martes, 19 de marzo de 2013

Una “revolución” más “antiimperialista” y más “socialista” que la de Chávez


Revisando la historia de Sudamérica, con el ánimo de comprender la lucha de clases y particularmente las últimas experiencias de lucha armada, hemos encontrado un gobierno que fue más “radical” que el de Chávez, un país que fue más “revolucionario” y “socialista” que Venezuela. 

En 1968, el gobierno “democrático” en Perú fue derribado por un golpe de Estado. Parecía uno más de los tantos que ha habido en la historia no sólo de Perú sino de A.L. Sin embargo, este era uno distinto. Aunque realizado por las fuerzas armadas encabezadas por el general Velasco Alvarado [el Chávez de la época, aunque sin el carisma, la elocuencia y la desmesura de éste], el proceso que iba a iniciarse haría historia en Perú y América Latina. 

Ese gobierno militar “nacionalista y revolucionario” expropió a las empresas de capital extranjero más importantes, en todas las áreas de actividad económica, empezando por las empresas petroleras y mineras. Las estadísticas revelan que Perú es un país minero y pesquero de importancia mundial en muchos de los minerales y metales más importantes: cobre, zinc, oro, plata, etc. Expropió los bancos, financieras y compañías de seguros de capitales extranjeros. También expropió los diarios, las empresas radiodifusoras y estaciones de TV de propiedad de familias de la gran burguesía y las puso a disposición de la “población organizada”. 

Con las empresas expropiadas creó grandes empresas del Estado, que ejercían una actividad monopolista en su rama de actividad: PetroPerú, SiderPerú, MineroPerú, HierroPerú, CentrominPerú, PescaPerú, AeroPerú, etc., etc. Tomó en sus manos la comercialización interna de los productos básicos y estableció el monopolio del comercio exterior. De los bancos expropiados nacieron los bancos de promoción de la actividad económica: Banco Industrial, Banco Agrario, Banco Minero, etc. Muy acorde con la época, llevó adelante una decidida política de sustitución de importaciones y de promoción de la industria nacional, incentivó la exportación de productos “no tradicionales” con el fin de no depender únicamente de los productos mineros y pesqueros. Se incorporó la planificación económica en el manejo del desarrollo del país, para lo cual se creó el Instituto Nacional de Planificación. Por su parte, cada diario expropiado era destinado a un sector social: diario de la educación, diario del sector agrario, diario de las comunidades laborales, etc. 

Estableció que en las empresas industriales, mineras, pesqueras y otras se crearan “comunidades laborales” [distintas a los sindicatos] que reunían a los trabajadores sin distinción para, a través de ella, ejercer su derecho a participar con voz en la junta directiva o directorio de las empresas [otro espacio para la aristocracia obrera local]. Asimismo, se otorgó a los trabajadores el derecho a recibir parte de las utilidades de la empresa en que trabajaban. Para ello, recibieron “acciones laborales” (no negociables, para evitar la concentración en pocas manos) que formalizaba la participación individual de cada trabajado en las utilidades. En épocas más recientes estas “acciones laborales” –únicas en su género– fueron las estrellas de la Bolsa de Valores de Lima, luego de que gobiernos posteriores permitieran su negociación y su concentración sin restricciones.

En el agro, “cumplió” con una de las urgentes tareas pendientes: expropió a los terratenientes agroexportadores y a los “gamonales” feudales, dando un golpe importante a la feudalidad tradicional, y entregó las tierras en usufructo a cooperativas agrarias y sociedades agrícolas [bajo dirección y control estatal, contando con la colaboración de partidos revisionistas y reformistas] que organizaron a obreros agrícolas y campesinos. Estas organizaciones –cooperativas agrarias y sociedades agrícolas– parecían emular a la diferenciación en términos de desarrollo, propiedad y participación en el trabajo y el producto a los sovjoses y koljoses de la URSS. Algo parecido trató de hacer en la industria creando un sector de “propiedad social” reminiscente de la propiedad socialista. 

Por su parte, las comunidades campesinas [de antiguo origen] se vieron liberadas del yugo del terrateniente feudal tradicional pero se encontraron en una nueva situación de enfrentamiento con las cooperativas agrarias o sociedades agrícolas recién creadas que recibieron tierras que los antiguos terratenientes habían despojado a las comunidades. La “reforma agraria” peruana, su normatividad y su aplicación bajo el lema: “campesino, el patrón no comerá jamás de tu pobreza” (Túpac Amaru), es considerada como una de las más radicales en la historia de A.L.  

En las escuelas se empezó a difundir las ciencias sociales con un tinte “marxista” y en las universidades se dictaron cursos obligatorios de materialismo dialéctico, economía marxista, etc. como requisitos de ciertas estudios profesionales. La población en general tuvo acceso “abierto” a las universidades, creándose más universidades nacionales y modificando las formas de admisión. Se impulsó la cultura, la recreación, el deporte, etc., etc. Las obras de los clásicos del marxismo-leninismo se vendían en cantidades asombrosas. La presencia de las embajadas “socialistas”, especialmente de la URSS, era bastante activa y notable.

Ese “gobierno revolucionario de la fuerza armada”, como se hacía llamar, fue uno de los primeros en A.L. en establecer relaciones diplomáticas y comerciales con los países del campo “socialista”, Cuba, China, etc. Su conflicto con los EEUU, lo llevó a acercarse a la URSS. En América Latina, exceptuando Cuba, el ejército peruano era el único que en su mayor parte contaba con armamento soviético, porque en aquella época –como respuesta a las expropiaciones– los EEUU establecieron un embargo contra Perú en ese campo, obligándolo a equiparse con armamento soviético. 

Las medidas del “gobierno revolucionario” peruano del general Juan Velasco Alvarado  fueron más radicales, más “socialistas” que las del “comandante” Chávez en Venezuela. Tanto que el Fidel Castro de los 1970, con su aura “revolucionaria” en todo su apogeo, reconoció a la “revolución” peruana y visitó Perú para entrevistarse con el “jefe” de la “revolución”, llamando al pueblo peruano a apoyar la “revolución”. 

¡Suena bonito! ¿No es verdad? Tan bonito que los actuales apologistas de la “revolución bolivariana” en el mundo hubieran defendido a la “revolución peruana” con más convicción que a la de Chávez. No hay que hacer mucho esfuerzo para imaginar el respado que recibió este gobierno de Velasco, de parte de amplios sectores populares. Los mítines y manifestaciones eran multitudinarios. Tampoco es necesario decir que lo dicho arriba es sólo una pálida descripción de los detalles de la “revolución de la fuerza armada” peruana (siendo uno de ellos el reclutamiento a sueldo de trotskistas, revisionistas y ex “guerrilleros” en los organismos corporativistas que creó para ejercer el control sobre las masas populares).

Las más importantes de esas medidas “antiimperialistas” y “socialistas” fueron tomadas en los primeros cinco años, desde el inicio, del “gobierno revolucionario” peruano. Vale decir, el gobierno de Velasco Alvarado no sólo se limitó a pregonar “antiimperialismo” sino que afectó las arcaicas estructuras económicas y sociales del Perú, enfrentando al sector de la gran burguesía que se aferraba a las viejas formas de dominación y explotación y de subordinación al imperialismo norteamericano. Chávez tuvo catorce años, con bonanza económica latinoamericana, con la situación política a su favor y con los ingentes recursos provenientes de la renta petrolera, y no estuvo a la altura de este precedente que él conoció. Y no hay explicación convincente para ello. Por su parte, el Perú de esos años estaba en una fuerte crisis económica que se agudizaría con la crisis del petróleo de los 70, y no disponía de reservas para financiar el gasto público “revolucionario”, para subsidiar los precios de los productos de primera necesidad y para cubrir las pérdidas de las empresas públicas que se manejaban ineficientemente a pesar de la riqueza de recursos de ese país. En otras palabras, garantizaba el circo pero no el pan. El gobierno de Chávez es el único gobierno de corte “populista” en la historia de América Latina que ha contado y cuenta con grandes recursos económicos, provenientes de la venta del petróleo, para financiar su “proceso”, su “revolución”. E incluso contando con esos recursos del petróleo, la gestión económica y social del gobierno de Chávez deja mucho que desear y se diferencia muy poco de cualquier gobierno latinoamericano sin “revolución”.  

Pero… (¡sí!, “pero…”) la dulce historia del “gobierno revolucionario” del Perú de principios de los 1970, terminó amargamente. Un sector dentro de las mismas fuerzas armadas “revolucionarias” que no quería medias tintas dio un golpe palaciego en 1974 y acabó revelando la verdadera esencia reaccionaria de ese proceso “revolucionario”. No se resolvieron los problemas fundamentales de la sociedad peruana –claramente definidas por Mariátegui–, aunque se cambió la cara de ese país. Las relaciones de producción capitalistas y semifeudales no se tocaron, aunque se remozaron, porque estatalizar o “nacionalizar” no equivale a socialismo, mientras la naturaleza del Estado no cambie, mientras siendo un Estado burgués-terrateniente, mientras no se instaure la dictadura del proletariado en la forma que corresponda a la realidad concreta. La “revolución de las fuerzas armadas” no fue sino una manifestación de las contradicciones entre fracciones de la gran burguesía, y de la pugna interimperialista, ante una situación de avance del movimiento popular. Toda la apariencia “socialista” de esa “revolución” fue la forma corporativista –sumada a la represión sistemática y a la ausencia de las mínimas libertades democráticas– de frenar el descontento popular y la movilización de las masas que venían gestándose con gran fuerza desde los 1960’s. Tanto no cambió la realidad de la clase obrera y del campesinado, pese a todos los “beneficios” que “recibieron”, que las huelgas obreras y las movilizaciones campesinas por recuperaciones de tierras se reiniciaron con vigor en medio de la “borrachera nacionalista” del “gobierno revolucionario” que también se declaraba “antiimperialista”, despotricando a viva voz contra el imperialismo norteamericano y acusando a los luchadores políticos, sindicales y populares de “contrarrevolucionarios” y “enemigos de la revolución”.  

¿Por qué la estela de ese “gobierno revolucionario de la fuerza armada” –pese a sus acciones– no ha perdurado en la memoria? Una respuesta superficial, “sociológica”, diría que al general Velasco le faltaron las cualidades de un caudillo –como Perón en Argentina, como Haya de la Torre también en Perú, y como Chávez en Venezuela–, en tierras donde el caudillismo ha estado presente en todo movimiento, partido o proyecto político, desde su independencia hasta la actualidad. 

Es sintomático –cada vez que este tipo de “procesos revolucionarios” aparece–, encontrar (siempre a la zaga pero “militantes”) a los revisionistas y los trotskistas que coinciden una y otra vez en estos “movimientos”. El “PC” proMoscú y los troskistas estuvieron entre los defensores más recalcitrantes de la dictadura militar –“revolucionaria” y “socialista”– del Perú de los 1970. De igual modo, hoy, el “PCV” y todos los “PC” que estuvieron a la cola del PCUS revisionista son los más “revolucionarios” en su defensa de las “conquistas” del “socialismo” de Chávez –junto a los trotskistas (¡qué coincidencia recurrente en la historia del movimiento revolucionario de los últimos 50 años!)–, ilusionando y engañando al pueblo venezolano y a los pueblos del mundo con una falsa revolución y un falso socialismo.  

Fuera de la demagogia y la palabrería, no existe nada de “revolucionario” en Chávez ni nada de “socialismo” en Venezuela. La “revolución bolivariana” es un caso más (el más mediático, por la época, y el más duradero, por los recursos económicos con que cuenta) de proceso político de corte “populista” o “reformista” que ha habido y hay en América Latina. La base económica del país sigue siendo la misma, el Estado sigue siendo un Estado de la gran burguesía y los terratenientes, y la vida política sigue el curso de una de las variantes típicas de la política “pendular” (ora liberales, ora populistas; ora “democracias”, ora dictaduras) que según algunos analistas latinoamericanos ha seguido ese subcontinente. Las supuestas mejoras de la vida económica son relativas y las grandes obras “socialistas” son gasto público típico del populismo latinoamericano, contando esta vez con ingentes recursos. 

En Venezuela, la clase obrera no está representada por Chávez y su “revolución”, sus intereses no coinciden. Una vez más, la “borrachera nacionalista” antiyanqui terminará defraudando a la clase obrera y al pueblo, y pondrá a la luz la desnudez del revisionismo y el trotskismo que siempre se suman –engañando a las masas que los siguen– a este tipo de fenómenos políticos. Y como siempre, la clase obrera aprenderá la lección por su propia experiencia y su vanguardia llegará a las conclusiones necesarias para organizar el verdadero partido comunista, armado de un programa y una línea política marxista-leninistas que le permita ponerse a la cabeza de las masas obreras y campesinas y dirigir la auténtica revolución venezolana. 

Aunque estas palabras del marxista-leninista sudamericano José Carlos Mariátegui fueron dirigidas contra un partido pequeñoburgués reformista (que años después –¡qué “sorpresa”!– se haría representante de una fracción de la gran burguesía peruana] son oportunas y aplicables: 

 “¿Qué cosa puede oponer a la penetración capitalista la más demagógica pequeña-burguesía? Nada, sino palabras. Nada, sino una temporal borrachera nacionalista. El asalto del poder por el antiimperialismo, como movimiento demagógico populista, si fuese posible, no representaría nunca la conquista del poder, por las masas proletarias, por el socialismo. La revolución socialista encontraría su más encarnizado y peligroso enemigo, –peligroso  por su confusionismo, por la demagogia–, en la pequeña burguesía afirmada en el poder, ganado mediante sus voces de orden.” (Obras Completas t. 13, Ideología y Política, “Punto de Vista Antiimperialista”). 

 “....somos antiimperialistas porque somos marxistas, porque somos revolucionarios, porque oponemos al capitalismo el socialismo como sistema antagónico, llamado a sucederlo, porque en la lucha contra los imperialismos extranjeros cumplimos nuestros deberes de solidaridad con las masas revolucionarias de Europa.” (Ibídem).
 
 
Nota: En marxists.org se puede encontrar tres discursos del general Velasco Alvarado:
-Mensaje a la nación con motivo de la toma de los campos petrolíferos de la Brea y Pariñas, el 9 de octubre de 1968.
-Mensaje con motivo de la promulgación de la Ley de Reforma Agraria, el 24 de junio de 1969.
-Mensaje a la nación en el primer aniversario de la revolución peruana, el 3 de octubre de 1969.