Thiago R.
Con la clara intención de encontrarle un pedigrí marxista a la “teoría” de
la revolución permanente, circula una recopilación de artículos de algunos
autores que supuestamente anticiparon las ideas de la revolución permanente
trotskista (Véase Richard B. Day y Daniel Gaido, eds. “Witnesses to Permanent Revolution: The Documentary
Record”, Haymarket Books, 2011).
Los editores afirman con una candidez digna de mejor causa: “uno de
nuestros principales descubrimientos es que León Trotsky, ciertamente el más
famoso y brillante proponente de la revolución permanente, no fue su único autor [sic!!], varias contribuciones importantes,
en efecto, fueron realizadas por otros marxistas…”. Los otros marxistas que
también serían “autores” de la teoría de la revolución permanente incluyen a
Kautsky, Luxemburgo, Mehring, Parvus, Plejánov y Riazánov. Es exagerado sugerir que
Kautsky, Mehring, Plejánov y Luxemburgo –pese a que ésta compartió algunas ideas
con Trotsky sobre otros temas– tienen alguna afinidad con la “teoría” de la
revolución permanente de Trotsky. Por su parte, los artículos de Riazánov –el “marxólogo”, de cuyo “marxismo”,
Lenin tenía una pobre opinión– dan la impresión de anunciar algunos elementos de la teoría de Trotsky. La inclusión del debate Plejánov-Riazánov (1903) pretende mostrar, por interpósita persona, un imaginario debate Lenin-Trotsky, a sabiendas que Lenin está mal representado tanto por la posición de Plejánov como por el sesgo personal que le da a su réplica a Riazánov.
Muchos marxistas han citado y
comentado la idea de la revolución permanente enunciada por Marx, pero sus exposiciones
tienen poco en común con la “teoría” trotskista. En la recopilación en
cuestión, sólo Parvus está adecuadamente
incluido, porque –como es sabido– es el verdadero padre del permanentismo que
Trotsky adoptó y desarrolló.
En este interés de rodear a Trotsky con supuestos precursores de su
revolución permanente, encontramos un caso evidente de inapropiada
inclusión en los escritos recopilados: el artículo de Franz Mehring (titulado “La revolución permanente”). Fuera del título, cualquier lector puede advertir que existe una contradicción entre el contenido del artículo de Mehring y
la “teoría” trotskista a la que supuestamente estaría abriendo el camino.
Mehring entiende por revolución permanente una cosa diferente a lo que los trotskistas quisieran. Al establecer la
diferencia entre las revoluciones europeas de 1848 (que carecieron de un
proletariado vigoroso que actuara independientemente y tomara la iniciativa) y
la revolución rusa de 1905 (donde el proletariado, pese a ser una minoría de la
población, se reveló como el protagonista del proceso político revolucionario
en Rusia y el mundo), Mehring formula lo que entiende por revolución
permanente: que el proletariado debe “perseverar, aún después de la victoria,
en su antigua combatividad”. He aquí los párrafos pertinentes:
“Lo que fue la
debilidad de la revolución europea de 1848 es la fuerza de la revolución rusa
de 1905. Su protagonista es un proletariado que ha comprendido esta “revolución
permanente” que la Nueva Gaceta Renana
había predicado para orejas todavía sordas. Mientras que su sangre corría a
mares bajo los golpes de fusil y de sable de los verdugos del zar, los obreros
rusos, con una fuerza obstinada, mantuvieron firmes sus objetivos, y el arma
poderosa que constituye la huelga política de masas le permitió quebrar el
poder zarista hasta sus cimientos. En el último manifiesto del zar, el despotismo
asiático abdica para siempre; al prometer una constitución, cruza el Rubicón,
más allá del cual ningún retorno es posible. Esto es un primer triunfo del
proletariado ruso, y el mayor éxito que
ningún proletariado de otro país en un movimiento revolucionario haya obtenido
antes. Los que tomaron la Bastilla, como los combatientes de las barricadas
de Berlín eran capaces de un impulso heroico, pero no de esta lucha infatigable
y obstinada que llevaron adelante los obreros rusos, sin dejarse desviar por
fracasos momentáneos. Sin embargo, su primer éxito los ubica ahora frente a un nuevo deber, incomparablemente
mayor, el de perseverar, aún después de
la victoria, en su antigua combatividad.”
“En la historia de las guerras, no deja de repetirse una experiencia:
después de una victoria aplastante, es difícil llevar al fuego incluso a las
tropas más valerosas para que, al perseguir al enemigo, hagan la victoria
verdaderamente fecunda, y es tanto más difícil cuando la victoria ha sido más
aplastante. Existe, profundamente arraigada en la naturaleza humana, la
necesidad de un descanso liberador, cuando esta se libera de una fuerte
tensión, y por eso la burguesía siempre ha especulado con éxito, cuando el
proletariado le ha sacudido los árboles de la revolución para hacer caer sus
frutos.”
Mehring es bastante claro, le dice al proletariado
revolucionario: no bajar la guardia, no dormirse en sus laureles, continuar en
la lucha contra los enemigos de la revolución. Mehring advierte:
“Es así que
después de toda victoria revolucionaria resuenan los llamados de la burguesía a la “calma a cualquier precio”,
supuestamente en el interés de la clase obrera, de hecho, por el frío y astuto
cálculo de la burguesía.
“Este es el momento más peligroso
para toda revolución; pero, si bien este ha sido fatal hasta el momento
para el proletariado, esta vez, la clase obrera rusa ha pasado la prueba
brillantemente, al responder con resolución al manifiesto del zar: la
revolución permanente”.
Sin embargo, Mehring establece la diferencia entre las etapas socialista y democrática de la
revolución pero dejando bien claro el carácter ininterrumpido, permanente, de la revolución, algo que Marx había
planteado y que Lenin desarrolló con brillantez el mismo 1905 (antes de que la revolución
fuera derrotada), en contradicción con la posición menchevique (y la trotskista
por venir):
“Por cierto, para los obreros rusos también vale que ningún milagro
ocurrirá mañana. No está en su poder
saltar las etapas de la evolución histórica y crear, a partir del despótico
estado zarista, de buenas a primeras, una comunidad socialista. Pero pueden acortar y allanar el camino de su
combate emancipador, si no sacrifican el poder revolucionario que han
conquistado frente a las tramposas quimeras de la burguesía, sino por el
contrario, no dejan de servirse de él
para acelerar la evolución histórica, es decir, revolucionaria. Ahora
pueden asegurarse en algunos meses y semanas lo que costaría décadas de penosos
esfuerzos, si cedieran el terreno a la burguesía después de haber obtenido la
victoria. No pueden inscribir en la constitución rusa la dictadura del
proletariado, pero pueden inscribir en ella el sufragio universal, el derecho
de coalición, la jornada de trabajo legal, la libertad ilimitada de prensa y de
palabra, y pueden arrancarle a la burguesía, para todas estas reivindicaciones,
garantías tan sólidas como las que la burguesía le arrancará al zar de acuerdo
a sus propias necesidades. Pero sólo
pueden hacerlo si no deponen las armas en ningún momento y no le permiten a la
burguesía dar ni siquiera un paso adelante, sin que ellos mismos no den también
un paso adelante.
Y es precisamente por la “revolución
permanente” que la clase obrera rusa debe replicar, y, según todas las
informaciones llegadas hasta el momento, ha replicado efectivamente, ante el
grito angustiado de la burguesía pidiendo ‘la calma a cualquier precio’.”
En definitiva, la “revolución permanente” de
Mehring consiste en no deponer las armas en ningún momento y no permitir que la
burguesía (interesada en los frutos que pueda recoger de la lucha
revolucionaria) dé un paso adelante sin que los obreros también den un paso
adelante en la revolución democrática.
Estos dos últimos párrafos citados (que se resumen
en “no permitir que la burguesía de un paso adelante sin que el proletariado
también dé un paso adelante”) pueden ser interpretados como solidarios con la
teoría menchevique de dejar que la burguesía cumpla su tarea en la revolución
democrática –que no la inició ni la luchó–, mientras que el proletariado debe
permanecer en constante vigilancia para evitar que la burguesía le robe los
frutos de la revolución.
Mas si esta interpretación fuera cierta, con mayor
razón, estaría en abierta contradicción con el “permanentismo” trotskista. Sin
embargo, dicha interpretación no se ajusta al pensamiento de Mehring, muy
atento a las nuevas lecciones de las luchas revolucionarias del proletariado
mundial. Para Mehring la teoría se enriquece con esas experiencias y se
desarrolla aún más. Por eso dice:
“Los obreros
rusos se han convertido así en los campeones del proletariado europeo. Se han
beneficiado con una posibilidad que, hasta ahora, no ha compartido ningún
proletariado de las naciones europeas occidentales: entran en la revolución con
experiencias acumuladas y una teoría
clara, profunda y extendida; pero han
sabido crear esta posibilidad, y este es su mérito. En el curso de décadas
de combate y al precio del sacrificio de innumerables heroínas y héroes, se han impregnado de la teoría de la
revolución proletaria hasta la médula de los huesos; lo que han recibido, lo devuelven ahora con creces. Le dan
vergüenza a los espíritus timoratos
que creían imposible muchas cosas que
ellos demostraron posible; los trabajadores de Europa saben hoy que los
métodos de lucha de la antigua revolución sólo han perimido para ceder el lugar
a métodos más eficaces en la historia de su lucha emancipadora.”
¡Y que brillante afirmación: “lo que
han recibido [la teoría de la revolución proletaria], lo devuelven con creces”! Y eso es precisamente lo que ocurrió: en
medio de la gesta revolucionaria del proletariado ruso en 1905, Lenin enunció su desarrollo de la teoría marxista de
la revolución proletaria, destacando la necesidad de la hegemonía del
proletariado y la alianza obrero-campesina bajo dirección del proletariado en
la revolución democrática primero y en la revolución socialista después, en una
relación de continuidad, donde la primera se transforma en la segunda, en un
proceso ininterrumpido. De esa revolución de 1905, Lenin fue el único líder
marxista que sacó las enseñanzas adecuadas con miras al futuro de la lucha del
proletariado. Fue el único líder marxista que vio en los soviets creados por
las masas obreras rusas, el embrión de poder que la revolución debía crear, organizar
y llevar a la victoria destruyendo el Estado burgués.
Mehring, por su parte, fue un revolucionario que no
cedió un palmo a la burguesía, que luchó contra el revisionismo en el Partido
Socialdemócrata de Alemania; que se alineó con los internacionalistas de
izquierda al estallar la Primera Guerra Mundial; que en 1916, a sus 70 años,
fundó con Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin y otros, la Liga
Espartaquista que lideró la fallida insurrección alemana; que se alineó con Lenin
y los bolcheviques en la revolución rusa; que fue uno de los pocos viejos
marxistas (de aquellos que trabajaron con Marx y Engels) que murió –en 1919– fiel
al proletariado revolucionario, al marxismo y a la revolución socialista. Por
eso Pravda, en 1918, dijo de este
joven de 72 años:
“Franz Mehring, asociado con Karl Liebnecht, Rosa Luxemburgo y Otto Ruhle,
es un gran erudito marxista que utiliza el marxismo como una herramienta de
acción revolucionaria y no como un subterfugio para evitar la acción. El
socialismo es para él una teoría de acción, un medio para hacer la historia y
no simplemente un medio para interpretarla. Cuando la revolución se desarrolle en
Alemania, Franz Mehring emergerá como un factor dinámico en el gran drama.”