Enver Hoxha
(editado)
(1978)
(1978)
En las condiciones
presentes, cuando, so pretexto de que las situaciones han cambiado, la causa de
la revolución y la liberación de los pueblos es blanco de los ataques de los
revisionistas jruschovistas, titistas, «eurocomunistas», chinos y las demás corrientes
antimarxistas, adquiere una importancia de primer orden el profundizar en el
estudio de las obras de Lenin sobre el imperialismo.
Debemos volver de
nuevo a estas obras, y estudiar profundamente y con suma meticulosidad en
particular la genial obra de Lenin El
imperialismo, fase superior del capitalismo. Al estudiar con
atención esta obra, veremos asimismo cómo los revisionistas, y entre estos
también los dirigentes chinos, desnaturalizan el pensamiento leninista sobre el
imperialismo, cómo entienden los objetivos, la estrategia y las tácticas de
éste. Sus escritos, declaraciones, posiciones y actos demuestran que consideran
de forma muy errónea la naturaleza del imperialismo, la ven desde posiciones
contrarrevolucionarias y antimarxistas, tal como hacían todos los partidos de
la II Internacional y sus ideólogos, Kautsky y compañía, que han sido
desenmascarados sin compasión por Lenin.
Si estudiamos
atentamente esta obra de Lenin y nos atenemos con fidelidad a su análisis y
conclusiones geniales, veremos que el imperialismo en nuestros días conserva en
su totalidad los mismos rasgos característicos definidos por Lenin, veremos que
la definición leninista de nuestra época, como la época del imperialismo y de
las revoluciones proletarias, permanece inmutable, veremos que el triunfo de la
revolución es inevitable.
Como es sabido,
Lenin comienza su análisis del imperialismo con la concentración de la producción, del capital y con los monopolios.
Los fenómenos de la concentración y centralización de la producción y del
capital también hoy en día solo pueden ser analizados correcta y
científicamente basándose en el análisis leninista del imperialismo.
Un rasgo
característico del capitalismo actual es la concentración cada vez mayor de la
producción y del capital, que ha llevado a la unión de las pequeñas empresas
con las empresas poderosas, o a la absorción de aquéllas por éstas. Asimismo
esto ha traído como consecuencia el agrupamiento masivo de la fuerza de trabajo
en grandes trusts y consorcios. Además estas empresas han concentrado en sus
manos enormes capacidades productivas, fuentes energéticas y de materias primas
en proporciones incalculables. En la actualidad, en las grandes empresas
capitalistas se explota también la energía nuclear y la tecnología más
reciente, que pertenecen exclusivamente a dichas empresas.
Estos gigantescos
organismos tienen un carácter nacional e internacional. En el interior del país
han destruido la mayoría de los pequeños patronos e industriales, mientras que
en el plano internacional se han erigido en consorcios colosales, que abarcan
ramas enteras de la industria, la agricultura, la construcción, el transporte,
etc., de muchos países. Dondequiera que los consorcios hayan clavado sus garras
y que un puñado de capitalistas multimillonarios haya realizado la
concentración de la producción, se amplía y profundiza la tendencia a eliminar
a los pequeños patronos e industriales. Este camino ha conducido al ulterior
fortalecimiento de los monopolios.
«Esta transformación de la competencia
en monopolio –ha dicho Lenin– constituye
uno de los fenómenos más importantes –por no decir el más importante– de la
economía del capitalismo contemporáneo... ».
Al hablar sobre
este rasgo del imperialismo, añadía que
«...la aparición del monopolio, al
concentrarse la producción, es en general una ley universal y fundamental de la
presente fase del desarrollo del capitalismo».
El desarrollo del
capitalismo en las condiciones actuales confirma enteramente la conclusión de
Lenin arriba mencionada. En nuestros días los monopolios son el fenómeno más
típico y más corriente, que determina la fisonomía del imperialismo, su esencia
económica. En los países imperialistas, como los Estados Unidos de América, la
Republica Federal de Alemania, Inglaterra, Japón, Francia, etc., la
concentración de la producción ha adquirido proporciones inusitadas.
Así, por ejemplo,
en 1976, en las 500 corporaciones norteamericanas más grandes, trabajaban casi
17 millones de personas, que representaban más del 20 por ciento de la mano de
obra ocupada. A ellas correspondía el 66 por ciento de las mercancías vendidas.
En la época en la que Lenin escribió su obra: El imperialismo, fase superior del capitalismo, en el mundo
capitalista sólo existía una gran compañía norteamericana, la «United States
Steel Corporation», cuyo capital activo ascendía a más de mil millones de
dólares, mientras que en 1976 el número de sociedades multimillonarias era
alrededor de 350. El trust automovilístico «General Motors Corporation», este
súper monopolio, en 1975 disponía de un capital global superior a los 22.000
millones de dólares y explotaba a un ejército de 800.000 obreros. A éste le
sigue el monopolio «Standard Oil of New Jersey», que domina la industria
petrolera de los Estados Unidos de América y de los demás países y explota a
más de 700.000 obreros. En la industria automovilística existen tres grandes
monopolios que venden más del 90 por ciento de la producción de dicha rama; en
las industrias aeronáutica y siderúrgica cuatro compañías gigantescas dan,
respectivamente, el 65 y el 47 por ciento de la producción.
Un proceso similar
ha tenido y tiene lugar también en los otros países imperialistas. En la
Republica Federal de Alemania, el 13 por ciento del total de las empresas ha
concentrado en sus manos alrededor del 50 por ciento de la producción y el 40
por ciento de la fuerza laboral del país. En Inglaterra dominan 50 grandes
monopolios. La corporación británica del acero proporciona más del 90 por
ciento de la producción del país. En Francia las tres cuartas partes de esta
producción están concentradas en las manos de dos sociedades; cuatro monopolios
poseen toda la producción de automóviles y otros cuatro toda la producción de
los derivados del petróleo. En el Japón, diez grandes campañas siderúrgicas
producen todo el hierro colado y más de las tres cuartas partes del acero,
mientras que en la metalurgia no ferrosa actúan ocho compañías. Y lo mismo
sucede en las demás ramas y sectores.
Las pequeñas y
medianas empresas, que subsisten en estos países; dependen directamente de los
monopolios. Reciben encargos de estos monopolios y trabajan para ellos, reciben
créditos y materias primas, tecnología; etc. Prácticamente se han convertido en
sus apéndices.
Hoy la
concentración y la centralización de la producción y del capital, creando
monopolios gigantescos que no cuentan con una unidad tecnológica, están muy
propagadas. En el interior de estos gigantescos monopolios «conglomerados»,
actúan empresas y ramas enteras dedicadas a la producción industrial, la
construcción, el transporte, el comercio, los servicios, la infraestructura,
etc., que producen desde juguetes para niños hasta misiles intercontinentales.
La potencia
económica de los monopolios y la creciente concentración del capital, hacen que
las «pequeñas criaturas», es decir, las empresas no monopolizadas, típicas del
pasado, no sean las únicas víctimas de la lucha competitiva, sino también las
grandes empresas y grupos financieros. Debido a la desenfrenada sed de los
monopolios de obtener elevados beneficios y a la exacerbación al máximo de la
competencia, este proceso, a lo largo de los últimos dos decenios, ha adquirido
proporciones colosales. Actualmente las fusiones y las absorciones en el mundo
capitalista son de 7 a 10 veces mayores que en los años anteriores a la Segunda
Guerra Mundial.
La fusión y la
unión de las empresas industriales, comerciales, agrícolas y bancarias, han
llevado a crear las nuevas formas de los monopolios, los grandes complejos
industrial-comerciales, o industrial agrarios, formas que son aplicadas
ampliamente no sólo en los países capitalistas de Occidente, sino también en la
Unión Soviética, Checoslovaquia, Yugoslavia y otros países revisionistas. En el
pasado las uniones monopolistas realizaban el transporte y la venta de
mercancías con la ayuda de otras firmas independientes; hoy los monopolios
tienen en su poder tanto la producción, como el transporte y el mercado.
Los monopolios no
sólo intentan evitar la competencia entre las empresas que engloban, sino que
además han echado la zarpa con el propósito de monopolizar todas las fuentes de
materias primas, todas las zonas ricas en minerales esenciales, como hierro,
hulla, cobre, uranio, etc. Este proceso se desarrolla en el plano nacional e
internacional.
La concentración
de la producción y del capital adquirió enormes proporciones, en particular
después de la Segunda Guerra Mundial, con la ampliación y el desarrollo del
sector del capitalismo monopolista de Estado.
El capitalismo monopolista de Estado
representa la subordinación del aparato estatal con respecto a los monopolios,
la implantación de la dominación total de éstos en la vida económica, política
y social del país. De este modo el Estado interviene directamente en la
economía en interés de la oligarquía financiera, para asegurar el máximo
beneficio a la clase que detenta el poder a través de la explotación de todos
los trabajadores y para estrangular la revolución y las luchas de liberación de
los pueblos.
La propiedad
monopolista estatal, como uno de los elementos básicos más característicos del
capitalismo monopolista de Estado, no representa la propiedad de un solo
capitalista o de un grupo de capitalistas particulares, sino la propiedad del Estado
capitalista, la propiedad de la clase burguesa que está en el poder. En
diversos países imperialistas el sector capitalista monopolista de Estado ocupa
del 20 al 30 por ciento en la producción global.
El capitalismo
monopolista de Estado, que representa el nivel más alto de la concentración de la
producción y del capital, es la principal forma de propiedad actualmente
dominante en la Unión Soviética y en los demás países revisionistas. Este
capitalismo monopolista de Estado está al servicio de la nueva clase burguesa
en el poder.
También en China,
por medio de una serie de reformas, como la institución de la ganancia en tanto
que objetivo principal de la actividad de las empresas, la aplicación de las
prácticas capitalistas de organización, dirección y remuneración, la creación
de regiones económicas, trusts y combinados muy semejantes a los existentes en
la Unión Soviética, Yugoslavia y Japón, la apertura de las puertas al capital
extranjero, los vínculos directos de las empresas de este país con los
monopolios extranjeros, etc., la economía está adquiriendo formas típicas del
capitalismo monopolista de Estado.
Actualmente en el
mundo capitalista y revisionista la concentración y la centralización de la
producción y del capital han llegado a un nivel interestatal. Esta tendencia es
estimulada y realizada en la práctica también por el Mercado Común Europeo, el
COMECON, etc., que representan la unión de los monopolios de las diversas
potencias imperialistas.
En su época,
Lenin, al analizar las formas de los monopolios internacionales, se refería a
los cártels y sindicatos. En las condiciones actuales, cuando la concentración
de la producción y del capital ha adquirido enormes proporciones, la burguesía
monopolista ha hallado nuevas formas de explotación de los trabajadores. Se
trata de las sociedades multinacionales.
En apariencia
estas sociedades se presentan como propiedad común de los capitalistas de
muchos países. En realidad, las multinacionales, en lo referente al capital y
al control, pertenecen fundamentalmente a un solo país, mientras su actividad
se lleva a cabo en muchos. Ellas se amplían cada vez más mediante la absorción
de pequeñas y grandes sociedades y firmas locales que están en la imposibilidad
de hacer frente a la feroz competencia.
Las
multinacionales abren filiales y extienden sus empresas a los países donde está
más garantizada la perspectiva de obtener el máximo beneficio. La multinacional
norteamericana «Ford», por ejemplo, ha instalado en otros países 20 grandes
plantas industriales, en las que trabajan 100.000 obreros de distintas
nacionalidades.
Entre las
sociedades multinacionales y el Estado burgués existen estrechos lazos y una
dependencia mutua, que están basados en su carácter de clase y explotador. El Estado
capitalista es empleado como un instrumento al servicio de sus fines de
dominación y expansión, tanto en el plano nacional como en el internacional.
Por su gran papel
económico y el importante peso que tienen en toda la vida del país, algunas
multinacionales, tomadas por separado, constituyen una gran fuerza económica
que alcanza, o supera en muchos casos, el presupuesto o la producción de varios
países capitalistas desarrollados tomados en conjunto. Una poderosa
multinacional de los Estados Unidos de América, la «General Motors
Corporation», tiene una producción industrial superior a la de Holanda, Bélgica
y Suiza juntas. Estas sociedades intervienen para asegurarse favores y
privilegios especiales en los países donde actúan. A título de ejemplo, en
1975, los propietarios de la industria electrónica de los Estados Unidos de
América exigieron al gobierno mexicano modificar el Código Laboral que
establecía algunas medidas de protección, pues de lo contrario transferirían su
industria a Costa Rica, y, para presionar, cerraron muchas fábricas en las que
trabajaban unos 12.000 obreros mexicanos.
Las
multinacionales son palancas del imperialismo y una de sus principales formas
de expansión. Son pilares del neocolonialismo y vulneran la soberanía nacional
y la independencia de los países en que actúan. Dichas sociedades, para abrir
paso a su dominación, no se detienen ante ningún crimen, desde la organización
de complots y el trastorno de la economía, hasta el soborno puro y simple de
altos funcionarios, de dirigentes políticos y sindicales, etc. El escándalo de
la Lockheed fue la mejor confirmación de esto.
Un considerable
número de multinacionales han sido instaladas y desarrollan su actividad
también en los países revisionistas. También han empezado a introducirse en
China.
La concentración y
la centralización de la producción y del capital, que hoy caracterizan al mundo
capitalista y que han conducido a una gran socialización de la producción, no
han modificado en absoluto la esencia explotadora del imperialismo. Por el contrario,
han intensificado la opresión y provocado una pauperización creciente de los
trabajadores. Estos fenómenos confirman por completo la tesis de Lenin de que
en las condiciones de la concentración de la producción y del capital, en el
imperialismo
«tiene lugar un gigantesco progreso de
la socialización de la producción», pero sin embargo «...la apropiación
continúa siendo privada. Los medios sociales de la producción siguen siendo
propiedad privada de un reducido número de individuos.»
Los monopolios y
las multinacionales siguen siendo grandes enemigos del proletariado y de los
pueblos.
La intensificación
del proceso de concentración de la producción y del capital que se desarrolla
en nuestros días, ha recrudecido aún más la contradicción fundamental del capitalismo, la contradicción entre
el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación,
así como todas las demás contradicciones. Al igual que en el pasado, también
hoy en día, los enormes ingresos y superganancias que se obtienen de la cruel
explotación de los obreros, son apropiados por un puñado de magnates
capitalistas. Los medios de producción, con que han sido equipadas las ramas
unificadas de la industria, son, igualmente, propiedad privada de los
capitalistas, mientras la clase obrera sigue siendo esclava de los poseedores
de los medios de producción y la fuerza de sus brazos continúa siendo una
mercancía. Ahora las grandes empresas capitalistas no explotan a decenas o
centenares de obreros, sino a cientos de miles. Se calcula que sólo en 1976 la
plusvalía creada por la feroz explotación capitalista de este enorme ejército
de obreros y arrebatada por las corporaciones norteamericanas, fue superior a
los 100.000 millones de dólares, frente a 44.000 millones en 1960.
[…]
La concentración de la producción y del capital, nos
enseña Lenin, sirve de fundamento también para aumentar la concentración del
capital monetario, para concentrarlo en manos de los grandes bancos, para que
aparezca y se desarrolle el capital financiero. En el curso del desarrollo del
capitalismo, junto con los monopolios, los bancos adquieren un gran desarrollo;
estos absorben el capital monetario de los monopolios y los consorcios, el de
los pequeños productores y los ahorros personales. Así los bancos, que están en
manos de los capitalistas y les sirven a éstos, se convierten en poseedores de
los principales medios financieros.
El mismo proceso
que se operó para la eliminación de las pequeñas empresas por las grandes, por
los cártels y los monopolios, también se produjo en la liquidación progresiva
de los pequeños bancos. De esta forma, a semejanza de las grandes empresas que
crearon los monopolios, los grandes bancos fundaron sus consorcios bancarios.
En estos dos últimos decenios este fenómeno ha cobrado enormes proporciones y
hoy prosigue a ritmos muy altos. Un rasgo sobresaliente de las fusiones y
absorciones actuales es que han afectado no sólo a los pequeños bancos, sino
también a los medianos o relativamente grandes. Este fenómeno se explica por la
agravación de las contradicciones de la reproducción capitalista, por la
ampliación de la lucha competitiva y por la grave crisis en la que se encuentra
el sistema financiero y monetario del mundo capitalista.
En los Estados
Unidos de América reinan 26 grandes grupos financieros. El mayor, el grupo
Morgan, cuenta con 20 grandes bancos, compañías de seguros, etc., con activos
que ascienden a 90.000 millones de dólares.
El grado de
concentración y centralización del capital bancario también es muy elevado en
el resto de los principales países capitalistas. En Alemania Occidental, de los
70 grandes bancos existentes, tres poseen más del 58 por ciento de todos los
activos bancarios. En Inglaterra toda la actividad bancaria es controlada por 4
bancos conocidos con el nombre «Big Four». También en el Japón y Francia el
grado de concentración del capital bancario es elevado.
Lenin ha
argumentado que el capital bancario se entrelaza con el capital industrial. Al
comienzo los bancos se interesan por la suerte de los créditos que prestan a
los industriales. Sirven de mediadores para que los industriales, que reciben
estos créditos, se entiendan entre sí y no desarrollen la competencia, porque
ésta perjudicaría a los propios bancos. Este es el primer paso de los bancos en
su ligazón con el capital industrial. Con el desarrollo de la concentración de
la producción y del capital monetario, los bancos se convierten en
inversionistas directos en las empresas de producción, organizando sociedades
anónimas conjuntas. De este modo, el capital bancario penetra en la industria,
en la construcción, en la agricultura, en los transportes, en la esfera de la
circulación y en todo lo demás. Por su parte, las empresas compran gran
cantidad de acciones bancarias, convirtiéndose en copartícipes. Actualmente los
dirigentes de los bancos y de las empresas monopolistas forman parte de los
consejos de administración de ambos, creando así lo que Lenin calificaba de
«Unión personal». El capital financiero que surge de este proceso lleva en sí
mismo todas las formas del capital: capital industrial, capital monetario y
capital mercantil. Al caracterizar este proceso, Lenin ha dicho:
«Concentración de la producción;
monopolios que se derivan de la misma; fusión o entrelazamiento de los bancos
con la industria – tal es la historia de la aparición del capital financiero y
lo que dicho concepto encierra.»
Aunque después de
la Segunda Guerra Mundial el capital financiero ha crecido y ha sufrido cambios
estructurales, persigue los mismos fines de siempre: asegurar el máximo
beneficio por medio de la explotación de las amplias masas trabajadoras, dentro
y fuera del país. Este mismo papel juegan las compañías de seguros que se han
extendido mucho en estos últimos años en los principales países capitalistas,
convirtiéndose en competidoras de los bancos. En los Estados Unidos de América,
por ejemplo, en 1970 los activos de los bancos aumentaron 3,5 veces en comparación
con el nivel de 1950, mientras que los activos de las compañías de seguros
durante ese mismo periodo crecieron 6,5 veces.
Estas compañías,
con los capitales que acumulan, producto del saqueo del pueblo, han llegado a
conceder a los monopolios créditos que ascienden a cientos de millones de
dólares. De este modo, las compañías de seguros se fusionan y se entrelazan con
los monopolios industriales y bancarios, transformándose en parte orgánica del
capital financiero.
La burguesía
monopolista, incitada por su insaciable sed de ganancias, convierte en capital
toda fuente de medios monetarios provisionalmente libres, como son las cuotas
depositadas por los trabajadores para las pensiones de jubilación, los ahorros
de la población, etc.
El capital financiero
concentrado obtiene ingresos extraordinariamente elevados, no sólo de las
ganancias que se derivan de la absorción del dinero de los consorcios, de los
pequeños industriales, etc., etc., sino también emitiendo valores y practicando
empréstitos. Al igual que ocurre con los depósitos de los ahorros, también en
estos casos se fija una pequeña tasa de interés a favor del prestamista, pero
con estas actividades el banco obtiene ganancias colosales, con las cuales
aumenta su capital, aumenta las inversiones que, naturalmente, aportan al
capital financiero continuos beneficios. El capital financiero invierte más en
la industria, pero ha extendido su red especuladora a otras riquezas, como la
tierra, los ferrocarriles y otras ramas y sectores.
Los bancos tienen
posibilidades reales para conceder las considerables sumas de créditos, que
requiere el alto nivel de la concentración de la producción y la dominación de
los monopolios. De este modo, a las grandes uniones monopolistas se les crean
condiciones favorables para explotar más ferozmente a las masas trabajadoras
dentro y fuera del país, a fin de asegurar el máximo beneficio.
Con la
restauración del capitalismo en la Unión Soviética y en los demás países
revisionistas, los bancos adquirieron todos los rasgos característicos de los
monopolios. En ellos, al igual que en todos los demás países capitalistas, los
bancos sirven para explotar a las amplias masas trabajadoras, tanto dentro como
fuera del país.
Durante los
últimos años, en los países capitalistas y revisionistas ha crecido rápidamente
el comercio con el crédito que se abre a los clientes para que adquieran
artículos de consumo y especialmente mercancías duraderas. Con la concesión de
este tipo de crédito, la burguesía se asegura mercados para la venta de sus
mercancías, los capitalistas se embolsan inmensas ganancias gracias a las altas
tasas de interés, los deudores se atan de pies a cabeza a los acreedores y las
firmas capitalistas.
En la actualidad,
las deudas y otras formas de obligaciones de los trabajadores con los bancos y
las instituciones crediticias han aumentado considerablemente. Sólo en los
Estados Unidos de América, en 1976, el endeudamiento de la población debido a
este tipo de créditos ascendía a 167.000 millones de dólares frente a 6.000
millones en 1945; mientras que en la República Federal de Alemania el
endeudamiento de la población era superior a los 46.000 millones de marcos.
El aumento de la
concentración y la centralización del capital bancario han conducido a una
mayor dominación económica y política por parte de la oligarquía financiera y a
la utilización de una serie de formas y métodos a fin de aumentar el yugo
económico, la pobreza y la miseria de las amplias masas trabajadoras.
El desarrollo del
capital financiero ha hecho posible que se concentrara en manos de un puñado de
poderosos capitalistas industriales y banqueros no sólo una gran riqueza, sino
también un verdadero poderío económico y político que actúa sobre toda la vida
del país. Estos hombres todopoderosos son los que están a la cabeza de los
monopolios y los bancos, y constituyen lo que se denomina oligarquía
financiera. Los apologistas del capitalismo, partiendo del hecho de que
actualmente las grandes sociedades se han transformado en sociedades de
accionistas, donde también algún obrero puede disponer de unas cuantas acciones
simbólicas, intentan demostrar que ahora el capital habría perdido el carácter
privado que tenía cuando Marx escribió El Capital o cuando Lenin analizó el
imperialismo; que el capital se habría vuelto popular. Se trata de una patraña.
Al igual que antes, hoy los países imperialistas están dominados por los
poderosos grupos industrial-financieros privados: los Rockefeller, Morgan,
Dupont, Mellon, Ford, los grupos de Chicago, Texas, California, etc., en los
Estados Unidos de América; los grupos financieros de Rothschild, Behring,
Samuel, etc., en Inglaterra; de Krupp, Siemens, Mannesmann, Thyssen, Gerling,
etc., en Alemania Occidental; de Fiat, Alfa-Romeo, Montedison, Olivetti, etc.,
en Italia; las doscientas familias en Francia y así sucesivamente.
La oligarquía
financiera, como poseedora del capital industrial y financiero, ha asegurado su
dominio económico y político en toda la vida del país. Ha subordinado a sus
intereses también el aparato estatal, el cual se ha transformado en un
instrumento en manos de la plutocracia financiera. La oligarquía financiera
quita y pone gobiernos, dicta la política interior y exterior. Mientras en la
vida interna está ligada a las fuerzas reaccionarias, a todas las instituciones
políticas, ideológicas, docentes y culturales que defienden su poder político y
económico, en la política exterior defiende y apoya a todas las fuerzas
conservadoras y reaccionarias que sostienen y abren paso a la expansión
monopolista, que luchan por conservar y consolidar el capitalismo.
Para asegurar su
dominación, la oligarquía financiera no repara en los medios que utiliza,
implantando la reacción política en todos los terrenos.
«. . . el capital financiero, decía Lenin, tiende a la
dominación y no a la libertad».
La situación
actual demuestra que la burguesía monopolista ha intensificado la opresión en
todas partes. Sobre esta base se profundiza la contradicción entre el
proletariado y la burguesía. Al mismo tiempo, la expansión económica y
financiera, acompañada de la expansión política y militar, ha agudizado más las
contradicciones entre los pueblos y el imperialismo, así como las
contradicciones entre las mismas potencias imperialistas. Esta incontestable
realidad objetiva es ignorada por la actual propaganda revisionista china.
Ahora la
concentración y la centralización de los capitales bancarios se realizan no
sólo en el marco de un país, sino también en el de varios países capitalistas,
o de capitalistas y revisionistas. Este es el carácter de los bancos del
Mercado Común Europeo, o del «Banco Internacional para la Cooperación
Económica», así como del «Banco de Inversiones» del COMECON. Asimismo los
bancos germano occidentales-polacos, los anglo-rumanos, franco-rumanos y
anglo-húngaros, o las corporaciones bancarias norteamericano-yugoslavas,
anglo-yugoslavas, etc.; son uniones bancarias de tipo capitalista. La Unión
Soviética ha abierto numerosos bancos en diversos países capitalistas, que se
han convertido en competidores y en socios de los bancos capitalistas
dondequiera que se han establecido, en Zurich, Londres, París, África, América
Latina y otras partes.
También China se
ve envuelta cada vez más en la vorágine de este proceso de la integración
capitalista de los bancos. Además de los bancos que tiene en Hong-Kong, Macao y
Singapur, mañana China también los creará en el Japón, en América, etc. Al
mismo tiempo autoriza la penetración de los bancos de las potencias imperialistas
en el propio país.
Lenin recalcaba que el capitalismo de hoy se caracteriza
por la exportación de capitales. Este rasgo económico del imperialismo se ha
desarrollado y reforzado más en nuestros días. Actualmente, los Estados Unidos
de América, el Japón, la Unión Soviética, la República Federal Alemana,
Inglaterra y Francia, son los mayores exportadores de capitales en el mundo.
En un cierto
periodo, eran los Estados Unidos de América, Inglaterra, Francia y Alemania,
países en que se había desarrollado la industria, que absorbía las riquezas del
suelo y del subsuelo de las colonias, los que exportaban capitales.
Posteriormente, la guerra, las crisis, trajeron como consecuencia que unas
potencias imperialistas, como Inglaterra, Francia y Alemania, se debilitaran
económicamente y se enriqueciera el imperialismo norteamericano, que se
transformó en superpotencia. En la situación creada tras la Segunda Guerra
Mundial, la exportación de capitales norteamericanos aumenta en detrimento de
las otras potencias capitalistas.
Hoy, el capital
norteamericano se exporta a todos los países, incluso a los industrializados,
en forma de inversiones, créditos, empréstitos, en forma de participación en
sociedades mixtas o a través de la creación de grandes compañías industriales.
El imperialismo norteamericano, el capital monopolista, invierte en los países
poco desarrollados y pobres, puesto que en estos los costos de la producción
son bajos, mientras el grado de explotación de los trabajadores es alto.
Invierte para asegurarse materias primas, acaparar mercados y vender los
productos industrializados.
Es sabido que los
países capitalistas se desarrollan de manera desigual, por eso los grandes
monopolios y sociedades de los Estados Unidos de América y de otros países
exportan capitales precisamente a los países donde el desarrollo económico
requiere inversiones y tecnología.
Los capitales
invertidos aportan fabulosas ganancias a los consorcios y monopolios
financieros, puesto que en los países pobres, poco desarrollados, la tierra es
muy barata y con poco dinero puede ser adquirida en grandes cantidades, y la
tierra va acompañada de las riquezas que contiene. La mano de obra asimismo es
barata, puesto que los hombres que sufren hambre, se ven obligados a trabajar
con salarios muy reducidos. Se ha calculado que por cada dólar invertido en
estos países, las potencias imperialistas sacan un beneficio de 5 dólares.
Según los datos
oficiales norteamericanos, sólo durante el período 1971-1975, el total de las
inversiones directas de los Estados Unidos de América en los nuevos estados fue
de 6.500 millones de dólares, mientras las ganancias que sacaron de estos
países, en este mismo período, alcanzaron el importe de casi 30.000 millones de
dólares.
Las potencias
imperialistas, a fin de disfrazar la exportación de capitales, practican
también la concesión de créditos. Mediante estos llamados créditos o ayudas,
los grandes consorcios capitalistas y los Estados a que pertenecen, presionan
fuertemente a los países y pueblos que los aceptan y los mantienen bajo su
férula. Las ayudas o los créditos a los países poco desarrollados provienen del
saqueo de sus riquezas y de la explotación de las masas trabajadoras de los
países desarrollados, y son concedidos a los ricos de aquellos países. En otras
palabras, esto significa que los grandes monopolios norteamericanos por
ejemplo, explotan el sudor del pueblo norteamericano y de los otros pueblos y,
cuando exportan sus capitales y conceden créditos, estos representan
precisamente el sudor y la sangre de esos pueblos. Por otro lado, estos
créditos que los grandes monopolios otorgan a los países del llamado tercer
mundo, de hecho, sirven a las clases feudal-burguesas que dominan en ellos.
Los créditos que
reciben los Estados recién creados sirven como eslabones de la cadena
imperialista en el cuello de sus pueblos. Según indican las estadísticas, las
deudas de estos países se duplican cada quinquenio. Si en 1955 las deudas de
los países poco desarrollados con las potencias imperialistas fueron de 8.500
millones de dólares, en 1977 ascendieron a más de 150.000 millones de dólares.
El capitalismo mundial
ha desarrollado en su propio interés la técnica y la tecnología, para
multiplicar sus ganancias, por medio del descubrimiento de las riquezas del
subsuelo, de la creación de una agricultura intensiva, etc. Toda esta
tecnología, la propia revolución técnico-científica y los nuevos métodos de
explotación económica, benefician al imperialismo, a los monopolios
capitalistas y no a los pueblos. El capitalismo nunca puede invertir en otros
países, conceder préstamos y exportar capitales, sin calcular de antemano los
beneficios que se embolsará.
Si a los grandes
monopolios y bancos, que se han extendido como una telaraña por el mundo
capitalista y revisionista, no se les presentan datos concretos sobre los
posibles ingresos a obtener de la explotación de una mina, de las tierras, de
la extracción del petróleo o del agua en un desierto, no dan créditos.
También hay otras
formas de conceder créditos, que se practican de cara a los Estados seudo
socialistas que buscan camuflar el camino capitalista que siguen. Estos
créditos, que alcanzan grandes sumas, se conceden en forma de créditos
comerciales y se liquidan, naturalmente, a corto plazo. Tales créditos son
dados conjuntamente por muchos países capitalistas, los cuales han calculado de
antemano los beneficios económicos, y también los políticos, que van a sacar
del Estado que los recibe, teniendo en cuenta tanto el potencial económico,
como la solvencia de los mismos. Los capitalistas en ningún caso dan créditos
para construir el socialismo, sino para destruirlo. Por consiguiente, un
verdadero país socialista nunca acepta créditos, cualquiera que sea su forma,
de un país capitalista, burgués o revisionista.
[…]
Lenin dice que el
capital financiero ha echado sus redes, en el sentido real de la palabra, en
todos los países del mundo. Los monopolios, los cártels y los sindicatos de los
capitalistas, trabajan de forma sistemática. Primero se apoderan del mercado
interno, se apoderan de la industria, la agricultura, subyugan a la clase
obrera y los demás trabajadores, sacan superganancias y posteriormente crean grandes
posibilidades para acaparar también mercados en todo el mundo. En esta cuestión
el capital financiero juega un papel directo.
También
actualmente observamos, en completa concordancia con las enseñanzas de Lenin
sobre el imperialismo, como última fase del capitalismo, que las dos
superpotencias, el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo
soviético, pugnan por repartirse el mundo, por apoderarse de los mercados. El
petróleo por ejemplo, una cuestión que se ha agudizado en todo el mundo, está
en primer lugar bajo el dominio de las grandes sociedades monopolistas
norteamericanas, pero en ellas participan también compañías petroleras de
Inglaterra, Holanda, etc. Los norteamericanos maniobran en la cuestión del
petróleo, para que éste siga siendo monopolio suyo. Han invertido capitales e
instalado una gran técnica en los países productores, como Arabia Saudita,
Irán, etc., han tendido sus tentáculos sobre las camarillas dominantes de estos
países, comprometiendo con grandes sumas de dólares a los reyes, jeques e
imanes. Los cabecillas dominantes de los países productores de petróleo tienen
la autorización de la plutocracia financiera de estos países para invertir en
los Estados Unidos de América, en Inglaterra y otras partes, comprando incluso
acciones de diversas compañías monopolistas, así como hoteles de lujo,
fábricas, etc.
Arabia Saudita,
por ejemplo, es un país semifeudal, donde reina la pobreza y el oscurantismo,
aunque de ella se extraen anualmente 420 millones de toneladas de petróleo. Mientras
las masas trabajadoras viven en la pobreza, el rey y la clase de los grandes
terratenientes han depositado en los bancos de Wall Street más de 40.000
millones de dólares. La misma situación existe en Kuwait, en los Emiratos
Árabes Unidos, etc. Estas camarillas hacen toda clase de concesiones a las
potencias imperialistas para que saqueen las riquezas de los pueblos de los
países que dominan, a fin de apropiarse de una parte de las ganancias.
Las inversiones que hacen los países productores de petróleo
y que son propiedad de las camarillas dominantes, representan una unión,
naturalmente a una escala muy insignificante, del capital de estas camarillas
con el capital norteamericano o inglés. A primera vista parece que las
camarillas dominantes de los países de donde sale el petróleo son, en cierta
medida, socios inversionistas del imperialismo norteamericano, inglés francés e
influyen en su economía. En realidad ocurre todo lo contrario. Las ganancias de
los imperialistas norteamericanos y de los demás imperialistas son
extraordinariamente grandes en comparación con las ganancias que dejan a estas
camarillas. Esta es una característica del neocolonialismo actual, el cual,
para poder explotar al máximo las riquezas de algunos países, hace ciertas
concesiones mesuradas en favor de los grupos dominantes burgués capitalistas,
feudales, pero, ciertamente, no en detrimento suyo. Este ejemplo confirma la
justeza de la tesis de Lenin, de que es muy fácil que los intereses de la
burguesía de distintos países, así como los intereses de los monopolios
privados, se entrelacen con los intereses de los monopolios estatales. Los
grandes monopolios pueden entrelazarse también con monopolios menos poderosos,
pero que tengan en su posesión grandes riquezas, sobre todo del subsuelo, como
minas de hierro, cromo, cobre, uranio, etc.
Hoy día, los empréstitos, los créditos y las ayudas
gubernamentales constituyen una de las formas más difundidas de exportar
capitales. Este tipo de exportación lo practican especialmente la Unión
Soviética y los demás países revisionistas.
Además de asegurar beneficios capitalistas, estos
créditos, «ayudas» y empréstitos tienen también fines políticos. Los Estados
que dan los créditos tienden a apuntalar y a consolidar el poder político y
económico de determinadas camarillas, que defienden los intereses económicos,
políticos y militares del país acreedor. Puesto que los acuerdos sobre este
tipo de créditos son ultimados entre gobiernos, refuerzan aún más la
dependencia económica y política del prestatario con respecto al prestamista.
Un ejemplo clásico en lo que se refiere a esta forma de exportación de
capitales lo constituye el «Plan Marshall», que después de la Segunda Guerra
Mundial pasó a ser la base económica de la expansión política y militar de los
Estados Unidos de América en los países de Europa Occidental. Similares son las
llamadas ayudas que los revisionistas soviéticos dan a países como la India,
Irak, etc., supuestamente para desarrollar la economía y crear el sector
estatal de la industria.
Actualmente el imperialismo norteamericano, el
socialimperialismo soviético y el capitalismo de los países industrializados
han alcanzado tal nivel de desarrollo que las ganancias que obtienen acumulando
capitales, son extraordinariamente grandes. La acumulación de capitales crea
enormes beneficios que van a parar a los bolsillos de los monopolistas, de la
oligarquía financiera, quienes no ponen estas utilidades al servicio del pueblo
trabajador, pobre e indigente, sino que las exportan a los países de donde
esperan obtener beneficios aún más grandes. Estos son los países que China
llama «tercer mundo». Pero también hacen inversiones de este tipo en los países
capitalistas desarrollados.
Se han escrito numerosos libros sobre el proceso de la penetración de los capitales
norteamericanos en Europa y sus objetivos políticos y económicos. En un
libro suyo, el autor norteamericano Geoffrey Owen nos ofrece un claro panorama…
dice que el aumento de las inversiones norteamericanas en el exterior se ha
realizado según la concepción de que los norteamericanos no representan una
sociedad con intereses en ultramar, sino una sociedad internacional. El cuartel
general de esta sociedad se encuentra en los Estados Unidos de América. Esto
significa que las grandes firmas norteamericanas no piensan únicamente en
cubrir las necesidades de su propio país, las de la industria y de sus clientes
en los Estados Unidos de América, sino también en extender sus redes a otros
países. Estas sociedades invierten sus «excedentes de capitales» en otros
países para obtener mayores beneficios. Corporaciones gigantes tales como la
«Socony Mobile», la «Standard Oil of New Jersey» y otras, consiguen casi la
mitad de sus ganancias saqueando y explotando a los otros países. Alrededor de
500 compañías aseguran cada año aproximadamente 10.000 millones de dólares de
beneficios en el exterior. Son más de 3.000 las empresas de este género que han
invertido en el extranjero. Por lo tanto, las fórmulas y los términos,
«sociedades multinacionales» o «capitalismo internacional», están en boga, son
utilizados en el lenguaje periodístico y en las operaciones bancarias.
…después de la Segunda Guerra Mundial, en 1950, la cantidad
de inversiones norteamericanas en el exterior ascendió a 11.200 millones, cuya
mitad estaba concentrada en los países de América Latina y Canadá. En América
Latina se hicieron inversiones para explotar las materias primas: petróleo,
cobre, mineral de hierro, bauxita, así como bananas y otros productos
agrícolas. En Canadá estas inversiones se hicieron en mayor medida en las minas
y el petróleo, y se desarrollaban en amplia escala debido a la proximidad de
estos países y a otras condiciones que facilitaban la penetración.
Europa, del mismo modo, se convirtió en los años 50 en un
importante terreno para las inversiones norteamericanas. Las inversiones en
este continente se extendieron rápidamente al sector de las comunicaciones, a
la gran producción en serie, a la fabricación de equipos complejos. Junto con
ellas afluyeron también las mercancías y los productos norteamericanos.
El mencionado autor indica que la situación creada en el
mercado capitalista después de la Segunda Guerra Mundial, dio un mayor impulso
a las inversiones norteamericanas. Veamos los siguientes datos sobre el aumento
de estas inversiones en el exterior; en 1946 totalizaban 7.200 millones, y
luego comienzan a aumentar, en 1950 llegan a 11.200 millones, en 1964 alcanzan
el importe de 44.300 millones y en 1977 superan los 60.000 millones de dólares.
Las sociedades norteamericanas, ampliando continuamente
sus operaciones a escala mundial, han exacerbado la competencia con las firmas
de cada país y se ha acrecentado el temor de éstas a verse dominadas por las
gigantes norteamericanas. Este problema es aún más agudo en los países poco
desarrollados donde las firmas norteamericanas dominan las ramas clave de la
industria y tienen una influencia preponderante sobre las economías nacionales.
En otras palabras, estas gigantescas sociedades norteamericanas tienen en sus
manos, y de hecho dirigen, las economías y los gobiernos locales.
[…]
Del mismo modo, la tendencia de las grandes sociedades
norteamericanas es la de asociarse con las empresas locales. A fin de encubrir
la explotación, muchas firmas evitan tener filiales suyas al cien por cien, y
crean sociedades con inversiones mixtas en una proporción de 49 y 51 por
ciento, o a medias. De este modo han actuado los norteamericanos en el Japón,
de este modo han actuado también en Yugoslavia, que intenta dar la impresión de
que construye el socialismo con sus propias fuerzas, cuando en realidad los
titistas han repartido económicamente Yugoslavia entre los Estados Unidos de
América y las grandes firmas de los países industriales desarrollados. De esta
forma los titistas también han recortado la libertad y la independencia de
Yugoslavia.
La tendencia de muchas de estas grandes sociedades
norteamericanas, como la «General Motors», «Ford», «Chrysler», «General
Electric», etc., es la de poseer de hecho al cien por cien sus filiales en los
países extranjeros. Sin embargo estas filiales, según Owen, no olvidan el
problema de la nacionalización, y la respuesta que dan al respecto es que «no
se trata de formar sociedades con inversionistas locales, sino de propiciar la
propiedad internacional de las acciones de las sociedades madres». Este es el
concepto de la «internacional» del capitalismo, cuya más ferviente defensora es
en particular la «General Motors».
[…]
Actualmente vivimos en una época en que otra
superpotencia, el socialimperialismo
soviético, exporta sus capitales y trata de explotar a los diversos pueblos.
Los capitales que exporta esta superpotencia emanan de la plusvalía que se crea
en la Unión Soviética, transformada ya en un país capitalista.
La restauración del capitalismo ha llevado a una
polarización de la actual sociedad soviética, donde una pequeña parte de la
misma domina y explota a la mayoría aplastante del pueblo. La capa constituida
por los burócratas, los tecnócratas y la intelectualidad creadora de alto rango
ya ha sido creada y ha tomado la forma de una clase burguesa explotadora en sí
que se apropia y distribuye entre sus miembros la plusvalía que obtiene
explotando ferozmente a la clase obrera y las amplias masas trabajadoras. A
diferencia de los países de capitalismo clásico, donde la apropiación de la
plusvalía es proporcional al capital de cada capitalista, en la Unión Soviética
y en los demás países revisionistas ésta es distribuida de conformidad con el
escalafón de la alta capa de la burguesía en la jerarquía estatal, económica,
científica, cultural, etc. Los elevados sueldos, los emolumentos
ordinarios y extraordinarios, las gratificaciones y los incentivos materiales,
los favoritismos, etc., se han erigido en toda una institución para apropiarse
la plusvalía extraída de la explotación de los trabajadores. La capa que
representa el «capitalista colectivo» conserva este saqueo par medio de una
serie de leyes, de normas, que garantizan la opresión y la explotación
capitalistas.
La economía soviética ya se ha integrado en el sistema
del capitalismo mundial. Mientras las capitales norteamericanas, alemanes,
japoneses, etc., han penetrado profundamente en la Unión Soviética, los capitales
soviéticos son exportados a otros países y se fusionan en diversas formas con
los capitales de los mismos.
Es sabido que la Unión Soviética explota económicamente
en primer lugar a los países satélites. Pero ahora rivaliza y pugna con los
otros estados capitalistas por apoderarse de mercados, ganar esferas de
inversiones, saquear las materias primas, conservar las leyes neocolonialistas
en el comercio mundial, etc. Para extender su hegemonía, la nueva burguesía
soviética exporta capitales, pero en esto choca no sólo con la competencia del
imperialismo norteamericano, que es muy fuerte, sino también con la de los
otros estados capitalistas desarrollados, como el Japón, Gran Bretaña, Alemania
Occidental, Francia, etc. Estos estados, a fin de obtener superganancias,
exportan capitales no sólo a África, Asia y América Latina, sino también a los
países de Europa del Este que se encuentran bajo la tutela de la Unión
Soviética revisionista, e incluso los exportan a la propia Unión Soviética.
Las camarillas dominantes de los países llamados
socialistas, como la Unión Soviética, Checoslovaquia, Polonia, etc., y ahora
también China, permiten la afluencia de capitales extranjeros a sus propios
países, porque estos capitales las benefician, mientras gravitan sobre las
espaldas de los pueblos. Los países del COMECON han contraído grandes deudas.
Su endeudamiento con los países del Occidente alcanza la cifra de 50.000
millones de dólares.
…Lenin ha dicho que la exportación de capitales es una
buena base para la explotación de la mayoría de las naciones y países del
mundo, para la existencia del parasitismo capitalista de un puñado de Estados
muy ricos.
[... ]
Lenin ha señalado que los monopolios, después de apoderarse del mercado interior, pugnan por
repartirse y conquistar económicamente el mercado mundial de productos industrializados
y de materias primas. La competencia y la sed de ganancias hace que los
monopolistas de los diversos países concierten acuerdos provisionales y
alianzas, y lleguen a unirse para repartirse los mercados en el plano
internacional, vender sus productos acabados y comprar materias primas. Los Estados
capitalistas desarrollados, incluso cuando poseen reservas de materias primas y
energéticas, se abalanzan sobre los otros países, porque los costos de
producción en estos son menores que en los suyos y sobre todo porque el salario
de los obreros es varias veces más bajo.
Es conocida la lucha que se ha llevado y se lleva a cabo
por la conquista de los yacimientos y los mercados del petróleo. Esta lucha ha
arruinado a decenas y centenares de empresas y sociedades privadas y se ha
llegado a que el cartel internacional del petróleo, que comprende 7 grandes
monopolios (de los cuales 5 son norteamericanos, 1 inglés y 1 anglo-holandés,
las famosas Esso, Texaco, Shell, etc.), controle más del 60 por ciento de la
extracción y la venta del petróleo en los países capitalistas del mundo
occidental y elabore cerca del 54 por ciento de este producto.
Tal reparto de las fuentes de producción y de los
mercados ya se ha hecho también con el cobre y el estaño, con el uranio y otros
minerales preciosos y estratégicos.
Muchos de los viejos países colonialistas, como
Inglaterra y Francia, han concluido acuerdos especiales, llamados
preferenciales, de colaboración, etc., con las ex colonias, que les aseguran
privilegios económicos y comerciales casi exclusivos. La existencia de las
llamadas zonas del dólar, de la libra esterlina, del franco o del rublo
demuestra la división económica del mundo entre los monopolios y los diversos Estados
imperialistas.
El imperialismo norteamericano, el socialimperialismo
soviético y las otras potencias imperialistas, a través de diversas vías, a
través de un comercio discriminatorio y desigual con estos países, se aseguran
los máximos beneficios. Solamente los países «en vías de desarrollo»,
excluyendo a los de la OPEP, tienen en la actualidad un saldo pasivo que
asciende a casi 34.000 millones de dólares.
Los monopolios, en las condiciones actuales, sobre todo
en las condiciones de la crisis económica, concluyen acuerdos directos también
con los gobiernos de los países capitalistas, sobre cuotas de producción,
precios, mercados, etc. Incluso la propia existencia de organismos como el
Mercado Común Europeo, el COMECON y otros, es un claro testimonio del reparto
económico que existe hoy en el mundo.
Este reparto económico del mundo, la dominación de los
monopolios, el dictado que imponen a la vida y al desarrollo económico de los
otros países, no hace sino agravar aún más, aparte de la contradicción entre el
trabajo y el capital, las contradicciones entre los pueblos y el imperialismo,
así como las contradicciones interimperialistas.
[…]
Lenin, en su análisis del imperialismo indicó que, con el
paso del capitalismo premonopolista a su fase superior y última, a la fase del imperialismo, termina el
reparto territorial del mundo entre las grandes potencias imperialistas.
«...el
rasgo característico del período que nos ocupa es el reparto definitivo del
planeta, definitivo, no en el sentido de que sea imposible repartirlo de nuevo –al contrario, nuevos repartos son posibles e
inevitables–, sino en el de que la política colonial de los países capitalistas
ha terminado ya la conquista de
todas las tierras no ocupadas que había en nuestro planeta. Por primera vez el
mundo se encuentra ya repartido, de modo que lo que en adelante puede
efectuarse son únicamente nuevos
repartos, es decir, el paso de territorios de un «propietario» a otro...».
El viejo colonialismo clásico, que explotaba física,
económica, política e ideológicamente a la mayoría de los pueblos, después de
la Segunda Guerra Mundial se ha transformado en un nuevo colonialismo. Este
nuevo colonialismo comprende todo un sistema de medidas económicas, políticas,
militares e ideológicas, que ha sido establecido por el imperialismo con la
finalidad de conservar su dominación y asegurar el control político y la
explotación económica de las antiguas colonias y de muchos otros países,
acomodándose a las nuevas condiciones que se crearon después de la guerra.
¿Cuáles son estas nuevas condiciones?
Después de la guerra, los países imperialistas, Francia,
Inglaterra, Italia, Alemania, el Japón y los Estados Unidos de América, no
estaban en condiciones de conservar mediante la fuerza la situación que existía
antes de la guerra. Francia, por ejemplo, no podía mantener colonizados, como
antes, a Marruecos, Argelia, Túnez y otros países de África. Lo mismo podemos
decir del imperialismo británico, italiano, etc.
La Segunda Guerra Mundial produjo un cambio radical en la
correlación de fuerzas en el mundo. Condujo a la destrucción de las grandes
potencias fascistas, pero también estremeció los fundamentos y debilitó considerablemente
a las viejas potencias colonialistas. La guerra antifascista planteó en todas
partes, incluso en los países que no se habían visto envueltos en su
torbellino, el problema de la liberación nacional. Los pueblos de las antiguas
colonias que, conjuntamente con los países de la coalición antifascista, habían
participado en la guerra para sacudirse el yugo fascista, ya no podían dar
pasos atrás y soportar por más tiempo el yugo colonial. La victoria de la Unión
Soviética sobre el nazismo, la creación del campo socialista, la liberación de
China, dieron un poderosísimo impulso al despertar de la conciencia nacional y
a las luchas de liberación de los pueblos. Las amplias masas de los pueblos
colonizados llegaron a comprender que era preciso cambiar la situación
existente. Estallaron las luchas de liberación en Indochina, África del Norte,
etc.
Obligados por la situación, muchos países colonialistas
comprendieron que las viejas formas de explotación y administración de las
colonias eran anacrónicas, sin concederles la más mínima libertad e
independencia. Las potencias imperialistas, colonialistas, no llegaron a esta
conclusión movidas por sus sentimientos democráticos y por su deseo de conceder
la libertad a los pueblos, sino presionadas por los pueblos colonizados y a
causa de su debilidad militar, económica, política e ideológica, que no les
permitía conservar el viejo colonialismo. Pero, el imperialismo francés,
inglés, italiano, norteamericano, etc., no quería renunciar a la explotación de
esos pueblos y países. Cada potencia imperialista se vio obligada por las
circunstancias creadas a conceder la autonomía a estos pueblos o prometerles la
libertad y la independencia después de un cierto plazo. Este plazo, que fijaron
supuestamente para permitirles tomar conciencia de su capacidad de gobernarse
por sí mismos y formar a este fin los cuadros locales, tendía de hecho a
preparar nuevas formas de explotación imperialistas, el nuevo colonialismo,
dando a los países y a los pueblos la falsa impresión de que habían conquistado
la libertad.
Esto tenía lugar después de la guerra, cuando el
imperialismo mundial sufrió una grave derrota, cuando se acentuó aún más la
crisis del sistema colonial del imperialismo. Los Estados Unidos de América
aprovecharon este periodo de descomposición del capitalismo, como resultado de
la debilitación del imperialismo por la Segunda Guerra Mundial, y crearon una
nueva y profunda forma de explotación de los pueblos coloniales, supuestamente
libres e independientes. Extendieron su dominio imperialista a los países en
otro tiempo colonias de las otras potencias imperialistas, ahora debilitadas en
una u otra forma.
Muchos pueblos ex coloniales, a pesar de haber obtenido
esta «independencia» y esta «libertad», tal como se las habían dado las
antiguas potencias colonialistas, tuvieron que empuñar las armas porque los
imperialistas no estaban dispuestos a conceder de inmediato esa «libertad» y
esa «independencia». Particularmente los imperialistas franceses pretendían
conservar también después de la guerra la fuerza o la «grandeza» de Francia.
Así fue cómo los pueblos de Argelia, Vietnam y muchos otros dieron inicio a una
prolongada lucha de liberación y, por último, lograron liberarse. No entraremos
en detalles de cómo lo lograron, cuáles fueron las fuerzas sociales que
lucharon, etc. El hecho es que el viejo imperialismo francés e inglés se
debilitó. Se confirmaron así las tesis de Lenin, de que el imperialismo estaba
en descomposición, de que la vieja sociedad capitalista-imperialista estaba
siendo corroída por los movimientos revolucionarios y por los sentimientos de
amor a la libertad de los pueblos hasta entonces oprimidos y subyugados.
Durante este período, el imperialismo norteamericano
engordó, extendió la zona del dólar, puso bajo su control territorios de la
zona del franco y la libra esterlina y, con el fin de conservar su poderío
hegemónico imperialista, que consistía en explotar al máximo a los pueblos,
creó numerosas bases militares y colocó camarillas políticas pronorteamericanas
en muchos de los países del mundo que supuestamente habían conquistado la
libertad y la independencia. Naturalmente, esta explotación estaba acompañada
también de una serie de cambios estructurales y superestructurales.
El capital financiero ha creado asimismo una ideología
propia, que le precede en la explotación del proletariado y en la conquista del
mundo, y completa la dominación de los pueblos, la legitimación de esta
dominación, con diversas formas almibaradas, predicando y concediendo una cierta
libertad, una cierta independencia, creando también algunos partidos
pretendidamente democráticos, etc.
Paralelamente a la inversión de capitales
norteamericanos, a la creación de bancos y de las llamadas multinacionales, se
exporta el modo de vida norteamericano, junto con la degeneración que comporta.
La exportación de capitales por las grandes potencias
imperialistas crea colonias, que hoy son los países dominados por el
neocolonialismo. La independencia de estos países es puramente formal. En otras
palabras, ahora al igual que antes, se desarrolla el mismo proceso de
exportación de capitales, pero en formas distintas, acompañando de
explicaciones y de una propaganda «almibarada». La explotación hasta la médula
de los pueblos de dichos países es la de siempre, incluso más salvaje aún;
continúa asimismo el saqueo de sus riquezas naturales.
La mayor potencia neocolonialista de nuestra época son
los Estados Unidos de América. A lo largo de tres años, de 1973 a 1975, las
inversiones básicas gubernamentales y privadas realizadas por los Estados
Unidos de América en las antiguas colonias, en los países dependientes y
semidependientes, representaban cerca del 36 por ciento de todas las
inversiones hechas en esas regiones por los países capitalistas y revisionistas
más desarrollados.
Los tratados y los acuerdos económicos, políticos y
militares concluidos entre las potencias imperialistas y las ex colonias,
tienen un carácter avasallador, son armas en manos del imperialismo para
mantener a estos países en la esclavitud. Hoy, como ayer, son muy actuales las
palabras de Lenin, que puntualizaba:
«...es
indispensable explicar infatigablemente y desenmascarar de continuo ante las
grandes masas trabajadoras de todos los países, sobre todo de los atrasados, el
engaño que utilizan sistemáticamente las potencias imperialistas, las cuales,
bajo el aspecto de Estados políticamente independientes, crean en realidad
estados desde todo punto de vista sojuzgados por ellas en el sentido económico,
financiero y militar...».
El imperialismo norteamericano, el socialimperialismo
soviético y las otras potencias imperialistas, viejas y nuevas, con el fin de mantener dominados a los
pueblos, instigan, donde pueden, las disputas entre los Estados vecinos o entre
los diversos grupos sociales del interior, y luego, apareciendo como árbitros o
sostenedores de una u otra parte, intervienen en los asuntos internos de los
otros, justifican su presencia económica, política y militar. Los hechos
demuestran que, cuando las superpotencias se han inmiscuido en los asuntos
internos de los demás pueblos, los problemas han quedado sin resolver o han
terminado con la consolidación de las posiciones del imperialismo y del
socialimperialismo en estos países. Una prueba de ello son los acontecimientos
del Oriente Medio, el conflicto entre Somalia y Etiopia, la guerra entre
Camboya y Vietnam, etc.
Los Estados Unidos de América, la Unión Soviética y todos
los demás países capitalistas, a la par de invertir, consolidan sus posiciones
en los países que aceptan estas inversiones, y luchan por conseguir mercados y
zonas de influencia. Esto crea fricciones entre los diversos Estados
capitalistas, entre los grandes consorcios que no están enlazados ni son
interdependientes. Estas fricciones son las que provocan las guerras locales
que pueden llegar hasta una conflagración general. La guerra desatada por estas
razones, ya sea local o general, como nos enseña el leninismo, no tiene un
carácter libertador, sino de rapiña. La guerra es justa, es libertadora, sólo cuando los pueblos se levantan
contra los ocupantes extranjeros, cuando se alzan contra la burguesía
capitalista del país, que está estrechamente vinculada con el imperialismo, el
socialimperialismo y el capital mundial.
[…]
Analizando los rasgos económicos fundamentales del
imperialismo, Lenin determinó también su lugar histórico. Recalcó que, el imperialismo es no sólo la fase
superior, sino también la última del capitalismo, es la antesala de la
revolución proletaria. Lenin ha escrito que:
«El
imperialismo es una fase histórica especial del capitalismo... es 1)
capitalismo monopolista; 2) capitalismo parasitario o en descomposición; 3)
capitalismo agonizante.»
La realidad del mundo capitalista actual confirma
enteramente esta conclusión.
La base económica
de todas las plagas económico-sociales del imperialismo, como ha confirmado
Lenin, es el monopolio. Los monopolios son impotentes para superar las
contradicciones de la economía capitalista. Lenin ligaba orgánicamente el
parasitismo y la putrefacción del imperialismo, con la tendencia de los
monopolios a frenar en general el desarrollo de las fuerzas productivas, a
acentuar el desarrollo desproporcional entre las diversas ramas y a nivel de
toda la economía nacional, a no explotar las capacidades productivas, humanas y
materiales; los ligaba con su propensión a impedir la introducción de los
adelantos de la ciencia y de la técnica en interés de las masas y del progreso
de toda la sociedad.
La avidez de ganancias, la competencia, obligan a los
monopolios a hacer inversiones para introducir la técnica avanzada en la
actividad productiva. Pero en todo el proceso histórico del desarrollo del
imperialismo lo que predomina es la tendencia a un desarrollo desproporcional y
a frenarlo.
Los gastos para las investigaciones y el desarrollo de la
ciencia realizados en la industria, y particularmente en la industria de
guerra, en los Estados Unidos de América, por ejemplo, de 2.000 millones de
dólares que fueron en 1950, ascendieron a unos 11.000 millones en 1965 y a
30.000 millones, aproximadamente, en 1972. Muchas veces las grandes firmas
chocan con dificultades en las investigaciones científicas, pero, cuando se
hace un descubrimiento, compran patentes, contratan obreros cualificados y,
sólo cuando les conviene, lo llevan a la práctica.
Naturalmente, los principales sectores y los más
interesantes para las inversiones destinadas al desarrollo y a la revolución
técnica, tienen prioridad, porque aseguran mayores ganancias. En este sentido
el primer lugar es ocupado por la industria de guerra, debido a que aquí la
tasa de ganancias es más elevada. Así, por ejemplo, los Estados Unidos de
América invirtieron, en 1964, 3.565 millones de dólares en investigaciones
científicas en el sector de la aeronáutica y los misiles. Ese mismo año, en la
industria eléctrica y de telecomunicaciones invirtieron mil millones 537 mil
dólares, en la industria química 196 millones, en la de máquinas 136 millones,
automóviles 174 millones, instrumentos científicos 172 millones, productos de
caucho 38 millones, en la del petróleo 8 millones, en la del metano 9 millones,
etc.
En las condiciones actuales, la militarización de la economía, como manifestación de la
descomposición del imperialismo, se ha convertido en un rasgo característico de
todos los países capitalistas y revisionistas. Pero el proceso de la
militarización de la economía ha adquirido proporciones sin precedentes
particularmente en los Estados Unidos de América y en la Unión Soviética. Los
gastos militares directos de ambas partes han alcanzado proporciones
astronómicas, ascendiendo a un total de más de 240.000 millones de dólares al
año.
En su política tendente a la hegemonía y a la dominación
mundial, los Estados Unidos de América y la Unión Soviética practican a amplia
escala también el comercio de armas, que es otra clara expresión de la
descomposición del imperialismo. El valor de las armas que venden anualmente
supera los 20.000 millones de dólares. Los otros Estados imperialistas, como
Inglaterra, Alemania Occidental, Francia, Italia, etc., también venden armas.
Las camarillas reaccionarias y fascistas de Chile, Israel, Corea del Sur,
Rhodesia, la República Sudafricana, etc., son clientes regulares de este comercio
imperialista. Lo son asimismo los países ricos en materias primas estratégicas
o en petróleo, a los que los imperialistas intentan atraerse con armas a cambio
de saquear sus riquezas.
Un claro testimonio de la descomposición y del
parasitismo del capitalismo monopolista actual es el estallido cada vez más
frecuente de las crisis económicas de
superproducción. El estallido de las crisis, que en la actualidad son muy
profundas, prueba la justeza de la teoría marxista acerca del carácter
anárquico, espontáneo y desproporcional de la producción y del consumo, y
rechaza las «teorías» burguesas del desarrolló del capitalismo «sin crisis», o
de la transformación del capitalismo en «capitalismo dirigido».
En la sociedad capitalista de hoy actúa con una fuerza
aún mayor la ley general de la acumulación capitalista, descubierta por Marx,
según la cual, mientras, por un lado, aumenta la pobreza de los trabajadores,
por otro lado, crecen las ganancias de los capitalistas. Va acentuándose el
proceso de la polarización de la sociedad en proletarios y en burgueses, que
constituyen un número limitado de personas.
El sistema imperialista actual, que cuenta con mayores
posibilidades económicas para corromper a las capas altas del proletariado, a
la aristocracia obrera, ha hecho que ésta crezca en enormes proporciones.
En la actualidad, la oligarquía financiera utiliza
ampliamente a esta aristocracia para embaucar y desorientar al proletariado,
para castrar su ímpetu revolucionario. De las filas de la aristocracia obrera
surgen de ordinario aquellos a los que Lenin llama socialistas de palabra e
imperialistas de hecho. En esta caracterización de Lenin se incluye a la
socialdemocracia, los «partidos obreros burgueses», los dirigentes
oportunistas de los sindicatos, los revisionistas modernos, etc. Lenin recalca
que el imperialismo se enlaza con el oportunismo, que los oportunistas
contribuyen a salvaguardar y reforzar al imperialismo. Él dice que:
«...los
más peligrosos son los que no desean comprender que la lucha contra el
imperialismo es una frase vacía y falsa si no va ligada indisolublemente a la
lucha contra el oportunismo».
La descomposición del imperialismo se ve claramente
también en la intensificación y la profundización de la reacción en todos los
terrenos, y particularmente en el político y social. La práctica demuestra que,
cuando la burguesía monopolista ve que se agudiza la lucha de clases, arroja
lejos las máscaras, negando a las masas trabajadoras incluso los escasos
derechos que habían obtenido a precio de sangre. Una prueba de ello son los
regímenes y las dictaduras fascistas implantadas en muchos países del mundo.
Todo este podrido sistema, que se encuentra en una
situación caótica, se mantiene en pie gracias a un gran ejército pretoriano, a
una policía muy numerosa que está movilizada y armada hasta los dientes. Todas
estas fuerzas militar-policíacas entran en acción para evitar y reprimir
cualquier resistencia que rebase los límites fijados por una inextricable
maraña de leyes promulgadas por la burguesía en el poder. Los cuadros del
ejército y de las demás fuerzas represivas viven lujosamente, reciben muy
buenos sueldos. En Italia, por ejemplo, no se oye hablar de otra cosa que del
ejército, la policía, el cuerpo de carabineros, los agentes de seguridad que
son condecorados, pero que también resultan muertos.
[…]
Como conclusión, podemos afirmar que en la situación
actual del imperialismo en general, del imperialismo norteamericano, del
socialimperialismo soviético y de los otros imperialismos, el imperialismo,
cualquiera que sea su matiz, se encuentra en la fase de su debilitamiento y
putrefacción, y que la vieja sociedad, a través de la revolución, será
destruida desde sus cimientos y reemplazada por una sociedad nueva, por la
sociedad socialista. Esta nueva sociedad socialista existe y se ampliará, se
desarrollará, ganará terreno, independientemente de que los revisionistas
soviéticos traicionaron al socialismo en la Unión Soviética, independientemente
de que en China domina el oportunismo y se erige un socialimperialismo nuevo,
independientemente de que en los antiguos países de democracia popular se ha
restaurado el capitalismo. El socialismo
seguirá avanzando en su camino y con su lucha y sus esfuerzos saldrá victorioso
sobre el imperialismo y el capitalismo mundial, pero nunca y de ninguna manera
lo hará mediante reformas, a través del camino parlamentario y pacífico,
como predicaba Jruschov y como predican ahora todos los revisionistas.
Triunfará permaneciendo fiel a la teoría leninista sobre el imperialismo y la
revolución proletaria, pero nunca siguiendo las actuales teorías revisionistas
que proclaman el capitalismo monopolista de Estado como una supuesta fase nueva
y particular del capitalismo, como la «aparición de los elementos socialistas
en el seno del capitalismo».
De conformidad con las conclusiones de Lenin sobre la
naturaleza del imperialismo y su lugar histórico, todo el imperialismo mundial
como sistema social, a causa de las contradicciones internas que lo corroen y
de las luchas revolucionarias y de liberación de los pueblos ya no tiene ese poder
de dominación exclusiva de antes. Esta es la dialéctica de la historia y
confirma la tesis marxista-leninista de que el imperialismo está en descenso,
en decadencia, en descomposición.
La tendencia del capitalismo y del imperialismo a
debilitarse, es hoy la tendencia
principal en la historia universal. Marx y Lenin han argumentado esto
apoyándose en datos concretos, en los acontecimientos históricos, en la
dialéctica materialista. También la tendencia a mancomunar los esfuerzos por
parte de los Estados que se oponen al imperialismo, conduce al debilitamiento
de éste. Pero esta segunda tendencia, a la que China da carácter absoluto, sin
hacer las diferenciaciones requeridas, sin estudiar las situaciones
particulares, no lleva a buen camino. Pretendiendo que el imperialismo
norteamericano está en decadencia y es menos poderoso que el socialimperialismo
soviético, proclamando el «tercer mundo», como la principal fuerza motriz de la
época, los dirigentes chinos prácticamente incitan a la capitulación y la claudicación
ante la burguesía.
Es verdad que los pueblos aspiran a la liberación, pero
deben conquistarla sólo con lucha, con esfuerzos y teniendo a la cabeza una
dirección combativa. Marx: Engels, Lenin y Stalin nos enseñan que esta
dirección es el proletariado de cada país. Pero, el proletariado y su partido
marxista-leninista deben hacer bien los análisis políticos, económicos y
militares, sopesarlo todo, tomar decisiones y definir una estrategia y táctica
adecuadas, teniendo siempre presente el preparar y hacer la revolución. Si no se tiene en cuenta la revolución, como
no la tienen en cuenta los chinos, los
análisis, los actos, la estrategia y las tácticas no pueden ser
marxista-leninistas, revolucionarios.
No podemos forjamos ninguna
ilusión acerca del imperialismo, del tipo que sea, poderoso o menos poderoso.
La naturaleza misma del imperialismo
crea las condiciones para la expansión económica y política, para el estallido
de las guerras, porque su carácter es esencialmente explotador, agresivo.
Por eso, engañar a las amplias masas de los pueblos que quieren su liberación
diciéndoles que la obtendrán guiándose por teorías revisionistas como la de los
«tres mundos», significa cometer un crimen contra los pueblos y la revolución.
Nuestra época, como nos enseña Lenin, es la época del
imperialismo y de las revoluciones proletarias. Con esto debemos comprender que
a nosotros, marxista-leninistas, nos corresponde combatir con la mayor dureza
al imperialismo mundial, a cualquier imperialismo, a cualquier potencia
capitalista, que son los que explotan al proletariado y a los pueblos.
Sostenemos la tesis leninista de que la
revolución está actualmente a la orden del día. El mundo seguirá adelante
hacia una sociedad nueva, que será la sociedad socialista. El capitalismo
mundial, el imperialismo y el socialimperialismo se descompondrán todavía más y
serán liquidados por medio de la revolución.
Lenin nos enseña a
combatir hasta el fin al imperialismo, criticarlo en la amplia acepción de la
palabra y levantar a las clases oprimidas contra la política imperialista,
contra la burguesía. El análisis marxista-leninista del desarrollo actual
del imperialismo, demuestra claramente que son inmutables el análisis y las conclusiones
de Lenin sobre el imperialismo, sobre su naturaleza y sus rasgos, sobre la
revolución. Los intentos de todos los oportunistas, desde los socialdemócratas
hasta los revisionistas jruschovistas y chinos, de deformar las tesis
leninistas sobre el imperialismo, son intentos contrarrevolucionarios. Su
objetivo es negar la revolución, embellecer al imperialismo, prolongar la vida
del capitalismo. Cuando Lenin desenmascara al imperialismo y a sus apologistas
como Bernstein, Kautsky, Hilferding y todos los demás oportunistas de la II
Internacional, advierte que
«La
ideología imperialista penetra incluso en el seno de la clase obrera, que no
está separada de las demás clases por una muralla china.»
[…]
Al desenmascarar
a los cabecillas de la II Internacional, que querían hacer distinción entre las
potencias imperialistas, dividiéndolas en más y menos agresoras, Lenin
recalcaba que esta actitud era antimarxista. Esta actitud llevó a los partidos de la II Internacional a las posiciones
del chovinismo, a traicionar abiertamente la causa del proletariado y de la
revolución. En nuestra época, decía Lenin, no puede plantearse el problema de
qué Estado imperialista de los implicados en la Primera Guerra Mundial en uno u
otro campo, es el «peor de los males».
«La
democracia contemporánea, decía, sólo será fiel
a sí misma si no se suma a ninguna burguesía imperialista, sí declara que «tan
pésima es una como otra» y sí desea en cada país la derrota de la burguesía
imperialista. Toda otra solución será, de hecho, una solución nacional-liberal,
y no tendrá nada en común con el verdadero internacionalismo.»
[…]
La vida confirma continuamente las geniales tesis de
Lenin sobre el imperialismo. El capitalismo ha entrado en la fase de su
putrefacción. Esta situación suscita la revuelta de los pueblos y los empuja a
la revolución. La lucha de los pueblos contra el imperialismo y contra las
camarillas capitalistas burguesas crece de diferentes formas, con diversa
intensidad. Ineluctablemente la cantidad se convertirá en calidad. Esto se
verificará antes en los países, que constituyen el eslabón más débil de la
cadena capitalista y donde la conciencia y la organización de la clase obrera
han alcanzado un alto nivel, donde el problema es tratado con una profunda
comprensión política e ideológica.
El imperialismo ha intensificado la opresión y la bárbara
explotación de los pueblos. Pero al mismo tiempo también los pueblos del mundo
se hacen cada vez más conscientes de que ya no se puede vivir en la sociedad
capitalista actual, donde las masas trabajadoras son oprimidas y explotadas con
una intensidad no menor a la de antes de la guerra.
El imperialismo, a pesar de sus esfuerzos y de los de sus
adeptos, ni ahora ni tampoco más tarde puede encontrar estabilidad en la lucha
que lleva a cabo por sentar su hegemonía sobre los pueblos. No puede
encontrarla porque se ha despertado la conciencia de la clase obrera y de las
masas trabajadoras oprimidas que quieren liberarse, y además a causa de las
inevitables contradicciones interimperialistas.
Los pueblos ven, y más tarde lo verán mejor, que el
imperialismo y el capitalismo mundial no se apoyan sólo en la fuerza económica,
militar, política e ideológica de las dos superpotencias, sino también en las
clases ricas que mantienen sojuzgados a los pueblos de sus países, que los
explotan y los aterrorizan a fin de que no se levanten para conquistar la
verdadera libertad e independencia.
Las amplias masas de los diversos países del mundo han
comenzado asimismo a comprender que la actual sociedad burgués-capitalista, el
sistema explotador del imperialismo mundial, deben ser derrocados. Para los
pueblos esto no es sólo una aspiración, en muchos países también han empuñado
las armas…
Descargar el texto completo de “La teoría leninista sobre el imperialismo mantiene toda su actualidad” de Enver Hoxha (1978)