La comprensión del concepto de trabajo productivo en el capitalismo no es una simple cuestión académica, no es un concepto de poca importancia en la economía marxista. Está íntimamente ligado con el concepto de capital y tiene relación directa con el proceso de valorización. Su utilización en el análisis de la crisis actual nos permite a su vez sacar las conclusiones adecuadas desde el punto de vista del proletariado. Este concepto tiene implicancias político-prácticas muy importantes. Por eso, la burguesía y sus agentes en el movimiento obrero intentan por todos los medios, por un lado, borrar toda diferencia entre trabajo productivo e improductivo, bajo la consigna de que "todos somos productivos", con el fin de echar tierra sobre la teoría del trabajo como creador de valor y de la teoría de la plusvalía; mientras que, por otro lado, otros sectores burgueses y oportunistas enfatizan la existencia de trabajadores improductivos, asimilando en este concepto a sectores de la clase obrera, con el fin de dividir al movimiento obrero y reformar el sistema mediante planes de reversión de lo que llaman la "desindustrialización" de la economía capitalista.
Presentamos a continuación extractos del artículo "Una vez más sobre el trabajo productivo e improductivo" del inglés Peter Howell, en el que se discute el tema en lucha contra el oportunismo en el movimiento obrero y revolucionario, y se demuestra que los marxistas "críticos" de "algunas" supuestas limitaciones, insuficiencias y equivocaciones de Marx y los marxistas, se pasan teórica y prácticamente al campo de la burguesía. En este artículo (capítulos IV y V en la versión completa) podemos apreciar que el aparentemente aséptico campo del debate sobre teoría económica entre marxistas y "marxistas" también es un frente de la lucha de clases, que las posiciones que se adoptan tienen una naturaleza de clase determinada y que muchas revisiones del marxismo en la teoría económica tienen repercusiones prácticas en la formulación de la línea política y en la lucha de clase del proletariado. Así, recurriendo a viejas tesis de la economía política burguesa e incluso a argumentos y herramientas de la economía vulgar moderna, especialmente del keynesianismo, estos seudomarxistas pretenden vender la idea de que están recreando y desarrollando el marxismo, cuando en realidad lo han abandonado al negar tesis fundamentales que Marx legó a la clase obrera.
Una vez más
sobre el trabajo productivo e
improductivo
Peter Howell
1975
(Extractos)
[...]
Empezaremos... estudiando de cerca a los
clásicos, empezando por los fisiócratas y terminando con la crítica de Ricardo
a Malthus.
Como mostraremos, hay un lado muy claramente reformista de la economía
política, a pesar de su espíritu revolucionario. Y como veremos más adelante,
los “marxistas” de nuestros tiempos tienden cada vez más a este reformismo – el
precio que inevitablemente deben pagar los que ignoran el concepto marxista del
trabajo productivo.
En la segunda parte de este trabajo, vamos a examinar la
crítica de Marx a las categorías de la economía política, y al hacerlo,
restableceremos lo que realmente nos enseñó Marx sobre el tema. Además, dado
que la categoría de trabajo productivo es una parte integral del concepto de
capital, será necesario volver a los clásicos para demostrar lo poco que
penetraron en el secreto de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Esto dejará claro que el “propósito” del concepto de Marx del trabajo productivo
no es –como Gough y otros sostienen– simplemente “explicar la existencia y
cantidad de la plusvalía en el modo de producción capitalista”.
Esta es una verdad a medias y por lo tanto una distorsión. El propósito
completo del concepto de Marx del trabajo productivo es el de revelar a la
clase trabajadora las leyes del movimiento de la sociedad burguesa.
En la tercera parte, vamos a seguir el lento y triste
progreso del revisionismo contemporáneo que se mueve poco a poco en contra del
concepto de capital, hasta que no queda nada, salvo la concepción vulgar, según
la cual todos los trabajadores empleados en el modo de producción capitalista
son productivos. Esto ha ofrecido a los portavoces de la ideología del capital
una oportunidad ideal para presentar su miserable explicación de la crisis
actual.
Por último, se apunta a las causas reales que subyacen en
la crisis del capitalismo de hoy, desenmascarando a los distintos
representantes del capital británico en su intento de aportar soluciones que
sólo pueden hacerse efectivas a costa de la clase obrera. En el proceso quedará
muy claro que nuestro variado surtido de pretendidos marxistas, después de
haber “adulterado” el concepto de trabajo productivo, es incapaz de ofrecer a
la clase obrera una alternativa viable.
[...]
Las categorías de la economía política y la
lucha de clases
Antes de la aparición del modo de producción capitalista,
la extracción del trabajo excedente generalmente servía como un medio para unas
“cortes espléndidas” y una vida suntuosa para los ricos ociosos. Las clases
dominantes de las sociedades precapitalistas no se hubieran opuesto a la
acusación de que la suya era una vida improductiva –el mero título de
trabajador habría sido suficiente para despertar su indignación.
En contraste, la obtención de plustrabajo bajo el estricto
régimen del capital llegó para servir no como un medio para el consumo sino
para un fin más noble, el de la acumulación. Gracias a la aparición de este
nuevo sistema, las capacidades productivas del trabajo social se desarrollaron
enormemente y de una manera que eclipsa todos los modos antiguos. Así fue que
el trabajo productivo fue ensalzado mientras se condenaba el trabajo
improductivo, y por primera vez en la historia las categorías económicas fueron
utilizadas directamente en la confrontación ideológica de una clase contra
otra.
De todos los representantes de la economía política Adam
Smith fue el menos comedido en dar rienda suelta a su odio por el trabajo
improductivo. La gran industria estaba todavía en pañales y necesitaba toda la
ayuda que pudiera conseguir. Derrochar el excedente, que de otro modo podría
ser utilizado para la acumulación, impediría su desarrollo. Sin embargo, las
numerosas oficinas y prebendas relacionadas con la administración del Gobierno,
para no hablar de “los clérigos, abogados, médicos, hombres de letras de todo
tipo, actores, bufones, músicos, cantantes de ópera, bailarines de ópera, etc.”,
hacían exactamente eso. Eran meros sirvientes del público y por lo
tanto, “mantenidos por una parte del producto anual de la labor de la otra
gente”.
Éste, dice Marx,
“es el lenguaje
de la burguesía todavía revolucionaria, que aún no ha sometido a toda la
sociedad, el Estado, etc.... El Estado, la iglesia, etc., sólo se justifican en
la medida en que son comités para supervisar o administrar los intereses
comunes de la burguesía productiva, y sus costos –ya que por su naturaleza,
estos gastos corresponden a los gastos generales de la producción– deben
reducirse al mínimo inevitable”.
A pesar de que los escritos de Smith se destacan como una
crítica de las condiciones existentes, es importante recordar que “lo que en la
superficie es la glorificación del trabajador productivo es, de hecho, solo la
glorificación del capitalista industrial, en contraposición a los
terratenientes y esos capitalistas monetarios que viven sólo de susingresos”.
Pero ahí radica el problema.
Dado que el trabajo es la fuente de todo valor y que, en
consecuencia, siempre podemos trazar la génesis directa del capital desde el
trabajo, surge la pregunta, ¿cómo o por qué razón el capital es productivo?
Tenemos, una de dos: o el poder productivo del trabajo o el poder
productivo del capital –ya que el mismo poder productivo no se puede contar dos
veces–, y si tenemos este último no puede haber ley del valor.
La economía política fue atrapada en una contradicción de
su propia creación y, como lo describió Marx, “era natural para los
pensadores que se pusieron del lado del proletariado aprovechar esta
contradicción, para lo cual se encontraron con la base teórica ya preparada. El
trabajo es la única fuente del valor de cambio y el único creador activo del
valor de uso. Esto es lo que ustedes dicen. Por otro lado, también dicen que el
capital lo es todo, y el trabajador no es nada o es un simple costo de
producción del capital. Ustedes se han refutado a sí mismos. El capital no
es más que defraudación al trabajador. El trabajo lo es todo”.
Y cuando finalmente los trabajadores se pongan de pie y
declaren que los capitalistas son improductivos, y cuando los capitalistas ya
no puedan sostener más un tono revolucionario, aunque sólo sea porque su propio
tono se ha convertido en el centro de la tormenta de una nueva lucha, aún más severa,
entonces habrá llegado el momento para ellos de gritar que se ha cometido un
error monumental y pedirán, de forma cobarde, una tregua, un compromiso
enfermizo, en el que todas las actividades imaginables, por tenue que sea su
relación con la producción capitalista, deben ser honradas con el título de
trabajo productivo.
“Cuando... la
burguesía ha ganado la batalla, y en parte se ha hecho cargo del Estado, en
parte hizo un compromiso con sus poseedores anteriores, y también reconoció a
las profesiones ideológicas como carne de su carne y por doquier los convirtió
en sus funcionarios, de la misma naturaleza que ella misma; cuando ella misma
ya no se enfrenta a éstos, como representante del trabajo productivo, sino que
los verdaderos trabajadores
productivos se levantan en su contra y, además, le dicen que vive del trabajo
de otras personas... entonces las cosas toman un nuevo giro, y la burguesía
trata de justificar “económicamente”, desde su propio punto de vista, lo que en
una etapa anterior había criticado y combatido”.
La ley ricardiana del valor, con todas sus
imperfecciones, tenía que irse –por lo menos de las universidades– permitiendo
así que los economistas aspiren a esa noble tarea de proporcionar a la sociedad
la ciencia de lo superficial. La inquietante paradoja capital o trabajo,
ahora podría encontrar su sustitución en la resolución grosera: capital y
trabajo, y tierra y gestión y tecnología y cualquier otro mercenario
filibustero de la burguesía que uno quiera nombrar.
Los capitalistas tenían un gran interés en abandonar la
distinción entre trabajo productivo e improductivo. La clase obrera, por otro
lado, tenía, y siempre tendrá, todo el interés en hacer hincapié en esta
distinción. Sin este énfasis es posible convertir la declaración de Ricardo de
que el trabajo es el creador de valor en todo lo contrario –que el capital es
el creador de valor. Dad al capitalista un segundo y reclamará toda la jornada
laboral.
Marx dio la bienvenida al hecho de que el proletariado hubiera
encontrado un número de simpatizantes capaces de aprovechar las contradicciones
de la economía política y usarlas contra los capitalistas desde el punto de
vista de los trabajadores. Pero como Marx bien sabía, la iniciativa
revolucionaria de los obreros no podía mantenerse por mucho tiempo, y mucho
menos desarrollarse aún más, simplemente confrontando el argumento de Ricardo
en sus propios términos. En cambio fueron estos mismos términos los que
tuvieron que ser sometidos a la propia crítica revolucionaria de Marx. Después
de haber rescatado la esencia revolucionaria de la dialéctica hegeliana Marx
estaba equipado para hacer frente a la economía política de un modo similar. De
hecho, fue precisamente debido a su crítica de aquella que ésta pudo entonces
ser superada sobre la base del materialismo histórico.
Si bien es cierto que el enfoque general de la historia
de Marx forma tanto el fondo como el punto de partida para una crítica de la economía
política, no es menos cierto que sin esta crítica la perspectiva histórica de
Marx, con todas sus brillantes ideas, hubiera permanecido en el ámbito de la
filosofía especulativa. El análisis de Marx del capital hace mucho más que
revelar las leyes del movimiento de la sociedad burguesa; también confía en las
manos del movimiento obrero revolucionario la ciencia de la sociedad – el
materialismo histórico. A este fin Marx dedicó el concepto del trabajo productivo, un concepto que “expresa
precisamente la forma específica del trabajo en que se basa todo el modo
capitalista de producción y el capital mismo”.
La contradicción del capital y los conceptos de trabajo productivo e improductivo
El carácter contradictorio de la sociedad capitalista
asume muchas formas, con una contradicción continuamente saliendo a la palestra
mientras otra retrocede. El asunto, sin embargo, no es describirlas,
catalogarlas y organizarlas de acuerdo a la imaginación, sino mostrar cómo
estas contradicciones se corresponden con la coherencia interna de la sociedad
burguesa. En lugar de exponer las contradicciones del capital como las muestran
sus relaciones intrínsecas, la economía política no haría más que tomar tal o
cual aspecto del problema, analizarlo superficialmente y mantenerlo como un
problema. Y porque su enfoque era esencialmente ecléctico, porque fue incapaz
de resolver el movimiento externo en el movimiento intrínseco verdadero,
siempre se las arreglaba para encontrar algún medio de atemperar la naturaleza
contradictoria del sistema.
Para Adam Smith, la contradicción del capital se
encuentra en el mercado, en la lucha competitiva entre las clases sobre la
distribución del producto social. La acumulación de capital crea su propia
barrera mediante el fortalecimiento de la capacidad de negociación de los
trabajadores a expensas de los capitalistas, es decir, los trabajadores
consumen demasiado –“sobreconsumen”. La producción de lujos, sin embargo, al
ralentizar el ritmo de acumulación, y por lo tanto la demanda de mano de obra,
restaurará un sano equilibrio de fuerzas de clase, los salarios se reducirán y
las ganancias aumentarán. Por lo tanto, la contradicción se resuelve como un “sobreconsumo”
por parte de los trabajadores; ¿los medios para su solución? –Elevar el nivel
de consumo improductivo con el fin de aliviar la presión del trabajo sobre el
capital.
Para Malthus, el origen de la contradicción del capital
también se encuentra en el mercado. Los bajos salarios hacen posibles grandes
ganancias, pero al mismo tiempo hacen imposible obtener ganancias, ya que
reducen la demanda de bienes. La contradicción ahora se falsifica en una forma
de “subconsumo” ¿los medios para su solución? –El consumo improductivo.
Aunque Ricardo desarrolló un concepto de plusvalía
relativa, y aunque se trasladó provisionalmente y con vacilaciones hacia una
comprensión del papel del ejército de trabajadores de reserva, su análisis
carece de ese ingrediente vital que habría abierto el camino para una
comprensión más profunda de la contradicción del capital... Ricardo no tenía
absolutamente ninguna idea de composición orgánica del capital, del capital
como se manifiesta en el proceso directo de producción como la diferencia entre
capital constante y capital variable real. Ricardo no pudo por lo tanto,
“elaborar
la tasa de ganancia a partir de la relación de este elemento activo con
el elemento pasivo, y mostrar que disminuye a medida que avanza la sociedad”.
Según Ricardo, la tasa de ganancia no está determinada
por la relación de la plusvalía con la inversión de capital total, sino por la
relación de la plusvalía con el capital variable. En consecuencia, sólo podía
explicar la caída de beneficios como consecuencia de la disminución de la
plusvalía, y por lo tanto de la disminución del plustrabajo.
Pero si la masa de plusvalía de la sociedad está
continuamente disminuyendo, ¿cómo podemos explicar el aumento en el número de
trabajadores improductivos que acompaña a la acumulación de capital?
¿Cómo, por otra parte, consideramos el hecho de que aquellos que no viven
directamente de su propio trabajo son cada vez más numerosos también?
De hecho, lo que Ricardo se olvidó convenientemente de destacar es “el constante
crecimiento de las clases medias, aquellos que están entre el trabajador, por
un lado y el capitalista y el terrateniente, por el otro”.
De lo que Ricardo convenientemente no se dio cuenta fue que los trabajadores productivos no son menos explotados porque haya mucho consumo improductivo, sino por el contrario, hay mucho consumo improductivo porque los trabajadores productivos son más explotados. El aumento en el número de personas que viven de los ingresos, proporciona un sustento para afirmar que la tasa de ganancia cae según avanza la sociedad burguesa, debido a una disminución en la tasa de explotación. Incluso los economistas que fueron incapaces de criticar la economía política desde el punto de vista del materialismo histórico, pero que sin embargo fueron ganados al lado de la clase trabajadora, tuvieron la suficiente inteligencia “para enfatizar el hecho de que el número proporcional de los que viven de las ganancias ha aumentado con el desarrollo del capital”.
Sin embargo, la misma circunstancia que permite que el
ámbito del consumo improductivo se extienda conduce a una disminución en la
tasa de ganancia. No hay nada más natural para los ricardianos, por lo tanto,
que asociar el consumo improductivo con las ganancias decrecientes, siempre y
cuando, por supuesto, no tengan en cuenta lo que es común a ambos –la creciente
productividad del trabajo y el aumento de la composición orgánica del capital.
Marx se opuso firmemente a la teoría ricardiana de que la
tasa de ganancia disminuye a causa de una disminución en la tasa de
explotación. Precisamente, es todo lo contrario. La tasa de ganancia cae,
aunque la tasa de plusvalía suba, “porque la proporción del capital variable al capital
constante disminuye con el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo. La
tasa de ganancia cae, por lo tanto, no porque el trabajo se vuelva menos
productivo, sino porque se vuelve más productivo. No porque el trabajador es
menos explotado, sino porque es más explotado, ya sea que el tiempo excedente
absoluto crezca o, cuando el Estado impide esto, que el tiempo excedente
relativo crezca, porque la producción capitalista es inseparable de la caída
del valor relativo del trabajo”.
Sostener lo contrario equivale a decir que el capitalismo no ha aprendido
todavía a ponerse en pie por sus propios medios (sobre la espalda del
proletariado), una posición muy conveniente, para los ricardianos,
especialmente en un momento en que la sociedad burguesa estaba pasando
rápidamente a la edad avanzada. Para los ricardianos, la sociedad burguesa
siempre estaría en la necesidad de una revolución burguesa.
Las barreras que enfrentaban al capital, en la época de
los fisiócratas, eran muy diferentes a las que se encuentran en su fase madura
y desarrollada. Ya en 1862, Marx podía escribir;
“Aunque la
burguesía era originalmente muy ahorrativa, con el crecimiento de la
productividad del capital, es decir, de los obreros, imita los sistemas de
retención de los señores feudales”.
Los representantes del capitalismo contemporáneo prueban
que Marx está en lo cierto, ya que se dedican a imitar a los economistas
clásicos, a quienes antes habían criticado y combatido. Frente a la crisis más
grande de la historia, la burguesía parece decidida a volver a ese campo de
batalla plagado de musgos en el que la economía política estuvo alguna vez. A
medida que suena de nuevo la trompeta contra el trabajador improductivo, los
días del gran compromiso están llegando rápidamente a su fin.
Antes de abordar la cuestión de la crisis actual, debemos
preguntarnos cómo es concebible que esta excrecencia parasitaria del trabajo de
los demás –la burguesía– puede tener la osadía de levantar la voz en contra del
trabajador improductivo. Una mirada a la literatura sobre la izquierda inglesa –desde
el Partido Comunista (que es un término equivocado) hasta International
Socialists (un nombre poco apropiado en ambos términos)– proporcionará la
respuesta. Al suprimir tanto la ley del valor como la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia, y, además, hacer caso omiso a la distinción entre trabajo
productivo e improductivo, éstos han dejado el campo abierto a la burguesía y
sus portavoces ideológicos, los Wedgwood Benns y los Keith Josephs.
[...]
[...]
Como responde la burguesía a la crisis
Alarmado por las nuevas propagaciones de las ramas improductivas
del trabajo, que continuamente se forman, un sector de la burguesía exige una reversión
del proceso de “desindustrialización”. En este campo caen las dos facciones
pro- y anti-Estado. Los defensores del capital pro-Estado abogan por un
programa de inversiones que, según dicen, aumentaría el número de trabajadores
empleados en el sector “manufacturero”. Aparte de sus planes vagos y ambiguos
para aumentar la financiación necesaria para lograr su meta, una cosa destaca
claramente – su desprecio por el trabajador improductivo. Prueba de ello es el
siguiente fragmento de basura contra la clase obrera en el Tribune.
“Durante el período de 1970 a 1974 el número promedio de
empleos perdidos en la manufactura por los despidos fue de 180.000 al año...
Para aquellos que, como el Secretario de Estado de los Precios, dicen que estos
trabajos están siendo reemplazados por puestos de trabajo en las industrias de
servicios, señalaríamos... que una nación industrial que importa sus alimentos
y materias primas para sobrevivir encontrará difícil exportar, a cambio,
ayudantes de hospital, y vendedores de helados...”
La facción anti-Estado es más explícita sobre el origen
de los fondos necesarios para poner la industria de nuevo en pie. Estos deberán
ser aportados por el desmantelamiento de un sector considerable de la
estructura social democrática que en su estado actual sólo sirve para disipar
los excedentes necesarios para la industria. Lejos de ser el Estado quien debe
guiar a nuestra economía a través de aguas turbulentas, es el empresario, ese
miembro sabio e intrépido de la especie humana, el que se asegurará de que se dé
un uso adecuado a la financiación adicional.
En sus esfuerzos por presentarse como los campeones de
los trabajadores industriales, los representantes del capital británico a favor
y en contra del Estado han ofrecido garantías solemnes de que si se ponen más
fondos a disposición de la industria, los empleos en las fábricas se mantendrán
e incluso aumentarán. ¡Qué convenientemente olvidan que fue el crecimiento de
la fuerza productiva del trabajo el que creó los despidos en el primer lugar, y
el que llevó al Estado a intervenir en los intereses de “la paz social”! Lejos
de revertir el proceso de “desindustrialización” de Gran Bretaña, un aumento de
la inversión en las condiciones actuales lo acelerará. Sin embargo, si el
Estado recortara el consumo improductivo –si tirara a los lobos a los
trabajadores de servicios– no sólo dotaría a la industria con fondos
adicionales, sino que también, y más importante, crearía las precondiciones
para el empleo rentable de estos fondos, a saber, el desempleo masivo y
la reducción de los salarios por debajo del valor de la fuerza de trabajo.
Si el trabajador industrial puede ser convencido de que
el origen de la crisis actual radica en la insuficiencia de los fondos
necesarios para reequipar y modernizar la industria, todo lo que queda para la
burguesía es señalar con el dedo de la reprobación al trabajador improductivo
que, como todos sabemos, vive de la industria de los demás.
Pero los obreros improductivos no están exentos de
amigos. Aún otro sector de la burguesía –que de nuevo abarca todo el espectro
ideológico de la política parlamentaria– ha desafiado la tesis de Benn-Joseph
de que hay algo anormal en el desplazamiento hacia “los servicios” en una
economía en crecimiento. Se argumenta que la caída de 1970-73 en el empleo
manufacturero debe considerarse en el contexto de lo “que es para los
estándares británicos un fuerte aumento de la productividad industrial – un 17
por ciento en tres años”.
Por otra parte, se afirma además que dado que las inversiones en Gran Bretaña
han tendido a asumir un carácter intensivo en capital, los fondos adicionales
no van a crear más puestos de trabajo, o incluso no mantendrán el mismo empleo
en la industria, sino que acelerarán su deterioro. Por lo tanto, hay que
alegrarse por el hecho de que nuestro Estado social democrático haya expandido
el sector de servicios, ya que sin su continua expansión la tasa de desempleo
seguramente aumentaría.
Poco se dan cuenta nuestros apologistas de que un aumento
en la inversión manufacturera, si se acompaña de un aumento del desempleo,
incrementará de nuevo absolutamente, si
no relativamente, la fuerza de trabajo productiva. Los capitalistas volverán a
emplear a los trabajadores despedidos anteriormente, precisamente porque el
crecimiento del ejército de reserva de mano de obra permite que lo hagan en
condiciones más favorables. Como señaló Marx, una y otra vez, no una sino dos
tendencias funcionan en la sociedad capitalista. La primera es el empleo del
menor trabajo posible con el fin de producir la misma o mayor plusvalía. La
otra es emplear el mayor número posible de trabajadores porque a un nivel dado
de productividad la masa de plusvalía crece con la cantidad de mano de obra
empleada.
“La tendencia
uno echa a los trabajadores a la calle y hace redundante a parte de la
población, la otra los absorbe y extiende de nuevo la esclavitud asalariada
absolutamente, de modo que la suerte del trabajador está siempre fluctuando,
pero nunca se escapa de ella”.
Sin embargo, hay que destacar que nuestros apologistas
admiten que la misma causa que aumenta la riqueza de los capitalistas hace
redundante a parte de la población trabajadora. Pero, ¿vamos a concluir que los
trabajadores están perfectamente justificados en considerar el desarrollo de la
capacidad productiva de su propio trabajo como hostil a ellos mismos? No, en
absoluto. Sea cual sea la magnitud en que el capital trate de aumentar el
ejército de reserva de mano de obra mediante el desplazamiento de los
trabajadores por las máquinas, siempre se puede confiar en un Estado
democrático social benefactor para transformar una porción cada vez mayor de la
población trabajadora en trabajadores de servicios. Por lo tanto, debemos
esperar pacientemente el día en que el propio capital vaya desapareciendo por
la baja en sus filas de los últimos restos persistentes de la fuerza de trabajo
industrial de Gran Bretaña. Huelga decir que esta perspectiva no es sólo
utópica en la forma y reaccionaria en el contenido, sino también estúpida.
Qué convenientemente olvidan nuestros apologistas que la
verdadera causa que aumenta la masa de riqueza necesaria para mantener a los
trabajadores improductivos también conduce a la tendencia de la tasa de
ganancia a caer. Se exige por tanto a los trabajadores productivos que acepten
una reducción drástica de su nivel de vida, de modo que los capitalistas –con la
ayuda de nuestro Estado social democrático– pueda proceder impertérrito en su
heroica misión de convertirnos a todos en sirvientes. Mientras que antes se culpaba
al trabajador improductivo por todos nuestros males, así ahora se toma al
trabajador productivo para la tarea de inhibir al Estado en la persecución de
su política de pleno empleo...
[...]
[...]
Conclusión
Mientras que la burguesía y los oportunistas dentro de
las filas de la clase obrera montan todos los días ataques contra los
trabajadores improductivos, es característico que los “marxistas no ortodoxos”
están negando su propia existencia. En contraposición, nosotros hacemos
hincapié en la distinción entre trabajo productivo e improductivo con el fin de
revelar a todos los trabajadores las verdaderas causas subyacentes de la crisis
actual. Y al hacerlo así, podemos demostrar que el dilema del capital no radica
en la insuficiencia de superávit, sino en la relación capitalista misma. Sólo
sobre esta base podremos salvaguardar los intereses de los trabajadores
productivos e improductivos que están en la actualidad siendo atacados, ya sea
por producir muy poco o por consumir demasiado de los excedentes de la
sociedad. La distinción entre trabajo productivo e improductivo es, por lo
tanto, la condición previa para la unidad política de la clase obrera.
Tomado
de Marxists.org. Digitalizado por “Crítica
Marxista-Leninista”, 2013.
Nota:
Se han hecho algunas modificaciones de forma a la traducción publicada por
marxists.org, cotejándola con el original en inglés, también disponible en
marxists.org. Las notas se incluyen en el texto completo disponible para ser descargado. (CM-L)
Descargar el texto completo de “Una vez más sobre el trabajo productivo e improductivo” de Peter Howell (1975).