95º Aniversario de la Revolución de Octubre
Lenin en la reunión del CC del 10 de Octubre, donde se acuerda la insurrección |
Extracto
de la
parte III de Memorias acerca de Lenin
N.
Krupskaya
1933
La toma del Poder en Octubre fue meditada y
preparada minuciosamente por el partido del proletariado, por el Partido
bolchevique. En el mes de julio empezó espontáneamente la insurrección [Se
refiere a la manifestación espontánea de medio millón de obreros y soldados de
Petrogrado celebrada el 3-4 (16-17) de julio contra el Gobierno provisional que
amenazaba transformarse en insurrección armada]. La manifestación transcurría
bajo la consigna “¡Todo el Poder a los Soviets!” Los bolcheviques, que
consideraban prematuro todavía el momento de la insurrección encabezaron la
manifestación y le dieron un carácter pacífico y organizado. Por orden del
Gobierno provisional el 4 (17) de julio se abrió fuego contra la manifestación.
Los periódicos bolcheviques Pravda, Soldátskaia Pravda y otros fueron
suspendidos. Diose comienzo a las represiones en masa contra los bolcheviques y
los soldados que participaron en la manifestación. El Partido bolchevique pasó
a la clandestinidad y comenzó a prepararse para la insurrección armada.
Mas el Partido consideraba esta
insurrección prematura y conservó toda su serenidad de pensamiento. Había que
mirar a la verdad a los ojos Las masas no estaban preparadas todavía para la
revolución. El Comité Central decidió diferirla. Para los bolcheviques era muy
difícil contener a los rebeldes, a aquellos que
ardían en deseos de lanzarse al combate. Pero cumplieron con su deber, pues
comprendían la enorme importancia que tenía la elección del momento propicio
para la insurrección.
Pasó un par de meses y cambió la situación.
Ilich, que se veía forzado a ocultarse en Finlandia, escribió una carta al
Comité Central, al Comité del Partido de Petrogrado y al de Moscú entre el 12 (25)
y el 14 (27) de septiembre: “Habiendo
obtenido la mayoría de votos en los Soviets de Diputados Obreros y Soldados de
las dos capitales, los bolcheviques pueden y deben tomar el Poder en sus manos”. Y más adelante demuestra por qué había que tomar el Poder precisamente
entonces. Se preparaba la entrega de Petrogrado, con lo que disminuirían las
probabilidades de victoria. Perfilábase una paz por separado de los
imperialistas ingleses y alemanes. “Ofrecer precisamente ahora la paz a los pueblos
significa vencer”,[1] escribía Ilich.
En la carta al Comité Central habla detalladamente
cómo determinar el momento de la insurrección y cómo pararla: “Para poder
triunfar, la insurrección no debe apoyarse en una conjuración, en un partido,
sino en la clase más avanzada. Esto, en primer lugar. En segundo lugar, debe
apoyarse en el auge revolucionario del pueblo. Y en tercer lugar, la
insurrección debe apoyarse en aquel momento de viraje radical en la historia de
la revolución ascensional en que la actividad de la vanguardia del pueblo sea
mayor, en que mayores sean las vacilaciones en filas de las enemigos y en las
filas de los amigos débiles, a medias, indecisos, de la revolución”.[2]
Al final de la carta, Ilich indicaba qué era
lo que se debía hacer para abordar la insurrección al estilo marxista, es
decir, como un arte:
“Y
para considerar la insurrección al estilo marxista, es decir, como un arte, es
necesario que al mismo tiempo, sin perder un minuto, organicemos un Estado
Mayor de los destacamentos de la insurrección, distribuyamos las fuerzas,
lancemos los regimientos de confianza contra los puntos más importantes,
cerquemos el Teatro Alejandro[3], y tomemos la fortaleza de Pedro y Pablo, detengamos al
Estado Mayor central y al Gobierno, enviemos contra los alumnos de las escuelas
militares y contra la “división salvaje” tropas dispuestas a morir antes de
dejar que el enemigo se abra paso hacia los puntos centrales de la ciudad; es
preciso que movilicemos a los obreros armados, dirigiéndoles un llamamiento
para que se lancen a una lucha desesperada, a la lucha final; es necesario que
ocupemos inmediatamente las Centrales de Teléfonos y de Telégrafos, que
instalemos nuestro Estado Mayor de la insurrección cerca de la Central de
Teléfonos y poner en contacto telefónico con él a todas las fábricas, todos los
regimientos y todos los puntos de la lucha armada, etc.
Todo
esto, naturalmente, como simple orientación, como ejemplo de que en los
momentos actuales no se puede ser fiel al marxismo, a la revolución, sin
considerar la insurrección como un arte”.[4]
A Ilich le preocupaba extraordinariamente que
se desaprovechase el momento oportuno para la insurrección mientras él estaba
en Finlandia. El 7 (20) de octubre escribió a la Conferencia local de
Petrogrado; escribió también al Comité Central, al Comité del Partido de
Petrogrado y al de Moscú y a los miembros bolcheviques de los Soviets de ambas
capitales. El día 8 (21) envió una carta a los camaradas bolcheviques que
participaban en el Comité regional de los Soviets de la región del Norte, y
como se hallara preocupado por la suerte de esa carta, se presentó al día
siguiente en Petrogrado, alojándose ilegalmente en la barriada de Víborg, y
desde allí dirigió los preparativos de la insurrección.
Durante el último mes, Lenin vivió entregado
por completo a la idea de la insurrección, no pensaba en otra cosa Y contagiaba
a los camaradas su estado de ánimo y su convicción.
La última carta de Ilich a los bolcheviques
que participaban en el Congreso regional de las Soviets de la región del Norte,
escrita desde Finlandia, tiene una importancia excepcional. Decía
así:
“...
Pero la insurrección armada es un aspecto especial de la lucha política,
sometida a leyes especiales, que deben ser profundamente analizadas. Carlos
Marx expresó esta verdad de un modo muy tangible al escribir que ‘la
insurrección armada es, como la guerra, un arte’.
"Marx
destaca entre las reglas más importantes de este arte las siguientes:
"1.
No jugar nunca a la insurrección y, una vez empezada, saber firmemente que hay
que llevarla a término.
"2.
Hay que concentrar en el lugar y en el momento decisivo fuerzas muy superiores
a las del enemigo; de lo contrario, éste, mejor preparado y organizado,
aniquilará a los insurrectos.
"3.
Una vez empezada la insurrección, hay que proceder con la mayor decisión y
pasar forzosa e infaliblemente a la ofensiva. ‘La defensiva es la muerte de la
insurrección armada’.
"4.
Hay que esforzarse por sorprender al enemigo desprevenido, aprovechar el
momento en que sus tropas se hallen dispersas.
"5.
Hay que esforzarse par obtener éxitos diarios, aunque sean pequeños (incluso
podría decirse que a cada hora, si se trata de una sola ciudad), manteniendo a
toda costa la ‘superioridad moral’.
"Marx
resume las enseñanzas de todas las revoluciones en lo que a la insurrección
armada se refiere, citando las palabras de Dantón, ‘el más grande maestro de
táctica revolucionaria que conoce la historia: audacia, audacia y siempre
audacia’.
"Aplicado
a Rusia y al mes de octubre de 1917, esto quiere decir: ofensiva simultánea, y
lo más súbita y rápida posible, sobre Petrogrado, ofensiva que deberá partir
indefectiblemente de fuera y de dentro, de los barrios obreros, de Finlandia,
de Revel, de Cronstadt, ofensiva de toda la escuadra y concentración de una
superioridad gigantesca de fuerzas contra 15.000 ó 20.000 hombres (quizá más),
de nuestra ‘guardia burguesa’ (los alumnos de las escuelas militares), contra
las tropas de nuestra ‘Vendée’ (una parte de los cosacos), etc.
"Combinar
nuestras tres fuerzas principales, la escuadra, los obreros y las unidades
militares, de tal moda que por encima de todo podamos ocupar y conservar
cualquiera que sea el número de bajas que nos cueste: a) la Central de
Teléfonos; b) la Central de Telégrafos; c) las estaciones ferroviarias, y d)
los puentes, en primer término.
"Seleccionar
a los elementos más decididos (nuestras ‘tropas de choque’ y la juventud
obrera, así como a los mejores marineros) y formar con ellos pequeños
destacamentos destinados a ocupar los puntos más importantes y a participar en
todos los sitios en las operaciones de más importancia, como por ejemplo:
"Cercar
y aislar a Petrogrado, apoderarse de la ciudad mediante un ataque combinado de
la escuadra, de los obreros y las tropas: he aquí una misión que requiere
habilidad y triple audacia.
"Formar
con los mejores elementos obreros destacamentos armados de fusiles y granadas
de mano para atacar y cercar los ‘centros’ del enemigo (escuelas militares,
Centrales de Telégrafos y Teléfonos, etc.). La consigna de estos destacamentos
debe ser: ‘antes perecer todos que dejar pasar al enemigo’.
"Hay
que confiar, en que, si se acuerda la insurrección, los jefes aplicarán con
éxito los grandes preceptos de Dantón y Marx.
"El
triunfo de la revolución rusa y de la revolución mundial depende de dos o tres
días de lucha”[5]
Esta carta fue escrita el 8 (21), y el 9 (22)
Ilich estaba ya en Petrogrado; al siguiente día se celebró una reunión del
Comité Central, en la que se aprobó la resolución, propuesta por él, de ir a la
insurrección. Zinóviev y Kámenev se opusieron y exigieron que se convocara un
pleno extraordinario del C.C. Kámenev declaró demostrativamente que se salía
del C.C. Lenin pidió que se adoptasen contra ellos las sanciones de Partido más
severas.
Derrotadas las tendencias oportunistas, se
intensificó la labor de preparación de la insurrección. El 13 (26) de octubre,
el Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado tomó la resolución de formar el
Comité Militar Revolucionario. El 16 (29) se celebró una reunión ampliada del
C.C. con representantes de las organizaciones del Partido. Aquel mismo día, en
la reunión del C.C. se eligió el centro militar-revolucionario encargado de la
dirección práctica de la insurrección, integrado por los camaradas Stalin,
Sverdlov, Dzerzhinski y otros.
El día 17 (30), el proyecto de organización
del Comité Militar Revolucionario fue aprobado no solo por el Comité Ejecutivo
del Soviet de Petrogrado, sino por el Soviet en pleno. Cinco días después, en
una reunión de comités de regimiento se reconoció al Comité Militar
Revolucionario de Petrogrado órgano dirigente de las unidades militares de
Petrogrado y se mandó desobedecer las órdenes del Estado Mayor que no fuesen
refrendadas con la firma del Comité Militar Revolucionario.
El 23 de octubre (5 de noviembre), el Comité
Militar Revolucionario empezó a designar comisarios con destino a las unidades
militares. El día 24 de octubre (6 de noviembre), el Gobierno provisional
decidió mandar a los tribunales a los miembros del Comité Militar
Revolucionario y arrestar a los comisarios destinados a las unidades militares,
y ordenó presentarse en el Palacio de Invierno a los alumnos de las escuelas
militares. Pero ya era tarde: las unidades militares habían tomado el bando de
los bolcheviques, los obreros estaban por la entrega del Poder a los Soviets,
el Comité Militar Revolucionario funcionaba bajo la dirección inmediata del
C.C., la mayoría de cuyos componentes, entre ellos Stalin, Sverdlov, Mólotov,
Dzerzhinski, Búbnov y otros, formaban parte del Comité Militar Revolucionario.
La insurrección se extendía.
El 24 de octubre (6 de noviembre), Ilich
continuaba alojado clandestinamente en la barriada de Víborg, en la residencia
de Margarita Vasílievna Fofánova, miembro de nuestro Partido (la casa estaba en
la esquina de las calles Gran Sampsónievskaya y Serdobólskaya, N° 92/1
apartamento N° 42). Sabía que se estaba preparando la insurrección y sufría por
encontrarse alejado de la acción en un momento así. Me enviaba esquelas con
Margarita, en las que decía que no se podía demorar la insurrección, para que
yo les diera el curso correspondiente. Por fin, a la tarde fue a verle Eino
Rajiá, un camarada finlandés que tenía contacto con las fábricas y con la
organización del Partido, y le servía de enlace con la misma. Eino le contó que
por la ciudad circulaban patrullas reforzadas, que el Gobierno provisional
había dado la orden de abrir los puentes levadizos del Neva con el fin de
desconectar los barrios obreros, y que en los puentes montaban guardia los
soldados. Era evidente que se iniciaba la insurrección. Ilich hubiera querido
que Eino volviera acompañado de Stalin, pero después del diálogo mantenido
estaba claro que era casi imposible hacerlo, pues Stalin estaría a ciencia
cierta en el Smolny en el Comité Militar Revolucionario; seguramente no
funcionarían los tranvías y se tardaría mucho en llegar. Ilich decidió ir él en
persona al Smolny sin demora. A Margarita le dejó una nota: “He marchado a
donde usted no quería que fuese. Hasta la vista. Ilich”.
La barriada de Víborg estuvo armándose y
preparándose para la insurrección aquella noche; grupo tras grupo llegaban los
obreros al Comité de distrito del Partido por armas e instrucciones. Por la
noche fui a ver a Ilich a casa de Fofánova y allí me enteré de que se había
marchado al Smolny. Zhenia Egórova, secretaria del Comité de distrito del
Partido de Viborg, y yo nos subimos a un camión que enviaban los nuestros al
Smolny no sé a qué. Quería enterarme sí Ilich había llegado. No retengo en la
memoria si lo vi en el Smolny o si me enteré simplemente que estaba allí, lo
cierto es que con él no hablamos, pues estaba sumamente atareado con la
dirección de la insurrección y, como siempre, al dirigir paraba mientes en
todas las pequeñeces.
El Smolny estaba muy iluminado, parecía un hervidero.
De todos los confines acudían por instrucciones guardias rojos, representantes
de las fábricas y soldados. Tecleaban las máquinas de escribir; sonaban los
teléfonos; nuestras muchachas, sentadas a las mesas, examinaban montones de
telegramas; en el tecer piso, el Comité Militar Revolucionario estaba reunido
permanentemente. En la plaza, delante del Smolny, había unos carros blindados
con el motor en marcha, un cañón de 3 pulgadas y pilas de leña ante la
eventualidad de levantar barricadas. A la entrada habíanse instalado
ametralladoras y cañones, a las puertas se hallaban de guardia centinelas.
A las diez de la mañana del 25 de octubre (7
de noviembre) se entregó a la imprenta la proclama A los ciudadanos de Rusia, firmada por el Comité Militar
Revolucionario del Soviet de Petrogrado, en la cual se comunicaba:
“El Gobierno
provisional ha sido derrocado. El Poder del Estado ha pasado a manos del Soviet
de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado: el Comité Militar
Revolucionario, que está a la cabeza del proletariado y de la guarnición de
Petrogrado.
"La causa por la
que luchaba el pueblo –la oferta inmediata de una paz democrática, la abolición
de 1a propiedad terrateniente de la tierra, el control obrero en la industria y
la formación de un Gobierno soviético– está garantizada.
"¡Viva
la revolución de los soldados, de los obreros y de los campesinos!”[6]
Aunque era evidente que la revolución había
triunfado, el 25 por la mañana continuaba la intensa labor del Comité Militar
Revolucionario: ocupaba los edificios públicos uno tras otro, organizaba su
custodia, etc.
A las dos y media se celebró una sesión del
Soviet de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado. El Soviet acogió con
tempestuoso júbilo la noticia de que existía el Gobierno provisional, de que
habían sido detenidos algunos ministros y se detendría a los demás, de que
había sido disuelto el Anteparlamento y ocupadas las estaciones ferroviarias,
los edificios de Correos, Telégrafos y del Banco del Estado, de que se
efectuaba el asalto al Palacio de Invierno. Aún no había sido tomado éste, pero
su suerte había sido decidida de antemano y los soldados demostraban un
heroísmo extraordinario; la revolución transcurría sin sangre.
El Soviet aclamó efusivamente a Lenin, que
acudió a la sesión y pronunció un informe. No empleó palabras altisonantes con
motivo de la victoria. Era ése un rasgo peculiar suyo. Habló de las tareas que
se planteaban al Poder soviético, cuya realización había que emprender de
lleno.
Dijo que había comenzado una nueva era en la
historia de Rusia. Que el Gobierno soviético iba a realizar su cometido sin la
participación de la burguesía. Que se publicaría un decreto aboliendo la
propiedad privada de la tierra. Que se establecería un verdadero control obrero
en la industria. Se desenvolvería la lucha por el socialismo. El viejo aparato
del Estado sería destruido, demolido y se crearía un Poder nuevo, el Poder de
las organizaciones soviéticas. Para ello contábamos con la fuerza de una
organización de masas que podría con todo. La tarea inmediata consistía en
concertar la paz. Para ello había que vencer al capital. Los proletarios de
todo el mundo, entre los cuales se notaban ya síntomas de fermentación
revolucionaria, nos ayudarían a concertar la paz.
Aquel discurso fue del agrado de los miembros
del Soviet de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado. Sí, comenzaba una
nueva era en nuestra historia. La fuerza de las organizaciones de masas es
invencible. Se alzaron las masas y el poder de la burguesía cayó. Les
quitaremos la tierra a los terratenientes, refrenaremos a los fabricantes y, lo
que es más importante, obtendremos la paz. La revolución mundial acudirá en
ayuda nuestra. Ilich tenía razón. Su discurso fue coronado por tempestuosos
aplausos.
Por la tarde debía inaugurarse el II Congreso
de los Soviets. En él se tenía que proclamar el Poder soviético y confirmar de
una forma oficial la victoria lograda.
Llegaban los delegados, que inmediatamente
emprendían una gran labor de agitación.
El Poder de los obreros debía apoyarse en los
campesinos, debía atraérselos a su lado. Se consideraba que el representante de
sus intereses era el partido eserista.
Los eseristas de derecha eran los ideólogos
de los campesinos ricos y de los kulaks. Los eseristas de izquierda, ideólogos
del pequeño campesino, eran los típicos representantes de la pequeña burguesía,
con todas sus vacilaciones entre la burguesía y el proletariado. Natansón,
Spiridónova y Kamkov encabezaban el Comité de Petrogrado del partido eserista.
Ilich conocía a Natansón desde la primera emigración. En aquel período, en
1904, Natansón estaba cerca del marxismo, pero le parecía que los
socialdemócratas menospreciaban el papel de los campesinos. Spiridónova era
entonces muy popular. En el período de la primera revolución, en 1906, siendo
una joven de 17 años, mató a Luzhenovski, verdugo del movimiento campesino de
la región de Tambov; fue sometida a salvajes martirios y luego la condenaron a
trabajos forzados en Siberia, donde permaneció hasta la revolución de Febrero.
Los eseristas de izquierda de Petrogrado se encontraban bajo la poderosa
influencia de las opiniones bolcheviques de las masas. Tenían con los
bolcheviques mejores relaciones que otros. Veían que los bolcheviques luchaban
en serio por la confiscación y entrega de todas las tierras de los
terratenientes a los campesinos. Ellos opinaban que era necesario establecer un
usufructo igualitario de la tierra, y los bolcheviques comprendían la necesidad
de la transformación socialista de toda la agricultura. Pero Ilich consideraba
que en aquel momento lo más importante era confiscar las tierras de los
terratenientes, y ya enseñaría la vida el camino que habría de seguir la
reorganización posterior. Reflexionaba acerca de cómo componer el decreto sobre
la tierra.
En las memorias de M. Fofánova hay un fragmento muy interesante, que dice: “Recuerdo
que Vladímir Ilich me encargó conseguirle los números publicados del periódico Noticias del Soviet de Diputados Campesinos
de toda Rusia, cosa que, naturalmente, cumplí. No recuerdo cuántos números
adquirí, pero eran muchos, en una palabra, se trataba de un considerable
volumen de material para analizar. Vladímir Ilich estuvo estudiándolo dos días
hasta muy tarde, incluso por las noches, y luego dijo por la mañana: ‘Me parece que
he examinado a todos los eseristas de cabo a rabo, hoy no me queda por leer más
que el mandato de sus campesinos’, y a las dos horas me llamó, y dijo
alegremente dando golpecitos con la mano en el periódico (vi que tenía en las
manos el número correspondiente al 19 de agosto de Krestiánskie Isvestia): ‘Ya está preparado el acuerdo con los eseristas de
izquierda. No es cosa de broma, el mandato está firmado por 242 diputados de
las localidades. Basándonos en él redactaremos la ley acerca de la tierra y ya
veremos si a los eseristas de izquierda se les ocurre escindirse’. Me enseñó el periódico, subrayado en varios sitios con lápiz azul, y
añadió: ‘Solo queda por dar con un buen agarradero para después retocar a
nuestro modo la socialización que ellos piden”.
Margarita era agrónomo de profesión y por el
carácter de su trabajo había tratado cuestiones de esta índole; por eso Ilich
sentía un gran placer en hablar con ella de estas cosas.
¿Abandonarían los eseristas el Congreso o no?
El día 25 a las once menos cuarto de la noche
se inauguró el II Congreso de los Soviets de toda Rusia. Aquella noche debía
constituirse el Congreso, elegir la presidencia y determinar sus poderes. De
los 670 delegados no había más que 300 bolcheviques; a continuación iban los
eseristas, con 193 delegados, y los mencheviques, con 68 delegados. Los
eseristas de derecha, los mencheviques y los búndovtsi echaban sapos y culebras
por su boca contra las bolcheviques, los ponían de vuelta y media. Pronunciaron
una declaración de protesta contra “la conjuración militar y la toma del Poder
por los bolcheviques a espaldas de todos los demás partidos y fracciones
representadas en el Soviet” y abandonaron el Congreso. Con ellos se retiró también
una parte de los mencheviques internacionalistas. Los eseristas de izquierda,
que eran la inmensa mayoría de los delegados de su partido, 169 de 193, se
quedaron. En total abandonaron el Congreso unas 50 personas. El día 25 no
asistió Ilich.
En el momento en que se inauguraba el II
Congreso de los Soviets efectuábase el asalto al Palacio de Invierno. Kerenski,
que disfrazado de marinero habiase ocultado la víspera, tomó un automóvil y
marchó a Pskov. El Comité Militar Revolucionario de Pskov no lo detuvo, pese a
tener orden en este sentido, firmada por Dibenko y Krilenko, y Kerenski salió
para Moscú a fin de organizar una marcha contra Petrogrado, donde los soldados
y los obreros habían tomado en sus manos el Poder. Los demás ministros,
encabezados por Kishkin, se albergaron en el Palacio de Invierno bajo la
custodia de los alumnos de las escuelas militares y del batallón femenino de
choque, concentrados allí. Los mencheviques, los eseristas de derecha y los
búndovtsi promovieron una escena histérica en el Congreso con motivo del asalto
del Palacio de Invierno. Erlij declaró que una parte de los vocales de la Duma
urbana había resuelto comparecer sin armas en la plaza del Palacio en vista de
que no cesaban de disparar cañonazos contra el edificio. El Comité Ejecutivo
del Soviet de Diputados Campesinos, la fracción de los mencheviques y la de los
eseristas decidieron adherírseles. Después de marcharse los mencheviques y los
eseristas, se hizo un descanso. Cuando se reanudó la sesión a las 3 y 10
minutos, fue comunicada la noticia de que el Palacio de Invierno había sido
tomado, habían detenido a los ministros, desarmado a los oficiales y a los
alumnos de las escuelas militares y se había pasado al lado del pueblo
revolucionario el 3er. batallón de ciclistas, que Kerenski desplazara a
Petrogrado.
Ilich, sin dormir apenas la noche anterior y
tras haber tomado parte muy activa en la dirección de la insurrección, cuando
ya no quedaba duda alguna de que la victoria estaba lograda y de que los
eseristas de izquierda no abandonarían el Congreso, fue a pernoctar a casa de
los Bonch-Bruévich, que vivían en Peskí, no lejos del Smolny. Lo acomodaron en
una alcoba aparte, pero pasó largo rato sin conciliar el sueño; se levantó
sigilosamente y púsose a escribir el decreto sobre la tierra que hacía ya mucho
había meditado en todos sus detalles.
La noche del 26 de octubre (8 de noviembre)
pronunció en el Congreso un informe fundamentando el decreto sobre la tierra, y
dijo:
“Se
oyen voces aquí según las cuales el decreto y el mandato han sido redactados
por los eseristas.
"Admitámoslo
así. No importa quién los ha redactado; pero como gobierno democrático, no
podemos nosotros dar de lado a la decisión de las masas populares, aunque
estemos en desacuerdo con ella. En el crisol de la vida, en su aplicación
práctica, poniéndolos en ejecución en el plano local, verán los mismos
campesinos dónde está la verdad... La vida es el mejor maestro y demostrará
quién tiene la razón. Que los campesinos resuelvan su problema por un extremo;
nosotros haremos lo mismo por el otro. En el torrente común de la iniciativa
revolucionaria la vida nos obligará a acercarnos al elaborar las nuevas formas
del Estado... Los campesinos han aprendido algo en estos ocho meses de nuestra
revolución y quieren resolver ellos mismos todos los problemas relacionados con
la tierra. Por eso nos pronunciaremos contra todo proyecto de enmienda a este
proyecto de ley. No queremos entrar en los detalles, porque redactamos un
decreto y no un programa de acción”[7]
Estas palabras reflejan toda la forma de ser
de Ilich: la ausencia de un amor propio mezquino (lo que importaba era que las
cosas estuviesen bien dichas, y no quién las hubiese dicho), la atención que
prestaba a las opiniones de la gente del pueblo, lo bien que comprendía el
vigor de la iniciativa revolucionaria, lo magníficamente que sabía que las
masas se convencen en la práctica y con los hechos mejor que con nada, y su
profunda seguridad de que la realidad, la vida, harían comprender a las masas que
el punto de vista de los bolcheviques era acertado. El decreto sobre la tierra
que defendía Lenin fue aprobado. Desde entonces han transcurrido 16 años.
La propiedad terrateniente fue abolida y,
paso a paso, luchando contra las viejas costumbres y opiniones del pequeño
propietario, se han creado nuevas formas de cultivo de la tierra: la
colectivización de la agricultura, que abarca hoy la mayoría de las
explotaciones campesinas. Las antiguas pequeñas explotaciones, la vieja
sicología del pequeño propietario queda relegada al olvido. Se ha formado una
poderosa y sólida base de la economía socialista.
Los decretos sobre la paz y sobre la tierra
fueron aprobados en la sesión nocturna del 26 de octubre (8 de noviembre). En
esto se llegó a un acuerdo con los eseristas. En lo que respecta a la formación
del gobierno, las cosas andaban peor. Los eseristas de izquierda no
abandonaron, ni podían abandonar, el Congreso, pues comprendían que eso les
ocasionaría la pérdida de toda influencia en las masas campesinas; pero el
hecho de haberse retirado el 25 de octubre del Congreso los eseristas de
derecha y los mencheviques, el griterío que éstos armaran en torno a la
aventura bolchevique, a la toma del Poder, etc., hizo profunda mella en ellos.
Cuando los eseristas de derecha y otros se retiraron del Congreso, Kamkov, uno
de los dirigentes de los eseristas de izquierda, declaró que ellos estaban por
un gobierno democrático único, que harían todo lo posible para que se formase
un gobierno así. Los eseristas de izquierda dijeron que querían hacer de
intermediarios entre los bolcheviques y los partidos que se retiraron del
Congreso. Los bolcheviques no renunciaban a las negociaciones, pero Ilich
comprendía que serían estériles. Pues no se había tomado el Poder ni se había
hecho la revolución para después uncir un cisne, un sollo y un cangrejo al
carro soviético y formar un gobierno incapaz de funcionar al unísono, incapaz
de moverse del sitio. Con los eseristas de izquierda, Lenin opinaba que se
podía colaborar.
Un par de horas antes de inaugurarse el
Congreso, el 26 de octubre (8 de noviembre), se celebró con tal motivo una
reunión con representantes de los eseristas de izquierda. Conservo el recuerdo
del ambiente de la reunión. Era una habitación en el Smolny amueblada con
muelles butacones de color rojo oscuro. Spiridónova ocupaba uno de los
asientos, a su lado estaba Ilich en pie e intentaba persuadirla suave y
convincente de algo. No se llegó a un acuerdo con los eseristas de izquierda,
no quisieron participar en el gobierno. Ilich propuso designar exclusivamente a
bolcheviques para ocupar los cargos de ministros socialistas.
La sesión del Congreso del día 26 de octubre
(8 de noviembre) se inició a las 9 de la noche. Yo asistí a aquella reunión.
Recuerdo cómo Ilich pronunció su informe, fundamentando el decreto sobre la
tierra. Hablaba con calma. El auditorio escuchaba atentamente. Cuando daba
lectura al texto del decreto, me llamó la atención la cara que puso uno de los
delegados que había sentado cerca de mí. Era una persona ya madura con aspecto
de campesino. Presa de la emoción, su semblante adquirió cierta transparencia,
cual si fuese de cera, y sus ojos refulgían con un brillo especial.
Se abolió la pena de muerte, que había
establecido Kerenski para los soldados en el frente, se aprobaron los decretos
sobre la paz y sobre la tierra, sobre el control obrero y se ratificó la
composición bolchevique del Consejo de Comisarios del Pueblo. Para el cargo de
presidente del Consejo fue designado Vladímir Uliánov (Lenin); Comisario del
Pueblo de Asuntos Interiores nombrose a A. Ríkov; de Agricultura, a V.
Miliutin; de Trabajo, a A. Shliápnikov; para los asuntos del Ejército y la
Flota a un comité compuesto por V. Ovséienko (Antónov), N. Krilenko y P.
Dibenko; de Industria y Comercio, a V. Noguín; de Instrucción Pública, a A.
Lunacharski; de Hacienda, a I. Skvortsov (Stepánov); de Negocios Extranjeros, a
L. Bronshtein (Trotski); de Justicia, a G. Oppókov (Lómov); de
Aprovisionamiento, a I. Teodoróvich; de Correos y Telégrafos, a N. Avílov
(Clébov); de Asuntos de las Nacionalidades, a J. Dzhugashvili (Stalin). El
puesto de Comisario del Transporte quedaba vacante.
El camarada Eino Rajiá cuenta lo siguiente: Cuando en la fracción bolchevique
se estaba confeccionando la lista de los primeros Comisarios del Pueblo, Lenin
permanecía sentado en un rincón y escuchaba. Uno de los propuestos para
Comisario del Pueblo empezó a negarse arguyendo que carecía de experiencia para
dicho trabajo. Vladímir Ilich se echó a reír: “¿Acaso cree usted que alguno de
nosotros tiene esa experiencia?” Claro que no había experiencia. Pero ante los
ojos de Vladímir Ilich perfilábase la imagen de lo que debía ser un Comisario del
Pueblo, un ministro de nuevo tipo, organizador y dirigente de esta o aquella
rama en la labor estatal, estrechamente ligado a las masas.
Vladímir Ilich reflexionaba constantemente
acerca de las nuevas formas de gobierno. Meditaba en la manera de organizar un
aparato estatal de tal índole que no tuviera nada de burocratismo, que supiera
encontrar el apoyo de las masas, que supiera organizarlas para que le ayudasen
en su labor, que supiera preparar en esa labor a funcionarios de un nuevo tipo.
En la disposición del II Congreso de los Soviets “Acerca de la formación del Gobierno Obrero y Campesino”, se expresa
tal idea con las siguientes palabras: “Se encomienda la gestión de determinadas ramas de la
vida del Estado a comisiones, cuyos componentes deben asegurar la realización
del programa promulgado por el Congreso en estrecha ligazón con las
organizaciones de masas de los obreros, de las obreras, de los marineros, de
los soldados, de los campesinos y de los empleados. El Poder gubernamental
pertenece al colegio de los presidentes de esas comisiones, es decir, al
Consejo de Comisarios del Pueblo”.[8]
Recuerdo los diálogos que tuve con Ilich
sobre este tema en las semanas que vivió en casa de Fofánova. Entonces yo
trabajaba con gran entusiasmo en la barriada de Víborg y contemplaba con
emoción la obra revolucionaria de las masas, la transformación radical de toda
la vida. En mis entrevistas con Vladímir Ilich le hablaba de la vida del
distrito. Me acuerdo que una vez le conté una sesión muy original de un tribunal
popular, a la que asistí. Juicios semejantes tuvieron ya lugar en algunos
puntos durante la revolución de 1905, por ejemplo, en Sórmovo. El camarada
Chugurin, un obrero que yo conocía bien de la escuela del Partido que
funcionaba en Longjuman, cerca de París, y con el cual trabajaba en esta
ocasión en el municipio de la barriada de Víborg, era de Sórmovo y se le
ocurrió proponer que se organizaran en la mencionada barriada de Víborg juicios
como los de antaño. La primera sesión del tribunal celebróse en la Casa del
Pueblo. Acudió muchísima gente, que permanecía de pie, pegados los unos a los
otros, subidos a los bancos y a las ventanas. No recuerdo con exactitud cuáles
eran las causas que se veían. Pero no eran en sí delitos en el sentido estricto
de la palabra; tratábase de cuestiones de orden moral. Procesábase a dos tipos
sospechosos, que habían intentado detener a Chugurin. Se “juzgaba” a un
vigilante alto y moreno por pegar a su hijo adolescente, explotarlo y no
dejarlo ir a la escuela. Muchos obreros y obreras de los allí congregados
hablaron y dijeron palabras ardientes. El “procesado”, al principio, no hacía
más que limpiarse el sudor de la frente, luego corrieron las lágrimas por sus
mejillas y prometió no volver a ofender a su hijito. En realidad, aquello no
era un proceso, sino un control social sobre el comportamiento de los
ciudadanos que forjaba una ética proletaria. Vladímir Ilich demostró un interés
extraordinario por aquel “juicio” y me preguntó todos los pormenores.
Pero de lo que más le solía hablar era de las
nuevas formas de trabajo cultural. Yo estaba encargada en el municipio de la
Sección de Instrucción Pública. Durante el verano, la escuela de niños estaba
cerrada y nos dedicábamos más a la labor de instrucción política. En esto me
sirvió de buena ayuda la experiencia de cinco años que había adquirido
trabajando en la escuela nocturna dominical que había en los años del 90 al
otro lado de la Puerta del Neva. Es claro que los tiempos eran muy distintos y
ahora se podía desplegar el trabajo en toda su amplitud.
Cada semana nos reuníamos con los
representantes de cuarenta fábricas aproximadamente, discutíamos en común lo
que había que hacer y cómo ejecutar tales o cuales medidas. Llevábamos a la
práctica nuestras resoluciones sin demora alguna. Por ejemplo, resolvimos
liquidar el analfabetismo, y los representantes de las fábricas, cada uno en la
suya, llevaron a cabo con sus propios medios el recuento de los analfabetos,
hallaron local para la escuela, presionaron sobre la dirección de las fábricas
y consiguieron recursos pecuniarios. Incorporaron a un obrero a cada escuela
contra el analfabetismo, que se encargaba de que no faltara nada de lo
necesario: pizarra, tiza y cartones; elegíanse obreros que estaban al tanto de
si se llevaba bien la enseñanza y de lo que a este respecto decían los obreros.
Instruíamos a estos adjuntos y escuchábamos sus informes. Reuníamos a delegadas
de las mujeres de los soldados, deliberábamos con ellas acerca del estado en
que se encontraban las casas de niños, organizábamos el control de ellas sobre
estas casas, les dábamos instrucciones y desplegábamos una gran labor de
esclarecimiento. Reuníamos a los bibliotecarios del distrito y discutíamos con
ellos y con los obreros las formas de trabajo de las bibliotecas para las
masas. La iniciativa de los obreros brotaba como el agua de un manantial; en
torno a la Sección de Instrucción Pública se agrupaba a muchas personas. Ilich
decía entonces que la labor de nuestro aparato de Estado, de nuestros futuros ministros
debería organizarse de esa forma, según el tipo de comisiones de obreros y
obreras salidos del seno de la misma vida, que conocieran las costumbres, las
condiciones de trabajo, lo que preocupa a las masas en cada momento. Vladímir
Ilich hablaba conmigo sobre estos temas con particular agrado y frecuencia por
parecerle que yo entendía las formas de atraer a las masas a la causa del
gobierno del Estado, y luego maldecía con saña al burocratismo “tiñoso” que se
colaba por todas las rendijas, y más tarde, cuando se planteó la cuestión de
exigir más responsabilidad a los comisarios y a los dirigentes de las secciones
de los Comisariados, que a menudo volcaban su responsabilidad en los colegios y
comisiones, cuando se planteó la cuestión de la autoridad única, Ilich me
incluyó inesperadamente en la comisión adjunta al Consejo de Comisarios del
Pueblo que estaba encargada de examinar esta cuestión, y me dijo: hay que tener
cuidado de que la autoridad única de ninguna manera coarte la iniciativa y la
independencia de la comisión ni debilite el contacto con las masas; hay que
combinar la autoridad única y la capacidad para el trabajo con las masas. Ilich
procuraba utilizar la experiencia de cada uno para la edificación del Estado de
nuevo tipo. Ante el Poder soviético, a cuya cabeza estaba Lenin, se erguía la
tarea de construir un tipo de aparato de Estado aún no visto en el mundo, que
se apoyase en las más amplias masas trabajadoras, que rehiciese toda la vida
social, todas las relaciones humanas de una forma nueva, de una forma
socialista.
Ante todo era necesario defender el Poder
soviético de los intentos del enemigo tendentes a derribarlo por la fuerza, de
los intentos de descomponerlo desde dentro. Por eso se hacia necesario
reforzar sus filas.
Notas:
[1]
V. I. Lenin. Obras, t. 26, págs. 1 y 3,
4° ed. en ruso.
[2]
V. I. Lenin. Marx,
Engels, Marxismo, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1948, págs.
379-380, Moscú.
[3]
En la sala del Teatro Alejandro de Petrogrado fueron celebradas las sesiones de
la denominada Conferencia Democrática, convocada por los mencheviques y los
eseristas, cayo objetivo consistía en fortalecer las posiciones del Gobierno
provisional.
[4]
V. I. Lenin. Marx,
Engels, Marxismo, 2” ed., Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1948,
págs. 384-385, Moscú.
[5]
V. I. Lenin. Marx,
Engels, Marxismo, 2a ed., Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1948,
págs. 386-388, Moscú.
[6]
V. I. Lenin. Obras,
t. 26, pág. 207, 4a. ed. en ruso.
[7]
V. I. Lenin. Obras
escogidas en dos tomos, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1948, t.
II, págs. 295-296, Moscú.
[8]
V. I. Lenin. Obras,
t. 26, pág. 230, 4ª. ed. en ruso.
Fuente: La insurrección armada en Petrogrado,
Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1957.
Tomado
de http://www.marxists.org/espanol/krupskaya/1933/memorias/iii-2.htm
Descargar "Los días de Octubre" (Extracto) de N.K. Krupskaya
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