En lucha contra la oposición trotskista-zinovievista, Stalin desarrolló la teoría marxista-leninista de la revolución proletaria, particularmente en lo que respecta a los fundamentos de la revolución en los países semicoloniales y dependientes. Un papel importante en ese sentido, jugó la revolución china, en tanto que aportaba la experiencia de su lucha y presentaba una revolución en pleno desarrollo. En sus artículos y discursos polémicos, Stalin definió correctamente los objetivos, el carácter, las fuerzas motrices y las tareas de la revolución china. Lineamientos teóricos y políticos que el Partido Comunista de China utilizaría para la elaboración de su línea política general y de la estrategia y la táctica de la revolución.
Hemos reunido los artículos y discursos de Stalin sobre la revolución china, de los años 1926 y 1927, cuando se desarrolló la lucha contra los trotskistas y zinovievistas tanto en el PC(b) como en la Internacional Comunista. A continuación publicamos un extracto correspondiente a China, contenido en uno de los artículos seleccionados, en el que Stalin expone de forma resumida y didáctica algunos de los principios tácticos del leninismo al hacer un balance de lo realizado y logrado por la revolución china y el Partido Comunista de China.
NOTAS
SOBRE TEMAS DE ACTUALIDAD
(28 de julio de 1927)
II.
Sobre China
Ahora, cuando la
revolución china ha entrado en una nueva fase de desarrollo, podemos hacer cierto balance del camino recorrido y examinar la línea de
la Internacional Comunista en China.
Hay
ciertos principios tácticos del leninismo que deben ser tenidos en cuenta para
dirigir con acierto la revolución y para examinar la línea de la Internacional
Comunista en China. Estos principios los han olvidado hace mucho nuestros
oposicionistas. Pero precisamente porque la oposición padece de mala memoria,
se hace necesario recordárselo una y otra vez.
Me refiero
a principios tácticos del leninismo como:
a) el
principio de tener obligatoriamente en cuenta lo que hay de particular y
específico en cada país, desde el punto de vista nacional, al trazar las
directivas de la Internacional Comunista para el movimiento obrero de los
distintos países;
b) el
principio de que los Partidos Comunistas utilicen obligatoriamente en cada país
la más pequeña posibilidad para asegurar al proletariado un aliado de masas,
aunque sea temporal, vacilante, inestable y poco seguro;
c) el principio
de tener obligatoriamente en cuenta la verdad de que, para la educación
política de masas de millones de hombres, no basta con la propaganda y la
agitación, de que para ello se necesita la experiencia política de las propias
masas.
Creo
que tener en cuenta estos principios tácticos del leninismo es una condición
imprescindible para examinar a lo marxista la línea de la Internacional
Comunista en la revolución china.
Examinemos
los problemas de la revolución china a la luz de estos principios tácticos.
A
pesar del desarrollo ideológico de nuestro Partido, en él hay todavía, por
desgracia, cierta especie de “dirigentes” creídos sinceramente de que se puede
dirigir la revolución china por telégrafo –digámoslo así–, apoyándonos en las
tesis generales de la Internacional Comunista, conocidas y reconocidas por
todos, sin tener en cuenta las particularidades nacionales de la economía
china, del régimen político chino, de la cultura china y de las costumbres y
tradiciones chinas. La diferencia entre estos “dirigentes” y los dirigentes
auténticos reside, precisamente, en que los primeros tienen siempre en el
bolsillo dos o tres fórmulas dispuestas, “aplicables” a todos los países y
“obligatorias” en todas las condiciones. Para ellos no existe la necesidad de
tener en cuenta lo que hay de particular y específico en cada país desde el
punto de vista nacional. Para ellos no existe la necesidad de coordinar las
tesis generales de la I.C. con las peculiaridades nacionales del movimiento
revolucionario de cada país, de adaptar las tesis generales de la I.C. a las
peculiaridades nacionales y estatales de cada país.
No
comprenden que ahora, cuando los Partidos Comunistas han crecido y son partidos
de masas, la tarea principal de la dirección consiste en encontrar, captar los
rasgos nacionales específicos del movimiento en cada país y combinarlos
acertadamente con las tesis generales de la I.C., para facilitar y hacer
prácticamente realizables los fines fundamentales del movimiento comunista.
De ahí
los intentos de estereotipar la dirección para todos los países. De ahí los
intentos de aplicar mecánicamente ciertas fórmulas generales, sin tener en
cuenta las condiciones concretas del movimiento en cada país. De ahí los
eternos conflictos entre las fórmulas y el movimiento revolucionario en los
distintos países, conflictos que son el resultado principal de la labor de esos
calamitosos dirigentes.
Entre
esos dirigentes calamitosos se encuentran, precisamente, nuestros
oposicionistas.
La
oposición ha oído que en China se está desarrollando una revolución
burguesa. Sabe, además, que la revolución
burguesa de Rusia se hizo contra la burguesía. De ahí la fórmula,
ya hecha, para China: abajo toda clase de acciones conjuntas con la burguesía,
viva la salida inmediata de los comunistas del Kuomintang (abril de 1926).
Pero
la oposición ha olvidado que China, a diferencia de la Rusia de 1905, es un
país semicolonial oprimido por el imperialismo; que, a consecuencia de ello, la
revolución china no es una simple revolución burguesa, sino una revolución burguesa
de tipo antiimperialista; que el imperialismo posee en China los resortes
principales de la industria, del comercio y del transporte; que la opresión del
imperialismo no afecta sólo a las masas trabajadoras de China, sino a ciertas
capas de la burguesía china y que ésta, por ello, en ciertas condiciones y
durante cierto tiempo, puede apoyar la revolución china.
Así
ocurrió en realidad, como es sabido. Si se toma el período de Cantón de la
revolución china, el período de la salida de las tropas nacionales al Yang-tse-kiang,
el período anterior a la escisión del Kuomintang, habrá que reconocer que la
burguesía china apoyó la revolución, que la línea de la I.C. –admitir las
acciones conjuntas con esta burguesía durante cierto tiempo y en ciertas
condiciones– era completamente acertada.
Resultado
de ello fue que la oposición abandonase su vieja fórmula, proclamando una
fórmula “nueva”: la unidad de acción con la burguesía china es necesaria, los
comunistas no deben retirarse del Kuomintang (abril de 1927).
Este
fue el primer castigo que la oposición sufrió por no haber querido tener en
cuenta las particularidades nacionales de la revolución china.
La
oposición ha oído que el gobierno de Pekín anda a la greña con los representantes
de los Estados imperialistas en el problema de la autonomía aduanera de China.
La oposición sabe que la autonomía aduanera la necesitan más que nadie los capitalistas
chinos. De ahí la fórmula ya hecha: la revolución china es nacional y
antiimperialista porque su principal objetivo es la conquista de la autonomía
aduanera.
Pero
la oposición ha olvidado que la fuerza del imperialismo en China reside,
principalmente, no en las restricciones aduaneras a que se ve sometido el país,
sino en que posee en él fábricas, minas, ferrocarriles, barcos, Bancos y casas
comerciales, que chupan la sangre a los millones de obreros y campesinos
chinos.
La
oposición ha olvidado que la lucha revolucionaria del pueblo chino contra el imperialismo
se debe, ante todo y sobre todo, a que el imperialismo es en China la fuerza
que apoya y alienta a los explotadores directos del pueblo: señores feudales,
militaristas, capitalistas, burócratas, etc.; que los obreros y campesinos
chinos no pueden vencer a esos explotadores sin emprender al propio tiempo la
lucha revolucionaria contra el imperialismo.
La
oposición olvida que esta circunstancia es, precisamente, uno de los factores
principales que posibilitan la transformación de la revolución burguesa, en
China, en revolución socialista.
La
oposición olvida que quien califica la revolución antiimperialista china de
revolución para implantar la autonomía aduanera, niega la posibilidad de
transformar la revolución burguesa, en China, en revolución socialista, pues
pone la revolución china bajo la dirección de la burguesía del país.
Y, en
efecto, los hechos han demostrado después que la autonomía aduanera es, en
realidad, la plataforma de la burguesía china, pues incluso reaccionarios tan
empedernidos como Chang Tso-ling y Chang Kai-shek se manifiestan ahora partidarios
de la anulación de los tratados desiguales y del establecimiento de la
autonomía aduanera en China.
De ahí
el desdoblamiento de los oposicionistas, sus tentativas de escabullirse de su
propia fórmula de la autonomía aduanera, las tentativas de desdecirse por lo
bajo y de acercarse a la posición de la I.C. en lo referente a la posibilidad
de transformar la revolución burguesa china en revolución socialista.
Este
fue el segundo castigo que la oposición sufrió por no haber querido estudiar
seriamente las particularidades nacionales de la revolución china.
La
oposición ha oído que en el campo chino ha penetrado la burguesía comercial y
que ésta da la tierra en arriendo a los campesinos carentes de ella. La
oposición sabe que el mercader no es un señor feudal. De ahí la fórmula ya
hecha: los restos del feudalismo y, por tanto, la lucha de los campesinos contra
las supervivencias del feudalismo no tienen mayor importancia en la revolución
china; lo principal no es ahora la revolución agraria, sino el problema de la
dependencia estatal y aduanera en que China se encuentra respecto de los países
imperialistas.
Pero
la oposición no ve que la particularidad de la economía china no consiste en la
penetración del capital comercial en el campo, sino en la conjugación del dominio
de las supervivencias feudales con la existencia del capital comercial en
el campo chino, mientras se conservan unos métodos de explotación y
opresión del campesinado propios del medievo feudal.
La oposición
no comprende que toda la actual máquina burocrática militar de China, que
desvalija y oprime inhumanamente al campesinado chino, es, en el fondo, la
superestructura política de esa conjugación del dominio de las
supervivencias feudales y de los métodos feudales de explotación con la
existencia del capital comercial en el campo.
Y, en
efecto, los hechos han demostrado después que en China se iniciaba una
grandiosa revolución agraria, dirigida, ante todo y sobre todo, contra los señores
feudales, grandes y pequeños, de China.
Los
hechos han demostrado que esta revolución abarca a decenas de millones de
campesinos y tiende a extenderse a toda China.
Los
hechos han demostrado que en China existen señores feudales de veras, de carne
y hueso, y que éstos, además, tienen en sus manos el Poder en numerosas
provincias, subordinan a su voluntad los mandos del ejército, someten a su
influencia la dirección del Kuomintang y asestan un golpe tras otro a la
revolución china.
Negar,
después de esto, la existencia de supervivencias feudales y de un sistema
feudal de explotación como forma principal de opresión en el campo chino; no
reconocer, después de esto, que la revolución agraria es el fenómeno principal
del movimiento revolucionario chino en estos momentos, significaría negar
hechos evidentes.
De ahí
el retroceso de la oposición, que ha abandonado su vieja fórmula relativa a las
supervivencias feudales y a la revolución agraria. De ahí los intentos de la
oposición de apartarse a gatas de su vieja fórmula y reconocer tácitamente la
razón que asistía a la I.C.
Este
es el tercer castigo que la oposición sufrió por no haber querido tener en
cuenta las particularidades nacionales de la economía china.
Etcétera,
etcétera.
Desacuerdo
entre las fórmulas y la realidad: tal es la suerte de esos calamitosos
dirigentes oposicionistas.
Y este
desacuerdo es el resultado directo de que la oposición haya roto con el
conocido principio táctico del leninismo de tener obligatoriamente en cuenta lo
que hay de particular y específico desde el punto de vista nacional en el
movimiento revolucionario de cada país.
Lenin
expone así este principio:
“Lo
que importa ahora es que los comunistas de cada país tengan en cuenta, con
plena conciencia, tanto las tareas fundamentales de la lucha contra el
oportunismo y el doctrinarismo “de izquierda”, como las particularidades
concretas que esta lucha adquiere y debe adquirir inevitablemente en cada
país, conforme a los rasgos originales de su economía, de su política, de su
cultura, de su composición nacional (Irlanda, etc.), de sus colonias, de la
diversidad de religiones, etc., etc. Por todas partes se deja sentir, se
extiende y crece el descontento con la II Internacional por su oportunismo a la
par que por su torpeza o incapacidad para crear un centro realmente
centralizado y dirigente, apto para orientar la táctica internacional del
proletariado revolucionario en su lucha por la república soviética universal.
Hay que darse perfecta cuenta de que dicho centro dirigente no puede, en
ningún caso, ser formado con arreglo a normas tácticas de lucha estereotipadas,
igualadas mecánicamente e idénticas*. Mientras
subsistan diferencias nacionales y estatales entre los pueblos y los países –y estas
diferencias subsistirán incluso mucho tiempo después de la instauración
universal de la dictadura del proletariado–, la unidad de la táctica
internacional del movimiento obrero comunista de todos los países exigirá, no
la supresión de la variedad, no la supresión de las particularidades nacionales
(lo cual es, en la actualidad, un sueño absurdo), sino una aplicación de los
principios fundamentales del comunismo (Poder Soviético y dictadura del
proletariado), que modifique acertadamente estos principios en sus
detalles, que los adapte, que los aplique acertadamente a las
particularidades nacionales y nacional-estatales. Investigar, estudiar,
descubrir, adivinar, captar lo que hay de particular y de específico, desde el
punto de vista nacional, en la manera en que cada país aborda concretamente la
solución del problema internacional común, del problema del triunfo sobre el
oportunismo y el doctrinarismo de izquierda en el seno del movimiento obrero,
el derrocamiento de la burguesía, la instauración de la república soviética y
la dictadura proletaria*, es la principal tarea del período histórico que
atraviesan actualmente todos los países adelantados (y no sólo los adelantados)” (v. “La enfermedad
infantil del “izquierdismo” en el comunismo”, t. XXV, págs. 227-228). (*Subrayado
por mí. J. St.)
La
línea de la I.C. tiene obligatoriamente en cuenta este principio táctico del
leninismo.
La
línea de la oposición, al contrario, rompe con este principio táctico.
A esa
ruptura se deben las malandanzas de la oposición en los problemas del carácter
y las perspectivas de la revolución china.
* * *
Pasemos
al segundo principio táctico del leninismo.
Del
carácter y las perspectivas de la revolución china dimana el problema de los
aliados del proletariado en su lucha por el triunfo de la revolución.
El
problema de los aliados del proletariado es uno de los principales de la
revolución china. El proletariado chino tiene enfrente enemigos poderosos: los
señores feudales grandes y pequeños, la máquina militar burocrática de los
militaristas viejos y nuevos, la burguesía nacional contrarrevolucionaria y los
imperialistas del Oriente y del Occidente, dueños de los principales resortes
de la vida económica de China y que respaldan su derecho a explotar al pueblo
chino con tropas y con barcos de guerra.
Para
destrozar a esos poderosos enemigos, se necesita, aparte de todo lo demás, una
política ágil y meditada del proletariado, capacidad de aprovechar cada grieta
en el campo del enemigo, capacidad para encontrar aliados, aunque sean
vacilantes e inseguros, siempre que sean aliados de masas, siempre que no
coarten la propaganda y la agitación revolucionarias del Partido del proletariado,
que no coarten la labor de este Partido, encaminada a organizar a la
clase obrera y a las masas trabajadoras.
Tal
política es el requisito fundamental del segundo principio táctico del
leninismo. Sin esa política, es imposible la victoria del proletariado.
La
oposición estima que esa política es desacertada, estima que no es leninista.
Pero eso evidencia únicamente que la oposición ha perdido los últimos restos de
leninismo, que está tan lejos del leninismo como el cielo de la tierra.
¿Tenía
el proletariado chino aliados de ese tipo hasta hace poco?
Sí,
los tenía.
En el
período de la primera etapa de la revolución, cuando ésta era la revolución del
frente único nacional (período de Cantón), los aliados del proletariado
eran el campesinado, los pobres de la ciudad, los intelectuales
pequeñoburgueses y la burguesía nacional.
Una de
las particularidades del movimiento revolucionario chino es que los
representantes de esas clases trabajaron con los comunistas dentro de una
organización revolucionaria burguesa que se llama Kuomintang.
Estos
aliados no eran ni podían ser seguros en la misma medida. Unos eran aliados un
tanto seguros (el campesinado, los pobres de la ciudad), otros eran menos
seguros, vacilantes (los intelectuales pequeñoburgueses) y los terceros no eran
nada seguros (la burguesía nacional).
El
Kuomintang era entonces, indudablemente, una organización más o menos de masas.
La política de los comunistas dentro del Kuomintang consistía en aislar a los
representantes de la burguesía nacional (los derechistas) utilizándolos en
beneficio de la revolución, impulsar a la izquierda a los intelectuales pequeñoburgueses
(los izquierdistas) y agrupar en torno al proletariado a los campesinos y a los
pobres de la ciudad.
¿Era
entonces Cantón el centro del movimiento revolucionario de China? Lo era,
indudablemente. Esto sólo pueden negarlo ahora gentes sin juicio.
¿Qué
consiguieron los comunistas en aquel período? Ampliar el territorio de la
revolución, por cuanto las tropas de Cantón salieron al Yang-tse-kiang; hacer
posible la organización abierta del proletariado (sindicatos, comités de
huelga); reunir las organizaciones comunistas en un partido; crear las primeras
células de las organizaciones campesinas (uniones campesinas), y penetrar en el
ejército.
Resulta
que la dirección por la I.C. fue completamente acertada en ese período.
En el
período de la segunda etapa de la revolución, cuando Chang Kai-shek y la
burguesía nacional se pasaron al campo de la contrarrevolución y el centro del
movimiento revolucionario se desplazó de Cantón a Wu-han, los aliados del proletariado
fueron los campesinos, los pobres de la ciudad y los intelectuales
pequeñoburgueses.
¿A qué
se debe el paso de la burguesía nacional al campo de la contrarrevolución? Al
miedo que tuvo a las proporciones del
movimiento revolucionario de los obreros, en primer lugar, y a la presión de
los imperialistas en Shanghái sobre la burguesía nacional, en segundo lugar.
La
revolución perdió, pues, a la burguesía nacional. Eso fue un revés parcial para
la revolución, pero, en cambio, ésta entró en una fase superior de desarrollo,
en la fase de la revolución agraria, acercando más hacia sí a las amplias masas
del campesinado, lo que representaba una ventaja para ella.
¿Era
el Kuomintang entonces, en el período de la segunda etapa de la revolución, una
organización de masas? Lo era, indudablemente. Era, sin duda alguna, una
organización más masiva que el Kuomintang del período de Cantón.
¿Era
Wu-han entonces el centro del movimiento revolucionario? Lo era,
indudablemente. Esto sólo pueden negarlo ahora los ciegos. De lo contrario, el territorio
de Wu-han (Hu-pe y Hu-nan) no habría sido entonces la base del máximo
desarrollo de la revolución agraria, dirigida por el Partido Comunista.
La
política de los comunistas respecto al Kuomintang [de Wu-han] consistía entonces en
empujarlo a la izquierda y convertirlo en núcleo de la dictadura democrático-revolucionaria
del proletariado y del campesinado.
¿Era
entonces factible esa transformación? Sí que lo era. En todo caso, no había
motivos para considerar descartada esa posibilidad. Nosotros decíamos
públicamente entonces que, para convertir el Kuomintang de Wu-han en núcleo de
la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y del campesinado, se
necesitaban, por lo menos, dos condiciones: democratización radical del Kuomintang
y ayuda directa de éste a la revolución agraria. Habría sido estúpido que los
comunistas hubieran dejado de intentar esa transformación.
¿Qué
consiguieron los comunistas en ese período?
El
Partido Comunista, que antes era pequeño, con cinco o seis mil afiliados,
creció hasta convertirse en un gran partido de masas con cincuenta o sesenta
mil miembros.
Los
sindicatos obreros constituyen ahora una enorme federación nacional con unos
tres millones de afiliados.
Las
organizaciones campesinas de base se han extendido, formando federaciones
gigantescas, con varias decenas de millones de miembros. El movimiento agrario
del campesinado ha adquirido proporciones grandiosas, ocupando el puesto
central en el movimiento revolucionario de China. El Partido Comunista ha
logrado la posibilidad de organizar abiertamente la revolución. El Partido
Comunista se convierte en el dirigente de la revolución agraria. La hegemonía
del proletariado, que era un deseo, empieza a convertirse en un hecho.
Verdad
es que el Partido Comunista de China no supo aprovechar todas las posibilidades
de este período. Verdad es que el C.C. del Partido Comunista de China cometió,
en este período, varios errores graves. Pero sería ridículo pensar que el Partido
Comunista de China podía convertirse en un verdadero partido bolchevique de
buenas a primeras, por decirlo así, basándose en las directivas de la I.C. Bastará
recordar la historia de nuestro Partido, que ha conocido muchas escisiones,
defecciones, traiciones, deserciones, etc., para comprender que los partidos bolcheviques
auténticos no nacen de buenas a primeras.
Resulta,
pues, que la dirección por la I.C. fue también completamente acertada en este
período.
¿Tiene
ahora aliados el proletariado chino?
Sí que
los tiene.
Estos
aliados son los campesinos y los pobres de la ciudad.
El
período presente se caracteriza por el paso de la dirección del Kuomintang de
Wu-han al campo de la contrarrevolución; los intelectuales pequeñoburgueses se
apartan de la revolución.
Ese
paso se debe, en primer lugar, al miedo de los intelectuales pequeño burgueses
a la revolución agraria en ascenso y a la presión de los señores feudales sobre
la dirección de Wu-han, y, en segundo lugar, a la presión que en la zona de
Tien-tsin ejercen los imperialistas, los cuales exigen al Kuomintang que rompa
con los comunistas como precio de la autorización para dejarlo pasar al Norte.
La
oposición duda de la existencia de vestigios feudales en China. Pero ahora
todos ven claro que esos vestigios, además de existir, han resultado más fuertes
que el empuje de la revolución en estos momentos. Y si la revolución ha sufrido
una derrota temporal, es, precisamente, porque los imperialistas y los señores
feudales son, por ahora, más fuertes en China.
Esta
vez la revolución ha perdido a los intelectuales pequeñoburgueses.
Este
es, justamente, el indicio de la derrota temporal de la revolución.
En
cambio, ha agrupado más estrechamente en torno del proletariado a las amplias
masas campesinas y a los pobres de la ciudad, sentando, de este modo, las bases
para la hegemonía proletaria.
Esto
es una ventaja para la revolución.
Según
los oposicionistas, la derrota temporal de la revolución se debe a la política
de la I.C. Pero así sólo pueden hablar gentes que han roto con el marxismo.
Sólo gentes que han roto con el marxismo pueden pedir que una política acertada
conduzca siempre y obligatoriamente a la victoria inmediata sobre el
enemigo.
¿Era
acertada la política de los bolcheviques en la revolución de 1905? Sí que lo
era. ¿Por qué, pues, la revolución de 1905 fue derrotada, a pesar de la existencia
de los Soviets, a pesar de la acertada política de los bolcheviques? Porque las
supervivencias feudales y la autocracia resultaron ser entonces más fuertes que
el movimiento revolucionario de los obreros.
¿Era
acertada la política de los bolcheviques en julio de 1917? Sí que lo era. ¿Por
qué, pues, fueron derrotados entonces, a pesar también de que existían los
Soviets, que traicionaron entonces a los bolcheviques, a pesar de la política
acertada de los bolcheviques? Porque el imperialismo ruso resultó ser entonces
más fuerte que el movimiento revolucionario de los obreros.
Una
política acertada no debe, ni mucho menos, conducir siempre ni obligatoriamente
a la victoria inmediata sobre el enemigo. Esta victoria no la determina
únicamente una política acertada, sino, ante todo y sobre todo, la correlación
de las fuerzas de clase, la evidente superioridad de fuerzas por parte de la
revolución, la disgregación del campo enemigo, una situación internacional
favorable.
Sólo
con estas condiciones puede conducir a la victoria inmediata una política
acertada del proletariado.
Pero
hay una condición obligatoria, que una política acertada debe observar siempre
y en todos los casos. Esa condición es que la política del Partido eleve la
combatividad del proletariado, multiplique sus lazos con las masas
trabajadoras, aumente el prestigio del proletariado entre estas masas y haga del
proletariado la fuerza hegemónica de la revolución.
¿Puede
afirmarse que el último período ofreciese el máximo de condiciones favorables
para la victoria inmediata de la revolución en China? Está claro que no.
¿Puede
afirmarse que la política comunista en China no ha elevado la combatividad del proletariado,
no ha multiplicado sus lazos con las amplias masas y no ha aumentado el
prestigio del proletariado entre estas masas? Está claro que no.
Sólo
ciegos pueden no ver que el proletariado chino ha conseguido en este tiempo
separar a las amplias masas campesinas tanto de la burguesía nacional como de
los intelectuales pequeñoburgueses, para agruparlas en torno a su bandera.
El
Partido Comunista pasó, en la primera etapa de la revolución, por el bloque con
la burguesía nacional en Cantón, para ampliar el territorio de la revolución, convertirse
en un partido de masas, crear las condiciones para la organización abierta del proletariado
y abrirse paso hacia los campesinos.
El
Partido Comunista pasó, en la segunda etapa de la revolución, por el bloque con
los intelectuales pequeñoburgueses del Kuomintang de Wu-han, para multiplicar
sus fuerzas, ampliar la organización del proletariado, arrancar a las amplias
masas campesinas de la influencia de la dirección kuomintanista y crear las
condiciones para la hegemonía del proletariado.
Se
marchó la burguesía nacional al campo de la contrarrevolución, perdidos sus
lazos con las amplias masas populares.
Se
fueron tras la burguesía nacional los intelectuales pequeñoburgueses del
Kuomintang de Wu-han, asustados por la revolución agraria, desacreditándose
definitivamente ante los ojos de millones de campesinos.
En
cambio, millones de campesinos se han agrupado más estrechamente en torno al
proletariado, en el cual ven al único jefe y dirigente digno de confianza.
¿No
está claro, acaso, que sólo una política acertada podía dar estos frutos?
¿No
está claro, acaso, que sólo una política como ésa podía elevar la combatividad
del proletariado?
¿Quién
puede negar, fuera de los calamitosos dirigentes de nuestra oposición, que esa
política era acertada y revolucionaria?
El
viraje de la dirección kuomintanista de Wu-han hacia la contrarrevolución,
afirman los oposicionistas, señala que, en la segunda etapa de la revolución,
la política de bloque con el Kuomintang de Wu-han era desacertada.
Pero
eso sólo pueden afirmarlo gentes que han olvidado la historia del bolchevismo y
perdido los últimos restos de leninismo.
¿Era
acertada la política bolchevique de bloque revolucionario con los eseristas de
izquierda en Octubre y después de Octubre, hasta la primavera de 1918? Me
parece que nadie se ha atrevido aún a negar lo acertado de ese bloque, ¿Y cómo
terminó ese bloque? Con el levantamiento de los eseristas de izquierda contra
el Poder Soviético. ¿Puede afirmarse, basándose en ello, que la política de bloque
con los eseristas era desacertada? Está claro que no.
¿Era
acertada la política de bloque revolucionario con el Kuomintang de Wu-han en la
segunda etapa de la revolución china? Me parece que nadie se ha atrevido aún a
negar lo acertado de tal bloque durante la segunda etapa de la revolución. La
propia oposición afirmó entonces (abril de 1927) que dicho bloque era acertado.
¿Cómo se puede ahora, cuando la dirección kuomintanista de Wu-han se ha apartado
de la revolución, afirmar, apoyándose en ello, que el bloque revolucionario con
el Kuomintang de Wu-han era un error?
¿No
está claro, acaso, que sólo gente veleidosa puede operar con tales
“argumentos”?
¿Acaso
afirmó alguien que el bloque con el Kuomintang de Wu-han fuera eterno y sin
fin? ¿Existen, acaso, bloques eternos y sin fin? ¿No está claro que la
oposición no ha comprendido nada, lo que se dice nada, del segundo principio
táctico del leninismo acerca del bloque revolucionario del proletariado con las
clases y los grupos no proletarios?
He
aquí cómo formula Lenin este principio táctico:
“Solo
se puede vencer a un enemigo más poderoso poniendo en tensión todas las fuerzas
y aprovechando obligatoriamente con celo, minuciosidad, prudencia y
habilidad la menor “grieta” entre los enemigos, toda contradicción de intereses
entre la burguesía de los distintos países, entre los diferentes grupos o
diferentes categorías de la burguesía en el interior de cada país; hay que
aprovechar igualmente las menores posibilidades de obtener un aliado de masas,
aunque sea temporal, vacilante, inestable, poco seguro, condicional. El que no
comprende esto, no comprende ni una palabra de marxismo ni de socialismo
científico, contemporáneo, en general*. El que no ha demostrado en la práctica, durante un
intervalo de tiempo bastante considerable y en situaciones políticas bastante
variadas, su habilidad para aplicar esta verdad en la vida, no ha aprendido
todavía a ayudar a la clase revolucionaria en su lucha por liberar de los
explotadores a toda la humanidad trabajadora. Y lo dicho es aplicable tanto al
período anterior a la conquista del Poder político por el proletariado, como al
posterior” (v. “La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo”, t. XXV,
págs. 210-211). (* Subrayado por mí. J. St.)
¿Acaso
no está claro que, por el contrario, la línea de la I.C. tiene obligatoriamente
en cuenta este principio táctico?
¿Acaso
no está claro que la línea de la oposición rompe con este principio táctico del
leninismo?
* * *
Pasemos
al tercer principio táctico del leninismo.
Este
principio táctico se refiere a la sucesión de las consignas, al orden y a las
formas de esta sucesión. Se refiere a la forma en que las consignas para el
Partido deben transformarse en consignas para las masas, a la forma en que debe
conducirse a las masas a las posiciones revolucionarias para que las masas
mismas se convenzan, por propia experiencia política, de que las consignas del
Partido son acertadas.
Ya las
masas no se las convence únicamente con propaganda y agitación. Para eso hace
falta que las masas tengan su propia experiencia política. Para eso hace falta
que las amplias masas hayan sentido en su propia carne la necesidad ineludible,
pongamos por caso, de derribar determinado régimen, la necesidad ineludible de
establecer un nuevo régimen político y social.
Era
bueno, por ejemplo, que el grupo de vanguardia, el Partido, estuviese ya
convencido de la necesidad ineludible de derrocar al Gobierno Provisional de
Miliukov-Kerenski en abril de 1917. Pero eso era poco todavía para manifestarse
por el derrocamiento de ese gobierno, para plantear como consigna del día la
consigna de derrocamiento del Gobierno Provisional y de implantación del Poder Soviético.
Para que la fórmula “Todo el Poder a los Soviets” se convirtiese, de perspectiva
para un futuro próximo, en consigna del día, en consigna de acción inmediata,
debía concurrir, además, una circunstancia decisiva: que las propias masas se convenciesen
de que la consigna era acertada y ayudasen de una u otra manera al Partido a
llevarla a la práctica.
Hay
que establecer una diferencia precisa entre la fórmula como perspectiva para
un próximo futuro y la fórmula como consigna del día. En este punto, justamente,
dio un traspiés en Petrogrado, en abril de 1917, el grupo de bolcheviques que
encabezaba Bagdátiev, al lanzar prematuramente la consigna de “Abajo el
Gobierno Provisional, todo el Poder a los Soviets”. Lenin calificó entonces ese
intento del grupo de Bagdátiev de aventurerismo peligroso y lo condenó
públicamente 69.
¿Por
qué?
Porque
las amplias masas trabajadoras de la retaguardia y del frente no estaban aún
preparadas para comprender esta consigna. Porque ese grupo confundió la fórmula
“Todo el Poder a los Soviets” como perspectiva con “Todo el Poder a los
Soviets” como consigna del día. Porque se adelantó, poniendo al Partido
en el peligro de verse aislado por completo de las amplias masas, de los
Soviets, que todavía creían entonces revolucionario al Gobierno Provisional.
¿Debieron
los comunistas chinos plantear hace medio año, supongamos, la consigna de “Abajo
la dirección kuomintanista de Wu-han”? No, no debieron hacerlo.
No
debieron hacerlo, porque esto habría sido adelantarse peligrosamente,
dificultando a los comunistas el acceso a las amplias masas trabajadoras, que
entonces creían aún en la dirección kuomintanista; esto hubiera aislado de las
amplias masas campesinas al Partido Comunista.
No lo
debieron hacer, porque la dirección kuomintanista de Wu-han, el C.C. del
Kuomintang de Wu-han, no había agotado aún sus posibilidades como gobierno
burgués revolucionario, aun no se había comprometido y desacreditado ante las
grandes masas trabajadoras con su lucha contra la revolución agraria, con su
lucha contra la clase obrera, con su viraje hacia la contrarrevolución.
Nosotros
dijimos siempre que no se debía seguir el rumbo de desacreditar y cambiar la
dirección kuomintanista de Wu-han en tanto ésta no hubiese agotado sus posibilidades
como gobierno burgués revolucionario; dijimos que había que aguardar a que agotase
esas posibilidades, para después plantear prácticamente el problema de sustituirlo.
¿Deben
los comunistas chinos plantear ahora la consigna de “Abajo la dirección
kuomintanista de Wu-han”? Sí, deben hacerlo; deben hacerlo obligatoriamente.
Ahora,
cuando la dirección kuomintanista se ha comprometido ya con su lucha contra la
revolución, adoptando una actitud hostil para con las amplias masas obreras y
campesinas, esta consigna tendrá gran resonancia entre las masas populares.
Todo
obrero y todo campesino comprenderán ahora que los comunistas hicieron bien al
salir del gobierno y del C.C. del Kuomintang de Wu-han y plantear la consigna
de “Abajo la dirección kuomintanista de Wu-han”.
Las
masas campesinas y obreras se encuentran ahora ante un dilema: o bien optan
por la actual dirección del Kuomintang, lo que significa renunciar a ver
satisfechas las necesidades vitales de estas masas, renunciar a la revolución
agraria; o bien optan por la revolución agraria y el mejoramiento
radical de la situación de la clase obrera, lo que significa que el cambio de
la dirección kuomintanista de Wu-han pasa a ser la consigna del día para las masas.
Tales
son los requisitos del tercer principio táctico del leninismo acerca de la
sucesión de las consignas, acerca de las formas y los caminos que facilitan la tarea
de conducir a las amplias masas a nuevas posiciones revolucionarias, acerca de
cómo ayudar a las amplias masas trabajadoras, con nuestra política, con
nuestros actos, con la sustitución, a su debido tiempo de unas consignas
por otras, a comprender por experiencia propia que la línea del Partido es acertada.
He
aquí cómo formula Lenin este principio táctico:
“Con
la vanguardia sola es imposible triunfar. Lanzar sola a la vanguardia a la
batalla decisiva, cuando toda la clase, cuando las grandes masas no han
adoptado aún una posición de apoyo directo a esta vanguardia o, al menos, de
neutralidad benévola con respecto a ella y no son completamente incapaces de
apoyar al adversario, sería no sólo una estupidez, sino, además, un crimen. Y
para que realmente toda la clase, para que realmente las grandes masas de los
trabajadores y de los oprimidos por el capital lleguen a ocupar esa posición,
la propaganda y la agitación, solas, son insuficientes. Para ello se precisa la
propia experiencia política de las masas*. Tal es la ley fundamental de todas las grandes
revoluciones, confirmada hoy, con fuerza y realce sorprendentes, no sólo por
Rusia, sino también por Alemania. No sólo las masas incultas, en muchos casos
analfabetas, de Rusia, sino también las masas de Alemania, muy cultas, sin un
solo analfabeto, necesitaron experimentar en su propia carne toda la impotencia,
toda la veleidad, toda la flaqueza, todo el servilismo ante la burguesía, toda
la infamia del gobierno de los caballeros de la II Internacional, toda la
ineluctabilidad de la dictadura de los ultrarreaccionarios (Kornílov en Rusia,
Kapp y Cía. en Alemania), única alternativa frente a la dictadura del
proletariado, para orientarse decididamente hacia el comunismo. La tarea
inmediata de la vanguardia consciente del movimiento obrero internacional, es
decir, de los partidos, grupos y tendencias comunistas, consiste en saber llevar
las amplias masas (hoy todavía, en su mayor parte, adormecidas, apáticas,
rutinarias, inertes, sin despertar) a esta nueva posición suya, o, mejor dicho,
en saber dirigir no sólo a su propio Partido, sino también a estas
masas, en el transcurso de su aproximación, de su desplazamiento a esa nueva
posición” (v. “La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo”, t. XXV,
pág. 228). (* Subrayado por mí. J. St.)
El
error fundamental de la oposición consiste en que no comprende el sentido ni la
importancia de este principio táctico del leninismo; no lo reconoce y atenta
contra él sistemáticamente.
La
oposición (los trotskistas) atentó contra este principio táctico a principios
de 1917, cuando trató de “saltarse” el movimiento agrario aun no consumado (v.
Lenin).
La
oposición (Trotski-Zinóviev) atentó contra él cuando trató de “saltarse” el
carácter reaccionario de los sindicatos, cuando no quiso admitir la conveniencia
de que los comunistas trabajasen en los sindicatos reaccionarios y negó la
necesidad de bloques temporales con ellos.
La
oposición (Trotski-Zinóviev-Rádek) atentó contra él cuando trató de “saltarse”
las particularidades nacionales del movimiento revolucionario chino
(Kuomintang) y el atraso de las masas populares chinas, al pedir, en abril de
1926, la retirada inmediata de los comunistas del Kuomintang y al proponer, en
abril de 1927, la consigna de organización inmediata de los Soviets en unas condiciones
en que aun no había terminado, no se había agotado la fase kuomintanista de
desarrollo.
La
oposición piensa que basta y sobra con que ella haya comprendido y notado la
política de medias tintas, las vacilaciones, la inseguridad de la dirección kuomintanista,
que haya advertido el carácter temporal y condicional del bloque con el Kuomintang
(y advertirlo no es difícil para cualquier trabajador político bien preparado),
para desencadenar “acciones enérgicas” contra el Kuomintang, contra el Poder
del Kuomintang; la oposición piensa que eso basta y sobra para que las masas,
las amplias masas de obreros y campesinos “nos” apoyen “al instante” y secunden
“nuestras” “acciones enérgicas”.
La
oposición olvida que “nuestra” comprensión está muy lejos de ser lo bastante
para que los comunistas chinos puedan conducir tras de sí a las masas. La
oposición olvida que para eso se necesita, además, que las propias masas hayan
advertido; con su propia experiencia, el carácter inseguro, reaccionario y
contrarrevolucionario de la dirección kuomintanista.
La
oposición olvida que la revolución no la “hace” únicamente el grupo de
vanguardia, el Partido, no la “hacen” únicamente ciertas “personalidades”, por
“altas” que se encuentren, sino que, ante todo y sobre todo, es obra de las
grandes masas del pueblo.
Resulta
extraño que la oposición olvide el estado, la comprensión, la disposición de
las grandes masas populares para las acciones decisivas.
¿Sabíamos
nosotros, el Partido, Lenin, en abril de 1917, que deberíamos derribar al
Gobierno Provisional de Miliukov-Kerenski, que la existencia del Gobierno
Provisional era incompatible con la actividad de los Soviets, que el Poder
debía pasar a las manos de los Soviets? Sí que lo sabíamos.
¿Por
qué, pues, entonces, Lenin estigmatizó como a aventureros al conocido grupo de
bolcheviques petrogradenses que encabezaba Bagdátiev en abril de 1917, cuando
este grupo lanzó la consigna de “Abajo el Gobierno Provisional, todo el Poder a
los Soviets” y cuando trató de derrocar al Gobierno Provisional?
Porque
las amplias masas trabajadoras, cierta parte de los obreros, millones de
campesinos, grandes masas del ejército, los propios Soviets, en fin, no estaban
aún preparados para ver en esta consigna la consigna del día.
Porque
el Gobierno Provisional y los partidos pequeñoburgueses eserista y menchevique
no habían agotado aún sus posibilidades,
aún no se habían desacreditado suficientemente ante los ojos de millones de
trabajadores.
Porque
Lenin sabía que, para derrocar al Gobierno Provisional e implantar el Poder
Soviético, no bastaba la sola comprensión, la sola conciencia del grupo de
vanguardia del proletariado, del Partido del proletariado: para eso se
necesitaba, además, que las propias masas se convencieran, por experiencia propia,
de lo acertado de esa línea.
Porque
era necesario pasar por toda la bacanal coalicionista, por las traiciones y las
defecciones de los partidos
pequeñoburgueses en junio, julio y agosto de 1917, era necesario pasar por la vergonzosa
ofensiva de junio de 1917 en el frente, a través de la coalición “honrada” de
los partidos pequeñoburgueses con los Kornílov y los Miliukov, a través del
pronunciamiento de Kornílov, etc., para que las masas de millones de
trabajadores se convencieran de que era una necesidad ineludible derrocar al
Gobierno Provisional e instaurar el Poder Soviético.
Porque
únicamente con estas condiciones podía ser transformada la consigna de Poder
Soviético como perspectiva en la consigna de Poder Soviético como consigna
del día.
La
desgracia de la oposición es que comete a cada paso el mismo error en que en
tiempos incurrió el grupo de Bagdátiev; la desgracia de la oposición es que ha
abandonado el camino de Lenin y prefiere “marchar” por la vía de Bagdátiev.
¿Sabíamos
nosotros, el Partido, Lenin, que la Asamblea Constituyente era incompatible con
el sistema del Poder Soviético, cuando acudimos a las elecciones a la Asamblea
Constituyente y cuando la convocamos en Petrogrado? Sí que lo sabíamos.
¿Para
qué, pues, la convocamos? ¿Cómo pudo ocurrir que los bolcheviques, enemigos del
parlamentarismo burgués, acudieran, después de haber edificado el Poder
Soviético, a las elecciones e incluso convocaran ellos mismos la Asamblea Constituyente?
¿Fue eso “seguidismo”, rezagarse de los acontecimientos, “frenar a las masas”,
faltar a la táctica de “largo alcance”? Está claro que no.
Los
bolcheviques dieron ese paso para ayudar a las masas atrasadas del pueblo a
convencerse por sus propios ojos de la inutilidad de la Asamblea Constituyente,
de su carácter reaccionario y contrarrevolucionario. Sólo así pudieron ganarse
a las masas de millones de campesinos y hacer más fácil la disolución de la
Asamblea Constituyente.
He
aquí lo que dice Lenin a este propósito:
“Participamos
en las elecciones al parlamento burgués de Rusia, a la Asamblea Constituyente,
en septiembre-noviembre de 1917. ¿Era acertada nuestra táctica o no?.. ¡Acaso
nosotros, los bolcheviques rusos, no teníamos en septiembre-noviembre de 1917
más derecho que todos los comunistas del Occidente a considerar que el
parlamentarismo había sigo superado políticamente en Rusia? Lo teníamos,
naturalmente, pues la cuestión no estriba en si los parlamentos burgueses
existen desde hace mucho o poco tiempo, sino en si las grandes masas
trabajadoras están preparadas (ideológica, política y prácticamente)
para adoptar el régimen soviético y disolver (o permitir la disolución) del
parlamento democrático-burgués. Que la clase obrera de las ciudades, los
soldados y los campesinos de Rusia estaban, en septiembre-noviembre de 1917, en
virtud de una serie de condiciones particulares, excepcionalmente preparados
para adoptar el régimen soviético y disolver el parlamento burgués más
democrático, es un hecho histórico absolutamente indiscutible y plenamente
establecido. Y, no obstante, los bolcheviques no boicotearon la Asamblea
Constituyente, sino que participaron en las elecciones, tanto antes como después
de la conquista del Poder político por el proletariado...
La
conclusión que de ello se deriva es absolutamente indiscutible; está probado
que, incluso unas semanas antes de la victoria de la República Soviética,
incluso después de esta victoria, la participación en un parlamento
democrático-burgués, lejos de perjudicar al proletariado revolucionario, le
permite demostrar más fácilmente a las masas atrasadas por qué
semejantes parlamentos merecen ser disueltos, facilita el éxito de su
disolución, facilita la “superación política” del parlamentarismo
burgués.” (v. “La enfermedad infantil del “izquierdismo” en
el comunismo”. t. XXV, págs. 201-202).
Así
aplicaban prácticamente los bolcheviques el tercer principio táctico del
leninismo.
Así es
como hay que aplicar la táctica del bolchevismo en China, lo mismo si se trata
de la revolución agraria, que del Kuomintang o de la consigna de los Soviets.
Por lo
visto, la oposición se inclina a pensar que la revolución china ha sufrido ya
un fracaso completo. Esto, claro está, no es cierto. Que la revolución china ha
sufrido una derrota temporal, de esto no puede haber duda. Pero lo que ahora
interesa es conocer el carácter de esa derrota y su gravedad.
Es
posible que se trate de una derrota larga, parecida a la de 1905 en Rusia,
cuando la revolución se vio interrumpida doce años enteros, para después, en
febrero de 1917, estallar con nueva fuerza, barrer la autocracia y abrir el
camino a la revolución nueva, a la revolución soviética.
No hay
que descartar esta perspectiva. Eso no es aún una derrota completa de la
revolución, de igual manera que la derrota de 1905 no podía calificarse de definitiva.
No es una derrota completa, pues siguen en pie las tareas principales de la
revolución china en su actual fase de desarrollo: revolución agraria, unificación
revolucionaria de China y emancipación del yugo del imperialismo. Pero si esta
perspectiva se hace realidad, no puede ni hablarse, claro está, de la creación
inmediata de Soviets de diputados obreros y campesinos en China, pues los
Soviets aparecen y se desarrollan únicamente cuando la revolución está en ascenso.
Ahora
bien, esa perspectiva es poco probable. En todo caso, no hay en la actualidad
fundamento para admitirla como probable. No lo hay, porque la contrarrevolución
no se ha unificado todavía y no se unificará pronto, si es que ha de unificarse
alguna vez.
Pues
la guerra entre los militaristas viejos y nuevos cobra nuevos bríos y no puede
por menos de debilitar la fuerza de la contrarrevolución, arruinando y
exasperando, al mismo tiempo, a los campesinos.
Pues
en China no hay todavía un grupo o un gobierno capaz de acometer algo parecido
a la reforma de Stolypin, que pudiera servir de pararrayos a los grupos
gobernantes.
Pues
millones de campesinos, que llegaron a poseer la tierra de los terratenientes,
no se dejarán poner el ronzal ni aplastar fácilmente.
Pues
el prestigio del proletariado crece de día en día ante los ojos de las masas
trabajadoras, y sus fuerzas están lejos de haber sido desbaratadas.
Posiblemente,
la derrota de la revolución china sea análoga, por su magnitud, a la que los bolcheviques
sufrieron en julio de 1917, cuando les traicionaron los Soviets
mencheviques-eseristas, cuando se vieron obligados a pasar a la clandestinidad
y cuando, a los pocos meses, la revolución salió de nuevo a la calle para barrer
al gobierno imperialista de Rusia.
En
este caso, la analogía, claro está, es convencional. Únicamente la admito con
todas las reservas precisas, teniendo en cuenta la diferencia entre la
situación de la China de nuestros días y la de Rusia en 1917. Me valgo de esa
analogía sólo para esbozar aproximadamente el grado en que ha sido derrotada la
revolución china.
Yo
opino que esta perspectiva es la más probable. Y si se convierte en realidad,
si en un futuro próximo –no es obligatorio que sea dentro de dos meses, puede ocurrir
dentro de medio año o de un año– el nuevo ascenso de la revolución llega a
ser un hecho, la formación de los Soviets de diputados obreros y campesinos
podrá plantearse como consigna del día y como contraposición al gobierno
burgués.
¿Por
qué?
Porque,
atendidas las condiciones del nuevo ascenso de la revolución en esa fase de su
desarrollo, la formación de los Soviets será un problema completamente maduro.
Ayer,
hace unos meses, los comunistas de China no debían lanzar la consigna de
formación de los Soviets, pues eso hubiera sido ese aventurerismo que distingue
a nuestra oposición, ya que la dirección kuomintanista no se había
desprestigiado aún, como enemiga de la revolución.
Ahora,
al contrario, la consigna de formación de los Soviets podrá ser verdaderamente
una consigna revolucionaria, si (¡sí!) en un porvenir próximo se produce un
nuevo y poderoso ascenso revolucionario.
Por
eso, ya ahora, antes de que llegue el ascenso a la par que se lucha por
sustituir la actual dirección kuomintanista por una dirección revolucionaria,
se debe emprender entre las vastas masas trabajadoras la más amplia propaganda
de la idea de los Soviets, sin adelantarse demasiado y sin formarlos ahora mismo,
teniendo presente que los Soviets sólo pueden prosperar cuando existe un
poderoso ascenso revolucionario.
La
oposición puede manifestar que ella fue la “primera” en decirlo así, que esto
es lo que entre ellos se denomina táctica de “largo alcance”.
Nada
de eso, señores míos. ¡En absoluto! Eso no es táctica de “largo alcance”, sino
una táctica de vaivenes, una táctica de constantes tiros demasiado largos o
demasiado cortos.
Cuando
la oposición pedía, en abril de 1926, la salida inmediata de los comunistas del
Kuomintang, eso era una táctica de tiro demasiado largo, pues la misma
oposición se vio obligada a reconocer después que los comunistas debían
permanecer en el Kuomintang.
Cuando
la oposición declaró que la revolución china era una revolución por la
autonomía aduanera, eso era una táctica de tiro demasiado corto, pues la
misma oposición se vio obligada después a apartarse a gatas de su propia
fórmula.
Cuando
la oposición, en abril de 1927, calificó de exageración las supervivencias
feudales de China, olvidando la existencia de un movimiento agrario de masas,
eso era una táctica de tiro demasiado corto, pues la misma oposición se
vio después obligada a reconocer tácitamente su error.
Cuando
la oposición, en abril de 1927, planteó la consigna de la formación inmediata
de los Soviets, eso era una táctica de tiro demasiado largo, pues los mismos
oposicionistas se vieron obligados a reconocer entonces las contradicciones en
su campo: uno (Trotski) insistía en que se adoptase la línea de derrocamiento
del gobierno de Wu-han, mientras que otro (Zinóviev) insistía en lo contrario,
en la “ayuda por todos los medios” a ese mismo gobierno de Wu-han.
Pero
¿desde cuándo la táctica de vaivenes, la táctica de constantes tiros demasiado
largos o demasiado cortos se ha dado en llamar táctica de “largo alcance”?
Con
relación a los Soviets, hay que decir que de los Soviets en China como perspectiva
habló la I.C. en sus documentos mucho antes que la oposición. En cuanto a
los Soviets como consigna del día, que la oposición planteó esta
primavera oponiéndolos al Kuomintang revolucionario (el Kuomintang era entonces
revolucionario; de otro modo, no había motivo para que Zinóviev atronase
pidiendo la “ayuda por todos los medios” al Kuomintang), se trataba de una
aventura, de una anticipación vocinglera, de una aventura y una anticipación
como las de Bagdátiev en abril de 1917.
El que
la consigna de los Soviets pueda convertirse en China, en un futuro próximo,
en consigna del día, no quiere decir, ni mucho menos, que la consigna de los
Soviets, planteada por la oposición esta primavera, no fuese una
aventura peligrosa y nociva.
Igualmente,
el que Lenin reconociera en septiembre de 1917 la necesidad y
oportunidad de la consigna de “Todo el Poder a los Soviets” (conocida resolución
del C.C. acerca de la insurrección) 70, no quiere
decir, ni mucho menos, que Bagdátiev no incurriese en una aventura nociva y
peligrosa al plantear esta consigna en abril de 1917.
También
Bagdátiev pudo decir en septiembre de 1917 que había sido el “primero” en
hablar de Poder de los Soviets, que lo había hecho ya en el mes de abril.
¿Significa esto que Bagdátiev tenía razón y Lenin no la tenía al calificar de
aventurera la posición de Bagdátiev en abril de 1917?
Al
parecer, los “laureles” de Bagdátiev quitan el sueño a nuestros oposicionistas.
La
oposición no comprende que no se trata, en modo alguno, de hablar el “primero”,
adelantándose y desbaratando la causa de la revolución, sino de hablar a
tiempo y hablar de manera que lo dicho sea recogido por las masas y llevado
a la práctica.
Tales
son los hechos.
La
oposición ha abandonado la táctica leninista; su política es de un
aventurerismo “ultraizquierdista”: tal es la conclusión.
Publicado
con la firma de J. Stalin el 28 de julio de 1927 en el núm. 169 de “Pravda”.
Notas:
69 Véase: V. I.
Lenin, Obras, t. 24, págs. 181-182, 4a ed. en ruso.
70 V. I. Lenin, en
sus artículos y en las cartas que escribiera en la clandestinidad al Comité Central
y a las organizaciones bolcheviques en septiembre de 1917, lanzó la consigna de
“Todo el Poder a los Soviets” como tarea inmediata de la organización de la
insurrección armada (v. Obras, t. 25, págs. 288-294 y 340-347 y t. 26, págs.
1-9, 4a ed. en ruso). Al ser discutidas las cartas de V. I. Lenin en la reunión
del Comité Central del Partido del 15 de septiembre, J. V. Stalin dio una
réplica contundente al capitulador Kámenev (Kámenev exigía la destrucción de
estos documentos), y propuso que se enviase las cartas de V. I. Lenin a las principales
organizaciones del partido, para que fuesen discutidas. El 10 de octubre de
1917, con la participación de V. I. Lenin, J. V. Stalin, Y. M. Sverdlov, F. E.
Dzerzhinski y M. S. Uritski, se celebró la reunión histórica del Comité Central
del Partido Bolchevique, en la que se adoptó el acuerdo de la insurrección armada,
escrito por V. I. Lenin (véase: V. I. Lenin, Obras, t. 26, pág. 162, 4a ed. en
ruso).
Obras Completas de José Stalin, t. IX
Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1953