierno de capitalistas; la guerra no la hacen los pueblos, sino los
gobiernos. No me sorprende que un obrero o un campesino que no ha aprendido
política, que no ha tenido la suerte o la desgracia de estudiar los secretos de
la diplomacia, el cuadro de este saqueo financiero (de esta opresión de Persia
por Rusia y por Inglaterra, al menos), no me sorprende que olvide esta historia
y pregunte ingenuamente: ¿qué me importan a mí los capitalistas si el que pelea
soy yo? No comprende la ligazón de la guerra con el gobierno, no comprende que
la guerra la hace el gobierno y que él es un instrumento manejado por el
gobierno. Ese obrero o ese campesino puede llamarse a sí mismo pueblo revolucionario
y escribir elocuentes resoluciones: esto significa ya mucho para los rusos,
pues sólo hace poco ha empezado a practicarse. Recientemente se publicó una
declaración “revolucionaria” del Gobierno Provisional. Las cosas no cambian por
ello. También otros pueblos, con mayor experiencia que nosotros en el arte de
los capitalistas de engañar a las masas escribiendo manifiestos
“revolucionarios”, han batido hace ya mucho todos los récords del mundo en este
terreno. Si tomamos la historia parlamentaria de la República Francesa desde
que ésta es una república que apoya al zarismo, a lo largo de decenios de esa
historia encontraremos decenas de ejemplos, en los que los manifiestos llenos
de las frases más elocuentes encubrían la política del más abyecto saqueo
colonial y financiero. Toda la historia de la Tercera República Francesa186
es la historia de este saqueo. De esas fuentes ha brotado la guerra actual. No
es resultado de la mala voluntad de los capitalistas, no es una política
equivocada de los monarcas. Sería un error enfocar así las cosas. No, esta
guerra ha sido originada de manera inevitable por ese desarrollo del
capitalismo gigantesco, especialmente del bancario, desarrollo que condujo a que
unos cuatro bancos de Berlín y cinco o seis de Londres dominaran sobre todo el
mundo, se apoderasen de todos los recursos, refrendasen su política financiera
con toda la fuerza armada y, por último, chocasen en una contienda de ferocidad inaudita debido a que no había ya a dónde ir
libremente en plan de conquista. Uno
u otro debe renunciar a la posesión de sus colonias. Y semejantes cuestiones
no se resuelven voluntariamente en este mundo de los capitalistas. Esto sólo
puede resolverse por medio de la guerra. De ahí que sea ridículo culpar a este
o aquel bandido coronado. Esos bandidos
coronados son todos iguales. De ahí también que sea absurdo acusar a los
capitalistas de uno u otro país. Son culpables únicamente de haber establecido
semejante sistema. Pero así se hace de acuerdo con todas las leyes, protegidas
por todas las fuerzas del Estado civilizado. “Tengo pleno derecho a comprar
acciones. Todos los tribunales, toda la policía, todo el ejército permanente y
todas las flotas del mundo protegen este sacrosanto derecho mío a adquirir
acciones”. Si se fundan bancos que manejan centenares de millones de rublos, si
estos bancos han tendido las redes de la expoliación bancaria en el mundo
entero y han chocado en una batalla a muerte, ¿quién es el culpable? ¡Vete a buscarle! El culpable es el desarrollo del capitalismo durante medio siglo, y no
hay más salida que el derrocamiento de la dominación de los capitalistas y la
revolución obrera. Esta es la respuesta a que ha llegado nuestro partido después
de analizar la guerra, ésta es la razón de que digamos: la sencillísima
cuestión de las anexiones está tan embrollada, los representantes de los
partidos burgueses han mentido tanto que pueden presentar las cosas como si
Curlandia no fuese una anexión de Rusia. Curlandia y Polonia fueron repartidas conjuntamente
por esos tres bandidos coronados. Se las repartieron a lo largo de cien años,
arrancaron pedazos de carne viva y el bandido ruso sacó mayor tajada porque
entonces era más fuerte. Y cuando la joven fiera que participó entonces en el
reparto se transforma en una potencia capitalista fuerte, en Alemania, dice: ¡Repartamos de nuevo! ¿Queréis conservar
lo viejo? ¿Pensáis que sois más fuertes? ¡Midamos
nuestras fuerzas!
A eso se reduce esta guerra. Está claro que ese llamamiento
–“¡midamos nuestras fuerzas!”– es únicamente la expresión de la decenal
política de saqueo, de la política de los grandes bancos…
Publicado por vez primera el 23 de abril de 1929,
en el núm. 93 del periódico “Pravda”.
T. 32, págs. 77-102.
Notas
183 “L’Humanité” (“La Humanidad”): diario fundado por
J. Jaurès en 1904 como órgano del Partido Socialista Francés. Durante la
primera guerra mundial de 1914-1918, el periódico estuvo en manos del ala
ultraderechista del Partido Socialista Francés y mantuvo una posición
socialchovinista. Desde diciembre de 1920, después de la escisión del Partido
Socialista Francés y la formación del Partido Comunista de Francia, el
periódico pasó a ser órgano central de este último.
184 Al comienzo de la primera guerra mundial de 1914-1918,
Alemania violó groseramente la neutralidad belga y ocupó Bélgica con el
propósito de utilizar su territorio para asestar el golpe decisivo a Francia.
La ocupación duró hasta el fin de la guerra causando grandes daños a la
economía y arruinando la industria del país. Después de la derrota de Alemania
en 1918, Bélgica fue liberada.
185 “Zemliá y Volia” (“Tierra y Libertad”): diario
que editó en Petrogrado el comité regional del partido eserista desde marzo
hasta octubre de 1917.
186 Tercera República Francesa: república burguesa
instaurada en Francia a consecuencia de la revolución de septiembre de 1870.
Existió hasta julio de 1940.
Obras Escogidas en 12 tomos
t. VI (1916-1917)
Editorial Progreso, Moscú, 1973