Revisando la historia de Sudamérica, con el ánimo de comprender la lucha de
clases y particularmente las últimas experiencias de lucha armada, hemos
encontrado un gobierno que fue más “radical” que el de Chávez, un país que fue más
“revolucionario” y “socialista” que Venezuela.
En 1968, el gobierno “democrático” en Perú fue derribado por un golpe de
Estado. Parecía uno más de los tantos que ha habido en la historia no sólo de
Perú sino de A.L. Sin embargo, este era uno distinto. Aunque realizado por las
fuerzas armadas encabezadas por el general Velasco Alvarado [el Chávez de la
época, aunque sin el carisma, la elocuencia y la desmesura de éste], el proceso
que iba a iniciarse haría historia en Perú y América Latina.
Ese gobierno militar “nacionalista y revolucionario” expropió a las
empresas de capital extranjero más importantes, en todas las áreas de actividad
económica, empezando por las empresas petroleras y mineras. Las estadísticas revelan
que Perú es un país minero y pesquero de importancia mundial en muchos de los
minerales y metales más importantes: cobre, zinc, oro, plata, etc. Expropió los
bancos, financieras y compañías de seguros de capitales extranjeros. También expropió
los diarios, las empresas radiodifusoras y estaciones de TV de propiedad de
familias de la gran burguesía y las puso a disposición de la “población
organizada”.
Con las empresas expropiadas creó grandes empresas del Estado, que ejercían
una actividad monopolista en su rama de actividad: PetroPerú, SiderPerú,
MineroPerú, HierroPerú, CentrominPerú, PescaPerú, AeroPerú, etc., etc. Tomó en
sus manos la comercialización interna de los productos básicos y estableció el
monopolio del comercio exterior. De los bancos expropiados nacieron los bancos
de promoción de la actividad económica: Banco Industrial, Banco Agrario, Banco
Minero, etc. Muy acorde con la época, llevó adelante una decidida política de sustitución
de importaciones y de promoción de la industria nacional, incentivó la exportación
de productos “no tradicionales” con el fin de no depender únicamente de los
productos mineros y pesqueros. Se incorporó la planificación económica en el manejo del desarrollo del país, para lo cual se creó el Instituto Nacional de Planificación. Por su parte, cada diario expropiado era
destinado a un sector social: diario de la educación, diario del sector
agrario, diario de las comunidades laborales, etc.
Estableció que en las empresas industriales, mineras, pesqueras y otras se
crearan “comunidades laborales” [distintas a los sindicatos] que reunían a los
trabajadores sin distinción para, a través de ella, ejercer su derecho a
participar con voz en la junta directiva o directorio de las empresas [otro
espacio para la aristocracia obrera local]. Asimismo, se otorgó a los
trabajadores el derecho a recibir parte de las utilidades de la empresa en que
trabajaban. Para ello, recibieron “acciones laborales” (no negociables, para
evitar la concentración en pocas manos) que formalizaba la participación individual
de cada trabajado en las utilidades. En épocas más recientes estas “acciones
laborales” –únicas en su género– fueron las estrellas de la Bolsa de Valores de
Lima, luego de que gobiernos posteriores permitieran su negociación y su concentración
sin restricciones.
En el agro, “cumplió” con una de las urgentes tareas pendientes: expropió a
los terratenientes agroexportadores y a los “gamonales” feudales, dando un
golpe importante a la feudalidad tradicional, y entregó las tierras en
usufructo a cooperativas agrarias y sociedades agrícolas [bajo dirección y
control estatal, contando con la colaboración de partidos revisionistas y
reformistas] que organizaron a obreros agrícolas y campesinos. Estas
organizaciones –cooperativas agrarias y sociedades agrícolas– parecían emular a
la diferenciación en términos de desarrollo, propiedad y participación en el
trabajo y el producto a los sovjoses y koljoses de la URSS. Algo parecido trató
de hacer en la industria creando un sector de “propiedad social” reminiscente
de la propiedad socialista.
Por su parte, las comunidades campesinas [de antiguo origen] se vieron
liberadas del yugo del terrateniente feudal tradicional pero se encontraron en
una nueva situación de enfrentamiento con las cooperativas agrarias o sociedades
agrícolas recién creadas que recibieron tierras que los antiguos terratenientes
habían despojado a las comunidades. La “reforma agraria” peruana, su
normatividad y su aplicación bajo el lema: “campesino, el patrón no comerá
jamás de tu pobreza” (Túpac Amaru), es considerada como una de las más
radicales en la historia de A.L.
En las escuelas se empezó a difundir las ciencias sociales con un tinte
“marxista” y en las universidades se dictaron cursos obligatorios de
materialismo dialéctico, economía marxista, etc. como requisitos de ciertas
estudios profesionales. La población en general tuvo acceso “abierto” a las
universidades, creándose más universidades nacionales y modificando las formas
de admisión. Se impulsó la cultura, la recreación, el deporte, etc., etc. Las
obras de los clásicos del marxismo-leninismo se vendían en cantidades
asombrosas. La presencia de las embajadas “socialistas”, especialmente de la
URSS, era bastante activa y notable.
Ese “gobierno revolucionario de la fuerza armada”, como se hacía llamar,
fue uno de los primeros en A.L. en establecer relaciones diplomáticas y
comerciales con los países del campo “socialista”, Cuba, China, etc. Su
conflicto con los EEUU, lo llevó a acercarse a la URSS. En América Latina,
exceptuando Cuba, el ejército peruano era el único que en su mayor parte contaba
con armamento soviético, porque en aquella época –como respuesta a las
expropiaciones– los EEUU establecieron un embargo contra Perú en ese campo,
obligándolo a equiparse con armamento soviético.
Las medidas del “gobierno revolucionario” peruano del general Juan Velasco
Alvarado fueron más radicales, más
“socialistas” que las del “comandante” Chávez en Venezuela. Tanto que el Fidel
Castro de los 1970, con su aura “revolucionaria” en todo su apogeo, reconoció a
la “revolución” peruana y visitó Perú para entrevistarse con el “jefe” de la “revolución”,
llamando al pueblo peruano a apoyar la “revolución”.
¡Suena bonito! ¿No es verdad? Tan bonito que los actuales apologistas de la
“revolución bolivariana” en el mundo hubieran defendido a la “revolución
peruana” con más convicción que a la de Chávez. No hay que hacer mucho esfuerzo para imaginar el respado que recibió este gobierno de Velasco, de parte de amplios sectores populares. Los mítines y manifestaciones eran multitudinarios. Tampoco es necesario decir que lo
dicho arriba es sólo una pálida descripción de los detalles de la “revolución de
la fuerza armada” peruana (siendo uno de ellos el reclutamiento a sueldo de trotskistas,
revisionistas y ex “guerrilleros” en los organismos corporativistas que creó
para ejercer el control sobre las masas populares).
Las más importantes de esas medidas “antiimperialistas” y “socialistas”
fueron tomadas en los primeros cinco
años, desde el inicio, del “gobierno revolucionario” peruano. Vale decir,
el gobierno de Velasco Alvarado no sólo se limitó a pregonar “antiimperialismo”
sino que afectó las arcaicas estructuras económicas y sociales del Perú, enfrentando
al sector de la gran burguesía que se aferraba a las viejas formas de dominación
y explotación y de subordinación al imperialismo norteamericano. Chávez tuvo
catorce años, con bonanza económica latinoamericana, con la situación política
a su favor y con los ingentes recursos provenientes de la renta petrolera, y no
estuvo a la altura de este precedente que él conoció. Y no hay explicación
convincente para ello. Por su parte, el Perú de esos años estaba en una fuerte
crisis económica que se agudizaría con la crisis del petróleo de los 70, y no
disponía de reservas para financiar el gasto público “revolucionario”, para subsidiar
los precios de los productos de primera necesidad y para cubrir las pérdidas de
las empresas públicas que se manejaban ineficientemente a pesar de la riqueza
de recursos de ese país. En otras palabras, garantizaba el circo pero no el pan. El gobierno de Chávez es el único gobierno de corte “populista”
en la historia de América Latina que ha contado y cuenta con grandes recursos
económicos, provenientes de la venta del petróleo, para financiar su “proceso”,
su “revolución”. E incluso contando con esos recursos del petróleo, la gestión
económica y social del gobierno de Chávez deja mucho que desear y se diferencia
muy poco de cualquier gobierno latinoamericano
sin “revolución”.
Pero… (¡sí!, “pero…”) la dulce historia del “gobierno revolucionario” del
Perú de principios de los 1970, terminó amargamente. Un sector dentro de las
mismas fuerzas armadas “revolucionarias” que no quería medias tintas dio un
golpe palaciego en 1974 y acabó revelando la verdadera esencia reaccionaria de
ese proceso “revolucionario”. No se resolvieron los problemas fundamentales de
la sociedad peruana –claramente definidas por Mariátegui–, aunque se cambió la
cara de ese país. Las relaciones de producción capitalistas y semifeudales no se
tocaron, aunque se remozaron, porque estatalizar o “nacionalizar” no equivale a
socialismo, mientras la naturaleza del Estado no cambie, mientras siendo un
Estado burgués-terrateniente, mientras no se instaure la dictadura del
proletariado en la forma que corresponda a la realidad concreta. La “revolución
de las fuerzas armadas” no fue sino una manifestación de las contradicciones
entre fracciones de la gran burguesía, y de la pugna interimperialista, ante
una situación de avance del movimiento popular. Toda la apariencia “socialista”
de esa “revolución” fue la forma corporativista –sumada a la represión
sistemática y a la ausencia de las mínimas libertades democráticas– de frenar
el descontento popular y la movilización de las masas que venían gestándose con
gran fuerza desde los 1960’s. Tanto no cambió la realidad de la clase obrera y
del campesinado, pese a todos los “beneficios” que “recibieron”, que las
huelgas obreras y las movilizaciones campesinas por recuperaciones de tierras
se reiniciaron con vigor en medio de la “borrachera nacionalista” del “gobierno
revolucionario” que también se declaraba “antiimperialista”, despotricando a
viva voz contra el imperialismo norteamericano y acusando a los luchadores
políticos, sindicales y populares de “contrarrevolucionarios” y “enemigos de la
revolución”.
¿Por qué la estela de ese “gobierno revolucionario de la fuerza armada” –pese
a sus acciones– no ha perdurado en la memoria? Una respuesta superficial, “sociológica”,
diría que al general Velasco le faltaron las cualidades de un caudillo –como Perón
en Argentina, como Haya de la Torre también en Perú, y como Chávez en Venezuela–,
en tierras donde el caudillismo ha estado presente en todo movimiento, partido
o proyecto político, desde su independencia hasta la actualidad.
Es sintomático –cada vez que este tipo de “procesos revolucionarios”
aparece–, encontrar (siempre a la zaga pero “militantes”) a los revisionistas y
los trotskistas que coinciden una y otra vez en estos “movimientos”. El “PC”
proMoscú y los troskistas estuvieron entre los defensores más recalcitrantes de
la dictadura militar –“revolucionaria” y “socialista”– del Perú de los 1970. De
igual modo, hoy, el “PCV” y todos los “PC” que estuvieron a la cola del PCUS revisionista
son los más “revolucionarios” en su defensa de las “conquistas” del
“socialismo” de Chávez –junto a los trotskistas (¡qué coincidencia recurrente
en la historia del movimiento revolucionario de los últimos 50 años!)–,
ilusionando y engañando al pueblo venezolano y a los pueblos del mundo con una
falsa revolución y un falso socialismo.
Fuera de la demagogia y la palabrería, no existe nada de “revolucionario”
en Chávez ni nada de “socialismo” en Venezuela. La “revolución bolivariana” es
un caso más (el más mediático, por la época, y el más duradero, por los
recursos económicos con que cuenta) de proceso político de corte “populista” o
“reformista” que ha habido y hay en América Latina. La base económica del país
sigue siendo la misma, el Estado sigue siendo un Estado de la gran burguesía y
los terratenientes, y la vida política sigue el curso de una de las variantes
típicas de la política “pendular” (ora liberales, ora populistas; ora “democracias”,
ora dictaduras) que según algunos analistas latinoamericanos ha seguido ese
subcontinente. Las supuestas mejoras de la vida económica son relativas y las
grandes obras “socialistas” son gasto público típico del populismo
latinoamericano, contando esta vez con ingentes recursos.
En Venezuela, la clase obrera no está representada por Chávez y su “revolución”,
sus intereses no coinciden. Una vez más, la “borrachera nacionalista”
antiyanqui terminará defraudando a la clase obrera y al pueblo, y pondrá a la
luz la desnudez del revisionismo y el trotskismo que siempre se suman
–engañando a las masas que los siguen– a este tipo de fenómenos políticos. Y
como siempre, la clase obrera aprenderá la lección por su propia experiencia y
su vanguardia llegará a las conclusiones necesarias para organizar el verdadero
partido comunista, armado de un programa y una línea política marxista-leninistas
que le permita ponerse a la cabeza de las masas obreras y campesinas y dirigir
la auténtica revolución venezolana.
Aunque estas palabras del marxista-leninista sudamericano José Carlos
Mariátegui fueron dirigidas contra un partido pequeñoburgués reformista (que
años después –¡qué “sorpresa”!– se haría representante de una fracción de la
gran burguesía peruana] son oportunas y aplicables:
“¿Qué cosa puede oponer a la penetración
capitalista la más demagógica pequeña-burguesía? Nada, sino palabras. Nada,
sino una temporal borrachera nacionalista. El asalto del poder por el antiimperialismo,
como movimiento demagógico populista, si fuese posible, no representaría nunca
la conquista del poder, por las masas proletarias, por el socialismo. La
revolución socialista encontraría su más encarnizado y peligroso enemigo, –peligroso
por su confusionismo, por la demagogia–,
en la pequeña burguesía afirmada en el poder, ganado mediante sus voces de
orden.” (Obras Completas t. 13, Ideología y Política, “Punto de Vista Antiimperialista”).
“....somos antiimperialistas porque somos
marxistas, porque somos revolucionarios, porque oponemos al capitalismo el
socialismo como sistema antagónico, llamado a sucederlo, porque en la lucha
contra los imperialismos extranjeros cumplimos nuestros deberes de solidaridad
con las masas revolucionarias de Europa.” (Ibídem).
Nota: En marxists.org se puede encontrar tres discursos del general Velasco Alvarado:
-Mensaje a la nación con motivo de la toma de los campos petrolíferos de la Brea y Pariñas, el 9 de octubre de 1968.
-Mensaje con motivo de la promulgación de la Ley de Reforma Agraria, el 24 de junio de 1969.
-Mensaje a la nación en el primer aniversario de la revolución peruana, el 3 de octubre de 1969.