viernes, 8 de marzo de 2013

Populismo, “antiimperialismo” y revolución proletaria


La oleada populista en América Latina de la última década, ha llegado a un punto crucial con la muerte de Hugo Chávez. De alguna manera, la personalidad y la política del líder venezolano dieron cierta cohesión y dimensión continental a esta oleada. Por lo que existe mucha expectativa respecto del curso que seguirá la política en Venezuela. 

En lo que va del presente siglo, el subcontinente sudamericano ha vivido un crecimiento económico como resultado de una masiva afluencia de capitales extranjeros, de su mayor integración al proceso de acumulación capitalista mundial mediante la llamada “globalización” y de la redefinición de su relación con el capital monopolista internacional, abandonando la política de sustitución de importaciones y la creación de industrias nacionales. En estrecho vínculo con el capital monopolista internacional y subordinadas a él, las grandes burguesías de los países sudamericanos se enriquecieron de manera obscena, aprovechando los mejores precios internacionales de sus productos primarios e intermedios y la sobreexplotación de la clase obrera y los trabajadores de sus países.  

La “bonanza” económica acentuó considerablemente la brecha económica entre ricos y pobres, y agudizó las diferencias y contradicciones de clase y la lucha de clases. Ante la debilidad de los partidos marxista-leninistas, el bajo nivel de consciencia de las masas populares y la insuficiente organización de la clase obrera, algunos sectores de la pequeñaburguesía y la burguesía aprovecharon la oportunidad para ponerse a la cabeza del descontento popular en varios países y lograron acceder al gobierno. Éste fenómeno político que es recurrente en la historia política latinoamericana y que adopta la forma de movimientos “nacionalistas”, generalmente caudillistas, tiene en la actualidad una diferencia importante con los presenciados en el siglo pasado. El populismo en el pasado, por lo general, tenía como telón de fondo una aguda crisis económica y financiera de los países sudamericanos que se resolvió siempre en beneficio del imperialismo y de la mayor dependencia de esos países. Los movimientos populistas que alcanzaron el poder no tuvieron mucho aliento, debido a que el “tesoro nacional” no contaba con los suficientes recursos financieros y monetarios para llevar adelante sus políticas desarrollistas y paternalistas que compraran el favor y el seguimiento de las masas mediante la “ayuda social”. Se podía garantizar el circo, pero no el pan.
                      
El populismo reciente surgió en un periodo de bonanza para la región, cuando sus principales indicadores macroeconómicos eran favorables, aunque no los sociales, es decir, aquellos que tienen que ver con el bienestar económico y social de sus pueblos. El descontento popular que supieron aprovechar los llevó al poder en circunstancias excepcionalmente favorables de sus economías nacionales. Esto hecho particular, les ha permitido mantenerse en el poder durante varios años con altas votaciones, lucrando mediante la acción del Estado en su negociación con nuevos imperialismos y renegociando los términos de participación en la apropiación de la plusvalía con “su” imperialismo. Como este último es el imperialismo norteamericano, el discurso “antiyanqui” era inevitable. Estos movimientos burgueses populistas “nacionalistas” siempre se han caracterizado a sí mismos como “antiyanquis”, y nunca son antiimperialistas consecuentes.  

Los observadores, que no conocen la política latinoamericana, ven revolución ahí donde en el mejor de los casos hay reforma. Particularmente, la “izquierda” de los países europeos, aquellos reciclados herederos del revisionismo jruschovista-brezhnevista, ven con mucha ilusión todo lo que esté a la izquierda… siempre que sea fuera de sus países, mientras vituperan y rechazan formas de lucha revolucionaria consecuente en sus propios países… por ser demasiado izquierdistas.

El artículo que a continuación publicamos es del comunista sudamericano José Carlos Mariátegui y nos parece oportuno para examinar el fenómeno del reciente populismo en el poder en los países de Sudamérica. Son tesis que fueron presentadas en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, organizada por la sección regional de la Internacional Comunista y realizada en Uruguay, en 1929.  

En este artículo Mariátegui discute precisamente “el punto de vista antiimperialista” que cifraba esperanzas en la acción supuestamente revolucionaria de la burguesía en Sudamérica, estableciendo diferencias y distancias con la experiencia china en este punto específico. El Amauta peruano sostenía que a diferencia de China, ningún país de Sudamérica había sido objeto de ocupación imperialista, un hecho fundamental que podría empujar a algún sector de la burguesía a una acción antiimperialista. A diferencia de la pequeña burguesía radical que se llenaba la boca de “antiimperialismo”, cuando no había ocupación militar imperialista, Mariátegui ponía el acento en que lo determinante para la acción revolucionaria en esas condiciones era el factor clasista, que la mejor forma de ser antiimperialista en esas condiciones concretas era la lucha contra la gran burguesía y los terratenientes del propio país, contra las clases explotadoras entregadas al capital imperialista.

Para entender la realidad de los países dependientes y semicoloniales es bueno recordar algo que las experiencias revolucionarias han enseñado y que el marxismo-leninismo ha recogido. En los países dependientes y semicoloniales existen dos cuestiones fundamentales que dan contenido a la etapa democrática de la revolución proletaria: la cuestión nacional y la cuestión democrática. La primera tiene que ver con la contradicción entre la nación oprimida y el imperialismo o imperialismos que la oprimen. La segunda tiene que ver con las contradicciones y la lucha entre las clases sociales del país dependiente y semicolonial. Mariátegui cuestionaba en 1929, algo que –a despecho del paso de los años– bien se puede plantear hoy en relación con esos movimientos “antiimperialistas” de la burguesía y pequeña burguesía en el poder de la actualidad. En este sentido, cada partido marxista-leninista en esos países hace una pregunta básica: ¿Cuál es la contradicción principal en esta etapa de la revolución? La respuesta definirá las cuestiones estratégicas de la revolución y determinará la línea táctica en cada fase de la revolución. Un error en esto es mortal para la revolución proletaria, porque se confundirían los objetivos, los blancos, las fuerzas motrices y las reservas de la revolución; sobre bases equivocadas, las cuestiones tácticas no se plantearían ni se resolverían correctamente. 

Es sintomático que los “procesos revolucionarios” de la burguesía y la pequeña burguesía en Sudamérica siempre hayan enfatizado su carácter “antiimperialista”, negando, silenciando o relegando la lucha de clases interna, la lucha de la clase obrera, el campesinado y el pueblo contra la gran burguesía y los terratenientes. La pequeña burguesía reformista y el revisionismo aplauden y apuestan su capital político por estos movimientos que supuestamente tienen los pantalones bien puestos para enfrentar “al imperio”, a la vez que cierran los ojos al imperialismo de otros países, por el contrario, recibiéndolo con los brazos abiertos para reforzar su posición en la ruptura o renegociación con “su” imperialismo. 

De esta forma, los revisionistas y reformistas de dentro y fuera exigen –“revolucionariamente”– que la clase obrera subordine su lucha de clase contra la gran burguesía y los terratenientes de su propio país a una etérea lucha “antiimperialista” –y para colmo inconsecuente– de un sector de la burguesía y la pequeña burguesía en el poder. Lucha “antiimperialista” en que el discurso “revolucionario” no tiene su correlato en la práctica política, con la realización de hechos fundamentales y necesarios para contribuir a la auténtica revolución. 

De esta forma, al subordinar el “factor clasista” del que hablaba Mariátegui, a la lucha “antiimperialista” de un sector de la burguesía y la pequeñaburguesía, se desvía a la clase obrera y a las masas populares de la lucha contra la gran burguesía y los terratenientes; de esta forma, al dar prioridad a la cuestión nacional cuando la principal es la contradicción democrática, se distorsionan los objetivos de la revolución y en consecuencia la estrategia revolucionaria y línea táctica de la clase obrera y el pueblo; de esta forma se renuncia a la independencia de clase del proletariado , se perjudica la formación de la alianza obrero-campesina y se posterga la dirección de la clase obrera en la revolución. 

Algunos “comunistas” que defienden estos procesos caen en lugares comunes que van desde el absurdo “peor es nada”, pasando por “movilizan y conciencian a las masas” (¿en los fuegos de artificio de los multitudinarios mítines “antiimperialistas”?) y “mejoran la condición económica de la clase obrera y el pueblo” (mediante el “asistencialismo” más ramplón), hasta “golpean al imperialismo yanqui” (que permanece como el principal socio del país). 

El marxismo-leninismo nos dice que la revolución es un acto mediante el cual una clase derroca a otra; nos enseña que la revolución tiene que ver con la cuestión del poder del Estado. La revolución proletaria significa el derrocamiento de la burguesía y los terratenientes por el proletariado y las masas populares, para instaurar la dictadura del proletariado, en la forma que corresponda de acuerdo a la realidad concreta. Por lo tanto, la piedra de toque para deslindar si un “proceso” no proletario que ha “tomado el poder” tiene un carácter revolucionario es la preeminencia política que le otorga a la clase obrera: si reconoce la importancia política del proletariado en la revolución; si acepta la organización y movilización independiente de la clase obrera; si contribuye a que el partido del proletariado difunda, exponga y agite su programa; si se une a la lucha de la clase obrera y el pueblo por destruir el Estado burgués en el que esta burguesía “revolucionaria” está gobernando; si no obstaculiza –y facilita– la creación de organizaciones revolucionarias que sirvan de embriones de poder popular, independientes del gobierno y el Estado burgués, dirigidos por el proletariado y su partido de vanguardia. Exigir esto no es retórica seudorrevolucionaria, no es “izquierdismo” o extremismo, no significa desconocer las limitaciones de la “burguesía nacionalista” o la pequeñaburguesía antiimperialista en el poder; todo esto es política proletaria revolucionaria, consecuente con nuestra filiación de clase. Es lo que debe exigir todo comunista, porque su clase es la clase obrera. El temor de asustar a la “burguesía nacionalista revolucionaria” y a la pequeña burguesía antiimperialista que está en el poder, subordinando, postergando o sacrificando los intereses de la clase obrera y la revolución proletaria equivale a una traición. Equivale a negarle al proletariado el derecho a enfrentar el problema del poder de acuerdo a sus intereses de clase, en beneficio de la retórica “antiimperialista” y la farsa “revolucionaria”.


Punto de vista antiimperialista [*]
José Carlos Mariátegui
Tesis presentada a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana
(Montevideo, junio de 1929) 

    ¿Hasta qué punto puede asimilarse la situación de las repúblicas latinoamericanas a la de los países semicoloniales? La condición económica de esas repúblicas es, sin duda, semicolonial, y, a medida que crezca su capitalismo y, en consecuencia, la penetración imperialista, tiene que acentuarse este carácter de su economía. Pero las burguesías nacionales, que ven en la cooperación con el imperialismo la mejor fuente de provechos, se sienten lo bastante dueñas del poder político para no preocuparse seriamente de la soberanía nacional. Estas burguesías, en Sud América, que no conoce todavía, salvo Panamá, la ocupación militar yanqui, no tienen ninguna predisposición a admitir la necesidad de luchar por la segunda independencia, como suponía ingenuamente la propaganda aprista. El Estado, o mejor la clase dominante, no echa de menos un grado más amplio y cierto de autonomía nacional. La revolución de la independencia está relativamente demasiado próxima, sus mitos y símbolos demasiado vivos, en la conciencia de la burguesía y la pequeña burguesía. La ilusión de la soberanía nacional se conserva en sus principales efectos. Pretender que en esta capa social prenda un sentimiento de nacionalismo revolucionario, parecido al que en condiciones distintas representa un factor de la lucha antiimperialista en los países semicoloniales avasallados por el imperialismo en los últimos decenios en Asia, sería un grave error. 
 
Ya en nuestra discusión con los dirigentes del aprismo, reprobando su tendencia a proponer a la América Latina un Kuo Min Tang, como modo de evitar la imitación europeísta y acomodar la acción revolucionaria a una apreciación exacta de nuestra propia realidad, sosteníamos hace más de un año la siguiente tesis:  
 
“La colaboración con la burguesía, y aun de muchos elementos feudales, en la lucha antiimperialista china, se explica por razones de raza, de civilización nacional que entre nosotros no existen. El chino noble o burgués se siente entrañablemente chino. Al desprecio del blanco por su cultura estratificada y decrépita, corresponde con el desprecio y el orgullo de su tradición milenaria. El antiimperialismo en la China puede, por tanto, descansar en el sentimiento y en el factor nacionalista. En Indo-América las circunstancias no son las mismas. La aristocracia y la burguesía criollas no se sienten solidarizadas con el pueblo por el lazo de una historia y de una cultura comunes. En el Perú, el aristócrata y el burgués blancos, desprecian lo popular, lo nacional. Se sienten, ante todo, blancos. El pequeño burgués mestizo imita este ejemplo. La burguesía limeña fraterniza con los capitalistas yanquis, y aun con sus simples empleados, en el Country Club, en el Tennis y en las calles. El yanqui desposa sin inconveniente de raza ni de religión a la señorita criolla, y ésta no siente escrúpulos de nacionalidad ni de cultura en preferir el matrimonio con un individuo de la raza invasora. Tampoco tiene este escrúpulo la muchacha de la clase media. La “huchafita” que puede atrapar un yanqui empleado de Grace o de la Foundation lo hace con la satisfacción de quien siente elevarse su condición social. El factor nacionalista, por estas razones objetivas que a ninguno de ustedes escapa seguramente, no es decisivo ni fundamental en la lucha antiimperialista en nuestro medio. Sólo en los países como la Argentina, donde existe una burguesía numerosa y rica, orgullosa del grado de riqueza y poder en su patria, y donde la personalidad nacional tiene por estas razones contornos más claros y netos que en estos países retardados, el antiimperialismo puede (tal vez) penetrar fácilmente en los elementos burgueses; pero por razones de expansión y crecimiento capitalistas y no por razones de justicia social y doctrina socialista como es nuestro caso”. 
 
La traición de la burguesía china, la quiebra del Kuo Min Tang, no eran todavía conocidas en toda su magnitud. Un conocimiento capitalista, y no por razones de justicia social y doctrinaria, demostró cuán poco se podía confiar, aún en países como la China, en el sentimiento nacionalista revolucionario de la burguesía. 
 
Mientras la política imperialista logre “manéger” los sentimientos y formalidades de la soberanía nacional de estos Estados, mientras no se vea obligada a recurrir a la intervención armada y a la ocupación militar, contará absolutamente con la colaboración de las burguesías. Aunque enfeudados a la economía imperialista, estos países, o más bien sus burguesías, se considerarán tan dueños de sus destinos como Rumania, Bulgaria, Polonia y demás países “dependientes” de Europa. 
 
Este factor de la sicología política no debe ser descuidado en la estimación precisa de las posibilidades de la acción antiimperialista en la América Latina. Su relegamiento, su olvido, ha sido una de las características de la teorización aprista. 
 
   La divergencia fundamental entre los elementos que en el Perú aceptaron en principio el A.P.R.A. –como un plan de frente único, nunca como partido y ni siquiera como organización en marcha efectiva– y los que fuera del Perú la definieron luego como un Kuo Min Tang latinoamericano, consiste en que los primeros permanecen fieles a la concepción económico-social revolucionaria del antiimperialismo, mientras que los segundos explican así su posición: “Somos de izquierda (o socialistas) porque somos antiimperialistas”. El antiimperialismo resulta así elevado a la categoría de un programa, de una actitud política, de un movimiento que se basta a sí mismo y que conduce, espontáneamente, no sabemos en virtud de qué proceso, al socialismo, a la revolución social. Este concepto lleva a una desorbitada superestimación del movimiento antiimperialista, a la exageración del mito de la lucha por la “segunda independencia”, al romanticismo de que estamos viviendo ya las jornadas de una nueva emancipación. De aquí la tendencia a reemplazar las ligas antiimperialistas con un organismo político. Del A.P.R.A., concebida inicialmente como frente único, como alianza popular, como bloque de clases oprimidas, se pasa al A.P.R.A. definida como el Kuo Min Tang latinoamericano. 
 
El antiimperialismo, para nosotros, no constituye ni puede constituir, por sí solo, un programa político, un movimiento de masas apto para la conquista del poder. El antiimperialismo, admitido que pudiese movilizar al lado de las masas obreras y campesinas, a la burguesía y pequeña burguesía nacionalistas (ya hemos negado terminantemente esta posibilidad) no anula el antagonismo entre las clases, no suprime su diferencia de intereses. 
 
Ni la burguesía, ni la pequeña burguesía en el poder pueden hacer una política antiimperialista. Tenemos la experiencia de México, donde la pequeña burguesía ha acabado por pactar con el imperialismo yanqui. Un gobierno “nacionalista” puede usar, en sus relaciones en los Estados Unidos, un lenguaje distinto que el gobierno de Leguía en el Perú. Este gobierno es francamente, desenfadadamente panamericanista, monroísta; pero cualquier otro gobierno burgués haría, prácticamente, lo mismo que él, en materia de empréstitos y concesiones. Las inversiones del capital extranjero en el Perú crecen en estrecha y directa relación con el desarrollo económico del país, con la explotación de sus riquezas naturales, con la población de su territorio, con el aumento de las vías de comunicación. ¿Qué cosa puede oponer a la penetración capitalista la más demagógica pequeña burguesía? Nada, sino palabras. Nada, sino una temporal borrachera nacionalista. El asalto del poder por el antiimperialismo, como movimiento demagógico populista, si fuese posible, no representaría nunca la conquista del poder por las masas proletarias, por el socialismo. La revolución socialista encontraría su más encarnizado y peligrosos enemigo -peligroso por su confusionismo, por la demagogia-, en la pequeña burguesía afirmada en el poder, ganado mediante sus voces de orden. 
 
Sin prescindir del empleo de ningún elemento de agitación antiimperialista, ni de ningún medio de movilización de los sectores sociales que eventualmente pueden concurrir a esta lucha, nuestra misión es explicar y demostrar a las masas que sólo la revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera. 
 
    Estos hechos diferencias la situación de los países sudamericanos de la situación de los países centroamericanos, donde el imperialismo yanqui, recurriendo a la intervención armada sin ningún reparo, provoca una reacción patriótica que puede fácilmente ganar al antiimperialismo a una parte de la burguesía y la pequeña burguesía. La propaganda aprista, conducida personalmente por Haya de la Torre, no parece haber obtenido en ninguna otra parte de América mayores resultados. Sus prédicas confusionistas y mesiánicas, que, aunque pretenden situarse en el plano de la lucha económica, apelan, en realidad, particularmente a los factores raciales y sentimentales, reúnen las condiciones necesarias para impresionar a la pequeña burguesía intelectual. La formación de partidos de clase y poderosas organizaciones sindicales, con clara conciencia clasistas, no se presenta destinada en esos países al mismo desenvolvimiento inmediato que en Sud América. En nuestros países el factor clasista es más decisivo, está más desarrollado. No hay razón para recurrir a vagas fórmulas populistas tras de las cuales no pueden dejar de prosperar tendencias reaccionarias. Actualmente el aprismo, como propaganda, está circunscripto a Centro América; en Sud América, a consecuencia de la desviación populista, caudillista, pequeño-burguesa, que lo definía como el Kuo Min Tang latinoamericano, está en una etapa de liquidación total. Lo que resuelva al respecto el próximo Congreso Antiimperialista de París, cuyo voto tiene que definir la unificación de los organismos antiimperialistas y establecer la distinción entre las plataformas y agitaciones antiimperialistas y las tareas de la competencia de los partidos de clase y las organizaciones sindicales, pondrá término absolutamente a la cuestión. 
 
   ¿Los intereses del capitalismo imperialista coinciden necesaria y fatalmente en nuestros países con los intereses feudales y semifeudales de la clase terrateniente? ¿La lucha contra la feudalidad se identifica forzosa y completamente con la lucha antiimperialista? Ciertamente; el capitalismo imperialista utiliza el poder de la clase feudal, en tanto que la considera la clase políticamente dominante. Pero, sus intereses económicos no son los mismos. La pequeña burguesía, sin exceptuar a la más demagógica, si atenúa en la práctica sus impulsos más marcadamente nacionalistas, puede llegar a la misma estrecha alianza con el capitalismo imperialista. El capital financiero se sentirá más seguro, si el poder está en manos de una clase social más numerosa, que, satisfaciendo ciertas reivindicaciones apremiosas y estorbando la orientación clasista de las masas, está en mejores condiciones que la vieja y odiada clase feudal de defender los intereses del capitalismo, de ser su custodio y su ujier. La creación de la pequeña propiedad, la expropiación de los latifundios, la liquidación de los privilegios feudales, no son contrarios a los intereses del imperialismo, de un modo inmediato. Por el contrario, en la medida en que los rezagos de feudalidad entraban el desenvolvimiento de una economía capitalista, ese movimiento de la liquidación de la feudalidad coincide con las exigencias del crecimiento capitalista, promovido por las inversiones y los técnicos del imperialismo; que desaparezcan los grandes latifundios, que en su lugar se construya una economía agraria basada en lo que la demagogia burguesa llama la “democratización” de la propiedad del suelo, que las viejas aristocracias se vean desplazadas por una burguesía más poderosa e influyentes –y por lo mismo más apta para garantizar la paz social–, nada de esto es contrario a los intereses del imperialismo. 
 
En el Perú, el régimen leguiísta, aunque tímido en la práctica ante los intereses de los latifundistas y gamonales, que en gran parte le prestan su apoyo, no tiene ningún inconveniente en recurrir a la demagogia, en reclamar contra la feudalidad y sus privilegios, en tronar contra las antiguas oligarquías, en promover la distribución del suelo que hará de cada peón agrícola un pequeño propietario. De esta demagogia saca el leguiísmo, precisamente, sus mayores fuerzas. El leguiísmo no se atreve a tocar la gran propiedad. Pero el movimiento natural del desarrollo capitalista –obras de irrigación, explotación de nuevas minas, etcétera– va contra los intereses y privilegios de la feudalidad. Los latifundistas, a medida que crecen las áreas cultivables, que surgen nuevos focos de trabajo, pierden su principal fuerza: la disposición absoluta e incondicional de la mano de obra. En Lambayeque, donde se efectúan actualmente obras de regadío, la actividad capitalista de la comisión técnica que las dirige, y que preside un experto norteamericano, el ingeniero Sutton, ha entrado prontamente en conflicto con las conveniencias de los grandes terratenientes feudales. Estos grandes terratenientes son, principalmente, azucareros. La amenaza de que se les arrebate el monopolio de la tierra y del agua, y con él el medio de disponer a su antojo de la población de trabajadores saca de quicio a esta gente y la empuja a una actitud que el gobierno, aunque muy vinculado a muchos de sus elementos, califica de subversiva o antigobiernista. 
 
Sutton tiene las características del hombre de empresa capitalista norteamericano. Su mentalidad, su trabajo, chocan al espíritu feudal de los latifundistas. Sutton ha establecido, por ejemplo, un sistema de distribución de las aguas, que reposa en el principio de que el dominio de ellas pertenece al Estado; los latifundistas consideraban el derecho sobre las aguas anexo a su derecho sobre la tierra. Según su tesis, las aguas eran suyas; eran y son propiedad absoluta de sus fundos. 
 
  ¿Y la pequeña burguesía, cuyo rol en la lucha contra el imperialismo se superestima tanto, es como se dice, por razones de explotación económica, necesariamente opuesta a la penetración imperialista? La pequeña burguesía es, sin duda, la clase social más sensible al prestigio de los mitos nacionalistas. Pero el hecho económico que domina la cuestión, es el siguiente: en países de pauperismo español, donde la pequeña burguesía, por sus arraigados prejuicios de decencia, se resiste a la proletarización; donde ésta misma, por la miseria de los salarios no tiene fuerza económica para transformarla en parte en clase obrera; donde imperan la empleomanía, el recurso al pequeño puesto del Estado, la caza del sueldo y del puesto “decente”; el establecimiento de grandes empresas que, aunque explotan enormemente a sus empleados nacionales, representan siempre para esta clase un trabajo mejor remunerado, es recibido y considerado favorablemente por la gente de clase media. La empresa yanqui representa mejor sueldo, posibilidad de ascensión, emancipación de la empleomanía del estado, donde no hay porvenir sino para los especuladores. Este hecho actúa, con una fuerza decisiva, sobre la conciencia del pequeño burgués, en busca o en goce de un puesto. En estos países, de pauperismo español, repetimos, la situación de las clases medias no es la constatada en los países donde estas clases han pasado un período de libre concurrencia, de crecimiento capitalista propicio a la iniciativa y al éxito individuales, a la opresión de los grandes monopolios.
 
 
En conclusión, somos antiimperialistas, porque somos marxistas, porque somos revolucionarios, porque oponemos al capitalismo el socialismo como sistema antagónico, llamado a sucederlo, porque en la lucha contra los imperialismos extranjeros cumplimos nuestros deberes de solidaridad con las masas revolucionarias de Europa 
 
José Carlos Mariátegui
Lima, 21 de mayo de 1929
* Tesis presentada a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana (Buenos Aires, junio de 1929). Se ha repro­ducido de El Movimiento Revolucionario Latino Americano (Editado por La Correspondencia Sudamericana). La misma versión aparece en el Tomo II de la obra de Martínez de la Torre (págs. 414 a418). Fue leída por Julio Portocarrero en circunstancias en que se debatía “La lucha anti-impe­rialista y los problemas de táctica de los Partidos Comu­nistas de América Latina”. Al término de su lectura, el delegado peruano señaló: “Compañeros: Así escribe el com­pañero José Carlos Mariátegui cuando formula su tesis so­bre el anti-imperialismo, analizando antes el estado económico y social del Perú...”. Nota de los Editores [de las Obras Completas].