domingo, 13 de abril de 2014

La revolución es un problema planteado que espera solución


En momentos en que las pugnas interimperialistas han ocupado la atención de la prensa y la opinión pública, bien vale la pena resaltar que simultáneamente se está desarrollando el ascenso de la luchas de la clase obrera y de los pueblos del mundo contra las burguesías de cada país y contra el imperialismo de todo pelaje, no solo en los países de Asia, África y América Latina, sino también en Europa. Este avance del movimiento obrero y popular en el mundo plantea a los comunistas importantes tareas en el cumplimiento de su papel de vanguardia de la clase obrera. Su tarea general y permanente es organizar, movilizar, concienciar y dirigir las luchas de la clase obrera y el pueblo, defendiendo la independencia política de la clase obrera y luchando por la hegemonía del proletariado; preparar a la clase obrera y el pueblo para la revolución, desplegando formas de organización y lucha, que confluyan en acciones revolucionarias de masas, ahí donde se estén configurando las condiciones de una situación revolucionaria; y, según las condiciones especificas de cada país, pasar a la lucha revolucionaria directa ahí donde las condiciones objetivas han madurado. Esta es también la forma combativa en que se expresa el internacionalismo proletario, la solidaridad de clase, con las luchas armadas revolucionarias en progreso. Nada de esto puede hacerse sin la lucha indesmayable y consecuente contra el revisionismo y el oportunismo, que renuncian a la independencia de clase del proletariado para ir de furgón de cola de la burguesía, de caudillos “antiimperialistas” y de imperialismo “buenos”.
 
Presentamos a continuación un texto de Enver Hoxha sobre la revolución y los pueblos, escrito en 1978 pero que conserva actualidad en su análisis de la situación internacional y en la definición de las tareas de los marxista-leninistas. A Enver Hoxha se le ha tratado de fosilizar –caricaturizándolo– en su papel del intransigente antirrevisionista que no le tembló la mano a la hora de combatir las teorías revisionistas elaboradas por dos grandes partidos, el PCUS y el PCCh. Sin embargo, su lucha contra el oportunismo y revisionismo de todo tipo, no era sólo una defensa de los principios del marxismo-leninismo en el plano teórico e ideológico sino sobre todo de su aplicación práctica en el plano político para la lucha contra el imperialismo, por la revolución, la democracia popular y el socialismo. Este escrito pone en evidencia que Enver Hoxha es ante todo y sobre todo un marxista-leninista revolucionario, que llama a la acción, a la lucha por la revolución, a prepararla y organizarla, a realizarla y desarrollarla; confirma que su lucha contra el revisionismo y el oportunismo no es una simple negación, un “anti” cercenado de contenido práctico revolucionario, sino una afirmación marxista-leninista de la revolución proletaria mundial por el socialismo y el comunismo.


LA REVOLUCIÓN Y LOS PUEBLOS
Enver Hoxha
(1978) 
(editado)

Marx ha argumentado científicamente la necesidad de destruir la sociedad capitalista y construir una sociedad más avanzada, la del socialismo y después la del comunismo. En la obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin, desarrollando el pensamiento de Marx, demostró que la época actual es la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias. Esta es la época de la destrucción del viejo régimen capitalista; del colonialismo y del imperialismo, de la toma del poder por el proletariado y de la liberación de los pueblos oprimidos, el período del triunfo del socialismo a escala mundial. 
 
Esto significa que hoy vivimos en la época de la substitución de la vieja sociedad explotadora, insoportable para la mayoría de la humanidad, para los oprimidos y los explotados, por una sociedad nueva, donde desaparece de una vez y para siempre la explotación del hombre por el hombre. Nuestro Partido, se ha basado precisamente en estas enseñanzas fundamentales y en el análisis marxista-leninista de la actual evolución mundial, al presentar en su VII Congreso la tesis de que el mundo se encuentra en una fase en que la causa de la revolución y de la liberación de los pueblos es un problema planteado que espera solución. 
 
La lucha del proletariado contra la burguesía es dura, inexorable y se desarrolla de continuo. Frente a frente se encuentran dos grandes fuerzas sociales. De un lado, la burguesía capitalista imperialista, que es la clase más salvaje, más embaucadora y más sanguinaria que haya conocido la historia. De otro lado, está el proletariado, la clase totalmente despojada de los medios de producción, la clase oprimida y explotada despiadadamente por la burguesía, y, al mismo tiempo, la clase más avanzada de la sociedad, que piensa, crea, trabaja, produce, y que, sin embargo, no goza de los frutos de su trabajo.
 
Ambas clases intentan, cada una por su parte, agrupar fuerzas a su alrededor y prepararlas para conseguir sus objetivos: el proletariado para alcanzar la liberación nacional y social, para hacer la revolución; la burguesía para conservar su dominación y aplastar la revolución. Mientras la burguesía agrupa en torno suyo a las fuerzas más negras, más regresivas y criminales, el proletariado se esfuerza por ganar para su causa a todas las fuerzas revolucionarias y progresistas. 
 
El marxismo-leninismo nos enseña que la lucha entre el proletariado y la burguesía se intensifica ininterrumpidamente y que con toda seguridad será coronada con la victoria del proletariado y de sus aliados. Pero, para que esta lucha sea coronada con éxito es necesario que el proletariado esté organizado, tenga su partido de vanguardia, haga conscientes a las amplias masas populares de la necesidad de la revolución y las dirija en la lucha por la toma del poder, por la instauración de su propia dictadura, por la construcción del socialismo y del comunismo, de la sociedad sin clases.
 
En el mundo hay muchos elementos exaltados, con buenas o malas intenciones, quienes piensan que es posible hacer la revolución en cualquier época, en cualquier momento y en cualquier parte. Pero se equivocan. La revolución no puede realizarse en cualquier momento y en cualquier parte, conforme a los deseos. La revolución estalla y se realiza en el eslabón más débil de la cadena capitalista. Para que estalle y triunfe, deben existir condiciones apropiadas, objetivas y subjetivas, y hace falta esperar el momento favorable para lanzarse a ella. Lo principal es que cuando hagan estallar la revolución, las amplias masas del pueblo, con el proletariado al frente, estén decididas y preparadas para llevarla hasta sus últimas consecuencias. 
 
Lenin puntualiza que la revolución es obra del pueblo de cada país, que no puede ser exportada. Esto no significa que los marxista-leninistas, dondequiera que militen, no se sientan solidarios, mutuamente ligados por los sentimientos más puros del internacionalismo proletario y no contribuyan a la lucha del proletariado y de los pueblos de los otros países por su liberación. Por el contrario, todos los comunistas, los proletarios, todas las fuerzas revolucionarias de los diversos países tienen la obligación de ayudar a la revolución en cada país en particular y en todo el mundo con su propaganda, agitación, ayuda material, ejemplo de determinación y abnegación, y ateniéndose fielmente al marxismo-leninismo. Como es natural, el que esta ayuda sea bien aprovechada depende, ante todo, del nivel de preparación del proletariado y de su partido, del nivel de desarrollo de la lucha revolucionaria en uno u otro país. 
 
Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista demuestran que los intereses del proletariado y del pueblo de un país son inseparables de los intereses del proletariado y de los pueblos de todo el mundo. 
 
La revolución, como enseña Lenin y como la vida ha confirmado, triunfa en cada país en particular. Por eso, esta victoria depende, ante todo, de la clase obrera de cada país y de su partido revolucionario, depende de su capacidad para aplicar, de acuerdo con las condiciones concretas, las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin sobre la revolución. 
 
Pero acerca de estas enseñanzas y sobre todo en tomo a la teoría leninista de la revolución, los revisionistas modernos titistas, soviéticos, «eurocomunistas», chinos, etc., que han asumido la misión de desorientar a la gente en cuanto al problema de la revolución y de evitar su estallido, han suscitado una confusión enorme y realizado una amplia actividad de zapa. 
 
Hoy, cuando esta cuestión está planteada para ser resuelta, es una tarea imperativa disipar la neblina que han creado los revisionistas acerca de la revolución, denunciar las maniobras y las especulaciones que hacen en torno a esta cuestión, poner al descubierto sus objetivos contrarrevolucionarios, chovinistas y hegemonistas, comprender y aplicar correctamente las enseñanzas del marxismo-leninismo sobre la revolución.
 
Defendamos y apliquemos las enseñanzas marxista-leninistas sobre la revolución 
 
El marxismo-leninismo nos enseña, y la experiencia de todas las revoluciones ha confirmado que, para que estalle y triunfe la revolución, deben existir los factores objetivos y subjetivos. 
 
Lenin ha formulado esta enseñanza en su obra La bancarrota de la II Internacional y la ha desarrollado posteriormente en La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo y otros escritos
 
Considerando la situación revolucionaria como el factor objetivo de la revolución, Lenin la caracteriza de este modo:
 
«1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener su dominio en forma inmutable» debido a la profunda crisis que ha afectado a estas clases, crisis que provoca el descontento y la indignación de las clases oprimidas. «Para que estalle la revolución –indica– ordinariamente no basta que «los de abajo no quieran vivir» como antes, sino que hace falta también que «los de arriba no puedan vivir» como hasta entonces. 2) Una agravación... de la miseria y las penalidades de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por las razones antes indicadas, de la actividad de las masas que... son empujadas... a una acción histórica independiente.»
«En otras palabras, esta verdad se expresa del modo siguiente: la revolución es imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y explotadores).» 
«Sin estos cambios objetivos –puntualiza–, independientes no sólo de la voluntad de tales o cuales grupos y partidos, sino también de la voluntad de estas o aquellas clases, la revolución es, por regla general, imposible.» 
 
Pero no toda situación revolucionaria da lugar a la revolución, dice Lenin. En muchos casos, indica, las situaciones revolucionarias, como las de 1860-1870 en Alemania, 1859-1861 y 1879-1880 en Rusia, no se han transformado en revoluciones, porque no ha existido el factor subjetivo, es decir, una elevada conciencia por parte de las masas, su disposición para hacer la revolución,
 
«...la capacidad de la clase revolucionaria» según las palabras de Lenin «para llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo bastante fuertes como para destruir (o quebrantar) al viejo gobierno, que jamás «caerá», ni siquiera en las épocas de crisis, si no se le «hace caer»».
 
Como ha escrito Lenin ya en sus primeras obras, el partido revolucionario de la clase obrera, su función de dirección, educación y movilización de las masas revolucionarias, desempeñan un papel determinante en la preparación del factor subjetivo. El partido logra esto tanto elaborando una correcta línea política, que responda a las condiciones concretas, a los deseos y a las exigencias revolucionarias de las masas, como realizando un trabajo muy grande y acciones revolucionarias frecuentes y bien estudiadas en el plano político, que hagan tomar conciencia al proletariado y a las masas trabajadoras de la situación en que viven, de la opresión, la explotación y las bárbaras leyes de la burguesía, de la necesidad de hacer la revolución, como el medio para derrocar al régimen esclavizador.
 
De este modo las capas pobres reaccionarán con tal intensidad que a los ricos, a la burguesía en el poder, conmocionados también por las otras contradicciones internas y externas, les será difícil seguir dominando como antes. Cuándo estos requisitos se cumplen, cuando existen los factores objetivos y subjetivos, los cuales están entrelazados, entonces no sólo puede estallar la revolución, sino también triunfar.
 
En todo momento, los revolucionarios reflexionan hondamente sobre estas geniales tesis de Lenin y no sólo reflexionan, sino que además analizan las situaciones de modo concreto y en todos sus aspectos. Actúan con la vista puesta en no dejarse sorprender jamás por las situaciones revolucionarias, de forma que no se encuentren desarmados en esos momentos decisivos, sino que sepan aprovecharlas con la finalidad de preparar el estallido de la revolución.
 
¿Qué demuestra el análisis de la situación actual en el mundo? El Partido del Trabajo de Albania, partiendo de la teoría leninista de la revolución, concluye que hoy la situación en el mundo es en general revolucionaria, que en muchos países esta situación ha madurado o está madurando rápidamente, mientras que en otros este proceso está en desarrollo.
 
Cuando decimos que hoy la situación es revolucionaria tenemos en cuenta que el mundo de nuestros días está en movimiento hacia grandes estallidos. En general, la situación actualmente semeja un volcán en erupción, un fuego abrasador, cuyas llamas devorarán precisamente a las clases dominantes, opresoras y explotadoras.
 
El mundo capitalista y revisionista está sumido en una grave crisis económica y política, financiera y militar, ideológica y moral. La presente crisis, que ha sacudido todas las estructuras y superestructuras del régimen burgués y revisionista, ha recrudecido y profundizado aún más la crisis general del sistema capitalista.[…]
 
El alza de los precios y, sobre todo, la inflación, se han convertido en un medio muy apropiado en poder de los monopolios y el estado capitalista y revisionista para descargar el peso de la crisis sobre las espaldas de la clase obrera y de los demás trabajadores.
 
Con el pretexto de tomar medidas antiinflacionistas, los Estados capitalistas y burgués-revisionistas elevan los impuestos sobre los ingresos de las masas trabajadoras, congelan sus salarios y, al mismo tiempo, reducen los impuestos sobre las ganancias de los monopolios, devalúan la moneda, etc. Todas estas medidas están dirigidas contra la clase obrera y todos los trabajadores, intensifican la explotación y atentan contra su nivel de vida.
 
A causa de la prolongación de la crisis económica ha empeorado y se ha agravado considerablemente la existencia de la clase obrera y de las masas campesinas… Centenares de millones de personas viven en una situación de angustia a causa de la incertidumbre de su porvenir.
 
La penuria y la inseguridad en que viven las amplias masas trabajadoras, así como la política interior y exterior reaccionaria, antipopular, que siguen los regímenes capitalistas y burgués-revisionistas, vienen aumentando continuamente el descontento de las amplias capas populares. Esta grave situación ha suscitado en estas capas una incontenible indignación que se exterioriza por medio de huelgas, protestas, manifestaciones, choques con los órganos represivos del régimen burgués y revisionista, y en muchos casos a través de verdaderas rebeliones. Las masas populares sienten una creciente hostilidad hacia los regímenes que las subyugan.
 
Los gobiernos de los países imperialistas, capitalistas y revisionistas, hacen todo tipo de promesas y propuestas fraudulentas, esforzándose, también en esta situación de crisis, por acaparar el máximo beneficio, por atenuar el descontento y la indignación de las masas y desviarlas de la revolución.
 
Mientras tanto, los pobres se empobrecen cada vez más, los ricos se enriquecen mucho más, el abismo entre las capas sociales pobres y las ricas, entre los países capitalistas desarrollados y los países poco desarrollados, se ahonda sin cesar.
 
La crisis actual se ha extendido asimismo a la vida política, atizando el fuego en los círculos dirigentes de los Estados capitalistas y revisionistas. Claro testimonio de esto son las repetidas crisis gubernamentales y el cambio de los equipos en el poder… Al mismo tiempo la burguesía, en los países capitalistas y revisionistas, refuerza sus salvajes armas de represión, el ejército, la policía, los servicios secretos, los órganos judiciales; refuerza el control de su dictadura sobre cualquier movimiento e intento de lucha del proletariado. Hoy en los países capitalistas y revisionistas es evidente la tendencia a intensificar la violencia burguesa y a restringir los derechos democráticos. Se observan con una intensidad cada vez mayor la propensión a fascistizar la vida del país y los preparativos para instaurar el fascismo, en el momento en que la burguesía se vea en la imposibilidad de dominar con métodos y medios «democráticos».
 
La crisis económico-financiera y política ha abarcado no sólo los monopolios, los gobiernos, los partidos y las fuerzas políticas internas de cada país, sino también las alianzas internacionales, los bloques económicos, políticos y militares, como el Mercado Común Europeo y el COMECON, la Comunidad Europea, la OTAN y el Tratado de Varsovia. Las contradicciones, las fricciones, las contestaciones, las disputas entre los socios de estas alianzas y bloques se manifiestan más abierta y violentamente.
 
Otra manifestación de la crisis y de los intentos para salir de ella es la carrera armamentista, los vastos preparativos bélicos y la provocación de guerras locales por parte de las superpotencias y las otras potencias imperialistas como en el Oriente Medio, el Cuerno de África, el Sahara Occidental, Indochina y otras regiones. Esto sirve a los planes hegemonistas y expansionistas de una u otra potencia imperialista. Fomenta y desarrolla la industria militar y el comercio de armas, que en la actualidad han cobrado proporciones inauditas.
 
Pero todos estos medios políticos y militares no son sino paliativos, incapaces de curar al sistema capitalista-revisionista de la grave enfermedad que padece. […]
 
Precisamente en estos momentos tan revolucionarios, cuando existen muchas probabilidades de que la revolución estalle en los eslabones más débiles de la cadena capitalista y cuando se siente una enorme necesidad de elevar la conciencia de clase del proletariado, de preparar el factor subjetivo y reforzar la confianza en la justeza y en el carácter universal de la teoría marxista-leninista que indica al proletariado y a las otras masas oprimidas el verdadero camino a seguir para tomar el poder, los revisionistas prestan un servicio inestimable a la burguesía para que enfrente y evite la revolución. Por eso la burguesía recurre a todos los medios para encuadrar a los partidos revisionistas y los sindicatos influenciados por estos últimos, en la lucha contra la revolución y el comunismo. Toda la línea del imperialismo norteamericano, del capitalismo mundial y de la burguesía de cada país, tiende precisamente a alcanzar este objetivo. La burguesía procura que los partidos revisionistas se pongan de manera abierta y por completo al servicio del capital, pero actuando con disfraces «comunistas» y luchando supuestamente para cambiar la situación, y así crear una nueva sociedad híbrida, en la que no sólo digan su opinión la patronal y las clases ricas, sino presuntamente también las clases pobres, presentándose los partidos «comunistas» revisionistas y los partidos socialistas como representantes y defensores de éstas.[…]
 
Intentan con todas sus fuerzas superar las crisis, atenuar o sofocar las situaciones revolucionarias para que no se transformen en revolución. Pero las crisis y las situaciones revolucionarias son fenómenos objetivos que no dependen de la voluntad y los deseos ni de los capitalistas, ni de los revisionistas, ni de ningún otro. Sólo podrán ser evitadas cuando desaparezca el régimen capitalista de opresión y explotación que las origina de manera inevitable.
 
Los imperialistas, los demás capitalistas y los revisionistas saben bien que la revolución no estalla por sí misma en los periodos de crisis y de situaciones revolucionarias. Por eso, dirigen su atención y sus golpes principales contra el factor subjetivo. Por un lado, se esfuerzan por aturdir y embaucar al proletariado, a las masas trabajadoras, a los pueblos, por dificultar que adquieran conciencia de la necesidad absoluta de la revolución y por impedir que se unan y se organicen; por otro lado, pugnan por destruir el movimiento marxista-leninista internacional, para que no crezca ni se fortalezca, para que no se convierta en una gran fuerza política dirigente de la revolución, para que los auténticos partidos marxista-leninistas de cada país no se doten de la capacidad política e ideológica que les permita unir, organizar, movilizar y dirigir a las masas en la revolución y llevarlas a la victoria.
 
Pero, por más que los imperialistas, los capitalistas, los revisionistas y los reaccionarios se esfuercen y luchen, no podrán detener el avance de la rueda de la historia. Sus esfuerzos y su lucha chocarán con los esfuerzos y la lucha revolucionaria del proletariado y de los pueblos amantes de la libertad; a su vez, los revisionistas modernos correrán la misma suerte, que los socialdemócratas y todos los oportunistas del pasado, la misma suerte que todos los lacayos de la burguesía y del imperialismo.
 
La lucha de liberación de los pueblos, parte integrante de la revolución mundial
 
Cuando hablamos de la revolución no tenemos en cuenta sólo la revolución socialista. Como han explicado Lenin y Stalin, hoy en la época de la transición revolucionaria del capitalismo al socialismo, también la lucha de liberación de los pueblos, las revoluciones nacional-democráticas, antiimperialistas, los movimientos de liberación nacional, son parte de un proceso revolucionario único, de la revolución proletaria mundial.
 
«El leninismo –dice Stalin– demostró... que la cuestión nacional puede ser solucionada sólo en ligazón con la revolución proletaria y sobre la base de ésta, que el camino del triunfo de la revolución en el Occidente pasa por la alianza revolucionaria con el movimiento de liberación de las colonias y de los países dependientes, contra el imperialismo. La cuestión nacional es parte integrante de la cuestión general de la revolución proletaria, parte componente de la cuestión de la dictadura del proletariado.» 
 
Esta ligazón se ha vuelto más clara, más natural, hoy, cuando la mayoría de los pueblos, con el desmoronamiento del viejo sistema colonial, han dado un gran paso adelante en el camino hacia la independencia, creando sus propios Estados nacionales y cuando, después de haber dado este paso, aspiran a avanzar más aún. Ellos quieren suprimir el sistema neocolonialista, toda dependencia del imperialismo, toda explotación del capital extranjero, quieren su plena soberanía e independencia económica y política. Está confirmado que estas aspiraciones pueden ser materializadas, que tales objetivos pueden ser alcanzados, sólo con la supresión de toda dominación y dependencia extranjeras, y poniendo fin a la opresión y la explotación de los burgueses y los terratenientes del país.
 
De ahí la ligazón y el entrelazamiento de la revolución nacional-democrática, antiimperialista, de liberación nacional, con la revolución socialista, porque la primera, al golpear al imperialismo y a la reacción, que son enemigos comunes del proletariado y de los pueblos, abre el camino también a las grandes transformaciones sociales, contribuye al triunfo de la revolución socialista. Y viceversa, la revolución socialista, al golpear a la burguesía imperialista, al destruir sus posiciones económicas y políticas, crea condiciones favorables y facilita el triunfo de los movimientos de liberación.
 
Así enfoca el Partido del Trabajo de Albania la cuestión de la revolución; la enfoca desde posiciones marxista-leninistas, por eso apoya y respalda con todas sus fuerzas las justas luchas de los pueblos amantes de la libertad contra el imperialismo norteamericano, el socialimperialismo soviético y las otras potencias imperialistas, contra el neocolonialismo, dado que con ellas aportan su contribución a la causa común de la destrucción del imperialismo, del sistema capitalista, y al triunfo del socialismo en cada país y a escala mundial.
 
Por eso, cuando sacamos la conclusión de que la revolución es un problema planteado que espera solución, que está a la orden del día, no sólo tenemos en cuenta la revolución socialista, sino también la revolución democrática antiimperialista.
 
El grado de madurez de la situación revolucionaría, el carácter y el desarrollo de la revolución, no pueden ser idénticos en todos los países. Ello depende de las condiciones históricas concretas de cada uno en particular, del estadio de su desarrollo económico y social, de la correlación de clases, de la situación y el nivel de organización del proletariado y de las masas oprimidas, del grado de intervención de las potencias extranjeras en diversos países, etc. Cada país y cada pueblo tienen planteados muchos problemas específicos de la revolución, que son bastante complejos.[...]
 
La aspiración general y común de estos pueblos es suprimir todo yugo extranjero imperialista colonial y neocolonial, la opresión que ejerce la burguesía interna. Los pueblos de África, América Latina, Asía y otras zonas expresan vehementemente su repulsa y su odio contra el yugo extranjero y también contra el de las camarillas dominantes burguesas o latifundista-burguesas internas, vendidas a los imperialistas norteamericanos, a los socialimperialistas soviéticos o a otros imperialistas. Ahora se han despertado y ya no soportan por más tiempo el saqueo de sus riquezas, de su sudor y su sangre, no pueden resignarse por más tiempo al atraso económico, social y cultural en el que se encuentran.
 
La lucha contra el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo soviético, los principales enemigos de la revolución, de la liberación nacional y social de los pueblos, la lucha contra la burguesía y la reacción, hacen que los pueblos tengan muchos intereses comunes, muchos problemas comunes y que, sobre esta base, se unan.
 
La lucha contra Israel, el instrumento más sanguinario del imperialismo norteamericano, el cual se ha convertido en un gran obstáculo para el avance de los pueblos árabes, es una cuestión común a todos ellos. No obstante, en la práctica, no todos los Estados árabes son de la misma opinión sobre la lucha que deben llevar a cabo conjuntamente contra Israel y sobre el carácter que debe tener esta lucha contra ese enemigo común. Muchas veces, algunos la consideran desde un estrecho ángulo nacionalista. Nosotros no podemos estar de acuerdo con una posición de este tipo. Somos partidarios de que Israel se retire a su propia guarida y ponga fin a sus posturas y actos chovinistas, provocadores, ofensivos y agresivos contra los Estados árabes. Exigimos que Israel devuelva a los árabes los territorios que les ha arrebatado, que los palestinos conquisten todos sus derechos nacionales, pero jamás seremos partidarios de que el pueblo israelí desaparezca.
 
Asimismo los esfuerzos encaminados a liberarse completamente de las garras del imperialismo y del socialimperialismo, a reforzar su libertad y su soberanía, son comunes a los pueblos árabes.
 
Sin embargo, cada pueblo árabe tiene sus propias características, tiene problemas específicos, diferentes de los problemas de los otros y que se derivan del grado de desarrollo económico-social, del nivel cultural, de la organización estatal, del grado de libertad y soberanía, de la unificación de las gens y tribus en muchos de ellos, etc. Es imposible confundir todos estos elementos particulares y pretender que el problema de la libertad, la independencia, la democracia y el socialismo en estos países sea solucionado para todos en la misma forma y al mismo tiempo.
 
En los países árabes que han presentado mayor interés para la burguesía, los diversos imperialistas han invertido considerables sumas para explotar las riquezas naturales y a los pueblos. Para este fin ha sido preciso que se creasen ciertas condiciones de trabajo tanto para los colonizadores como para los colonizados. Allí donde las riquezas naturales han sido más abundantes y mayores los intereses de los colonizadores, la explotación del pueblo y de las riquezas ha sido más intensa. Naturalmente, la explotación de las riquezas ha traído aparejado un cierto desarrollo, pero que no puede ser considerado como un desarrollo general y armonioso de la economía de este o aquel país. Los colonizadores han financiado y ayudado a los jefes de las principales tribus, que se habían entregado en cuerpo y alma y vendido las riquezas de sus pueblos a los ocupantes imperialistas, y que sólo recibían un pequeño tanto por ciento de las fabulosas ganancias que obtenían los colonizadores.
 
Con esto y con la ayuda de sus amos del exterior, los jefes de estas tribus, según el caso y según el potencial del Estado que les había esclavizado, crearon una especie de Estado, supuestamente independiente, sostenido y controlado por el país colonizador. Así, con la ayuda de los colonizadores, los jefes de las tribus se convirtieron en capas de la burguesía rica de los jeques que, por unas migajas, vendieron sus territorios y junto con ellos a los pueblos, colocándolos bajo un doble yugo, el de los colonizadores extranjeros y el propio. De esta forma, en los países árabes se crearon y se pusieron frente a frente, por un lado, la capa de la gran burguesía, de los grandes feudales, de los reyes medievales, y, por otro lado, los esclavos, el proletariado que trabajaba en las concesiones extranjeras. Las capas altas, con el dinero y las ganancias que les proporcionaban los explotadores extranjeros, adoptaron el modo de vida de la burguesía europea y norteamericana. Sus hijos fueron a cursar estudios a las escuelas de los colonizadores, donde recibieron una cierta cultura occidental. Se hacían pasar por representantes de la cultura de su pueblo, pero de hecho, fueron preparados para mantener subyugadas a las masas trabajadoras y permitir que los colonizadores explotaran a éstas de continuo y hasta la médula.[…]
 
Por eso, cuando nos referimos a los pueblos árabes, llegamos a la conclusión de que sus problemas no son idénticos, aunque tienen muchos intereses comunes, ni pueden ser solucionados de la misma manera en todos los países. Asimismo no podemos afirmar que entre estos países existan una alianza y la misma opinión sobre la solución de los problemas comunes. Los problemas de cada Estado árabe son diferentes, no sólo debido a la diferente actitud de sus gobiernos, sino también a la actitud de los Estados coloniales y neocoloniales que todavía hacen la ley en la mayoría de ellos.
 
Lo dicho para los pueblos árabes, es aplicable a los pueblos del continente africano. África es un mosaico de pueblos con una antigua cultura. Cada uno de ellos tiene su cultura, sus costumbres, su modo de vida, que se encuentran, en unos sitios más y en otros menos, en un estadio bastante atrasado, por causas conocidas. El despertar de la mayor parte de estos pueblos no hace mucho que ha empezado. De jure, los pueblos africanos han obtenido en general la libertad y la independencia. Pero no se trata de una libertad y una independencia auténticas, porque la mayoría de ellos se encuentran todavía en estado colonial o neocolonial. Muchos de estos países son gobernados por los cabecillas de las viejas tribus, que han tomado el poder y se apoyan en los viejos colonialistas o en los imperialistas norteamericanos y los socialimperialistas soviéticos. Tales métodos de gobierno en estos Estados, no son ni pueden ser en este estadio otra cosa que un acentuado remanente del colonialismo. Los imperialistas dominan de nuevo en la mayor parte de los países africanos a través de los consorcios, de los capitales industriales invertidos, de los bancos, etc. La inmensa mayoría de las riquezas de estos países continúa afluyendo a las metrópolis.
 
Esa libertad e independencia de que gozan los países africanos, unos las han conquistado con la lucha, mientras que los otros las han obtenido sin ella. Durante el periodo de su dominación colonial en África, los colonizadores ingleses, franceses y otros han reprimido a los pueblos, mas también han creado una burguesía indígena más o menos educada a la manera occidental. De esta burguesía han surgido también personalidades. Entre ellas hay un considerable número de elementos antiimperialistas, de combatientes por la independencia de su país, pero la mayoría o bien se mantiene fiel a los viejos colonizadores, para conservar estrechos vínculos con ellos aún después de la desaparición formal del colonialismo, o bien se ha puesto bajo la dependencia económica y política de los imperialistas norteamericanos o de los socialimperialistas soviéticos.
 
En el pasado, los colonizadores no hicieron grandes inversiones. Así ocurrió, por ejemplo, en Libia, Túnez, Egipto y otros países. No obstante, en todos ellos los colonizadores saquearon las riquezas, se apoderaron de vastos territorios y crearon un proletariado, importante numéricamente, en determinadas ramas de la industria, como la de extracción y transformación de las materias primas. Asimismo trasladaron a las metrópolis, a Francia por ejemplo, pero también a Inglaterra, una gran cantidad de mano de obra barata que trabajaba en las minas y las fábricas de los colonizadores.
 
En las otras regiones de África; sobre todo en África negra, el desarrollo industrial ha quedado más atrasado. Todos los países de esta cuenca estaban repartidos especialmente entre Francia, Inglaterra, Bélgica y Portugal. Hace mucho que en ellos se descubrieron grandes riquezas del subsuelo, como diamantes, hierro, cobre, oro, estaño; etc., y que se creó una industria de extracción y tratamiento de los minerales.[…]
 
…los pueblos africanos aún tienen por delante una gran lucha. Esta lucha es y será muy compleja, diferente en los diversos países, debido a las condiciones del desarrollo económico, cultural y educacional, del grado de su despertar político, de la gran influencia que ejercen entre las masas de estos pueblos las diversas religiones, como la cristiana, la musulmana, las viejas creencias paganas, etc. Esta lucha resulta aún más difícil porque en muchos de estos países pesa actualmente la dominación neocolonialista junto con la de las camarillas nativas burgués-capitalistas. En ellos la ley la hacen los poderosos Estados capitalistas e imperialistas que subvencionan o que tienen bajo su dependencia a las camarillas dominantes, a las que aúpan al poder y derrocan cuando lo exigen los intereses de los neocolonizadores o cuando se rompe el equilibrio de estos intereses.
 
La política de los latifundistas, la burguesía reaccionaria; los imperialistas y los neocolonialistas tiende a mantener a los pueblos africanos continuamente subyugados, en el oscurantismo, a impedir su desarrollo social, político e ideológico, a obstaculizar su lucha por la conquista de estos derechos. En la actualidad, vemos que los mismos imperialistas que en el pasado dominaron a estos pueblos, y otros imperialistas nuevos, intentan penetrar en el continente africano, interviniendo de todas las formas en los asuntos internos de los pueblos. Todo ello ha hecho que se exacerben cada vez más las contradicciones entre los imperialistas, entre los pueblos y las direcciones burgués-capitalistas de la mayoría de estos países, entre los pueblos y los nuevos colonizadores.
 
Estas contradicciones deben ser aprovechadas por los pueblos, tanto para profundizarlas como para beneficiarse de ellas. Pero esto sólo se logrará a través de la lucha resuelta del proletariado, del campesinado pobre, de todos los oprimidos y los esclavos, contra el imperialismo y el neocolonialismo, contra la gran burguesía nativa, los latifundistas y todos los organismos creados por ellos. En esta lucha les corresponde desempeñar un papel particular a los hombres progresistas y demócratas, a los jóvenes revolucionarios y a los intelectuales patriotas, los cuales aspiran a ver sus países avanzando libres e independientes en el camino del desarrollo y del progreso. Sólo mediante una lucha continua y organizada se les hará la vida difícil y el gobernar imposible a los opresores y explotadores nativos y extranjeros. Esta situación, será preparada en las condiciones concretas de cada Estado africano.
 
El imperialismo inglés y el imperialismo norteamericano no han concedido ni una sola libertad a los pueblos de África. Todos vemos, por ejemplo, lo que ocurre en África del Sur, que está dominada por los racistas blancos, por los capitalistas ingleses, dominada por los explotadores, los cuales reprimen ferozmente a los pueblos de color de este Estado donde impera la ley de la jungla. Muchos otros países de África están dominados por los consorcios y los capitales de los Estados Unidos de América, Inglaterra, Francia, Bélgica, de los demás viejos colonizadores e imperialistas, que se han debilitado en cierta medida, pero que continúan controlando los puntos clave de la economía.
 
También los pueblos de Asia han recorrido un camino lleno de sufrimientos y penalidades, de despiadada opresión y explotación imperialistas. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial las nueve décimas partes de la población de este continente, sin contar el Asia soviética, se encontraban en una situación de opresión y explotación colonial y semicolonial ejercidas por las potencias imperialistas de Europa, el Japón y los Estados Unidos de América. Sólo Gran Bretaña poseía en Asia colonias con una extensión de 5 millones 635 mil km2 y con más de 420 millones de habitantes. La opresión y la explotación colonial de la aplastante mayoría de los países de Asia, los había dejado en un acentuado atraso económico-social y cultural y en una tremenda miseria. Sólo servían como fuentes de abastecimiento de materias primas a las metrópolis imperialistas (petróleo, carbón, cromo, manganeso, magnesita, estaño, caucho, etc.).
 
Después de la guerra también en Asia fue destruido el régimen colonial. En las viejas colonias se levantaron Estados nacionales aparte. En la mayoría de ellas se logró esta victoria por medio de una lucha sangrienta de las masas populares contra los colonizadores y los ocupantes japoneses.
 
La lucha libertadora del pueblo chino, la cual condujo a la liberación de China de la dominación imperialista japonesa, al aniquilamiento de las fuerzas reaccionarias de Chiang Kai-shek y al triunfo de la revolución democrática, tuvo una particular importancia para el derrocamiento del colonialismo en Asia. Esta victoria, en un gran país como China, ejerció durante uno cierto periodo una amplia influencia en la lucha de liberación de los pueblos asiáticos y de los otros países dominados por las potencias imperialistas o dependientes de ellas. Pero esta influencia fue debilitándose paulatinamente, debido a la línea que adoptó la dirección china tras la creación de la República Popular China.
 
La dirección china proclamó que su país se había encauzado por el camino del desarrollo socialista. Los revolucionarios y los pueblos del mundo amantes de la libertad, que deseaban y esperaban que se convirtiera en un poderoso baluarte del socialismo y de la revolución mundial, saludaron calurosamente esta proclamación. Pero sus deseos y sus esperanzas no se confirmaban. La gente no quería creérselo, pero los hechos y la situación muy agitada y turbulenta que predominaba en China, demostraban que no marchaba por el camino del socialismo.
 
Mientras tanto, la lucha de los pueblos asiáticos no había finalizado con la destrucción del colonialismo. Los colonizadores ingleses, franceses, holandeses, etc., a pesar de verse obligados a reconocer la independencia de las antiguas colonias, querían conservar sus posiciones económicas y políticas a fin de continuar la dominación y la explotación bajo otras formas, neocolonialistas. La situación se agravó particularmente por la penetración de los Estados Unidos de América en Asia, sobre todo en el Lejano Oriente, en el Sudeste Asiático y en las islas del Pacifico. Esta zona tenía y tiene una gran importancia económica, militar-estratégica para el imperialismo norteamericano. Allí estableció grandes bases y flotas de guerra. Paralelamente a esto, el capital norteamericano clavó sus sangrientas garras en la economía de esas regiones. Entretanto, los imperialistas norteamericanos llevaron a cabo operaciones militares y acciones diversionistas de gran envergadura a fin de aplastar los movimientos de liberación nacional en los países asiáticos. Lograron dividir Corea y Vietnam en dos partes, implantando regímenes reaccionarios, títeres, en la parte sur de estos países. En numerosas ex colonias y semicolonias de Asia, se establecieron regímenes latifundista-burgueses proimperialistas. De este modo se conservaron allí la esclavitud medieval, la feroz dominación de los maharajás, los reyes, los jeques, los samuráis, de los señores capitalistas «modernizados». Estos regímenes vendieron otra vez sus países a los imperialistas, sobre todo al imperialismo norteamericano, frenando así considerablemente el desarrollo económico, social y cultural de estos países.
 
En estas condiciones, los pueblos de Asia, agobiados de nuevo por el pesado yugo imperialista y latifundista-burgués, se vieron obligados a no deponer las armas y continuar su lucha libertadora a fin de liquidar este yugo. En general esta lucha estaba dirigida por los partidos comunistas. Allí donde estos partidos habían logrado crear estrechos vínculos con las masas, hacerlas conscientes de los objetivos libertadores de la lucha, movilizarlas y organizarlas en la guerra revolucionaria, esta lucha dio resultados positivos. La histórica victoria que lograron los pueblos de Indochina, especialmente el pueblo vietnamita, sobre los imperialistas norteamericanos y sus lacayos nativos latifundista-burgueses, demostró al mundo entero que el imperialismo, aún siendo como los Estados Unidos de América una superpotencia, a pesar de su gran potencial económico y militar y los modernos medios de guerra de que dispone y que utiliza para aplastar los movimientos de liberación, no es capaz de someter a los pueblos y los países, sean grandes o pequeños, cuando están decididos a hacer cualquier sacrificio y luchar con abnegación hasta el fin por su libertad y su independencia.
 
En muchos otros países de Asia, como Birmania, Malasia, Filipinas, Indonesia, etc., se han desarrollado y todavía siguen desarrollándose las luchas armadas de liberación. Estas luchas seguramente habrían logrado mayores éxitos y victorias, si no hubieran sido obstaculizadas por la intervención y las actitudes antimarxistas y chovinistas de la dirección china, intervención y actitudes que han provocado escisión y desorientación en las fuerzas revolucionarias y los partidos comunistas a la cabeza de estas fuerzas. Por un lado, los dirigentes chinos decían apoyar las luchas libertadoras en estos países y, por el otro, sostenían a los regímenes reaccionarios, recibían y despedían con mil honores y elogios a sus cabecillas. Siempre han seguido la estrategia y la táctica de someter los movimientos de liberación en los países asiáticos a su política pragmática y a sus intereses hegemonistas. De continuo han presionado a las fuerzas revolucionarias y a la dirección de estas fuerzas para imponerles esa política. En realidad, no se han preocupado por la causa de la liberación de los pueblos y de la revolución en los países de Asia, sino por la realización de sus designios chovinistas. No han ayudado a estos pueblos, sólo los han obstaculizado.
 
El problema de la revolución y de la lucha de liberación en Asia, jamás se ha planteado con tanta fuerza y de manera tan imperativa como ahora; nunca ha sido más complicado que ahora ni su solución más difícil.
 
Esta complicación y estas dificultades se deben principalmente a los designios y a la actividad de los imperialistas norteamericanos, así como a los designios y la actividad antimarxista, antipopular, hegemonista y expansionista de los revisionistas y los socialimperialistas soviéticos y chinos.
 
Los Estados Unidos de América ambicionan e intentan por todos los medios y con todas sus fuerzas conservar y reforzar sus posiciones estratégicas, económicas y militares en Asia, puesto que consideran estas posiciones como vitales para sus intereses imperialistas.
 
A su vez, también la Unión Soviética aspira a extender las posiciones que ya ha conquistado en Asia y se vale de todos los medios y de todas sus fuerzas para conseguirlo.
 
China, por su parte, ha manifestado abiertamente su pretensión de dominar a los países asiáticos, estableciendo a este efecto alianzas con los Estados Unidos de América y, en especial, con el Japón, y contraponiéndose directamente a la Unión Soviética.
 
También el Japón pretende dominar en Asia; éste es un viejo objetivo del imperialismo japonés.
 
Por eso la Unión Soviética tiene tanto miedo a la alianza chino-japonesa y la combate tan enérgicamente. Pero tampoco el imperialismo norteamericano desea que esta alianza cobre mayores proporciones y supere los límites en que puedan verse afectados sus intereses, a pesar de que estimuló y dio el «visto bueno» a la firma del Tratado entre China y el Japón juzgando desde el punto de vista de que este tratado puede frenar la expansión soviética que va en perjuicio de la dominación norteamericana.
 
También la India, que es un gran país, tiene la ambición de convertirse en una gran potencia nuclear y con peso en Asia, de desempeñar un papel particular, sobre todo dada su posición estratégica en el cruce de los intereses expansionistas de las dos superpotencias imperialistas, la norteamericana y la soviética, en el Océano Indico y el Golfo Pérsico, y en sus fronteras septentrionales y orientales.
 
Tampoco el imperialismo inglés ha renunciado a sus designios de dominar los países asiáticos. Otros Estados capitalista-imperialistas tienen asimismo una meta análoga.
 
Por esta razón Asia constituye hoy día una de las zonas en las que tienen lugar las rivalidades interimperialistas más agudas; se han creado, por lo tanto, muchos focos peligrosos que amenazan con transformarse en conflagraciones mundiales, que serían pagadas por los pueblos.
 
Para sofocar las revoluciones y las luchas de liberación en los países de Asia y abrir paso a sus planes hegemonistas y expansionistas, los revisionistas soviéticos y chinos, en una febril competencia entre sí, han realizado y realizan un trabajo muy sucio de escisión y de zapa en el seno de los partidos comunistas y de las fuerzas revolucionarias y amantes de la libertad de estos países. Esta actividad fue una de las causas principales de la catástrofe que sufrió el Partido Comunista de Indonesia, de la escisión y del desbaratamiento del Partido Comunista de la India, etc. Predican la alianza y la unidad del proletariado y de las amplias masas populares con sus respectivas burguesías reaccionarias, esforzándose cada uno por separado en granjearse la amistad de estas burguesías dominantes.
 
La injerencia de los socialimperialistas soviéticos y chinos en los diversos países de Asia, partiendo de sus posiciones y sus objetivos hegemonistas y expansionistas, amenaza con grandes peligros a los movimientos de liberación de estos pueblos y ha puesto directamente en peligro también las victorias de la lucha de liberación en Vietnam, Camboya y Laos.
 
En los países asiáticos, las fuerzas revolucionarias y amantes de la libertad, dirigidas por los partidos comunistas marxista-leninistas, deben enfrentar y desbaratar tanto el peligro que proviene de la reacción interna, armada por los amos imperialistas, como los peligros procedentes de la actividad escisionista y de zapa, y de los planes hegemonistas y expansionistas de los revisionistas soviéticos y chinos. Además deben liberarse de una serie de antiguas ideas y concepciones reaccionarias, religiosas, místicas, budistas, brahmanistas, etc., que frenan el movimiento. Del mismo modo no deben permitir que arraiguen «nuevas» ideas y concepciones reaccionarias, como las ideas revisionistas jruschovistas, maoístas y otras teorías igual de reaccionarias, que desorientan a las masas, las engañan, las despojan de su espíritu combativo de clase, las meten en callejones tortuosos y sin salida.
 
Es cierto que la lucha de liberación que tienen por delante los pueblos de Asia es difícil, es cierto que choca con muchos obstáculos, pero no hay ni habrá lucha de liberación ni revolución fáciles, que no sorteen grandes dificultades y obstáculos, que se lleven a cabo sin sangre y sin grandes sacrificios, para alcanzar la victoria final.
 
Los países de América Latina en general tienen un desarrollo capitalista superior a los países de África y Asia. Pero el grado de dependencia de los países latinoamericanos respecto al capital extranjero no es menor que el de la gran mayoría de los países africanos y asiáticos.
 
La mayor parte de los países de América Latina, a diferencia de los países africanos y asiáticos, se proclamaron Estados independientes mucho más temprano, a partir de la primera mitad del siglo XIX, como resultado de las guerras de liberación de sus pueblos en contra de los colonizadores españoles y portugueses. Estos países habrían avanzado mucho más si no hubieran caído, inmediatamente después de la supresión del yugo colonial español y portugués, bajo otro yugo, semicolonial, del capital extranjero, inglés, francés, alemán, norteamericano, etc. Hasta principios de este siglo, los colonialistas ingleses eran quienes dominaban la situación en América Latina. Saqueaban colosales cantidades de materias primas, construían puertos, ferrocarriles, centrales eléctricas, exclusivamente al servicio de sus propias sociedades concesionarias, y comerciaban con sus artículos industriales producidos en Gran Bretaña.
 
Esta situación cambió, pero no en provecho de los pueblos latinoamericanos, con la penetración en América Latina de los Estados Unidos de América, que estaban en la etapa de su desarrollo imperialista. El imperialismo de los Estados Unidos de América empleó el lema de «América para los americanos», que estaba encarnado en la «Doctrina Monroe», para sentar su dominación exclusiva en todo el hemisferio occidental. La penetración económica de los Estados Unidos de América en este hemisferio se llevó a cabo tanto a través de la fuerza militar y del chantaje político, como de la diplomacia del dólar, por medio del garrote y la zanahoria. Así, en 1930 las inversiones de capitales norteamericanos e ingleses en América Latina se igualaron, mientras que después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos de América se convirtieron en los verdaderos dueños de la economía de esta parte del globo. Sus grandes monopolios se apoderaron de las ramas clave de la economía latinoamericana. Los países de esta región entraron a formar parte del imperio «invisible» del imperialismo norteamericano, que empezó a hacer la ley en todos ellos, a cambiar a su antojo jefes de Estado y gobiernos, a dictarles su propia política económica y militar, interior y exterior.
 
Las sociedades monopolistas de los Estados Unidos de América sacaban fabulosas ganancias explotando las ricas fuentes naturales, el trabajo, el sudor y la sangre de los pueblos latinoamericanos. Por cada dólar invertido en los diversos países del continente, se embolsaban cuatro o cinco. Y esta situación ha seguido inalterable hasta nuestros días.
 
A pesar de que las inversiones de capitales en América Latina por parte de los Estados imperialistas llevaron a la creación de una cierta industria moderna, especialmente la industria de extracción, y también la industria ligera y alimenticia, estas inversiones han frenado sobremanera el desarrollo económico general de sus países. Los monopolios extranjeros y la política neocolonialista de los estados imperialistas deformaron monstruosamente el desarrollo económico de estos países, le dieron un carácter unilateral, de monocultivo, los convirtieron en simples abastecedores de materias primas: Venezuela se especializó en el petróleo, Bolivia en el estaño, Chile en el cobre, Brasil y Colombia en el café, Cuba, Haití y la República Dominicana en el azúcar, Uruguay y Argentina en productos ganaderos, Ecuador en plátanos y así sucesivamente.
 
El carácter unilateral de la economía de estos países hacía que ella fuera totalmente inestable, totalmente incapaz de desarrollarse de manera acelerada y en todos sus aspectos, completamente dependiente de las coyunturas y las fluctuaciones de los precios en el mercado capitalista mundial. Cualquier descenso de la producción, cualquier síntoma de crisis económica en los Estados Unidos de América y en los otros países capitalistas, necesariamente se reflejaría de manera negativa, e incluso en mayor medida, también en la economía de los países de América Latina. 
 
Después de la Segunda Guerra Mundial, las metrópolis imperialistas comenzaron a hacer grandes inversiones directas en las diversas ramas de la industria, en las minas, la agricultura, a comprar empresas nacionales, etc. Dominaron sectores enteros de la producción, extremaron la expoliación de los países latinoamericanos. Al mismo tiempo, estimularon la concesión de empréstitos y las financiaciones con una elevada tasa de interés, sometiendo aún más dichos países a la dominación extranjera y, en primer lugar, a la de los Estados Unidos de América. Sólo Brasil y México deben a los bancos extranjeros respectivamente casi 40.000 y 30.000 millones de dólares. 
 
El desarrollo capitalista en América Latina se ha quedado en general atrasado, también por el hecho de que aún subsisten bastantes residuos de los latifundios, que no se han despojado por completo de su carácter feudal, y por eso algunos de los países latinoamericanos tienen un atraso tan acentuado como los de Asia y África. En función de la política económica y la intervención imperialista directa, en los países de América Latina se ha creado una oligarquía, una gran burguesía monopolista bastante poderosa que, junto con los grandes propietarios de tierras, detenta el poder y, siempre con el apoyo del imperialismo norteamericano y juntamente con él, oprime y explota despiadadamente a la clase obrera, al campesinado y a las otras capas trabajadoras, que llevan una vida miserable.
 
Este desarrollo ha creado también un proletariado industrial bastante grande, que junto con el proletariado agrícola y los obreros de la construcción y los servicios, representa casi la mitad de la población, a diferencia de África y Asia, donde en la mayor parte de los países la clase obrera es muy reducida.
 
Además, en América Latina, el campesinado y la clase obrera, surgida de sus filas, poseen ricas tradiciones de combate revolucionario, adquiridas en las incesantes luchas por la libertad, por la tierra, por el trabajo y por el pan, tradiciones que se han desarrollado aún más en las batallas contra la oligarquía nativa y contra los monopolios extranjeros, contra el imperialismo norteamericano. Los pueblos de América Latina se encuentran entre los pueblos que más se han enfrentado a los opresores y explotadores internos y externos, y que más sangre han derramado. Las victorias que han logrado en estos enfrentamientos no han sido pocas ni pequeñas, pero todavía en ningún país han triunfado plenamente las libertades democráticas, ha desaparecido totalmente la explotación ni se ha logrado la plena independencia y soberanía nacionales. Los pueblos latinoamericanos cifraron muchas esperanzas, muchas ilusiones, en la victoria del pueblo cubano, la cual fue una inspiración y un estímulo en la lucha para sacudirse el yugo de los opresores capitalistas y terratenientes nativos y de los imperialistas norteamericanos. Pero estas esperanzas y esta inspiración se desvanecieron rápidamente, cuando vieron que la Cuba castrista no se desarrollaba por el camino del socialismo, sino del capitalismo de tipo revisionista, y con mayor motivo cuando se convirtió en vasalla y mercenaria del socialimperialismo soviético.
 
Al igual que en todos los continentes, también en América Latina hoy las situaciones se presentan complicadas.
 
En la mayoría de los países estas situaciones son revolucionarias y plantean a la orden del día las revoluciones, para derrocar el régimen burgués-latifundista y liquidar la dependencia imperialista. Naturalmente, estas revoluciones no pueden tener en todas partes el mismo carácter, seguir el mismo proceso y resolverse de la misma manera, por razones ya conocidas, esto es, por las condiciones y los problemas particulares que tiene cada país o grupo de países, los diferentes grados de desarrollo económico-social y de dependencia del imperialismo y del socialimperialismo, el nivel de moderación o de fascistización de los regímenes burgueses, etc. Pero una cosa parece indispensable, la necesidad de entrelazar, más que en muchos países de África y Asia, las tareas antiimperialistas, democráticas y socialistas de la revolución.
 
De la misma manera, en América Latina hay muchas ventajas para la preparación del factor subjetivo de la revolución, debido a una conciencia bastante elevada y a la disposición de las amplias masas populares a luchar contra la opresión y la explotación interna y extranjera, por la libertad, la democracia y el socialismo. Pero su completa preparación es obstaculizada, confundida y atacada con todas las fuerzas no sólo por los imperialistas, particularmente los norteamericanos, y la reacción interna, sino también por los revisionistas de los respectivos países y los otros oportunistas, lacayos del capitalismo, así como por los revisionistas soviéticos y chinos.
 
El imperialismo norteamericano, siguiendo la política de siempre para que América Latina continúe siendo su feudo, del cual saca superganancias colosales, maniobra con todos los medios, militares, diversionistas, demagógicos y mistificadores, para no permitir que algún otro imperialismo predomine allá, y garantizar que en ningún país estalle y triunfe la revolución. Quiere conservar así la completa dependencia de los países latinoamericanos respecto a los Estados Unidos de América y también el sistema burgués-latifundista en estos países.
 
A este efecto, una importante arma en manos de los Estados Unidos de América es la llamada Organización de Estados Americanos, que es manipulada por el presidente, el Pentágono y el Departamento de Estado norteamericanos. Los estatutos de esta organización les confieren el derecho de intervenir valiéndose de todos los medios y procedimientos, incluso los militares, para mantener el statu quo, tanto interior como exterior, en los países de América Latina.
 
Mientras tanto, los grandes monopolios norteamericanos han perfeccionado los métodos de explotación en estos países, organizando sociedades monopolistas multinacionales, cuyos hilos son manejados desde su central en los Estados Unidos de América, y utilizando en grandes proporciones el capitalismo estatal, a través del cual logran manipular los gobiernos y el aparato estatal de cada país en general.
 
Pero éstos y muchos otros medios que utilizan los Estados Unidos de América no pueden resolver los problemas provocados por la grave crisis económica y política que ha afectado también a los países latinoamericanos.
 
En un momento en que los capitalistas y los terratenientes nativos no pueden vivir a no ser que lo hagan bajo la tutela y con el apoyo del imperialismo norteamericano, la idea de la revolución, como el único medio indispensable para asegurar la liberación nacional y social, penetra cada vez más profunda y ampliamente en la conciencia del proletariado, del campesinado trabajador, de la intelectualidad progresista y de las masas de la juventud de estos países.
 
Para evitar las revoluciones, los imperialistas norteamericanos con los capitalistas nativos utilizan dos métodos principales. Uno, el de establecer regímenes militar-fascistas por medio de un pronunciamiento militar, cuando ven amenazadas de manera inminente sus posiciones. Así actuaron en Brasil, Chile, Uruguay, Bolivia, etc. El otro método es la organización de regímenes democrático-burgueses, con acentuadas limitaciones y una pronunciada carencia de libertades fundamentales, como en Venezuela y México, o como están haciendo actualmente en Brasil, esforzándose así por atenuar las tensiones revolucionarias y dar la impresión de que la burguesía de dichos países y, en mayor medida, la administración de los Estados Unidos de América y su presidente, se preocupan por los «derechos humanos».
 
Pero tales medios y maniobras no pueden resolver los problemas de la crisis, no pueden evitar las situaciones revolucionarias, no pueden borrar la revolución del orden del día.
 
El proletariado con todas las fuerzas revolucionarias de los países latinoamericanos se encuentran ante tareas revolucionarias muy importantes. Para realizar estas tareas, llevar a cabo la revolución, conquistar la completa independencia nacional, instaurar las libertades democráticas y el socialismo, deben luchar en muchas direcciones, contra la oligarquía burguesa y latifundista nativa, contra el imperialismo norteamericano, así como contra los diversos servidores del capital, del imperialismo y del socialimperialismo, tales como los revisionistas pro-soviéticos y castristas, los revisionistas pro-chinos, los trotskistas y otros. No sólo tienen el deber de hacer frente a la actividad diversionista y escisionista de los oportunistas y los revisionistas de diverso pelaje, sino también de liberarse de las influencias pequeñoburguesas que se reflejan en algunas concepciones y prácticas golpistas, foquistas, aventureras, que se han convertido en una cierta tradición, pero que no tienen nada en común con la verdadera revolución, por el contrario la perjudican enormemente. Pero esta cuestión requiere un tratamiento cuidadoso.
 
En lo que atañe a la tradición combativa de los pueblos de América Latina, en ella predomina el aspecto positivo, revolucionario, que constituye un factor muy importante y que hace falta utilizar lo mejor y más ampliamente posible en la preparación y el desarrollo de la revolución, dando a esta tradición un nuevo contenido, desprovisto de los elementos negativos propios de las prácticas de los pistoleros y foquistas.
 
Para realizar estas grandes tareas, los partidos marxista-leninistas de la clase obrera desempeñarán un papel decisivo. Estos partidos no sólo han sido creados ya en casi todos los países de América Latina, sino que la mayoría de ellos han dado importantes pasos hacia adelante en el trabajo por preparar al proletariado y a las masas populares para la revolución. En intransigente lucha contra los revisionistas y los demás oportunistas, contra todos los lacayos de la burguesía y del imperialismo, contra los puntos de vista y las prácticas castristas, jruschovistas, trotskistas, tercermundistas, etc., han elaborado una línea política correcta y acumulado una experiencia de lucha bastante grande para materializar esta línea, convirtiéndose en portadores de toda la tradición revolucionaria del pasado, para utilizarla y desarrollarla en adelante a favor del movimiento obrero y de liberación, con el fin de preparar a las masas y lanzarlas a la revolución.
 
La situación revolucionaria actual plantea ante estos partidos la necesidad de mantener vínculos lo más estrechos y consultarse lo más frecuentemente posible entre sí para que puedan aprovechar al máximo la experiencia mutua y coordinar sus posiciones y sus acciones en lo concerniente a los problemas comunes de la lucha contra la burguesía reaccionaria y el imperialismo, contra el revisionismo moderno soviético, chino, etc., en lo concerniente a todos los problemas de la revolución.
 
Ahora que los pueblos han despertado y ya no aceptan vivir bajo el yugo imperialista y colonial, que exigen la libertad, la independencia, el desarrollo y el progreso; ahora que crece el odio popular contra los opresores extranjeros e internos, ahora que África, América Latina y Asia se han transformado en una caldera en ebullición, para los colonizadores viejos y nuevos es difícil, si no imposible, dominar y explotar a los pueblos de estos países con los anteriores métodos y formas. Ellos no pueden abstraerse de saquear y explotar las riquezas, el sudor y la sangre de estos pueblos.
 
He aquí la razón de todos los esfuerzos que se despliegan para encontrar nuevos métodos y formas de engaño saqueo y explotación, para repartir limosnas, que sin embargo no benefician a las masas, sino a las clases burgués-latifundistas dominantes.
 
Mientras tanto, el problema se ha complicado aún más, porque desde hace tiempo en las antiguas colonias y semicolonias ha comenzado a penetrar profundamente el socialimperialismo soviético, y porque también la China socialimperialista ha iniciado febrilmente sus esfuerzos para introducirse en ellos.[…]
 
Las potencias imperialistas o socialimperialistas tratan, de igual modo, de impedir que los pueblos africanos, asiáticos, latinoamericanos desarrollen su lucha revolucionaria, etapa tras etapa, contra la opresión, contra la feroz explotación por parte de sus gobernantes y de los imperialistas que dominan en colusión con ellos y que les chupan la sangre.
 
El deber de los revolucionarios, de los hombres progresistas y patriotas, en los países con un bajo nivel de desarrollo económico-social y dependientes de las potencias imperialistas y socialimperialistas, es hacer que los pueblos tomen conciencia de esta opresión y explotación, educarles, movilizarles, organizarles, lanzarles a la lucha de liberación, teniendo siempre presente que la revolución es obra de las amplias masas, de los pueblos. Para lograrlo, es necesario analizar bien la situación interna y externa de cada país, su desarrollo económico-social, a correlación de las fuerzas de clase, los antagonismos entre las clases, los antagonismos entre el pueblo y las camarillas reaccionarias en el poder, y entre el pueblo y los Estados imperialistas. Sobre esta base podrán sacarse justas conclusiones acerca de los pasos a dar y las tácticas a seguir. De las fuerzas revolucionarias se requiere un trabajo intenso, resolución e inteligencia, se requiere ante todo que se comprenda bien que la lucha de liberación en sus países puede alcanzar la victoria verdadera sólo ligando esta lucha con la causa del proletariado, con la causa del socialismo.
 
Por eso, es necesario que el proletariado de cada país cree su propio partido revolucionario, que sea capaz de aplicar con fidelidad las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin, en estrecha relación con las condiciones de cada país, con la situación de cada pueblo en particular. Es indispensable que estos partidos conozcan bien la mentalidad de las masas, el desarrollo económico, político, ideológico y cultural de cada país y que no actúen de manera imaginaria y aventurera, de manera blanquista, sino que luchen persistentemente para agrupar en torno suyo a los aliados del proletariado, a las amplias masas populares.[…]
 
Los auténticos revolucionarios llaman a los proletarios y a los pueblos
a levantarse por el mundo nuevo, por el mundo socialista
 
La crisis general del capitalismo… va profundizándose cada vez más. Esto hace que el proletariado, las clases y los pueblos oprimidos ya no soporten la explotación, exijan que cambie su vida, que sea derrocado el sistema burgués y suprimido el neocolonialismo, el imperialismo. Pero estas aspiraciones sólo pueden ser realizadas a través de la revolución. Ninguna victoria puede ser alcanzada sin enfrentarse y golpear a los enemigos de clase, internos y externos.
 
Los verdaderos partidos marxista-leninistas de la clase obrera como dirigentes de la revolución hacen tomar conciencia al proletariado, a las masas trabajadoras y a los pueblos, y les preparan política, ideológica y militarmente para esos enfrentamientos.
 
Los partidos marxista-leninistas, todos los revolucionarios, por poco numerosos que sean, penetran en el seno del pueblo, organizan sistemáticamente, con solicitud y gran paciencia a las masas, las convencen de su gran fuerza, de que están en condiciones de derrumbar al capital, de tomar en sus manos el poder y utilizarlo en interés del proletariado y del pueblo. Estos partidos no piensan que, por ser pequeños, no pueden hacer frente a la coalición de los partidos de la burguesía y a la opinión creada por éstos. El deber de los revolucionarios es probar ante las amplias masas del pueblo que dicha opinión, creada por la burguesía, es falsa, y hace falta acabar con ella y formar la verdadera opinión revolucionaria, que representa una gran fuerza transformadora.
 
Para realizar con éxito su misión, los partidos marxista-leninistas ante todo piensan en dotarse de una estrategia y una táctica revolucionarias, una acertada línea política que responda a los intereses y aspiraciones de las amplias masas populares, a la solución revolucionaria de los problemas y tareas que plantea en su curso la lucha por la destrucción del régimen burgués y de la dominación imperialista extranjera.
 
El marxismo-leninismo es la única ciencia que permite al partido revolucionario de la clase obrera elaborar una acertada línea política, definir claramente el objetivo y las tareas estratégicas, aplicar tácticas y métodos revolucionarios para la realización de los mismos.
 
Iluminado por el marxismo-leninismo y en conformidad con las condiciones concretas económico-sociales y políticas del país, así como con las circunstancias internacionales, el partido marxista-leninista sabe orientarse y estar a la cabeza de las masas, en cada momento y cada etapa de la revolución, sea democrática, de liberación nacional o socialista. Una estrategia revolucionaria y una acertada línea política fundadas en el marxismo-leninismo, en la práctica revolucionaria del proletariado mundial y de las luchas de clases de su propio país, hacen posible determinar claramente el objetivo estratégico en una etapa dada, determinar cuáles son los principales enemigos internos y externos en contra de los cuales debe dirigirse el ataque principal, cuáles son los aliados internos y externos del proletariado, etc.
 
Los partidos marxista-leninistas tienen como meta derrocar el régimen capitalista y hacer que triunfe el socialismo, mientras cuando la revolución en sus países confronta tareas de carácter democrático y antiimperialista, tienden a desarrollarla ininterrumpidamente, a elevarla a revolución socialista y a pasar cuanto antes a la solución de las tareas socialistas.
 
Tanto el objetivo estratégico de los partidos marxista-leninistas como los caminos para alcanzarlo, son totalmente diferentes del objetivo y los caminos de los falsos partidos comunistas y obreros. Los primeros no pueden concebir el logro de este objetivo sin subvertir las relaciones capitalistas de producción y sin destruir desde sus cimientos el viejo aparato estatal, toda la superestructura burguesa. Se atienen a las enseñanzas de Lenin, que dice:
 
«La revolución consiste en que el proletariado destruye el «aparato administrativo» y todo el aparato del Estado, substituyéndolo por otro nuevo, constituido por los obreros armados.»
 
Los segundos predican la necesidad de conservar el viejo aparato del Estado, aunque de palabra dicen que están por el socialismo. Según ellos, el socialismo puede ser implantado a través de reformas, a través de la vía parlamentaria, e incluso utilizando la vieja máquina estatal.[…]
 
En lo que concierne a los partidos marxista-leninistas, éstos consideran como condición indispensable para trazar una verdadera estrategia revolucionaria, la determinación de una línea neta de demarcación entre las fuerzas motrices de la revolución y sus enemigos, y la clara definición del principal enemigo interno y externo contra el cual, como señalaba Stalin, es preciso dirigir los golpes principales, sin subestimar ni olvidar la lucha contra los otros enemigos.
 
En nuestros días, en las condiciones del imperialismo, el principal enemigo interno de la revolución, no sólo en los países capitalistas desarrollados, sino también en los países oprimidos y dependientes, es la gran burguesía del país, la cual está a la cabeza del régimen capitalista y se vale de todos los medios, de la violencia y la represión, de la demagogia y el engaño, para conservar su dominación y sus privilegios, para estrangular y sofocar cualquier movimiento de los trabajadores que afecte mismamente a su poder y sus intereses de clase. Mientras el principal enemigo exterior de la revolución y de los pueblos es, en las condiciones actuales, el imperialismo mundial, sobre todo las superpotencias imperialistas. Aconsejar y llamar al proletariado y a los pueblos oprimidos a apoyarse en una superpotencia para combatir a otra, o a aliarse con las potencias imperialistas en nombre de la supuesta defensa de la libertad y la independencia nacional, como predican los revisionistas chinos, no es más que traicionar la causa de la revolución.
 
Los revisionistas han convertido en blanco suyo especialmente el papel hegemónico de la clase obrera en la revolución, que constituye uno de los problemas fundamentales de la estrategia revolucionaria.
 
«Lo fundamental en la doctrina de Marx –ha escrito Lenin– es el esclarecimiento del papel histórico mundial del proletariado como creador de la sociedad socialista.»
 
Lenin consideraba la negación de la idea de la hegemonía del proletariado en el movimiento revolucionario como el aspecto más vulgar del reformismo.
 
Entre los revisionistas modernos, unos intentan demostrar que la clase obrera supuestamente se desproletariza y se convierte en «co-administradora» de las empresas, y que por eso no cabe la revolución proletaria, no hace falta un régimen social diferente del existente. Otros pretenden que proletarios ya no son únicamente los obreros, sino todos los hombres del trabajo y la cultura, todos los empleados, y que por el socialismo están interesadas no sólo la clase obrera, sino también otras clases y capas de la sociedad. Por ello, concluyen, el papel hegemónico de la clase obrera en el movimiento revolucionario actual ha perdido su sentido. Los revisionistas soviéticos, de palabra, no niegan el papel dirigente de la clase obrera, mientras en la práctica lo han liquidado, porque han despojado a dicha clase de toda posibilidad de dirigir. Pero también teóricamente eliminan este papel, dado que defienden la nefasta teoría «del partido y del estado de todo el pueblo». Los revisionistas chinos, como pragmáticos que son, colocan a la cabeza de la «revolución», según el caso, unas veces al campesinado, otras al ejército, en ocasiones a los estudiantes, etc.
 
El Partido del Trabajo de Albania defiende firmemente la tesis marxista-leninista de que la clase obrera constituye la fuerza decisiva del desarrollo de la sociedad, la fuerza dirigente de la transformación revolucionaria del mundo, de la construcción de la sociedad socialista y comunista.
 
La clase obrera sigue siendo la principal fuerza productora de la sociedad, la clase más avanzada, y más interesada que cualquier otra, en la liberación nacional y social, en el socialismo, la portadora de las mejores tradiciones de organización y lucha revolucionarias. Ella cuenta con la única teoría científica para conseguir la transformación revolucionaria de la sociedad y con su partido combativo marxista-leninista que la guían hacia esta meta. Objetivamente, la historia le ha encomendado la misión de dirigir toda la lucha para la transición del capitalismo al comunismo.
 
La hegemonía del proletariado en la revolución es decisiva para solucionar, en su propio beneficio y en el de las masas populares, el problema fundamental de la revolución, el problema del poder político.
 
El nuevo poder puede pasar por diversas fases y recibir diferentes nombres, de acuerdo con las condiciones concretas en las que se desarrolla la revolución y con las distintas etapas que pueda atravesar, pero no podrá haber una evolución de la revolución hacia el triunfo del socialismo sin la instauración de la dictadura del proletariado. Esto nos lo enseña el marxismo-leninismo, esto nos lo indica también la experiencia de todas las revoluciones socialistas victoriosas. Por ello, el partido marxista-leninista, en cualquier circunstancia que se desarrolle la revolución, jamás renuncia a su objetivo de implantar la dictadura del proletariado.
 
Los revisionistas de toda laya y de diversas corrientes, de un modo u otro, todos, sin excepción, niegan la necesidad de instaurar la dictadura del proletariado, porque están en contra de la revolución, porque están por salvaguardar y perpetuar el sistema capitalista.
 
El proletariado y su partido marxista-leninista van a la lucha junto con sus aliados. También éste es uno de los problemas más importantes de la estrategia revolucionaria.
 
El aliado natural y estrecho del proletariado es el campesinado pobre, unido al primero no sólo por el objetivo estratégico inmediato, sino también por el objetivo a largo plazo y final. Asimismo son aliadas suyas las capas pobres de los trabajadores urbanos. El proletariado con el campesinado pobre y los demás trabajadores oprimidos y explotados constituyen las principales fuerzas motrices de la revolución.
 
También la pequeña burguesía de la ciudad, que se encuentra constantemente en las tenazas del gran capital y bajo la amenaza de una completa expropiación, puede y debe ser su aliada.
 
El proletariado busca y lucha por hacer aliadas suyas a otras capas de la población, como el sector progresista de la intelectualidad, que es explotado por el capital interno y externo. En los países capitalistas y revisionistas el peso de la intelectualidad ha crecido. Pero, pese a los cambios que han sufrido la posición, el carácter y el papel de su trabajo, no es ni puede constituir una clase en sí, no es clase obrera ni puede ser diluida en ésta, como pretenden los diversos revisionistas. Por eso, como ha señalado Lenin y ha confirmado la historia, la intelectualidad no puede ser una fuerza social y política independiente. Su papel y su lugar en la sociedad son determinados por su situación económico-social y sus convicciones ideológicas y políticas. Por mucho que cambien esta situación y estas convicciones, la intelectualidad jamás puede sustituir a la clase obrera en el papel dirigente de la revolución. El deber del proletariado es conquistar al sector progresista de ella, convencerle de la inevitabilidad del hundimiento del sistema capitalista y del triunfo del socialismo, hacer de él un aliado en la revolución.
 
En los países de África, América Latina, Asia, etc., con escaso desarrollo económico-social y más dependientes del capital extranjero y donde las tareas democráticas y antiimperialistas de la revolución revisten particular importancia, el proletariado puede tener como aliados al campesinado medio y al sector de la burguesía que no está ligado al capital extranjero y que aspira a un desarrollo independiente del país.
 
La vinculación de esta parte de la burguesía con la revolución democrática y antiimperialista depende de la estrategia y de una táctica justa del proletariado, y de si el partido revolucionario de la clase obrera maniobra ágil y prudentemente. El proletariado con su partido puede convencer, de esta forma, no sólo a la pequeña burguesía, sino también a ese sector de la burguesía del que hablamos para que se ponga bajo su dirección y se levante para suprimir la dominación extranjera y a la grande y feroz burguesía capitalista, instrumento del imperialismo, que oprime y explota, que desmoraliza al pueblo y adultera sus sentimientos puros, su cultura secular.
 
Para hacer aliadas suyas a las otras clases y capas que están interesadas en lograr el objetivo estratégico en una determinada etapa de la revolución, el proletariado, al igual que en cualquier otro problema, se ve obligado a enfrentarse con la gran burguesía y los demás reaccionarios.
 
La burguesía reaccionaria y los terratenientes, previendo su derrota, hacen mil esfuerzos y maniobras para atraerse a la pequeña burguesía, al campesinado y a la intelectualidad progresista, e impedir que se conviertan en aliados del proletariado. Tratan de engañar también a la misma clase obrera, a fin de que la revolución no estalle y, si estalla, no vaya hasta el fin, se estanque o dé marcha atrás.
 
Por su parte, el proletariado y su partido marxista-leninista trabajan y cuentan con todas las posibilidades para unir en torno suyo a sus aliados contra los enemigos comunes, como la gran burguesía, los terratenientes, los imperialistas y los socialimperialistas, y no permitir que capas del campesinado y de la pequeña burguesía se conviertan en reservas del gran capital o de la dictadura fascista, como ocurrió en los tiempos de Hitler en Alemania, en los de Mussolini en Italia y en los de Franco durante la Guerra de España.
 
El partido marxista-leninista mantiene una actitud cuidadosa y hábil en particular respecto a los posibles aliados vacilantes o temporales, incluyendo diversas capas de la burguesía media, etc., que están atadas por numerosos hilos y diversos intereses, tradiciones y prejuicios al mundo del capital y al imperialismo. El proletariado y su vanguardia, el partido marxista-leninista, sin moverse en ningún momento de sus posiciones de principio, están interesados en ganar para la revolución y la lucha de liberación también a estas fuerzas, pese a sus vacilaciones y su inestabilidad, o por lo menos neutralizarlas para que no se conviertan en reservas del enemigo.[…]
 
Ateniéndose consecuentemente al principio de que el factor decisivo del triunfo de la revolución es el interno, es la propia lucha revolucionaria del proletariado y del pueblo de un país dado, mientras que el factor exterior es auxiliar y secundario, los partidos marxista-leninistas no ignoran ni subestiman en absoluto a los aliados externos de la revolución. Al igual que para los aliados internos, mantienen al mismo tiempo una actitud flexible y de principios hacia los aliados externos.
 
En consonancia con las enseñanzas de Lenin y Stalin y con las condiciones actuales, ellos ven en el proletariado y en su movimiento revolucionario en los demás países, en el movimiento revolucionario antiimperialista de los pueblos oprimidos del mundo y en los verdaderos países socialistas, a los aliados externos, naturales y seguros, del movimiento revolucionario de cada país.
 
En determinados casos pueden darse circunstancias en que un país socialista o un pueblo que lucha contra la agresión imperialista o socialimperialista, se encuentre en un frente común incluso con países del mundo capitalista que luchan contra el mismo enemigo, como sucedió en el periodo de la Segunda Guerra Mundial.
 
En tales ocasiones, es de primordial importancia tener siempre en cuenta los intereses de la revolución, no olvidados, eclipsados ni sacrificados en nombre de un frente común o de una alianza con estos aliados provisionales, y que este frente o esta alianza no se convierta en un objetivo en sí. Especialmente es importante impedir que estos aliados intervengan para sabotear la revolución y arrebatarle la victoria. La experiencia del Partido Comunista de Albania respecto a la actitud hacia los aliados norteamericanos e ingleses en los años de la Lucha Antifascista de Liberación Nacional es significativa. Esta actitud fue salvadora para los destinos de la causa de la revolución en Albania.
 
La estrategia revolucionaria es inseparable de las tácticas revolucionarias que aplican los partidos marxista-leninistas a fin de realizar el objetivo y las tareas de la revolución. Las tácticas, formando parte de la estrategia y estando a su servicio, pueden cambiar de acuerdo con los flujos y reflujos de la revolución, con las circunstancias y las condiciones concretas, pero siempre dentro de los límites de la estrategia revolucionaria y de los principios marxista-leninistas.
 
«La tarea de la dirección táctica –dice J. Stalin– es dominar todas las formas de lucha y de organización del proletariado y asegurar su justo aprovechamiento, para el logro del máximo de resultados en una correlación de fuerzas dada, cosa que es necesaria indispensablemente para preparar el éxito estratégico.»
 
Los auténticos partidos marxista-leninistas, al adoptar tácticas y formas de lucha ágiles para llevar adelante la causa de la revolución, en todo momento se atienen con fidelidad a los principios revolucionarios. Rechazan y combaten toda tendencia a abandonar los principios en aras de las tácticas, son los más resueltos adversarios de toda política carente de principios, coyuntural y pragmática, que caracteriza toda la actividad de los revisionistas de todas las corrientes.
 
La revolución siempre es obra de las masas, dirigidas por la vanguardia revolucionaria. Por eso el partido marxista-leninista no puede dejar de prestar una gran atención a la organización revolucionaria de las masas en forma adecuada, partiendo de las condiciones y las circunstancias concretas, de las tradiciones que existen en cada país, etc. Sin lazos organizados del partido con las masas es inimaginable el levantamiento, la preparación y la movilización de las mismas en la lucha revolucionaria.
 
Justamente por esta razón el partido marxista-leninista dedica mucha importancia a la creación de organizaciones de masas, bajo su dirección. Como es natural, éste no es un problema de fácil solución, sobre todo en la actualidad cuando en todos los países capitalistas y revisionistas existen toda suerte de organizaciones sindicales, cooperativistas, culturales, científicas, juveniles, femeninas, etc., cuya mayoría se encuentra bajo la dirección y la influencia de la burguesía, de los revisionistas y de la iglesia.
 
Pero, como nos enseña Lenin, los comunistas deben penetrar y trabajar en todas partes donde estén las masas. Por eso no pueden dejar de trabajar en las organizaciones de masas controladas o influenciadas por la burguesía, la socialdemocracia, los revisionistas, etc. Los marxista-leninistas trabajan en ellas para socavar la influencia y la dirección de los partidos burgueses y reformistas, para propagar entre las masas la influencia del partido revolucionario de la clase obrera, para denunciar el carácter mistificador de los programas y de la actividad de los cabecillas de estas organizaciones, para dar a la acción de las masas un carácter político anticapitalista, antiimperialista, antirrevisionista. Mediante el trabajo revolucionario que despliegan en las filas de las masas, pueden formarse asimismo fracciones revolucionarias en el seno de estas organizaciones, e incluso puede darse la posibilidad de apoderarse de la dirección de estas organizaciones y orientarlas en el justo camino.
 
Pero, en cualquiera de los casos, el partido marxista-leninista nunca renuncia a su objetivo de levantar organizaciones revolucionarias de masas, bajo su propia dirección.[...]
 
El auténtico partido marxista-leninista y los comunistas revolucionarios participan activamente en las huelgas y las manifestaciones de los obreros y luchan por convertirlas en huelgas y manifestaciones políticas, a fin de hacer imposible la vida al capitalismo, a la patronal, a los cártels, a los monopolios y a los cabecillas sindicales. En el curso de esta vasta actividad, el proletariado se enfrentará de forma cada vez más frecuente y abierta con las fuerzas armadas del régimen burgués, y a través de los enfrentamientos aprenderá a combatir mejor. En el curso de la lucha encontrará las posibles formas de organización y de lucha revolucionaria justas y apropiadas. «A nadar se aprende nadando», dice una sentencia popular. Si no se lucha a través de huelgas, manifestaciones, si no se participa en acciones contra el capitalismo en general, no puede organizarse ni intensificarse la lucha para conquistar la victoria final, no puede ser derrocado el régimen burgués.
 
La revolución no se prepara con palabrería, como hacen los diversos revisionistas, o teorizando sobre los «tres mundos», como hacen los revisionistas chinos. No triunfa por la vía pacífica. Lenin ha hablado sobre esta posibilidad en casos particulares, pero siempre ha hecho hincapié principalmente en la violencia revolucionaria, porque la burguesía jamás entrega voluntariamente el poder. La historia del movimiento obrero y comunista internacional, del desarrollo de las revoluciones y de las victorias de la clase obrera en una serie de países que fueron socialistas, y en nuestro país socialista, demuestra que hasta el presente las revoluciones sólo han triunfado a través de la insurrección armada.
 
La insurrección armada revolucionaria no tiene nada en común con los putschs militares. La primera tiene por objetivo lograr cambios políticos radicales, destruir el viejo régimen desde sus cimientos. Los segundos no conducen ni pueden conducir al derrocamiento del régimen de opresión y explotación o a la liquidación de la dominación imperialista. La insurrección armada se basa en el apoyo de las amplias masas populares, mientras que el putsch es expresión de la desconfianza en las masas, de la separación de ellas. Las tendencias putschistas en la política y en la actividad de un partido que se hace llamar partido de la clase obrera constituyen una desviación del marxismo-leninismo.
 
De acuerdo con las condiciones concretas de un país y con la situación en general, la insurrección armada puede ser un estallido repentino o un proceso revolucionario más largo, pero no sin fin y sin perspectiva, como preconiza la «teoría de la guerra popular prolongada» de Mao Tse-tung. Si se hace una confrontación entre las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin sobre la insurrección armada revolucionaria y la teoría de Mao sobre la «guerra popular», aparece claramente el carácter antimarxista, antileninista, anticientífico de esta teoría. Las enseñanzas marxista-leninistas sobre la insurrección armada se basan en la estrecha concatenación de la lucha en la ciudad y en el campo bajo la dirección de la clase obrera y de su partido revolucionario.
 
Oponiéndose al papel dirigente del proletariado en la revolución, la teoría maoísta considera el campo como la única base de la insurrección armada y descuida la lucha armada de las masas trabajadoras en las ciudades. Preconiza que el campo debe mantener asediada a la ciudad, que es considerada como el reducto de la burguesía contrarrevolucionaria. Esto es una expresión de desconfianza en la clase obrera, es una negación de su papel hegemónico.
 
Ateniéndose sin vacilar a las enseñanzas del marxismo-leninismo sobre la revolución violenta como ley general, el partido revolucionario de la clase obrera es resuelto adversario del aventurerismo y jamás juega con la insurrección armada. Desarrolla sin cesar, en todas las condiciones y circunstancias, diversas formas de lucha y actividad revolucionarias a fin de prepararse a sí mismo y preparar a las masas para las batallas decisivas en la revolución, para poner fin a la dominación de la burguesía mediante la violencia revolucionaria. Pero, sólo cuando la situación revolucionaria está por completo madura, pone directamente la insurrección armada al orden del día y adopta todas las medidas políticas, ideológicas, organizativas y militares para llevarla a la victoria.
 
Un poderoso medio en manos del partido marxista-leninista para preparar a las masas para la revolución, es la propaganda, que debe ser activa, clara y convincente. La propaganda revolucionaria no tiene valor si se limita únicamente a la fraseología. Sólo una propaganda incisiva, correctamente relacionada con los problemas de la vida, con los problemas generales y con las cuestiones locales, una propaganda que ayude a crear en las amplias masas un espíritu de iniciativa, puede educar política e ideológicamente al proletariado y a las masas trabajadoras, lanzarlas a la acción, prepararlas para la revolución. […]
 
Pero para esclarecer a las masas, para convencerlas de la justeza de la línea política del partido de la clase obrera, para prepararlas para la revolución, la propaganda por sí sola no es suficiente. Lenin dice que para preparar la revolución,
 
«...se precisa la propia experiencia política de las masas»
 
La propaganda misma es eficaz y hace mella cuando es acompañada de la acción revolucionaria. Sin acción, el pensamiento se marchita. Esta actividad no es ni debe ser una aventura, sino una lucha dura, un choque encarnizado con los enemigos de clase, que pasa de una forma sencilla a una forma superior, que vence innumerables dificultades y acepta todos los sacrificios que requiere la revolución.
 
Los auténticos partidos marxista-leninistas están a la vanguardia y no a la zaga de la acción revolucionaria. Las posibilidades momentáneamente escasas de su lucha y sus esfuerzos, con los cuales se oponen y deben oponerse a la gran fuerza de la reacción capitalista, no los desalientan. Enseñan a sus miembros a ser osados y a no perder de vista que su acción justa, ponderada, madura, resuelta, tiene hondas repercusiones en las masas que les ven actuar y les escuchan. Cuando se obra así, las masas comprenden que el objetivo de esta o aquella acción revolucionaría va en interés del proletariado y de los explotados. El valor y la madurez en las acciones tienen una gran importancia, porque de este modo, palmo a palmo, se gana terreno y se avanza en el ascenso de la marejada de la revolución. La acción revolucionaria liga a los partidos de la clase obrera con las masas, los pone a su cabeza, los hace vencedores sobre los partidos reformistas, revisionistas.
 
«Cada paso de movimiento real –decía Marx– vale más que una docena de programas.»
 
En los países capitalistas, además de las fuerzas revolucionarias que están dirigidas por el partido marxista-leninista, hay otras fuerzas que luchan y se enfrentan con la policía, la gendarmería, etc. Muchas acciones y enfrentamientos de estas otras fuerzas tienen un carácter terrorista, aventurerista, anarquista, se presentan con toda clase de colores y etiquetas y están guiadas por diversas ideologías. Estas acciones a menudo son organizadas a instigación de los servicios secretos de los países capitalistas, son financiadas por ellos, y tienen por objeto, entre otras cosas, desacreditar a los partidos marxista-leninistas, atribuyéndoles tales acciones. Los elementos fascistas o los agentes secretos de la burguesía que organizan y dirigen frecuentemente estas acciones, se esfuerzan por sacar partida del descontento, la indignación y el coraje del proletariado, de los estudiantes, de la juventud en general, a fin de lanzar a los grupos y los diversos movimientos que forman estas masas a acciones que, además de no tener nada en común con los movimientos revolucionarios reales, ponen en peligro estos movimientos, crean la impresión de que el proletariado está en degradación, de que se ha transformado en lumpenproletariado.
 
Los partidos marxista-leninistas, dedicando la debida atención a esta cuestión, deben, de una parte, hacer que las masas se convenzan por su propia experiencia de que las acciones revolucionarias tienen un carácter totalmente diferente de los actos terroristas y anarquistas y, de otra parte, luchar para separar de las filas de los grupos terroristas y anarquistas a los elementos revolucionarios que han caído en su trampa, para separados de los fascistas y los agentes secretos de la burguesía infiltrados en dichos grupos.
 
Los partidos marxista-leninistas son partidos de la revolución. En oposición a las teorías y las prácticas de los partidos revisionistas, que se han hundido de pies a cabeza en el legalismo burgués y en el «cretinismo parlamentario», no reducen su lucha al trabajo meramente legal ni tampoco ven éste como su actividad principal. En el marco de los esfuerzos por dominar todas las formas de la lucha, dedican particular importancia a la combinación del trabajo legal con el ilegal, dando primacía a este último, por ser decisivo para el derrocamiento de la burguesía y por ser una verdadera garantía para alcanzar la victoria. Educan y enseñan a sus cuadros, a sus militantes y a sus simpatizantes para que sepan obrar con inteligencia, habilidad y valentía tanto en condiciones legales como ilegales. Pero también cuando actúan en las condiciones de la profunda clandestinidad, esforzándose por no exponer sus fuerzas ante el enemigo y proteger la organización revolucionaria de sus golpes, los partidos marxista-leninistas no se encierran en sí mismos, no debilitan ni rompen sus lazos con las masas, en ningún momento cesan su actividad viva entre las masas ni dejan de aprovechar en favor de la causa de la revolución todas las posibilidades legales que permiten las condiciones y circunstancias.
 
El partido marxista-leninista, despojado de cualquier ilusión acerca de la toma del poder a través de la vía parlamentaria, puede juzgar y considerar oportuno participar, en algunos casos particulares y favorables, también en actividades legales, como las elecciones municipales, parlamentarias, etc., con el único objetivo de propagar su línea entre las masas y desenmascarar el régimen político burgués. Pero el partido no convierte esta participación en línea general de su lucha, como hacen los revisionistas, no convierte estas formas en principales o, lo que es peor, en únicas formas de lucha.
 
A la hora de explotar las posibilidades legales, el partido busca, encuentra y utiliza formas y métodos de carácter revolucionario, desde los más simples hasta los más complejos, sin medir sacrificios, haciendo esfuerzos para que estas formas y métodos sean lo más populares, lo más accesibles a las masas.
 
En su actividad, los marxista-leninistas, no se preocupan en absoluto de que, con sus acciones revolucionarias, pisotean y violan la constitución, las leyes, las reglas, las normas, el régimen burgués. Luchan para minar este régimen, para preparar la revolución. Por eso, el partido marxista-leninista se prepara y prepara a las masas para hacer frente a los golpes, que la burguesía puede dar en respuesta a las acciones revolucionarias del proletariado y de las masas populares.
 
En las condiciones actuales del desarrollo del movimiento revolucionario y de liberación, en tanto que un proceso complejo y con una base social amplia, en el cual participan muchas fuerzas de clase y políticas, el partido revolucionario del proletariado se enfrenta a menudo al problema de la colaboración y de los frentes comunes con otros partidos y organizaciones políticas en esta o aquella fase de la revolución, para estos o aquellos asuntos, de interés común. En relación con este problema, la justa posición de principios y al mismo tiempo ágil, lejos de todo oportunismo y sectarismo, es de trascendental importancia para ganar, preparar y movilizar a las masas en la revolución y en la lucha de liberación. El partido marxista-leninista no es ni puede ser en principio adversario de la colaboración o de los frentes comunes con otros partidos y fuerzas políticas, cuando lo exigen los intereses de la causa de la revolución y lo imponen las situaciones. Pero jamás ve esto como una coalición de cabecillas y como un fin en sí, sino como un medio para unir a las masas y lanzarlas a la lucha. Es importante que en tales frentes comunes el partido proletario no pierda de vista en ningún momento los intereses de clase del proletariado, la meta final de su lucha, que no se diluya en el frente, sino que conserve en él su individualidad ideológica y su independencia política, organizativa y militar, y luche para asegurar en el frente su papel dirigente y aplicar en él una política revolucionaria.[…]
 
En la preparación de la revolución, la unidad y la colaboración de los partidos marxista-leninistas de los diversos países sobre la base de los principios del internacionalismo proletario, tiene una importancia particular.
 
Esta unidad se reforzará y esta colaboración se ampliará en lucha contra el imperialismo y el socialimperialismo, contra la burguesía y el revisionismo moderno de toda laya, jruschovista, titista, «eurocomunista», chino, etc. […]
 
Los marxista-leninistas deben guardarse mucho de las frases que utilizan los revisionistas modernos, los socialdemócratas y los seudo marxista-leninistas acerca del internacionalismo proletario, de la unión de los proletarios para defender la paz, y otras patrañas por el estilo. El internacionalismo proletario es verdadero cuando la gente trabaja con abnegación por favorecer y desarrollar las acciones revolucionarias, por crear una verdadera situación de lucha revolucionaria, en primer lugar en su propio país. Al mismo tiempo, como dice Lenin, ellos deben apoyar con propaganda, con ayuda moral y material esta lucha, esta línea en todos los países, sin excepción. Todo lo demás, como nos enseña él, es mentira y manilovismo.[…]
 
Nosotros, los marxista-leninistas, debemos luchar y llamar a los obreros, dondequiera que estén, a ponerse en pie contra sus enemigos seculares y romper las cadenas, hacer la revolución y no someterse a los monopolios y a los capitalistas, contrariamente a lo que predican los revisionistas modernos. La tarea de los marxista-leninistas, de los verdaderos revolucionarios, es llamar a los proletarios y a los pueblos a levantarse por el mundo nuevo, por su mundo, por el mundo socialista.



Descargar el texto completo de “La revolución y los pueblosde Enver Hoxha (1978)