En momentos en que las pugnas interimperialistas han ocupado la atención de
la prensa y la opinión pública, bien vale la pena resaltar que simultáneamente
se está desarrollando el ascenso de la luchas de la clase obrera y de los
pueblos del mundo contra las burguesías de cada país y contra el imperialismo
de todo pelaje, no solo en los países de Asia, África y América Latina, sino
también en Europa. Este avance del movimiento obrero y popular en el mundo
plantea a los comunistas importantes tareas en el cumplimiento de su papel de
vanguardia de la clase obrera. Su tarea general y permanente es organizar,
movilizar, concienciar y dirigir las luchas de la clase obrera y el pueblo,
defendiendo la independencia política de la clase obrera y luchando por la
hegemonía del proletariado; preparar a la clase obrera y el pueblo para la
revolución, desplegando formas de organización y lucha, que confluyan en
acciones revolucionarias de masas, ahí donde se estén configurando las
condiciones de una situación revolucionaria; y, según las condiciones
especificas de cada país, pasar a la lucha revolucionaria directa ahí donde las
condiciones objetivas han madurado. Esta es también la forma combativa en que
se expresa el internacionalismo proletario, la solidaridad de clase, con las
luchas armadas revolucionarias en progreso. Nada de esto puede hacerse sin la
lucha indesmayable y consecuente contra el revisionismo y el oportunismo, que renuncian
a la independencia de clase del proletariado para ir de furgón de cola de la burguesía,
de caudillos “antiimperialistas” y de imperialismo “buenos”.
Presentamos a continuación un texto de Enver Hoxha sobre la revolución y
los pueblos, escrito en 1978 pero que conserva actualidad en su análisis de la
situación internacional y en la definición de las tareas de los
marxista-leninistas. A Enver Hoxha se le ha tratado de fosilizar
–caricaturizándolo– en su papel del intransigente antirrevisionista que no le
tembló la mano a la hora de combatir las teorías revisionistas elaboradas por
dos grandes partidos, el PCUS y el PCCh. Sin embargo, su lucha contra el
oportunismo y revisionismo de todo tipo, no era sólo una defensa de los
principios del marxismo-leninismo en el plano teórico e ideológico sino sobre
todo de su aplicación práctica en el plano político para la lucha contra el
imperialismo, por la revolución, la democracia popular y el socialismo. Este escrito
pone en evidencia que Enver Hoxha es ante todo y sobre todo un marxista-leninista
revolucionario, que llama a la acción, a la lucha por la revolución, a prepararla y organizarla,
a realizarla y desarrollarla; confirma que su lucha contra el revisionismo y el oportunismo
no es una simple negación, un “anti”
cercenado de contenido práctico revolucionario, sino una afirmación marxista-leninista de la revolución proletaria mundial por
el socialismo y el comunismo.
LA REVOLUCIÓN Y LOS PUEBLOS
Enver
Hoxha
(1978)
(editado)
Marx ha argumentado científicamente la
necesidad de destruir la sociedad capitalista y construir una sociedad más
avanzada, la del socialismo y después la del comunismo. En la obra El imperialismo, fase superior del
capitalismo, Lenin,
desarrollando el pensamiento de Marx, demostró que la época actual es la época
del imperialismo y de las revoluciones proletarias. Esta es la época de la
destrucción del viejo régimen capitalista; del colonialismo y del imperialismo,
de la toma del poder por el proletariado y de la liberación de los pueblos
oprimidos, el período del triunfo del socialismo a escala mundial.
Esto significa que hoy vivimos en la época de
la substitución de la vieja sociedad explotadora, insoportable para la mayoría
de la humanidad, para los oprimidos y los explotados, por una sociedad nueva,
donde desaparece de una vez y para siempre la explotación del hombre por el
hombre. Nuestro Partido, se ha basado precisamente en estas enseñanzas
fundamentales y en el análisis marxista-leninista de la actual evolución
mundial, al presentar en su VII Congreso la tesis de que el mundo se encuentra
en una fase en que la causa de la revolución y de la liberación de los pueblos
es un problema planteado que espera solución.
La lucha del proletariado contra la burguesía
es dura, inexorable y se desarrolla de continuo. Frente a frente se encuentran
dos grandes fuerzas sociales. De un lado, la burguesía capitalista
imperialista, que es la clase más salvaje, más embaucadora y más sanguinaria
que haya conocido la historia. De otro lado, está el proletariado, la clase
totalmente despojada de los medios de producción, la clase oprimida y explotada
despiadadamente por la burguesía, y, al mismo tiempo, la clase más avanzada de
la sociedad, que piensa, crea, trabaja, produce, y que, sin embargo, no goza de
los frutos de su trabajo.
Ambas clases intentan, cada una por su parte,
agrupar fuerzas a su alrededor y prepararlas para conseguir sus objetivos: el
proletariado para alcanzar la liberación nacional y social, para hacer la
revolución; la burguesía para conservar su dominación y aplastar la revolución.
Mientras la burguesía agrupa en torno suyo a las fuerzas más negras, más
regresivas y criminales, el proletariado se esfuerza por ganar para su causa a
todas las fuerzas revolucionarias y progresistas.
El marxismo-leninismo nos enseña que la lucha
entre el proletariado y la burguesía se intensifica ininterrumpidamente y que
con toda seguridad será coronada con la victoria del proletariado y de sus
aliados. Pero, para que esta lucha sea coronada con éxito es necesario que el
proletariado esté organizado, tenga su partido de vanguardia, haga conscientes
a las amplias masas populares de la necesidad de la revolución y las dirija en
la lucha por la toma del poder, por la instauración de su propia dictadura, por
la construcción del socialismo y del comunismo, de la sociedad sin clases.
En el mundo hay muchos elementos exaltados,
con buenas o malas intenciones, quienes piensan que es posible hacer la
revolución en cualquier época, en cualquier momento y en cualquier parte. Pero
se equivocan. La revolución no puede realizarse en cualquier momento y en
cualquier parte, conforme a los deseos. La revolución estalla y se realiza en
el eslabón más débil de la cadena capitalista. Para que estalle y triunfe,
deben existir condiciones apropiadas, objetivas y subjetivas, y hace falta
esperar el momento favorable para lanzarse a ella. Lo principal es que cuando
hagan estallar la revolución, las amplias masas del pueblo, con el proletariado
al frente, estén decididas y preparadas para llevarla hasta sus últimas
consecuencias.
Lenin puntualiza que la revolución es obra
del pueblo de cada país, que no puede ser exportada. Esto no significa que los
marxista-leninistas, dondequiera que militen, no se sientan solidarios,
mutuamente ligados por los sentimientos más puros del internacionalismo
proletario y no contribuyan a la lucha del proletariado y de los pueblos de los
otros países por su liberación. Por el contrario, todos los comunistas, los
proletarios, todas las fuerzas revolucionarias de los diversos países tienen la
obligación de ayudar a la revolución en cada país en particular y en todo el
mundo con su propaganda, agitación, ayuda material, ejemplo de determinación y
abnegación, y ateniéndose fielmente al marxismo-leninismo. Como es natural, el
que esta ayuda sea bien aprovechada depende, ante todo, del nivel de
preparación del proletariado y de su partido, del nivel de desarrollo de la
lucha revolucionaria en uno u otro país.
Marx y Engels en el Manifiesto del Partido
Comunista demuestran que los intereses del proletariado y del pueblo de un
país son inseparables de los intereses del proletariado y de los pueblos de
todo el mundo.
La revolución, como enseña Lenin y como la
vida ha confirmado, triunfa en cada país en particular. Por eso, esta victoria
depende, ante todo, de la clase obrera de cada país y de su partido
revolucionario, depende de su capacidad para aplicar, de acuerdo con las condiciones
concretas, las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin sobre la revolución.
Pero acerca de estas enseñanzas y sobre todo
en tomo a la teoría leninista de la revolución, los revisionistas modernos
titistas, soviéticos, «eurocomunistas», chinos, etc., que han asumido la misión
de desorientar a la gente en cuanto al problema de la revolución y de evitar su
estallido, han suscitado una confusión enorme y realizado una amplia actividad
de zapa.
Hoy, cuando esta cuestión está planteada para
ser resuelta, es una tarea imperativa disipar la neblina que han creado los
revisionistas acerca de la revolución, denunciar las maniobras y las
especulaciones que hacen en torno a esta cuestión, poner al descubierto sus
objetivos contrarrevolucionarios, chovinistas y hegemonistas, comprender y
aplicar correctamente las enseñanzas del marxismo-leninismo sobre la
revolución.
Defendamos y apliquemos las enseñanzas marxista-leninistas sobre la
revolución
El marxismo-leninismo nos enseña, y la
experiencia de todas las revoluciones ha confirmado que, para que estalle y
triunfe la revolución, deben existir los factores objetivos y subjetivos.
Lenin ha formulado esta enseñanza en su obra La bancarrota de la II Internacional y la ha desarrollado posteriormente en La enfermedad infantil del
«izquierdismo» en el comunismo y otros escritos.
Considerando la situación revolucionaria como
el factor objetivo de la revolución, Lenin la caracteriza de este modo:
«1)
La imposibilidad para las clases dominantes de mantener su dominio en forma
inmutable» debido a la profunda crisis que ha afectado a
estas clases, crisis que provoca el descontento y la indignación de las clases
oprimidas. «Para
que estalle la revolución –indica– ordinariamente
no basta que «los de abajo no quieran vivir» como antes, sino que hace falta
también que «los de arriba no puedan vivir» como hasta entonces. 2) Una
agravación... de la miseria y las penalidades de las clases oprimidas. 3) Una
intensificación considerable, por las razones antes indicadas, de la actividad
de las masas que... son empujadas... a una acción histórica independiente.»
«En
otras palabras, esta verdad se expresa del modo siguiente: la revolución es
imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y
explotadores).»
«Sin
estos cambios objetivos –puntualiza–,
independientes no sólo de la voluntad de tales o cuales grupos y partidos, sino
también de la voluntad de estas o aquellas clases, la revolución es, por regla
general, imposible.»
Pero no toda situación revolucionaria da
lugar a la revolución, dice Lenin. En muchos casos, indica, las situaciones
revolucionarias, como las de 1860-1870 en Alemania, 1859-1861 y 1879-1880 en
Rusia, no se han transformado en revoluciones, porque no ha existido el factor
subjetivo, es decir, una elevada conciencia por parte de las masas, su
disposición para hacer la revolución,
«...la capacidad de la clase revolucionaria» según las palabras de Lenin «para
llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo bastante fuertes como para destruir (o
quebrantar) al viejo gobierno, que jamás «caerá», ni siquiera en las épocas de
crisis, si no se le «hace caer»».
Como ha escrito Lenin ya en sus primeras
obras, el partido revolucionario de la clase obrera, su función de dirección,
educación y movilización de las masas revolucionarias, desempeñan un papel
determinante en la preparación del factor subjetivo. El partido logra esto
tanto elaborando una correcta línea política, que responda a las condiciones
concretas, a los deseos y a las exigencias revolucionarias de las masas, como
realizando un trabajo muy grande y acciones revolucionarias frecuentes y bien
estudiadas en el plano político, que hagan tomar conciencia al proletariado y a
las masas trabajadoras de la situación en que viven, de la opresión, la
explotación y las bárbaras leyes de la burguesía, de la necesidad de hacer la
revolución, como el medio para derrocar al régimen esclavizador.
De este modo las capas pobres reaccionarán
con tal intensidad que a los ricos, a la burguesía en el poder, conmocionados
también por las otras contradicciones internas y externas, les será difícil
seguir dominando como antes. Cuándo estos requisitos se cumplen, cuando existen
los factores objetivos y subjetivos, los cuales están entrelazados, entonces no
sólo puede estallar la revolución, sino también triunfar.
En todo momento, los revolucionarios
reflexionan hondamente sobre estas geniales tesis de Lenin y no sólo reflexionan,
sino que además analizan las situaciones de modo concreto y en todos sus
aspectos. Actúan con la vista puesta en no dejarse sorprender jamás por las
situaciones revolucionarias, de forma que no se encuentren desarmados en esos
momentos decisivos, sino que sepan aprovecharlas con la finalidad de preparar
el estallido de la revolución.
¿Qué demuestra el análisis de la situación
actual en el mundo? El Partido del Trabajo de Albania, partiendo de la teoría
leninista de la revolución, concluye que hoy la situación en el mundo es en
general revolucionaria, que en muchos países esta situación ha madurado o está
madurando rápidamente, mientras que en otros este proceso está en desarrollo.
Cuando decimos que hoy la situación es
revolucionaria tenemos en cuenta que el mundo de nuestros días está en
movimiento hacia grandes estallidos. En general, la situación actualmente
semeja un volcán en erupción, un fuego abrasador, cuyas llamas devorarán precisamente
a las clases dominantes, opresoras y explotadoras.
El mundo capitalista y revisionista está
sumido en una grave crisis económica y política, financiera y militar,
ideológica y moral. La presente crisis, que ha sacudido todas las estructuras y
superestructuras del régimen burgués y revisionista, ha recrudecido y
profundizado aún más la crisis general del sistema capitalista.[…]
El alza de los precios y, sobre todo, la
inflación, se han convertido en un medio muy apropiado en poder de los
monopolios y el estado capitalista y revisionista para descargar el peso de la
crisis sobre las espaldas de la clase obrera y de los demás trabajadores.
Con el pretexto de tomar medidas
antiinflacionistas, los Estados capitalistas y burgués-revisionistas elevan los
impuestos sobre los ingresos de las masas trabajadoras, congelan sus salarios
y, al mismo tiempo, reducen los impuestos sobre las ganancias de los
monopolios, devalúan la moneda, etc. Todas estas medidas están dirigidas contra
la clase obrera y todos los trabajadores, intensifican la explotación y atentan
contra su nivel de vida.
A causa de la prolongación de la crisis
económica ha empeorado y se ha agravado considerablemente la existencia de la
clase obrera y de las masas campesinas… Centenares de millones de personas
viven en una situación de angustia a causa de la incertidumbre de su porvenir.
La penuria y la inseguridad en que viven las
amplias masas trabajadoras, así como la política interior y exterior
reaccionaria, antipopular, que siguen los regímenes capitalistas y
burgués-revisionistas, vienen aumentando continuamente el descontento de las
amplias capas populares. Esta grave situación ha suscitado en estas capas una
incontenible indignación que se exterioriza por medio de huelgas, protestas,
manifestaciones, choques con los órganos represivos del régimen burgués y
revisionista, y en muchos casos a través de verdaderas rebeliones. Las masas
populares sienten una creciente hostilidad hacia los regímenes que las
subyugan.
Los gobiernos de los países imperialistas,
capitalistas y revisionistas, hacen todo tipo de promesas y propuestas
fraudulentas, esforzándose, también en esta situación de crisis, por acaparar
el máximo beneficio, por atenuar el descontento y la indignación de las masas y
desviarlas de la revolución.
Mientras tanto, los pobres se empobrecen cada
vez más, los ricos se enriquecen mucho más, el abismo entre las capas sociales
pobres y las ricas, entre los países capitalistas desarrollados y los países
poco desarrollados, se ahonda sin cesar.
La crisis actual se ha extendido asimismo a
la vida política, atizando el fuego en los círculos dirigentes de los Estados
capitalistas y revisionistas. Claro testimonio de esto son las repetidas crisis
gubernamentales y el cambio de los equipos en el poder… Al mismo tiempo la
burguesía, en los países capitalistas y revisionistas, refuerza sus salvajes
armas de represión, el ejército, la policía, los servicios secretos, los
órganos judiciales; refuerza el control de su dictadura sobre cualquier
movimiento e intento de lucha del proletariado. Hoy en los países capitalistas
y revisionistas es evidente la tendencia a intensificar la violencia burguesa y
a restringir los derechos democráticos. Se observan con una intensidad cada vez
mayor la propensión a fascistizar la vida del país y los preparativos para
instaurar el fascismo, en el momento en que la burguesía se vea en la
imposibilidad de dominar con métodos y medios «democráticos».
La crisis económico-financiera y política ha
abarcado no sólo los monopolios, los gobiernos, los partidos y las fuerzas
políticas internas de cada país, sino también las alianzas internacionales, los
bloques económicos, políticos y militares, como el Mercado Común Europeo y el
COMECON, la Comunidad Europea, la OTAN y el Tratado de Varsovia. Las
contradicciones, las fricciones, las contestaciones, las disputas entre los
socios de estas alianzas y bloques se manifiestan más abierta y violentamente.
Otra manifestación de la crisis y de los
intentos para salir de ella es la carrera armamentista, los vastos preparativos
bélicos y la provocación de guerras locales por parte de las superpotencias y
las otras potencias imperialistas como en el Oriente Medio, el Cuerno de
África, el Sahara Occidental, Indochina y otras regiones. Esto sirve a los
planes hegemonistas y expansionistas de una u otra potencia imperialista.
Fomenta y desarrolla la industria militar y el comercio de armas, que en la
actualidad han cobrado proporciones inauditas.
Pero todos estos medios políticos y militares
no son sino paliativos, incapaces de curar al sistema capitalista-revisionista
de la grave enfermedad que padece. […]
Precisamente en estos momentos tan
revolucionarios, cuando existen muchas probabilidades de que la revolución
estalle en los eslabones más débiles de la cadena capitalista y cuando se
siente una enorme necesidad de elevar la conciencia de clase del proletariado,
de preparar el factor subjetivo y reforzar la confianza en la justeza y en el
carácter universal de la teoría marxista-leninista que indica al proletariado y
a las otras masas oprimidas el verdadero camino a seguir para tomar el poder,
los revisionistas prestan un servicio inestimable a la burguesía para que
enfrente y evite la revolución. Por eso la burguesía recurre a todos los medios
para encuadrar a los partidos revisionistas y los sindicatos influenciados por
estos últimos, en la lucha contra la revolución y el comunismo. Toda la línea
del imperialismo norteamericano, del capitalismo mundial y de la burguesía de
cada país, tiende precisamente a alcanzar este objetivo. La burguesía procura
que los partidos revisionistas se pongan de manera abierta y por completo al
servicio del capital, pero actuando con disfraces «comunistas» y luchando
supuestamente para cambiar la situación, y así crear una nueva sociedad
híbrida, en la que no sólo digan su opinión la patronal y las clases ricas,
sino presuntamente también las clases pobres, presentándose los partidos
«comunistas» revisionistas y los partidos socialistas como representantes y
defensores de éstas.[…]
Intentan con todas sus fuerzas superar las
crisis, atenuar o sofocar las situaciones revolucionarias para que no se
transformen en revolución. Pero las crisis y las situaciones revolucionarias
son fenómenos objetivos que no dependen de la voluntad y los deseos ni de los
capitalistas, ni de los revisionistas, ni de ningún otro. Sólo podrán ser
evitadas cuando desaparezca el régimen capitalista de opresión y explotación
que las origina de manera inevitable.
Los imperialistas, los demás capitalistas y
los revisionistas saben bien que la revolución no estalla por sí misma en los
periodos de crisis y de situaciones revolucionarias. Por eso, dirigen su
atención y sus golpes principales contra el factor subjetivo. Por un lado, se
esfuerzan por aturdir y embaucar al proletariado, a las masas trabajadoras, a
los pueblos, por dificultar que adquieran conciencia de la necesidad absoluta
de la revolución y por impedir que se unan y se organicen; por otro lado,
pugnan por destruir el movimiento marxista-leninista internacional, para que no
crezca ni se fortalezca, para que no se convierta en una gran fuerza política
dirigente de la revolución, para que los auténticos partidos
marxista-leninistas de cada país no se doten de la capacidad política e
ideológica que les permita unir, organizar, movilizar y dirigir a las masas en
la revolución y llevarlas a la victoria.
Pero, por más que los imperialistas, los
capitalistas, los revisionistas y los reaccionarios se esfuercen y luchen, no
podrán detener el avance de la rueda de la historia. Sus esfuerzos y su lucha
chocarán con los esfuerzos y la lucha revolucionaria del proletariado y de los
pueblos amantes de la libertad; a su vez, los revisionistas modernos correrán
la misma suerte, que los socialdemócratas y todos los oportunistas del pasado,
la misma suerte que todos los lacayos de la burguesía y del imperialismo.
La lucha de liberación de los pueblos, parte integrante de la revolución
mundial
Cuando hablamos de la revolución no tenemos
en cuenta sólo la revolución socialista. Como han explicado Lenin y Stalin, hoy
en la época de la transición revolucionaria del capitalismo al socialismo,
también la lucha de liberación de los pueblos, las revoluciones
nacional-democráticas, antiimperialistas, los movimientos de liberación
nacional, son parte de un proceso revolucionario único, de la revolución
proletaria mundial.
«El
leninismo –dice Stalin– demostró... que
la cuestión nacional puede ser solucionada sólo en ligazón con la revolución
proletaria y sobre la base de ésta, que el camino del triunfo de la revolución
en el Occidente pasa por la alianza revolucionaria con el movimiento de liberación
de las colonias y de los países dependientes, contra el imperialismo. La
cuestión nacional es parte integrante de la cuestión general de la revolución
proletaria, parte componente de la cuestión de la dictadura del proletariado.»
Esta ligazón se ha vuelto más clara, más
natural, hoy, cuando la mayoría de los pueblos, con el desmoronamiento del
viejo sistema colonial, han dado un gran paso adelante en el camino hacia la
independencia, creando sus propios Estados nacionales y cuando, después de
haber dado este paso, aspiran a avanzar más aún. Ellos quieren suprimir el
sistema neocolonialista, toda dependencia del imperialismo, toda explotación
del capital extranjero, quieren su plena soberanía e independencia económica y
política. Está confirmado que estas aspiraciones pueden ser materializadas, que
tales objetivos pueden ser alcanzados, sólo con la supresión de toda dominación
y dependencia extranjeras, y poniendo fin a la opresión y la explotación de los
burgueses y los terratenientes del país.
De ahí la ligazón y el entrelazamiento de la
revolución nacional-democrática, antiimperialista, de liberación nacional, con
la revolución socialista, porque la primera, al golpear al imperialismo y a la
reacción, que son enemigos comunes del proletariado y de los pueblos, abre el
camino también a las grandes transformaciones sociales, contribuye al triunfo
de la revolución socialista. Y viceversa, la revolución socialista, al golpear
a la burguesía imperialista, al destruir sus posiciones económicas y políticas,
crea condiciones favorables y facilita el triunfo de los movimientos de
liberación.
Así enfoca el Partido del Trabajo de Albania
la cuestión de la revolución; la enfoca desde posiciones marxista-leninistas,
por eso apoya y respalda con todas sus fuerzas las justas luchas de los pueblos
amantes de la libertad contra el imperialismo norteamericano, el
socialimperialismo soviético y las otras potencias imperialistas, contra el neocolonialismo,
dado que con ellas aportan su contribución a la causa común de la destrucción
del imperialismo, del sistema capitalista, y al triunfo del socialismo en cada
país y a escala mundial.
Por eso, cuando sacamos la conclusión de que
la revolución es un problema planteado que espera solución, que está a la orden
del día, no sólo tenemos en cuenta la revolución socialista, sino también la
revolución democrática antiimperialista.
El grado de madurez de la situación
revolucionaría, el carácter y el desarrollo de la revolución, no pueden ser
idénticos en todos los países. Ello depende de las condiciones históricas
concretas de cada uno en particular, del estadio de su desarrollo económico y
social, de la correlación de clases, de la situación y el nivel de organización
del proletariado y de las masas oprimidas, del grado de intervención de las
potencias extranjeras en diversos países, etc. Cada país y cada pueblo tienen
planteados muchos problemas específicos de la revolución, que son bastante
complejos.[...]
La aspiración general y común de estos
pueblos es suprimir todo yugo extranjero imperialista colonial y neocolonial,
la opresión que ejerce la burguesía interna. Los pueblos de África, América
Latina, Asía y otras zonas expresan vehementemente su repulsa y su odio contra
el yugo extranjero y también contra el de las camarillas dominantes burguesas o
latifundista-burguesas internas, vendidas a los imperialistas norteamericanos,
a los socialimperialistas soviéticos o a otros imperialistas. Ahora se han
despertado y ya no soportan por más tiempo el saqueo de sus riquezas, de su
sudor y su sangre, no pueden resignarse por más tiempo al atraso económico,
social y cultural en el que se encuentran.
La lucha contra el imperialismo
norteamericano y el socialimperialismo soviético, los principales enemigos de
la revolución, de la liberación nacional y social de los pueblos, la lucha
contra la burguesía y la reacción, hacen que los pueblos tengan muchos intereses
comunes, muchos problemas comunes y que, sobre esta base, se unan.
La
lucha contra Israel, el instrumento más sanguinario del imperialismo
norteamericano, el cual se ha convertido en un gran obstáculo para el avance de
los pueblos árabes, es una cuestión común a todos ellos. No obstante, en la práctica, no todos los Estados
árabes son de la misma opinión sobre la lucha que deben llevar a cabo
conjuntamente contra Israel y sobre el carácter que debe tener esta lucha
contra ese enemigo común. Muchas veces, algunos la consideran desde un estrecho
ángulo nacionalista. Nosotros no podemos estar de acuerdo con una posición de
este tipo. Somos partidarios de que Israel se retire a su propia guarida y
ponga fin a sus posturas y actos chovinistas, provocadores, ofensivos y
agresivos contra los Estados árabes. Exigimos que Israel devuelva a los árabes
los territorios que les ha arrebatado, que los palestinos conquisten todos sus
derechos nacionales, pero jamás seremos partidarios de que el pueblo israelí
desaparezca.
Asimismo los esfuerzos encaminados a
liberarse completamente de las garras del imperialismo y del
socialimperialismo, a reforzar su libertad y su soberanía, son comunes a los
pueblos árabes.
Sin embargo, cada pueblo árabe tiene sus
propias características, tiene problemas específicos, diferentes de los
problemas de los otros y que se derivan del grado de desarrollo
económico-social, del nivel cultural, de la organización estatal, del grado de
libertad y soberanía, de la unificación de las gens y tribus en muchos de
ellos, etc. Es imposible confundir todos estos elementos particulares y
pretender que el problema de la libertad, la independencia, la democracia y el
socialismo en estos países sea solucionado para todos en la misma forma y al
mismo tiempo.
En los países árabes que han presentado mayor
interés para la burguesía, los diversos imperialistas han invertido
considerables sumas para explotar las riquezas naturales y a los pueblos. Para
este fin ha sido preciso que se creasen ciertas condiciones de trabajo tanto
para los colonizadores como para los colonizados. Allí donde las riquezas
naturales han sido más abundantes y mayores los intereses de los colonizadores,
la explotación del pueblo y de las riquezas ha sido más intensa. Naturalmente,
la explotación de las riquezas ha traído aparejado un cierto desarrollo, pero
que no puede ser considerado como un desarrollo general y armonioso de la
economía de este o aquel país. Los colonizadores han financiado y ayudado a los
jefes de las principales tribus, que se habían entregado en cuerpo y alma y
vendido las riquezas de sus pueblos a los ocupantes imperialistas, y que sólo
recibían un pequeño tanto por ciento de las fabulosas ganancias que obtenían
los colonizadores.
Con esto y con la ayuda de sus amos del
exterior, los jefes de estas tribus, según el caso y según el potencial del Estado
que les había esclavizado, crearon una especie de Estado, supuestamente
independiente, sostenido y controlado por el país colonizador. Así, con la
ayuda de los colonizadores, los jefes de las tribus se convirtieron en capas de
la burguesía rica de los jeques que, por unas migajas, vendieron sus
territorios y junto con ellos a los pueblos, colocándolos bajo un doble yugo,
el de los colonizadores extranjeros y el propio. De esta forma, en los países
árabes se crearon y se pusieron frente a frente, por un lado, la capa de la
gran burguesía, de los grandes feudales, de los reyes medievales, y, por otro
lado, los esclavos, el proletariado que trabajaba en las concesiones extranjeras.
Las capas altas, con el dinero y las ganancias que les proporcionaban los
explotadores extranjeros, adoptaron el modo de vida de la burguesía europea y
norteamericana. Sus hijos fueron a cursar estudios a las escuelas de los
colonizadores, donde recibieron una cierta cultura occidental. Se hacían pasar
por representantes de la cultura de su pueblo, pero de hecho, fueron preparados
para mantener subyugadas a las masas trabajadoras y permitir que los
colonizadores explotaran a éstas de continuo y hasta la médula.[…]
Por eso, cuando nos referimos a los pueblos
árabes, llegamos a la conclusión de que sus problemas no son idénticos, aunque
tienen muchos intereses comunes, ni pueden ser solucionados de la misma manera
en todos los países. Asimismo no podemos afirmar que entre estos países existan
una alianza y la misma opinión sobre la solución de los problemas comunes. Los problemas
de cada Estado árabe son diferentes, no sólo debido a la diferente actitud de
sus gobiernos, sino también a la actitud de los Estados coloniales y
neocoloniales que todavía hacen la ley en la mayoría de ellos.
Lo
dicho para los pueblos árabes, es aplicable a los pueblos del continente
africano. África es un mosaico de pueblos con una antigua cultura. Cada uno de ellos tiene su cultura, sus
costumbres, su modo de vida, que se encuentran, en unos sitios más y en otros
menos, en un estadio bastante atrasado, por causas conocidas. El despertar de
la mayor parte de estos pueblos no hace mucho que ha empezado. De jure, los pueblos africanos han
obtenido en general la libertad y la independencia. Pero no se trata de una
libertad y una independencia auténticas, porque la mayoría de ellos se
encuentran todavía en estado colonial o neocolonial. Muchos de estos países son
gobernados por los cabecillas de las viejas tribus, que han tomado el poder y
se apoyan en los viejos colonialistas o en los imperialistas norteamericanos y
los socialimperialistas soviéticos. Tales métodos de gobierno en estos Estados,
no son ni pueden ser en este estadio otra cosa que un acentuado remanente del
colonialismo. Los imperialistas dominan de nuevo en la mayor parte de los
países africanos a través de los consorcios, de los capitales industriales
invertidos, de los bancos, etc. La inmensa mayoría de las riquezas de estos
países continúa afluyendo a las metrópolis.
Esa libertad e independencia de que gozan los
países africanos, unos las han conquistado con la lucha, mientras que los otros
las han obtenido sin ella. Durante el periodo de su dominación colonial en
África, los colonizadores ingleses, franceses y otros han reprimido a los
pueblos, mas también han creado una burguesía indígena más o menos educada a la
manera occidental. De esta burguesía han surgido también personalidades. Entre
ellas hay un considerable número de elementos antiimperialistas, de
combatientes por la independencia de su país, pero la mayoría o bien se mantiene
fiel a los viejos colonizadores, para conservar estrechos vínculos con ellos
aún después de la desaparición formal del colonialismo, o bien se ha puesto
bajo la dependencia económica y política de los imperialistas norteamericanos o
de los socialimperialistas soviéticos.
En el pasado, los colonizadores no hicieron
grandes inversiones. Así ocurrió, por ejemplo, en Libia, Túnez, Egipto y otros
países. No obstante, en todos ellos los colonizadores saquearon las riquezas,
se apoderaron de vastos territorios y crearon un proletariado, importante
numéricamente, en determinadas ramas de la industria, como la de extracción y
transformación de las materias primas. Asimismo trasladaron a las metrópolis, a
Francia por ejemplo, pero también a Inglaterra, una gran cantidad de mano de
obra barata que trabajaba en las minas y las fábricas de los colonizadores.
En las otras regiones de África; sobre todo
en África negra, el desarrollo industrial ha quedado más atrasado. Todos los
países de esta cuenca estaban repartidos especialmente entre Francia,
Inglaterra, Bélgica y Portugal. Hace mucho que en ellos se descubrieron grandes
riquezas del subsuelo, como diamantes, hierro, cobre, oro, estaño; etc., y que
se creó una industria de extracción y tratamiento de los minerales.[…]
…los pueblos africanos aún tienen por delante
una gran lucha. Esta lucha es y será muy compleja, diferente en los diversos
países, debido a las condiciones del desarrollo económico, cultural y
educacional, del grado de su despertar político, de la gran influencia que
ejercen entre las masas de estos pueblos las diversas religiones, como la
cristiana, la musulmana, las viejas creencias paganas, etc. Esta lucha resulta
aún más difícil porque en muchos de estos países pesa actualmente la dominación
neocolonialista junto con la de las camarillas nativas burgués-capitalistas. En
ellos la ley la hacen los poderosos Estados capitalistas e imperialistas que
subvencionan o que tienen bajo su dependencia a las camarillas dominantes, a
las que aúpan al poder y derrocan cuando lo exigen los intereses de los
neocolonizadores o cuando se rompe el equilibrio de estos intereses.
La política de los latifundistas, la
burguesía reaccionaria; los imperialistas y los neocolonialistas tiende a
mantener a los pueblos africanos continuamente subyugados, en el oscurantismo,
a impedir su desarrollo social, político e ideológico, a obstaculizar su lucha
por la conquista de estos derechos. En la actualidad, vemos que los mismos
imperialistas que en el pasado dominaron a estos pueblos, y otros imperialistas
nuevos, intentan penetrar en el continente africano, interviniendo de todas las
formas en los asuntos internos de los pueblos. Todo ello ha hecho que se
exacerben cada vez más las contradicciones entre los imperialistas, entre los
pueblos y las direcciones burgués-capitalistas de la mayoría de estos países,
entre los pueblos y los nuevos colonizadores.
Estas contradicciones deben ser aprovechadas
por los pueblos, tanto para profundizarlas como para beneficiarse de ellas.
Pero esto sólo se logrará a través
de la lucha resuelta del proletariado, del campesinado pobre, de todos los
oprimidos y los esclavos, contra el imperialismo y el neocolonialismo, contra
la gran burguesía nativa, los latifundistas y todos los organismos creados por
ellos. En esta lucha les corresponde desempeñar un papel particular a los
hombres progresistas y demócratas, a los jóvenes revolucionarios y a los
intelectuales patriotas, los cuales aspiran a ver sus países avanzando libres e
independientes en el camino del desarrollo y del progreso. Sólo mediante una
lucha continua y organizada se les hará la vida difícil y el gobernar imposible
a los opresores y explotadores nativos y extranjeros. Esta situación, será
preparada en las condiciones concretas de cada Estado africano.
El imperialismo inglés y el imperialismo
norteamericano no han concedido ni una sola libertad a los pueblos de África.
Todos vemos, por ejemplo, lo que ocurre en África del Sur, que está dominada
por los racistas blancos, por los capitalistas ingleses, dominada por los
explotadores, los cuales reprimen ferozmente a los pueblos de color de este Estado
donde impera la ley de la jungla. Muchos otros países de África están dominados
por los consorcios y los capitales de los Estados Unidos de América,
Inglaterra, Francia, Bélgica, de los demás viejos colonizadores e
imperialistas, que se han debilitado en cierta medida, pero que continúan
controlando los puntos clave de la economía.
También
los pueblos de Asia han recorrido un camino lleno de sufrimientos y
penalidades, de despiadada opresión y explotación imperialistas. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial
las nueve décimas partes de la población de este continente, sin contar el Asia
soviética, se encontraban en una situación de opresión y explotación colonial y
semicolonial ejercidas por las potencias imperialistas de Europa, el Japón y
los Estados Unidos de América. Sólo Gran Bretaña poseía en Asia colonias con
una extensión de 5 millones 635 mil km2 y con más de 420 millones de
habitantes. La opresión y la explotación colonial de la aplastante mayoría de
los países de Asia, los había dejado en un acentuado atraso económico-social y
cultural y en una tremenda miseria. Sólo servían como fuentes de abastecimiento
de materias primas a las metrópolis imperialistas (petróleo, carbón, cromo,
manganeso, magnesita, estaño, caucho, etc.).
Después de la guerra también en Asia fue
destruido el régimen colonial. En las viejas colonias se levantaron Estados
nacionales aparte. En la mayoría de ellas se logró esta victoria por medio de
una lucha sangrienta de las masas populares contra los colonizadores y los
ocupantes japoneses.
La lucha libertadora del pueblo chino, la
cual condujo a la liberación de China de la dominación imperialista japonesa,
al aniquilamiento de las fuerzas reaccionarias de Chiang Kai-shek y al triunfo
de la revolución democrática, tuvo una particular importancia para el
derrocamiento del colonialismo en Asia. Esta victoria, en un gran país como
China, ejerció durante uno cierto periodo una amplia influencia en la lucha de
liberación de los pueblos asiáticos y de los otros países dominados por las potencias
imperialistas o dependientes de ellas. Pero esta influencia fue debilitándose
paulatinamente, debido a la línea que adoptó la dirección china tras la
creación de la República Popular China.
La dirección china proclamó que su país se
había encauzado por el camino del desarrollo socialista. Los revolucionarios y
los pueblos del mundo amantes de la libertad, que deseaban y esperaban que se
convirtiera en un poderoso baluarte del socialismo y de la revolución mundial,
saludaron calurosamente esta proclamación. Pero sus deseos y sus esperanzas no
se confirmaban. La gente no quería creérselo, pero los hechos y la situación
muy agitada y turbulenta que predominaba en China, demostraban que no marchaba
por el camino del socialismo.
Mientras tanto, la lucha de los pueblos
asiáticos no había finalizado con la destrucción del colonialismo. Los
colonizadores ingleses, franceses, holandeses, etc., a pesar de verse obligados
a reconocer la independencia de las antiguas colonias, querían conservar sus
posiciones económicas y políticas a fin de continuar la dominación y la
explotación bajo otras formas, neocolonialistas. La situación se agravó
particularmente por la penetración de los Estados Unidos de América en Asia,
sobre todo en el Lejano Oriente, en el Sudeste Asiático y en las islas del
Pacifico. Esta zona tenía y tiene una gran importancia económica,
militar-estratégica para el imperialismo norteamericano. Allí estableció
grandes bases y flotas de guerra. Paralelamente a esto, el capital
norteamericano clavó sus sangrientas garras en la economía de esas regiones.
Entretanto, los imperialistas norteamericanos llevaron a cabo operaciones
militares y acciones diversionistas de gran envergadura a fin de aplastar los
movimientos de liberación nacional en los países asiáticos. Lograron dividir
Corea y Vietnam en dos partes, implantando regímenes reaccionarios, títeres, en
la parte sur de estos países. En numerosas ex colonias y semicolonias de Asia,
se establecieron regímenes latifundista-burgueses proimperialistas. De este
modo se conservaron allí la esclavitud medieval, la feroz dominación de los
maharajás, los reyes, los jeques, los samuráis, de los señores capitalistas
«modernizados». Estos regímenes vendieron otra vez sus países a los
imperialistas, sobre todo al imperialismo norteamericano, frenando así
considerablemente el desarrollo económico, social y cultural de estos países.
En estas condiciones, los pueblos de Asia,
agobiados de nuevo por el pesado yugo imperialista y latifundista-burgués, se
vieron obligados a no deponer las armas y continuar su lucha libertadora a fin
de liquidar este yugo. En general esta lucha estaba dirigida por los partidos
comunistas. Allí donde estos partidos habían logrado crear estrechos vínculos
con las masas, hacerlas conscientes de los objetivos libertadores de la lucha,
movilizarlas y organizarlas en la guerra revolucionaria, esta lucha dio
resultados positivos. La histórica victoria que lograron los pueblos de
Indochina, especialmente el pueblo vietnamita, sobre los imperialistas
norteamericanos y sus lacayos nativos latifundista-burgueses, demostró al mundo
entero que el imperialismo, aún siendo como los Estados Unidos de América una
superpotencia, a pesar de su gran potencial económico y militar y los modernos
medios de guerra de que dispone y que utiliza para aplastar los movimientos de
liberación, no es capaz de someter a los pueblos y los países, sean grandes o
pequeños, cuando están decididos a hacer cualquier sacrificio y luchar con
abnegación hasta el fin por su libertad y su independencia.
En muchos otros países de Asia, como
Birmania, Malasia, Filipinas, Indonesia, etc., se han desarrollado y todavía
siguen desarrollándose las luchas armadas de liberación. Estas luchas
seguramente habrían logrado mayores éxitos y victorias, si no hubieran sido
obstaculizadas por la intervención y las actitudes antimarxistas y chovinistas
de la dirección china, intervención y actitudes que han provocado escisión y
desorientación en las fuerzas revolucionarias y los partidos comunistas a la cabeza
de estas fuerzas. Por un lado, los dirigentes chinos decían apoyar las luchas
libertadoras en estos países y, por el otro, sostenían a los regímenes
reaccionarios, recibían y despedían con mil honores y elogios a sus cabecillas.
Siempre han seguido la estrategia y la táctica de someter los movimientos de
liberación en los países asiáticos a su política pragmática y a sus intereses
hegemonistas. De continuo han presionado a las fuerzas revolucionarias y a la
dirección de estas fuerzas para imponerles esa política. En realidad, no se han
preocupado por la causa de la liberación de los pueblos y de la revolución en
los países de Asia, sino por la realización de sus designios chovinistas. No
han ayudado a estos pueblos, sólo los han obstaculizado.
El problema de la revolución y de la lucha de
liberación en Asia, jamás se ha planteado con tanta fuerza y de manera tan
imperativa como ahora; nunca ha sido más complicado que ahora ni su solución
más difícil.
Esta complicación y estas dificultades se
deben principalmente a los designios y a la actividad de los imperialistas
norteamericanos, así como a los designios y la actividad antimarxista,
antipopular, hegemonista y expansionista de los revisionistas y los
socialimperialistas soviéticos y chinos.
Los Estados Unidos de América ambicionan e
intentan por todos los medios y con todas sus fuerzas conservar y reforzar sus
posiciones estratégicas, económicas y militares en Asia, puesto que consideran
estas posiciones como vitales para sus intereses imperialistas.
A su vez, también la Unión Soviética aspira a
extender las posiciones que ya ha conquistado en Asia y se vale de todos los
medios y de todas sus fuerzas para conseguirlo.
China, por su parte, ha manifestado
abiertamente su pretensión de dominar a los países asiáticos, estableciendo a
este efecto alianzas con los Estados Unidos de América y, en especial, con el
Japón, y contraponiéndose directamente a la Unión Soviética.
También el Japón pretende dominar en Asia;
éste es un viejo objetivo del imperialismo japonés.
Por eso la Unión Soviética tiene tanto miedo
a la alianza chino-japonesa y la combate tan enérgicamente. Pero tampoco el
imperialismo norteamericano desea que esta alianza cobre mayores proporciones y
supere los límites en que puedan verse afectados sus intereses, a pesar de que
estimuló y dio el «visto bueno» a la firma del Tratado entre China y el Japón
juzgando desde el punto de vista de que este tratado puede frenar la expansión
soviética que va en perjuicio de la dominación norteamericana.
También la India, que es un gran país, tiene
la ambición de convertirse en una gran potencia nuclear y con peso en Asia, de
desempeñar un papel particular, sobre todo dada su posición estratégica en el
cruce de los intereses expansionistas de las dos superpotencias imperialistas,
la norteamericana y la soviética, en el Océano Indico y el Golfo Pérsico, y en
sus fronteras septentrionales y orientales.
Tampoco el imperialismo inglés ha renunciado
a sus designios de dominar los países asiáticos. Otros Estados
capitalista-imperialistas tienen asimismo una meta análoga.
Por esta razón Asia constituye hoy día una de
las zonas en las que tienen lugar las rivalidades interimperialistas más
agudas; se han creado, por lo tanto, muchos focos peligrosos que amenazan con
transformarse en conflagraciones mundiales, que serían pagadas por los pueblos.
Para sofocar las revoluciones y las luchas de
liberación en los países de Asia y abrir paso a sus planes hegemonistas y
expansionistas, los revisionistas soviéticos y chinos, en una febril
competencia entre sí, han realizado y realizan un trabajo muy sucio de escisión
y de zapa en el seno de los partidos comunistas y de las fuerzas
revolucionarias y amantes de la libertad de estos países. Esta actividad fue
una de las causas principales de la catástrofe que sufrió el Partido Comunista
de Indonesia, de la escisión y del desbaratamiento del Partido Comunista de la
India, etc. Predican la alianza y la unidad del proletariado y de las amplias
masas populares con sus respectivas burguesías reaccionarias, esforzándose cada
uno por separado en granjearse la amistad de estas burguesías dominantes.
La injerencia de los socialimperialistas
soviéticos y chinos en los diversos países de Asia, partiendo de sus posiciones
y sus objetivos hegemonistas y expansionistas, amenaza con grandes peligros a
los movimientos de liberación de estos pueblos y ha puesto directamente en
peligro también las victorias de la lucha de liberación en Vietnam, Camboya y
Laos.
En los países asiáticos, las fuerzas
revolucionarias y amantes de la libertad, dirigidas por los partidos comunistas
marxista-leninistas, deben enfrentar y desbaratar tanto el peligro que proviene
de la reacción interna, armada por los amos imperialistas, como los peligros
procedentes de la actividad escisionista y de zapa, y de los planes
hegemonistas y expansionistas de los revisionistas soviéticos y chinos. Además
deben liberarse de una serie de antiguas ideas y concepciones reaccionarias,
religiosas, místicas, budistas, brahmanistas, etc., que frenan el movimiento.
Del mismo modo no deben permitir que arraiguen «nuevas» ideas y concepciones
reaccionarias, como las ideas revisionistas jruschovistas, maoístas y otras
teorías igual de reaccionarias, que desorientan a las masas, las engañan, las
despojan de su espíritu combativo de clase, las meten en callejones tortuosos y
sin salida.
Es cierto que la lucha de liberación que
tienen por delante los pueblos de Asia es difícil, es cierto que choca con
muchos obstáculos, pero no hay ni habrá lucha de liberación ni revolución
fáciles, que no sorteen grandes dificultades y obstáculos, que se lleven a cabo
sin sangre y sin grandes sacrificios, para alcanzar la victoria final.
Los
países de América Latina en general tienen un desarrollo capitalista superior a
los países de África y Asia.
Pero el grado de dependencia de los países latinoamericanos respecto al capital
extranjero no es menor que el de la gran mayoría de los países africanos y
asiáticos.
La mayor parte de los países de América
Latina, a diferencia de los países africanos y asiáticos, se proclamaron Estados
independientes mucho más temprano, a partir de la primera mitad del siglo XIX,
como resultado de las guerras de liberación de sus pueblos en contra de los
colonizadores españoles y portugueses. Estos países habrían avanzado mucho más
si no hubieran caído, inmediatamente después de la supresión del yugo colonial
español y portugués, bajo otro yugo, semicolonial, del capital extranjero,
inglés, francés, alemán, norteamericano, etc. Hasta principios de este siglo,
los colonialistas ingleses eran quienes dominaban la situación en América
Latina. Saqueaban colosales cantidades de materias primas, construían puertos,
ferrocarriles, centrales eléctricas, exclusivamente al servicio de sus propias
sociedades concesionarias, y comerciaban con sus artículos industriales
producidos en Gran Bretaña.
Esta situación cambió, pero no en provecho de
los pueblos latinoamericanos, con la penetración en América Latina de los
Estados Unidos de América, que estaban en la etapa de su desarrollo
imperialista. El imperialismo de los Estados Unidos de América empleó el lema
de «América para los americanos», que estaba encarnado en la «Doctrina Monroe»,
para sentar su dominación exclusiva en todo el hemisferio occidental. La
penetración económica de los Estados Unidos de América en este hemisferio se
llevó a cabo tanto a través de la fuerza militar y del chantaje político, como
de la diplomacia del dólar, por medio del garrote y la zanahoria. Así, en 1930
las inversiones de capitales norteamericanos e ingleses en América Latina se
igualaron, mientras que después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados
Unidos de América se convirtieron en los verdaderos dueños de la economía de
esta parte del globo. Sus grandes monopolios se apoderaron de las ramas clave
de la economía latinoamericana. Los países de esta región entraron a formar
parte del imperio «invisible» del imperialismo norteamericano, que empezó a
hacer la ley en todos ellos, a cambiar a su antojo jefes de Estado y gobiernos,
a dictarles su propia política económica y militar, interior y exterior.
Las sociedades monopolistas de los Estados
Unidos de América sacaban fabulosas ganancias explotando las ricas fuentes
naturales, el trabajo, el sudor y la sangre de los pueblos latinoamericanos.
Por cada dólar invertido en los diversos países del continente, se embolsaban
cuatro o cinco. Y esta situación ha seguido inalterable hasta nuestros días.
A pesar de que las inversiones de capitales
en América Latina por parte de los Estados imperialistas llevaron a la creación
de una cierta industria moderna, especialmente la industria de extracción, y
también la industria ligera y alimenticia, estas inversiones han frenado
sobremanera el desarrollo económico general de sus países. Los monopolios
extranjeros y la política neocolonialista de los estados imperialistas
deformaron monstruosamente el desarrollo económico de estos países, le dieron
un carácter unilateral, de monocultivo, los convirtieron en simples
abastecedores de materias primas: Venezuela se especializó en el petróleo,
Bolivia en el estaño, Chile en el cobre, Brasil y Colombia en el café, Cuba,
Haití y la República Dominicana en el azúcar, Uruguay y Argentina en productos
ganaderos, Ecuador en plátanos y así sucesivamente.
El carácter unilateral de la economía de
estos países hacía que ella fuera totalmente inestable, totalmente incapaz de
desarrollarse de manera acelerada y en todos sus aspectos, completamente
dependiente de las coyunturas y las fluctuaciones de los precios en el mercado
capitalista mundial. Cualquier descenso de la producción, cualquier síntoma de
crisis económica en los Estados Unidos de América y en los otros países capitalistas,
necesariamente se reflejaría de manera negativa, e incluso en mayor medida,
también en la economía de los países de América Latina.
Después de la Segunda Guerra Mundial, las
metrópolis imperialistas comenzaron a hacer grandes inversiones directas en las
diversas ramas de la industria, en las minas, la agricultura, a comprar
empresas nacionales, etc. Dominaron sectores enteros de la producción,
extremaron la expoliación de los países latinoamericanos. Al mismo tiempo,
estimularon la concesión de empréstitos y las financiaciones con una elevada
tasa de interés, sometiendo aún más dichos países a la dominación extranjera y,
en primer lugar, a la de los Estados Unidos de América. Sólo Brasil y México
deben a los bancos extranjeros respectivamente casi 40.000 y 30.000 millones de
dólares.
El desarrollo capitalista en América Latina
se ha quedado en general atrasado, también por el hecho de que aún subsisten
bastantes residuos de los latifundios, que no se han despojado por completo de
su carácter feudal, y por eso algunos de los países latinoamericanos tienen un
atraso tan acentuado como los de Asia y África. En función de la política
económica y la intervención imperialista directa, en los países de América
Latina se ha creado una oligarquía, una gran burguesía monopolista bastante
poderosa que, junto con los grandes propietarios de tierras, detenta el poder
y, siempre con el apoyo del imperialismo norteamericano y juntamente con él,
oprime y explota despiadadamente a la clase obrera, al campesinado y a las
otras capas trabajadoras, que llevan una vida miserable.
Este desarrollo ha creado también un
proletariado industrial bastante grande, que junto con el proletariado agrícola
y los obreros de la construcción y los servicios, representa casi la mitad de
la población, a diferencia de África y Asia, donde en la mayor parte de los
países la clase obrera es muy reducida.
Además, en América Latina, el campesinado y
la clase obrera, surgida de sus filas, poseen ricas tradiciones de combate
revolucionario, adquiridas en las incesantes luchas por la libertad, por la
tierra, por el trabajo y por el pan, tradiciones que se han desarrollado aún
más en las batallas contra la oligarquía nativa y contra los monopolios
extranjeros, contra el imperialismo norteamericano. Los pueblos de América
Latina se encuentran entre los pueblos que más se han enfrentado a los
opresores y explotadores internos y externos, y que más sangre han derramado.
Las victorias que han logrado en estos enfrentamientos no han sido pocas ni
pequeñas, pero todavía en ningún país han triunfado plenamente las libertades
democráticas, ha desaparecido totalmente la explotación ni se ha logrado la
plena independencia y soberanía nacionales. Los pueblos latinoamericanos
cifraron muchas esperanzas, muchas ilusiones, en la victoria del pueblo cubano,
la cual fue una inspiración y un estímulo en la lucha para sacudirse el yugo de
los opresores capitalistas y terratenientes nativos y de los imperialistas
norteamericanos. Pero estas esperanzas y esta inspiración se desvanecieron
rápidamente, cuando vieron que la Cuba castrista no se desarrollaba por el
camino del socialismo, sino del capitalismo de tipo revisionista, y con mayor
motivo cuando se convirtió en vasalla y mercenaria del socialimperialismo
soviético.
Al igual que en todos los continentes,
también en América Latina hoy las situaciones se presentan complicadas.
En la mayoría de los países estas situaciones
son revolucionarias y plantean a la orden del día las revoluciones, para
derrocar el régimen burgués-latifundista y liquidar la dependencia
imperialista. Naturalmente, estas revoluciones no pueden tener en todas partes
el mismo carácter, seguir el mismo proceso y resolverse de la misma manera, por
razones ya conocidas, esto es, por las condiciones y los problemas particulares
que tiene cada país o grupo de países, los diferentes grados de desarrollo
económico-social y de dependencia del imperialismo y del socialimperialismo, el
nivel de moderación o de fascistización de los regímenes burgueses, etc. Pero
una cosa parece indispensable, la necesidad de entrelazar, más que en muchos
países de África y Asia, las tareas antiimperialistas, democráticas y
socialistas de la revolución.
De la misma manera, en América Latina hay
muchas ventajas para la preparación del factor subjetivo de la revolución,
debido a una conciencia bastante elevada y a la disposición de las amplias
masas populares a luchar contra la opresión y la explotación interna y
extranjera, por la libertad, la democracia y el socialismo. Pero su completa
preparación es obstaculizada, confundida y atacada con todas las fuerzas no
sólo por los imperialistas, particularmente los norteamericanos, y la reacción
interna, sino también por los revisionistas de los respectivos países y los
otros oportunistas, lacayos del capitalismo, así como por los revisionistas
soviéticos y chinos.
El imperialismo norteamericano, siguiendo la
política de siempre para que América Latina continúe siendo su feudo, del cual
saca superganancias colosales, maniobra con todos los medios, militares,
diversionistas, demagógicos y mistificadores, para no permitir que algún otro
imperialismo predomine allá, y garantizar que en ningún país estalle y triunfe
la revolución. Quiere conservar así la completa dependencia de los países
latinoamericanos respecto a los Estados Unidos de América y también el sistema
burgués-latifundista en estos países.
A este efecto, una importante arma en manos
de los Estados Unidos de América es la llamada Organización de Estados
Americanos, que es manipulada por el presidente, el Pentágono y el Departamento
de Estado norteamericanos. Los estatutos de esta organización les confieren el
derecho de intervenir valiéndose de todos los medios y procedimientos, incluso
los militares, para mantener el statu quo,
tanto interior como exterior, en los países de América Latina.
Mientras tanto, los grandes monopolios
norteamericanos han perfeccionado los métodos de explotación en estos países,
organizando sociedades monopolistas multinacionales, cuyos hilos son manejados
desde su central en los Estados Unidos de América, y utilizando en grandes
proporciones el capitalismo estatal, a través del cual logran manipular los
gobiernos y el aparato estatal de cada país en general.
Pero éstos y muchos otros medios que utilizan
los Estados Unidos de América no pueden resolver los problemas provocados por
la grave crisis económica y política que ha afectado también a los países
latinoamericanos.
En un momento en que los capitalistas y los
terratenientes nativos no pueden vivir a no ser que lo hagan bajo la tutela y
con el apoyo del imperialismo norteamericano, la idea de la revolución, como el
único medio indispensable para asegurar la liberación nacional y social,
penetra cada vez más profunda y ampliamente en la conciencia del proletariado,
del campesinado trabajador, de la intelectualidad progresista y de las masas de
la juventud de estos países.
Para evitar las revoluciones, los imperialistas
norteamericanos con los capitalistas nativos utilizan dos métodos principales.
Uno, el de establecer regímenes militar-fascistas por medio de un
pronunciamiento militar, cuando ven amenazadas de manera inminente sus
posiciones. Así actuaron en Brasil, Chile, Uruguay, Bolivia, etc. El otro
método es la organización de regímenes democrático-burgueses, con acentuadas
limitaciones y una pronunciada carencia de libertades fundamentales, como en
Venezuela y México, o como están haciendo actualmente en Brasil, esforzándose
así por atenuar las tensiones revolucionarias y dar la impresión de que la
burguesía de dichos países y, en mayor medida, la administración de los Estados
Unidos de América y su presidente, se preocupan por los «derechos humanos».
Pero tales medios y maniobras no pueden
resolver los problemas de la crisis, no pueden evitar las situaciones
revolucionarias, no pueden borrar la revolución del orden del día.
El proletariado con todas las fuerzas
revolucionarias de los países latinoamericanos se encuentran ante tareas
revolucionarias muy importantes. Para realizar estas tareas, llevar a cabo la
revolución, conquistar la completa independencia nacional, instaurar las
libertades democráticas y el socialismo, deben luchar en muchas direcciones,
contra la oligarquía burguesa y latifundista nativa, contra el imperialismo
norteamericano, así como contra los diversos servidores del capital, del
imperialismo y del socialimperialismo, tales como los revisionistas
pro-soviéticos y castristas, los revisionistas pro-chinos, los trotskistas y
otros. No sólo tienen el deber de hacer frente a la actividad diversionista y
escisionista de los oportunistas y los revisionistas de diverso pelaje, sino
también de liberarse de las influencias pequeñoburguesas que se reflejan en
algunas concepciones y prácticas golpistas, foquistas, aventureras, que se han
convertido en una cierta tradición, pero que no tienen nada en común con la
verdadera revolución, por el contrario la perjudican enormemente. Pero esta
cuestión requiere un tratamiento cuidadoso.
En lo que atañe a la tradición combativa de
los pueblos de América Latina, en ella predomina el aspecto positivo,
revolucionario, que constituye un factor muy importante y que hace falta
utilizar lo mejor y más ampliamente posible en la preparación y el desarrollo
de la revolución, dando a esta tradición un nuevo contenido, desprovisto de los
elementos negativos propios de las prácticas de los pistoleros y foquistas.
Para realizar estas grandes tareas, los
partidos marxista-leninistas de la clase obrera desempeñarán un papel decisivo.
Estos partidos no sólo han sido creados ya en casi todos los países de América
Latina, sino que la mayoría de ellos han dado importantes pasos hacia adelante
en el trabajo por preparar al proletariado y a las masas populares para la
revolución. En intransigente lucha contra los revisionistas y los demás
oportunistas, contra todos los lacayos de la burguesía y del imperialismo,
contra los puntos de vista y las prácticas castristas, jruschovistas, trotskistas,
tercermundistas, etc., han elaborado una línea política correcta y acumulado
una experiencia de lucha bastante grande para materializar esta línea,
convirtiéndose en portadores de toda la tradición revolucionaria del pasado,
para utilizarla y desarrollarla en adelante a favor del movimiento obrero y de
liberación, con el fin de preparar a las masas y lanzarlas a la revolución.
La situación revolucionaria actual plantea
ante estos partidos la necesidad de mantener vínculos lo más estrechos y
consultarse lo más frecuentemente posible entre sí para que puedan aprovechar
al máximo la experiencia mutua y coordinar sus posiciones y sus acciones en lo
concerniente a los problemas comunes de la lucha contra la burguesía
reaccionaria y el imperialismo, contra el revisionismo moderno soviético,
chino, etc., en lo concerniente a todos los problemas de la revolución.
Ahora que los pueblos han despertado y ya no
aceptan vivir bajo el yugo imperialista y colonial, que exigen la libertad, la
independencia, el desarrollo y el progreso; ahora que crece el odio popular
contra los opresores extranjeros e internos, ahora que África, América Latina y
Asia se han transformado en una caldera en ebullición, para los colonizadores
viejos y nuevos es difícil, si no imposible, dominar y explotar a los pueblos
de estos países con los anteriores métodos y formas. Ellos no pueden abstraerse
de saquear y explotar las riquezas, el sudor y la sangre de estos pueblos.
He aquí la razón de todos los esfuerzos que
se despliegan para encontrar nuevos métodos y formas de engaño saqueo y
explotación, para repartir limosnas, que sin embargo no benefician a las masas,
sino a las clases burgués-latifundistas dominantes.
Mientras tanto, el problema se ha complicado
aún más, porque desde hace tiempo en las antiguas colonias y semicolonias ha
comenzado a penetrar profundamente el socialimperialismo soviético, y porque
también la China socialimperialista ha iniciado febrilmente sus esfuerzos para
introducirse en ellos.[…]
Las potencias imperialistas o
socialimperialistas tratan, de igual modo, de impedir que los pueblos
africanos, asiáticos, latinoamericanos desarrollen su lucha revolucionaria,
etapa tras etapa, contra la opresión, contra la feroz explotación por parte de
sus gobernantes y de los imperialistas que dominan en colusión con ellos y que
les chupan la sangre.
El deber de los revolucionarios, de los
hombres progresistas y patriotas, en los países con un bajo nivel de desarrollo
económico-social y dependientes de las potencias imperialistas y
socialimperialistas, es hacer que los pueblos tomen conciencia de esta opresión
y explotación, educarles, movilizarles, organizarles, lanzarles a la lucha de
liberación, teniendo siempre presente que la revolución es obra de las amplias
masas, de los pueblos. Para lograrlo, es necesario analizar bien la situación
interna y externa de cada país, su desarrollo económico-social, a correlación
de las fuerzas de clase, los antagonismos entre las clases, los antagonismos
entre el pueblo y las camarillas reaccionarias en el poder, y entre el pueblo y
los Estados imperialistas. Sobre esta base podrán sacarse justas conclusiones
acerca de los pasos a dar y las tácticas a seguir. De las fuerzas
revolucionarias se requiere un trabajo intenso, resolución e inteligencia, se
requiere ante todo que se comprenda bien que la lucha de liberación en sus países
puede alcanzar la victoria verdadera sólo ligando esta lucha con la causa del
proletariado, con la causa del socialismo.
Por eso, es necesario que el proletariado de
cada país cree su propio partido revolucionario, que sea capaz de aplicar con
fidelidad las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin, en estrecha relación
con las condiciones de cada país, con la situación de cada pueblo en
particular. Es indispensable que estos partidos conozcan bien la mentalidad de
las masas, el desarrollo económico, político, ideológico y cultural de cada
país y que no actúen de manera imaginaria y aventurera, de manera blanquista,
sino que luchen persistentemente para agrupar en torno suyo a los aliados del
proletariado, a las amplias masas populares.[…]
Los
auténticos revolucionarios llaman a los proletarios y a los pueblos
a
levantarse por el mundo nuevo, por el mundo socialista
La crisis general del capitalismo… va profundizándose
cada vez más. Esto hace que el proletariado, las clases y los pueblos oprimidos
ya no soporten la explotación, exijan que cambie su vida, que sea derrocado el
sistema burgués y suprimido el neocolonialismo, el imperialismo. Pero estas
aspiraciones sólo pueden ser realizadas a través de la revolución. Ninguna
victoria puede ser alcanzada sin enfrentarse y golpear a los enemigos de clase,
internos y externos.
Los verdaderos partidos marxista-leninistas
de la clase obrera como dirigentes de la revolución hacen tomar conciencia al
proletariado, a las masas trabajadoras y a los pueblos, y les preparan política, ideológica y militarmente
para esos enfrentamientos.
Los partidos marxista-leninistas, todos los
revolucionarios, por poco numerosos que sean, penetran en el seno del pueblo,
organizan sistemáticamente, con solicitud y gran paciencia a las masas, las
convencen de su gran fuerza, de que están en condiciones de derrumbar al
capital, de tomar en sus manos el poder y utilizarlo en interés del proletariado
y del pueblo. Estos partidos no piensan que, por ser pequeños, no pueden hacer
frente a la coalición de los partidos de la burguesía y a la opinión creada por
éstos. El deber de los revolucionarios es probar ante las amplias masas del
pueblo que dicha opinión, creada por la burguesía, es falsa, y hace falta
acabar con ella y formar la verdadera opinión revolucionaria, que representa
una gran fuerza transformadora.
Para realizar con éxito su misión, los
partidos marxista-leninistas ante todo piensan en dotarse de una estrategia y
una táctica revolucionarias, una acertada línea política que responda a los
intereses y aspiraciones de las amplias masas populares, a la solución
revolucionaria de los problemas y tareas que plantea en su curso la lucha por la
destrucción del régimen burgués y de la dominación imperialista extranjera.
El
marxismo-leninismo es la única ciencia que permite al partido revolucionario de
la clase obrera elaborar una acertada línea política, definir claramente el
objetivo y las tareas estratégicas, aplicar tácticas y métodos revolucionarios
para la realización de los mismos.
Iluminado por el marxismo-leninismo y en
conformidad con las condiciones concretas económico-sociales y políticas del
país, así como con las circunstancias internacionales, el partido marxista-leninista
sabe orientarse y estar a la cabeza de las masas, en cada momento y cada etapa
de la revolución, sea democrática, de liberación nacional o socialista. Una
estrategia revolucionaria y una acertada línea política fundadas en el
marxismo-leninismo, en la práctica revolucionaria del proletariado mundial y de
las luchas de clases de su propio país, hacen posible determinar claramente el
objetivo estratégico en una etapa dada, determinar cuáles son los principales
enemigos internos y externos en contra de los cuales debe dirigirse el ataque
principal, cuáles son los aliados internos y externos del proletariado, etc.
Los partidos marxista-leninistas tienen como
meta derrocar el régimen capitalista y hacer que triunfe el socialismo,
mientras cuando la revolución en sus países confronta tareas de carácter
democrático y antiimperialista, tienden a desarrollarla ininterrumpidamente, a
elevarla a revolución socialista y a pasar cuanto antes a la solución de las
tareas socialistas.
Tanto el objetivo estratégico de los partidos
marxista-leninistas como los caminos para alcanzarlo, son totalmente diferentes
del objetivo y los caminos de los falsos partidos comunistas y obreros. Los
primeros no pueden concebir el logro de este objetivo sin subvertir las
relaciones capitalistas de producción y sin destruir desde sus cimientos el
viejo aparato estatal, toda la superestructura burguesa. Se atienen a las
enseñanzas de Lenin, que dice:
«La
revolución consiste en que el proletariado destruye
el «aparato administrativo» y todo
el aparato del Estado, substituyéndolo por otro nuevo, constituido por los
obreros armados.»
Los segundos predican la necesidad de conservar
el viejo aparato del Estado, aunque de palabra dicen que están por el
socialismo. Según ellos, el socialismo puede ser implantado a través de
reformas, a través de la vía parlamentaria, e incluso utilizando la vieja
máquina estatal.[…]
En lo que concierne a los partidos
marxista-leninistas, éstos consideran como condición indispensable para trazar
una verdadera estrategia revolucionaria, la determinación de una línea neta de
demarcación entre las fuerzas motrices de la revolución y sus enemigos, y la
clara definición del principal enemigo interno y externo contra el cual, como
señalaba Stalin, es preciso dirigir los golpes principales, sin subestimar ni
olvidar la lucha contra los otros enemigos.
En nuestros días, en las condiciones del
imperialismo, el principal enemigo
interno de la revolución, no sólo en los países capitalistas desarrollados,
sino también en los países oprimidos y dependientes, es la gran burguesía del
país, la cual está a la cabeza del régimen capitalista y se vale de todos los
medios, de la violencia y la represión, de la demagogia y el engaño, para
conservar su dominación y sus privilegios, para estrangular y sofocar cualquier
movimiento de los trabajadores que afecte mismamente a su poder y sus intereses
de clase. Mientras el principal enemigo
exterior de la revolución y de los pueblos es, en las condiciones actuales,
el imperialismo mundial, sobre todo las superpotencias imperialistas. Aconsejar
y llamar al proletariado y a los pueblos oprimidos a apoyarse en una
superpotencia para combatir a otra, o a aliarse con las potencias imperialistas
en nombre de la supuesta defensa de la libertad y la independencia nacional,
como predican los revisionistas chinos, no es más que traicionar la causa de la
revolución.
Los revisionistas han convertido en blanco
suyo especialmente el papel hegemónico
de la clase obrera en la revolución, que constituye uno de los problemas
fundamentales de la estrategia revolucionaria.
«Lo
fundamental en la doctrina de Marx –ha escrito Lenin– es el esclarecimiento del papel
histórico mundial del proletariado como creador de la sociedad socialista.»
Lenin consideraba la negación de la idea de
la hegemonía del proletariado en el movimiento revolucionario como el aspecto
más vulgar del reformismo.
Entre los revisionistas modernos, unos
intentan demostrar que la clase obrera supuestamente se desproletariza y se
convierte en «co-administradora» de las empresas, y que por eso no cabe la
revolución proletaria, no hace falta un régimen social diferente del existente.
Otros pretenden que proletarios ya no son únicamente los obreros, sino todos
los hombres del trabajo y la cultura, todos los empleados, y que por el
socialismo están interesadas no sólo la clase obrera, sino también otras clases
y capas de la sociedad. Por ello, concluyen, el papel hegemónico de la clase
obrera en el movimiento revolucionario actual ha perdido su sentido. Los
revisionistas soviéticos, de palabra, no niegan el papel dirigente de la clase
obrera, mientras en la práctica lo han liquidado, porque han despojado a dicha
clase de toda posibilidad de dirigir. Pero también teóricamente eliminan este
papel, dado que defienden la nefasta teoría «del partido y del estado de todo
el pueblo». Los revisionistas chinos, como pragmáticos que son, colocan a la
cabeza de la «revolución», según el caso, unas veces al campesinado, otras al
ejército, en ocasiones a los estudiantes, etc.
El Partido del Trabajo de Albania defiende
firmemente la tesis marxista-leninista de que la clase obrera constituye la
fuerza decisiva del desarrollo de la sociedad, la fuerza dirigente de la
transformación revolucionaria del mundo, de la construcción de la sociedad
socialista y comunista.
La clase obrera sigue siendo la principal
fuerza productora de la sociedad, la clase más avanzada, y más interesada que
cualquier otra, en la liberación nacional y social, en el socialismo, la
portadora de las mejores tradiciones de organización y lucha revolucionarias.
Ella cuenta con la única teoría científica para conseguir la transformación
revolucionaria de la sociedad y con su partido combativo marxista-leninista que
la guían hacia esta meta. Objetivamente, la historia le ha encomendado la
misión de dirigir toda la lucha para la transición del capitalismo al
comunismo.
La hegemonía del proletariado en la
revolución es decisiva para solucionar, en su propio beneficio y en el de las
masas populares, el problema fundamental de la revolución, el problema del
poder político.
El nuevo poder puede pasar por diversas fases
y recibir diferentes nombres, de acuerdo con las condiciones concretas en las
que se desarrolla la revolución y con las distintas etapas que pueda atravesar,
pero no podrá haber una evolución de la revolución hacia el triunfo del
socialismo sin la instauración de la dictadura del proletariado. Esto nos lo
enseña el marxismo-leninismo, esto nos lo indica también la experiencia de
todas las revoluciones socialistas victoriosas. Por ello, el partido
marxista-leninista, en cualquier circunstancia que se desarrolle la revolución,
jamás renuncia a su objetivo de implantar la dictadura del proletariado.
Los revisionistas de toda laya y de diversas
corrientes, de un modo u otro, todos, sin excepción, niegan la necesidad de
instaurar la dictadura del proletariado, porque están en contra de la
revolución, porque están por salvaguardar y perpetuar el sistema capitalista.
El
proletariado y su partido marxista-leninista van a la lucha junto con sus
aliados. También éste es uno de los problemas más importantes de la estrategia
revolucionaria.
El aliado natural y estrecho del proletariado
es el campesinado pobre, unido al primero no sólo por el objetivo estratégico
inmediato, sino también por el objetivo a largo plazo y final. Asimismo son
aliadas suyas las capas pobres de los trabajadores urbanos. El proletariado con
el campesinado pobre y los demás trabajadores oprimidos y explotados
constituyen las principales fuerzas motrices de la revolución.
También la pequeña burguesía de la ciudad,
que se encuentra constantemente en las tenazas del gran capital y bajo la
amenaza de una completa expropiación, puede y debe ser su aliada.
El proletariado busca y lucha por hacer
aliadas suyas a otras capas de la población, como el sector progresista de la
intelectualidad, que es explotado por el capital interno y externo. En los
países capitalistas y revisionistas el peso de la intelectualidad ha crecido.
Pero, pese a los cambios que han sufrido la posición, el carácter y el papel de
su trabajo, no es ni puede constituir una clase en sí, no es clase obrera ni
puede ser diluida en ésta, como pretenden los diversos revisionistas. Por eso,
como ha señalado Lenin y ha confirmado la historia, la intelectualidad no puede
ser una fuerza social y política independiente. Su papel y su lugar en la
sociedad son determinados por su situación económico-social y sus convicciones
ideológicas y políticas. Por mucho que cambien esta situación y estas
convicciones, la intelectualidad jamás puede sustituir a la clase obrera en el
papel dirigente de la revolución. El deber del proletariado es conquistar al
sector progresista de ella, convencerle de la inevitabilidad del hundimiento
del sistema capitalista y del triunfo del socialismo, hacer de él un aliado en
la revolución.
En los países de África, América Latina,
Asia, etc., con escaso desarrollo económico-social y más dependientes del
capital extranjero y donde las tareas democráticas y antiimperialistas de la
revolución revisten particular importancia, el proletariado puede tener como
aliados al campesinado medio y al sector de la burguesía que no está ligado al
capital extranjero y que aspira a un desarrollo independiente del país.
La vinculación de esta parte de la burguesía
con la revolución democrática y antiimperialista depende de la estrategia y de
una táctica justa del proletariado, y de si el partido revolucionario de la
clase obrera maniobra ágil y prudentemente. El proletariado con su partido
puede convencer, de esta forma, no sólo a la pequeña burguesía, sino también a
ese sector de la burguesía del que hablamos para que se ponga bajo su dirección
y se levante para suprimir la dominación extranjera y a la grande y feroz
burguesía capitalista, instrumento del imperialismo, que oprime y explota, que
desmoraliza al pueblo y adultera sus sentimientos puros, su cultura secular.
Para hacer aliadas suyas a las otras clases y
capas que están interesadas en lograr el objetivo estratégico en una
determinada etapa de la revolución, el proletariado, al igual que en cualquier
otro problema, se ve obligado a enfrentarse con la gran burguesía y los demás
reaccionarios.
La burguesía reaccionaria y los
terratenientes, previendo su derrota, hacen mil esfuerzos y maniobras para
atraerse a la pequeña burguesía, al campesinado y a la intelectualidad
progresista, e impedir que se conviertan en aliados del proletariado. Tratan de
engañar también a la misma clase obrera, a fin de que la revolución no estalle
y, si estalla, no vaya hasta el fin, se estanque o dé marcha atrás.
Por su parte, el proletariado y su partido
marxista-leninista trabajan y cuentan con todas las posibilidades para unir en
torno suyo a sus aliados contra los enemigos comunes, como la gran burguesía,
los terratenientes, los imperialistas y los socialimperialistas, y no permitir
que capas del campesinado y de la pequeña burguesía se conviertan en reservas
del gran capital o de la dictadura fascista, como ocurrió en los tiempos de
Hitler en Alemania, en los de Mussolini en Italia y en los de Franco durante la
Guerra de España.
El partido marxista-leninista mantiene una
actitud cuidadosa y hábil en particular respecto a los posibles aliados
vacilantes o temporales, incluyendo diversas capas de la burguesía media, etc.,
que están atadas por numerosos hilos y diversos intereses, tradiciones y
prejuicios al mundo del capital y al imperialismo. El proletariado y su vanguardia,
el partido marxista-leninista, sin moverse en ningún momento de sus posiciones
de principio, están interesados en ganar para la revolución y la lucha de
liberación también a estas fuerzas, pese a sus vacilaciones y su inestabilidad,
o por lo menos neutralizarlas para que no se conviertan en reservas del
enemigo.[…]
Ateniéndose consecuentemente al principio de
que el factor decisivo del triunfo de la
revolución es el interno, es la propia lucha revolucionaria del
proletariado y del pueblo de un país dado, mientras que el factor exterior es
auxiliar y secundario, los partidos marxista-leninistas no ignoran ni
subestiman en absoluto a los aliados externos de la revolución. Al igual que
para los aliados internos, mantienen al mismo tiempo una actitud flexible y de
principios hacia los aliados externos.
En consonancia con las enseñanzas de Lenin y
Stalin y con las condiciones actuales, ellos ven en el proletariado y en su
movimiento revolucionario en los demás países, en el movimiento revolucionario
antiimperialista de los pueblos oprimidos del mundo y en los verdaderos países
socialistas, a los aliados externos, naturales y seguros, del movimiento
revolucionario de cada país.
En determinados casos pueden darse
circunstancias en que un país socialista o un pueblo que lucha contra la
agresión imperialista o socialimperialista, se encuentre en un frente común
incluso con países del mundo capitalista que luchan contra el mismo enemigo,
como sucedió en el periodo de la Segunda Guerra Mundial.
En tales ocasiones, es de primordial
importancia tener siempre en cuenta los intereses de la revolución, no
olvidados, eclipsados ni sacrificados en nombre de un frente común o de una
alianza con estos aliados provisionales, y que este frente o esta alianza no se
convierta en un objetivo en sí. Especialmente es importante impedir que estos
aliados intervengan para sabotear la revolución y arrebatarle la victoria. La
experiencia del Partido Comunista de Albania respecto a la actitud hacia los
aliados norteamericanos e ingleses en los años de la Lucha Antifascista de
Liberación Nacional es significativa. Esta actitud fue salvadora para los
destinos de la causa de la revolución en Albania.
La
estrategia revolucionaria es inseparable de las tácticas revolucionarias que
aplican los partidos marxista-leninistas a fin de realizar el objetivo y las
tareas de la revolución. Las
tácticas, formando parte de la estrategia y estando a su servicio, pueden
cambiar de acuerdo con los flujos y reflujos de la revolución, con las
circunstancias y las condiciones concretas, pero siempre dentro de los límites
de la estrategia revolucionaria y de los principios marxista-leninistas.
«La
tarea de la dirección táctica –dice
J. Stalin– es
dominar todas las formas de lucha y de organización del proletariado y asegurar
su justo aprovechamiento, para el logro del máximo de resultados en una
correlación de fuerzas dada, cosa que es necesaria indispensablemente para
preparar el éxito estratégico.»
Los auténticos partidos marxista-leninistas,
al adoptar tácticas y formas de lucha ágiles para llevar adelante la causa de
la revolución, en todo momento se atienen con fidelidad a los principios
revolucionarios. Rechazan y combaten toda tendencia a abandonar los principios
en aras de las tácticas, son los más resueltos adversarios de toda política
carente de principios, coyuntural y pragmática, que caracteriza toda la
actividad de los revisionistas de todas las corrientes.
La revolución siempre es obra de las masas,
dirigidas por la vanguardia revolucionaria. Por eso el partido
marxista-leninista no puede dejar de prestar una gran atención a la
organización revolucionaria de las masas en forma adecuada, partiendo de las
condiciones y las circunstancias concretas, de las tradiciones que existen en
cada país, etc. Sin lazos organizados del partido con las masas es inimaginable
el levantamiento, la preparación y la movilización de las mismas en la lucha
revolucionaria.
Justamente por esta razón el partido
marxista-leninista dedica mucha importancia a la creación de organizaciones de
masas, bajo su dirección. Como es natural, éste no es un problema de fácil
solución, sobre todo en la actualidad cuando en todos los países capitalistas y
revisionistas existen toda suerte de organizaciones sindicales,
cooperativistas, culturales, científicas, juveniles, femeninas, etc., cuya
mayoría se encuentra bajo la dirección y la influencia de la burguesía, de los
revisionistas y de la iglesia.
Pero, como nos enseña Lenin, los comunistas
deben penetrar y trabajar en todas partes donde estén las masas. Por eso no
pueden dejar de trabajar en las organizaciones de masas controladas o
influenciadas por la burguesía, la socialdemocracia, los revisionistas, etc.
Los marxista-leninistas trabajan en ellas para socavar la influencia y la
dirección de los partidos burgueses y reformistas, para propagar entre las
masas la influencia del partido revolucionario de la clase obrera, para
denunciar el carácter mistificador de los programas y de la actividad de los
cabecillas de estas organizaciones, para dar a la acción de las masas un
carácter político anticapitalista, antiimperialista, antirrevisionista.
Mediante el trabajo revolucionario que despliegan en las filas de las masas,
pueden formarse asimismo fracciones revolucionarias en el seno de estas
organizaciones, e incluso puede darse la posibilidad de apoderarse de la
dirección de estas organizaciones y orientarlas en el justo camino.
Pero, en cualquiera de los casos, el partido
marxista-leninista nunca renuncia a su objetivo de levantar organizaciones
revolucionarias de masas, bajo su propia dirección.[...]
El auténtico partido marxista-leninista y los
comunistas revolucionarios participan activamente en las huelgas y las
manifestaciones de los obreros y luchan por convertirlas en huelgas y
manifestaciones políticas, a fin de hacer imposible la vida al capitalismo, a
la patronal, a los cártels, a los monopolios y a los cabecillas sindicales. En
el curso de esta vasta actividad, el proletariado se enfrentará de forma cada
vez más frecuente y abierta con las fuerzas armadas del régimen burgués, y a
través de los enfrentamientos aprenderá a combatir mejor. En el curso de la
lucha encontrará las posibles formas de organización y de lucha revolucionaria
justas y apropiadas. «A nadar se aprende nadando», dice una sentencia popular.
Si no se lucha a través de huelgas, manifestaciones, si no se participa en
acciones contra el capitalismo en general, no puede organizarse ni
intensificarse la lucha para conquistar la victoria final, no puede ser
derrocado el régimen burgués.
La revolución no se prepara con palabrería,
como hacen los diversos revisionistas, o teorizando sobre los «tres mundos»,
como hacen los revisionistas chinos. No triunfa por la vía pacífica. Lenin ha
hablado sobre esta posibilidad en casos particulares, pero siempre ha hecho
hincapié principalmente en la violencia revolucionaria, porque la burguesía
jamás entrega voluntariamente el poder. La
historia del movimiento obrero y comunista internacional, del desarrollo de las
revoluciones y de las victorias de la clase obrera en una serie de países que
fueron socialistas, y en nuestro país socialista, demuestra que hasta el
presente las revoluciones sólo han triunfado a través de la insurrección armada.
La insurrección armada revolucionaria no
tiene nada en común con los putschs
militares. La primera tiene por objetivo lograr cambios políticos radicales,
destruir el viejo régimen desde sus cimientos. Los segundos no conducen ni
pueden conducir al derrocamiento del régimen de opresión y explotación o a la
liquidación de la dominación imperialista. La insurrección armada se basa en el
apoyo de las amplias masas populares, mientras que el putsch es expresión de la desconfianza en las masas, de la
separación de ellas. Las tendencias putschistas en la política y en la
actividad de un partido que se hace llamar partido de la clase obrera
constituyen una desviación del marxismo-leninismo.
De acuerdo con las condiciones concretas de
un país y con la situación en general, la insurrección armada puede ser un
estallido repentino o un proceso revolucionario más largo, pero no sin fin y
sin perspectiva, como preconiza la «teoría de la guerra popular prolongada» de
Mao Tse-tung. Si se hace una confrontación entre las enseñanzas de Marx, Engels,
Lenin y Stalin sobre la insurrección armada revolucionaria y la teoría de Mao
sobre la «guerra popular», aparece claramente el carácter antimarxista,
antileninista, anticientífico de esta teoría. Las enseñanzas
marxista-leninistas sobre la insurrección armada se basan en la estrecha
concatenación de la lucha en la ciudad y en el campo bajo la dirección de la
clase obrera y de su partido revolucionario.
Oponiéndose al papel dirigente del
proletariado en la revolución, la teoría maoísta considera el campo como la
única base de la insurrección armada y descuida la lucha armada de las masas
trabajadoras en las ciudades. Preconiza que el campo debe mantener asediada a
la ciudad, que es considerada como el reducto de la burguesía
contrarrevolucionaria. Esto es una expresión de desconfianza en la clase
obrera, es una negación de su papel hegemónico.
Ateniéndose sin vacilar a las enseñanzas del
marxismo-leninismo sobre la revolución violenta como ley general, el partido
revolucionario de la clase obrera es resuelto adversario del aventurerismo y
jamás juega con la insurrección armada. Desarrolla sin cesar, en todas las
condiciones y circunstancias, diversas formas de lucha y actividad
revolucionarias a fin de prepararse a sí mismo y preparar a las masas para las
batallas decisivas en la revolución, para poner fin a la dominación de la
burguesía mediante la violencia revolucionaria. Pero, sólo cuando la situación
revolucionaria está por completo madura, pone directamente la insurrección
armada al orden del día y adopta todas las medidas políticas, ideológicas,
organizativas y militares para llevarla a la victoria.
Un
poderoso medio en manos del partido marxista-leninista para preparar a las
masas para la revolución, es la propaganda, que debe ser activa, clara y convincente. La propaganda revolucionaria no tiene valor
si se limita únicamente a la fraseología. Sólo una propaganda incisiva,
correctamente relacionada con los problemas de la vida, con los problemas
generales y con las cuestiones locales, una propaganda que ayude a crear en las
amplias masas un espíritu de iniciativa, puede educar política e
ideológicamente al proletariado y a las masas trabajadoras, lanzarlas a la
acción, prepararlas para la revolución. […]
Pero para esclarecer a las masas, para
convencerlas de la justeza de la línea política del partido de la clase obrera,
para prepararlas para la revolución, la propaganda por sí sola no es
suficiente. Lenin dice que para preparar la revolución,
«...se
precisa la propia experiencia política de las masas»
La
propaganda misma es eficaz y hace mella cuando es acompañada de la acción
revolucionaria. Sin acción, el
pensamiento se marchita. Esta actividad no es ni debe ser una aventura, sino
una lucha dura, un choque encarnizado con los enemigos de clase, que pasa de
una forma sencilla a una forma superior, que vence innumerables dificultades y
acepta todos los sacrificios que requiere la revolución.
Los auténticos partidos marxista-leninistas
están a la vanguardia y no a la zaga de la acción revolucionaria. Las
posibilidades momentáneamente escasas de su lucha y sus esfuerzos, con los
cuales se oponen y deben oponerse a la gran fuerza de la reacción capitalista,
no los desalientan. Enseñan a sus miembros a ser osados y a no perder de vista
que su acción justa, ponderada, madura, resuelta, tiene hondas repercusiones en
las masas que les ven actuar y les escuchan. Cuando se obra así, las masas
comprenden que el objetivo de esta o aquella acción revolucionaría va en
interés del proletariado y de los explotados. El valor y la madurez en las
acciones tienen una gran importancia, porque de este modo, palmo a palmo, se
gana terreno y se avanza en el ascenso de la marejada de la revolución. La
acción revolucionaria liga a los partidos de la clase obrera con las masas, los
pone a su cabeza, los hace vencedores sobre los partidos reformistas,
revisionistas.
«Cada
paso de movimiento real –decía
Marx– vale
más que una docena de programas.»
En los países capitalistas, además de las
fuerzas revolucionarias que están dirigidas por el partido marxista-leninista,
hay otras fuerzas que luchan y se enfrentan con la policía, la gendarmería,
etc. Muchas acciones y enfrentamientos de estas otras fuerzas tienen un
carácter terrorista, aventurerista, anarquista, se presentan con toda clase de
colores y etiquetas y están guiadas por diversas ideologías. Estas acciones a
menudo son organizadas a instigación de los servicios secretos de los países
capitalistas, son financiadas por ellos, y tienen por objeto, entre otras
cosas, desacreditar a los partidos marxista-leninistas, atribuyéndoles tales
acciones. Los elementos fascistas o los agentes secretos de la burguesía que
organizan y dirigen frecuentemente estas acciones, se esfuerzan por sacar
partida del descontento, la indignación y el coraje del proletariado, de los
estudiantes, de la juventud en general, a fin de lanzar a los grupos y los
diversos movimientos que forman estas masas a acciones que, además de no tener
nada en común con los movimientos revolucionarios reales, ponen en peligro
estos movimientos, crean la impresión de que el proletariado está en
degradación, de que se ha transformado en lumpenproletariado.
Los partidos marxista-leninistas, dedicando
la debida atención a esta cuestión, deben, de una parte, hacer que las masas se
convenzan por su propia experiencia de que las acciones revolucionarias tienen
un carácter totalmente diferente de los actos terroristas y anarquistas y, de
otra parte, luchar para separar de las filas de los grupos terroristas y
anarquistas a los elementos revolucionarios que han caído en su trampa, para
separados de los fascistas y los agentes secretos de la burguesía infiltrados
en dichos grupos.
Los partidos marxista-leninistas son partidos
de la revolución. En oposición a las teorías y las prácticas de los partidos
revisionistas, que se han hundido de pies a cabeza en el legalismo burgués y en
el «cretinismo parlamentario», no reducen su lucha al trabajo meramente legal
ni tampoco ven éste como su actividad principal. En el marco de los esfuerzos
por dominar todas las formas de la lucha, dedican particular importancia a la combinación del trabajo legal con el
ilegal, dando primacía a este último, por ser decisivo para el
derrocamiento de la burguesía y por ser una verdadera garantía para alcanzar la
victoria. Educan y enseñan a sus cuadros, a sus militantes y a sus simpatizantes
para que sepan obrar con inteligencia, habilidad y valentía tanto en
condiciones legales como ilegales. Pero también cuando actúan en las
condiciones de la profunda clandestinidad, esforzándose por no exponer sus
fuerzas ante el enemigo y proteger la organización revolucionaria de sus
golpes, los partidos marxista-leninistas no se encierran en sí mismos, no
debilitan ni rompen sus lazos con las masas, en ningún momento cesan su
actividad viva entre las masas ni dejan de aprovechar en favor de la causa de
la revolución todas las posibilidades legales que permiten las condiciones y
circunstancias.
El partido marxista-leninista, despojado de
cualquier ilusión acerca de la toma del poder a través de la vía parlamentaria,
puede juzgar y considerar oportuno participar, en algunos casos particulares y
favorables, también en actividades legales, como las elecciones municipales,
parlamentarias, etc., con el único objetivo de propagar su línea entre las
masas y desenmascarar el régimen político burgués. Pero el partido no convierte
esta participación en línea general de su lucha, como hacen los revisionistas,
no convierte estas formas en principales o, lo que es peor, en únicas formas de
lucha.
A la hora de explotar las posibilidades
legales, el partido busca, encuentra y utiliza formas y métodos de carácter
revolucionario, desde los más simples hasta los más complejos, sin medir
sacrificios, haciendo esfuerzos para que estas formas y métodos sean lo más
populares, lo más accesibles a las masas.
En su
actividad, los marxista-leninistas, no se preocupan en absoluto de que, con sus
acciones revolucionarias, pisotean y violan la constitución, las leyes, las
reglas, las normas, el régimen burgués. Luchan para minar este régimen, para
preparar la revolución. Por
eso, el partido marxista-leninista se prepara y prepara a las masas para hacer
frente a los golpes, que la burguesía puede dar en respuesta a las acciones
revolucionarias del proletariado y de las masas populares.
En las condiciones actuales del desarrollo del
movimiento revolucionario y de liberación, en tanto que un proceso complejo y
con una base social amplia, en el cual participan muchas fuerzas de clase y
políticas, el partido revolucionario del proletariado se enfrenta a menudo al
problema de la colaboración y de los frentes comunes con otros partidos y
organizaciones políticas en esta o aquella fase de la revolución, para estos o
aquellos asuntos, de interés común. En relación con este problema, la justa
posición de principios y al mismo tiempo ágil, lejos de todo oportunismo y
sectarismo, es de trascendental importancia para ganar, preparar y movilizar a
las masas en la revolución y en la lucha de liberación. El partido
marxista-leninista no es ni puede ser en principio adversario de la
colaboración o de los frentes comunes con otros partidos y fuerzas políticas,
cuando lo exigen los intereses de la causa de la revolución y lo imponen las
situaciones. Pero jamás ve esto como una coalición de cabecillas y como un fin
en sí, sino como un medio para unir a las masas y lanzarlas a la lucha. Es
importante que en tales frentes comunes el partido proletario no pierda de
vista en ningún momento los intereses de clase del proletariado, la meta final
de su lucha, que no se diluya en el frente, sino que conserve en él su
individualidad ideológica y su independencia política, organizativa y militar,
y luche para asegurar en el frente su papel dirigente y aplicar en él una
política revolucionaria.[…]
En la
preparación de la revolución, la unidad y la colaboración de los partidos
marxista-leninistas de los diversos países sobre la base de los principios del
internacionalismo proletario, tiene una importancia particular.
Esta unidad se reforzará y esta colaboración
se ampliará en lucha contra el imperialismo y el socialimperialismo, contra la
burguesía y el revisionismo moderno de toda laya, jruschovista, titista,
«eurocomunista», chino, etc. […]
Los marxista-leninistas deben guardarse mucho
de las frases que utilizan los revisionistas modernos, los socialdemócratas y
los seudo marxista-leninistas acerca del internacionalismo proletario, de la
unión de los proletarios para defender la paz, y otras patrañas por el estilo.
El internacionalismo proletario es verdadero cuando la gente trabaja con abnegación
por favorecer y desarrollar las acciones
revolucionarias, por crear una verdadera situación de lucha revolucionaria,
en primer lugar en su propio país.
Al mismo tiempo, como dice Lenin, ellos deben apoyar con propaganda, con ayuda
moral y material esta lucha, esta línea en todos los países, sin excepción.
Todo lo demás, como nos enseña él, es mentira y manilovismo.[…]
Nosotros, los marxista-leninistas, debemos
luchar y llamar a los obreros, dondequiera que estén, a ponerse en pie contra
sus enemigos seculares y romper las cadenas, hacer la revolución y no someterse
a los monopolios y a los capitalistas, contrariamente a lo que predican los
revisionistas modernos. La tarea de los marxista-leninistas, de los verdaderos
revolucionarios, es llamar a los proletarios y a los pueblos a levantarse por
el mundo nuevo, por su mundo, por el mundo socialista.